Niños y niñas migrantes, ¿el pase para Estados Unidos?

Foto: Central American migrants find quarter in southern Mexico. Peter Haden

Niños y niñas migrantes, ¿el pase para Estados Unidos?

Por Eunice Sánchez

 

En el mes de diciembre, los medios dieron a conocer la noticia de que otro niño migrante había fallecido. Era el segundo menor que moría en la frontera, después de Jakelin, de 14 años de edad. 

El infante que llevaba por nombre Felipe Gómez Alonzo, de origen Guatemalteco, acompañaba a su padre en el tortuoso camino hacia el sueño americano. En una nota que sacó el periódico El Universal, relatan que la madre, Catarina Alonzo, explicó que decidieron llevar al pequeño de 8 años porque vecinos y amigos migrantes les habían comentado que llevar a un niño facilitaba su entrada al país del norte, aunque tardarían un poco más. 

Según datos de UNICEF, en su intento por cruzar la frontera, los niños y niñas migrantes son extremadamente vulnerables, debido a las pésimas condiciones en el traslado, a la casi nula alimentación y ―en el caso de los niños y niñas migrantes no acompañados―  al riesgo de ser ocupados para la explotación y la trata.

Situándonos en estos datos y en los resultados de investigaciones sobre la niñez migrante en la frontera, surgen los siguientes cuestionamientos:

¿Acaso las familias migrantes tienen alguna otra alternativa que los aliente a quedarse en su país de origen, sin que esto represente un riesgo para la vida de sus integrantes?

¿Qué tan precarias son las condiciones de las familias migrantes para que elijan llevar a sus hijos e hijas hacia Estados Unidos con el fin de que se les facilite el acceso?

¿Qué sucede con los que se quedan?

Se sabe que la mayoría de los países de Centroamérica, principalmente Honduras, El Salvador y Guatemala comparten la pobreza y la violencia, situación que ha obligado a sus habitantes a migrar en busca de mejores oportunidades de vida, ya que los gobiernos de cada país no han implementado políticas públicas que les presenten un catálogo de oportunidades tanto de empleo como de educación. Con lo anterior se responde el primer cuestionamiento. No existen alternativas para las familias ―que incluso llegan a pedir préstamos para financiar su viaje hacia Estados Unidos―, lo que trae como resultado que la situación de pobreza extrema y hambre siga permeando dichas sociedades.

Ahora bien, hablando específicamente sobre la infancia de estos países, según UNICEF, “figuran la pobreza infantil del 49 por ciento en El Salvador, del 68 por ciento en Guatemala y del 74 por ciento en Honduras “. Así, se da entrada al análisis de la segunda cuestión.

Si hay algo que caracteriza al triángulo del norte (Honduras, Guatemala y El Salvador), además de la pobreza, es la violencia desmedida de la que son presa desde hace algunas décadas. Los niños son reclutados para formar parte de las pandillas y el narcotráfico;  si se niegan, son obligados o asesinados. Dicho panorama se puede comprender como una de las razones por las que familias de tales países eligen llevarse a sus hijos. No obstante, se ha mencionado que los llamados “coyotes” alientan a las familias a llevar infantes, ya que dicen, les garantiza su ingreso a la Unión Americana.

Por supuesto que en cualquiera de estas afirmaciones los derechos de los niños y niñas se ven altamente vulnerables para su violación.  Pero ubicándonos en este contexto envuelto entre la pobreza, la violencia, el narcotráfico y las pandillas, ¿cuál  sería entonces la mejor opción para la niñez de estas naciones?

Ante cualquier mirada es cruel y abusivo visualizar a un pequeño o pequeña caminando por horas, padeciendo sed, hambre y enfermedades a causa de los bruscos cambios de temperatura. Y si llegan, pensarlos  detenidos en la frontera, siendo testigos y víctimas  de las medidas de detención por parte del gobierno estadounidense. Dentro de lugares que fueron diseñados para retener a adultos, sin el cuidado que exige un niño y niña enfermos, tal como parece fue el caso del menor Felipe Gómez.

Foto: Central American migrants find quarter in southern Mexico