El feminismo como forma de (re)construcción de la masculinidad

Por Alonso Mancilla

«Es tu mala costumbre de hacer de mentor, que te has asignado tú mismo y en la que pretendes aleccionarme y asumir el papel de educador. Tus actuales consejos y críticas en relaciones a mis actividades aquí, van mucho más allá de los límites de los consejos y acotaciones de un buen amigo, para convertirse en una sistemática prédica» 
Rosa Luxemburgo, Carta a Leo Jogiches.

 

Antes de conceptualizar la filosofía feminista y dotarla de ciertas características que se supongan o consideren como filosofía, con el fin de comprender cómo se articula la (re)construcción de la masculinidad, habría que ir deconstruyendo y reconstruyendo la filosofía misma, como establece Celia Amorós en Feminismo y Filosofía, ya que no podría ser de otra manera tras siglos de filosofía patriarcal. Más aún, habríamos de concebirla como sinónimo de crítica, por lo que la autora no la piensa como filosofía feminista; pero no porque no sea filosofía en sí, sino debido a que no entra en el canon de conceptualización de la filosofía dada por el androcentrismo.

Asimismo, Amorós lo considera feminismo filosófico dado que el feminismo se puede tematizar filosóficamente, pero por ahora no se puede entender como filosofía feminista, ya que está inscrito en un panorama complejo —pero no por eso caótico, pues tiene su lógica interna— y, aunque puede caber en los mismos parámetros para institucionalizarse como filosofía, tiene sus exigencias conceptuales propias, de referentas y de interlocutores no varones que conceptualicen el ser mujer.

Por consiguiente, una filosofía feminista debiera partir —como dice Amorós— de demandas y exigencias de replantear conceptos radicales en los esquemas teóricos por parte de las mujeres, porque esas estructuras teóricas se han trazado omitiendo a la mujer “como si no existiera”.

Un ejemplo de lo anterior es posible de constatar en textos como Las filosofas de Marina Bruzzese y Giulio de Martino, del cual rescato el caso de María la Judía en Alejandría ―también llamada Miriam―, quién fue la fundadora de la alquimia, ya que a ella se le deben los métodos alquímicos y la fabricación de los instrumentos de laboratorios que fueran utilizados hasta el siglo XVII, donde se desarrolla la química moderna. Es muy importante destacar su trabajo porque duró vigente más de 1600 años, pues ella vivió en el siglo I d. C., y no es posible que no se le conozca como una de los pilares que dieran nacimiento a la química como la conocemos.

Me parece fundamental repensar a Miriam no sólo porque su trabajo es trascendental en el desarrollo y la evolución de la vida humana, más aún porque el trabajo de las mujeres, cada vez que pueden, los hombres lo omiten hasta el intento de despreciarlas y denigrarlas. Al respecto, el caso de Platón es de resaltarse; en El Banquete, cuando crea a su personaje Diotima, sacerdotisa de Mantinea, subraya: “Amor” ama lo bello y tiene que aspirar a ser como su padre, “sabio y lleno de recursos”, y no como su madre, “no sabia y carente de los mismos”; aunque nace para filosofar porque nace entre el sabio y la ignorancia, es decir, entre el hombre ─su padre Poro (el recurso)─, y la mujer ─su madre Penía (la pobreza)─. Al concebirse a Amor por la razón de que Penía quería lo que tenía Poro, Platón pone ─arbitrariamente─ a la mujer como lo negativo, como lo degradado de la sociedad, pero si se junta con el hombre ─que es lo positivo─, pueden engendrar una virtud, la de filosofar.

Lo anterior me recuerda a Emmy Noether, quien corrigió la Teoría General de la Relatividad de Einstein para que fuera teoría ─valga la redundancia─, pues sin ella no habría podido probarse y eliminar el error, por lo que fue un pilar fundamental para el desarrollo de la humanidad. Así pues, a Miriam del siglo XX también se le omite de la historia, pues como dice Platón, se le considera algo negativo ─los hombres la consideran así─.

En ese sentido, en pleno siglo XXI, tenemos que reivindicar los trabajos realizados por las mujeres, ya que a partir de esa recuperación, las mujeres de nuestra época podrán aspirar a seguir sus investigaciones y tener más referentes mujeres para aspirar a ser como ellas.

Ahora bien, antes de precisar qué características definen el feminismo o, en su caso, si son feminismos, podría decir —como lo establece Amorós y muchos pensadores y pensadoras a partir de la ilustración―, retomando el texto de Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft, quien reivindica el argumento de Poullain de la Barre, que el feminismo se concibe como una manifestación de la intolerable incongruencia que apartar a las mujeres de la educación y condenarlas a la heteronomía moral representaba en relación con presupuestos de una filosofía política que rechazaba ―por ilegitimo e indigno de ser soportado― un contrato de servidumbre de una criatura racional —la mujer— (Amorós, 2000: 25).

Así pues, esa filosofía política que rechaza el contrato de servidumbre, podemos decir, es la base de lo que entendemos como feminismo, pues, al mismo tiempo, las mujeres se situaban —sitúan— en la misma lógica entendiendo que el sexo es una determinación biológica imputable al azar del nacimiento, por tanto, ser varón o mujer debía —debe— ser irrelevante a los efectos de acceder a los derechos de la ciudadanía (Amorós, 2000: 25).

Del mismo modo, una característica más del feminismo, en general, presuponemos que éste es el combate al patriarcado, el cual tiene como base el argumento “los varones son los sujetos del pacto; las mujeres son pactadas”, idea que desarrolla Carol Pateman en El contrato sexual.

Si, en el patriarcado, la masculinidad es el dispositivo de coerción, de poder y opresión hacia las mujeres, el feminismo es el dispositivo de liberación. Así, en general, porque es una liberación tanto del hombre como de la mujer, ya que supone, como lo planteara Paulo Freire en la Pedagogía del oprimido, que el oprimido, al liberarse, libera al opresor, en tanto que rompe la figura de opresión y jerarquía.

Ahora bien, podemos decir que el feminismo tiene que ver con la liberación de las mujeres del sistema patriarcal que las tiene oprimidas, mientras que hablar de feminismos halla su fundamento en las diferentes formas de ser mujer en el mundo y su realidad concreta, por lo que los feminismos nacen por un tipo de análisis concreto de la realidad ―feminismo negro, indígena, incluso liberal que, aunque burgués, tuvo su grado revolucionario, del mismo modo que lo percibió Marx en el Manifiesto del partido comunista al señalar que la clase burguesa se liberó de las cadenas del sistema feudal― para combatir al patriarcado, porque, como dice Celia Amorós, la afirmación de Valcárcel es cierta: cada vez que se habla de individuo se entendía —se entiende— “cada individuo y su familia”, por lo que, a saber, en cada sociedad concreta en el sistema patriarcal es omitida la mujer.

Además, antes de poner en relieve la frase “lo personal es político”, quiero dar cuenta de cómo el feminismo es sinónimo de lo político, porque ―siguiendo con Amorós— desentraña las irracionales relaciones de poder que, bajo “legitimaciones” ideológicas se esconden y pasan desapercibidas. Lo que Marx en El Capital llamaba fetichismo de la mercancía, que es cuando no se ven los procesos de creación de la mercancía o el plusvalor en la relación de explotación en la fábrica. En este caso, esa relación de poder pasa desapercibida en el amor y los afectos, es decir, en el ámbito de lo privado; por lo que seguramente sería el fetichismo de los afectos.

En consecuencia, como dice Amorós, quien retoma el lema “lo personal es político” de los años 70´s, atribuido a Kate Millet —aunque el desarrollo conceptual fue de Carol Hanisch, quien escribiría en 1969 un memorando que establecía un proyecto de liberación de la mujer del Sur, llamado originalmente «Algunos pensamientos en respuesta a los pensamientos de Dottie sobre un movimiento de liberación de la mujer», el texto argumentaba que los hombres compartían las mismas tareas del hogar y el cuidado de los niños/as— éste no debe mal entenderse, ya que no supone que la vida privada debe de ser pública, sino que las relaciones de poder —lo político— en lo privado se visibilizaran y que eso concierne a la vida en comunidad, por ende, es público y es político, por lo que no deben —ni pueden— ser ignoradas.

Del mismo modo, dado que las relaciones —en lo privado— son de poder y por ello políticas —públicas—, es decir, problemáticas para la sociedad, deben de debatirse públicamente entre todos y todas para darles una solución armoniosa, porque de algo que tengo certeza es que ya no hay una legitimación —la sociedad no puede sostener ese pacto— en esa relación de poder y de opresión hacia las mujeres. Así pues, la frase “lo personal es político” podemos entenderla como un desentrañamiento de los procesos históricos de la opresión del sexo masculino sobre el sexo femenino y cada vez que nos relacionemos entre sexos, particularmente yo que soy varón, es esencial entender mis privilegios que tengo y no reproducirlos con las mujeres, esto para dejar de ser un opresor de ellas. Por consiguiente, esto podría ser la base sobre la que se esté (re)construyendo una nueva masculinidad.

 

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Un comentario

  1. Interesante texto, en este momento estoy leyendo Pedagogía de la crueldad de Rita Laura Cegato, es momento de seguir desconstruyendonos los masculinos y dejar atrás el comportamiento machista y patrialcal que por años creimos que era lo correcto.
    Saludos y gracias

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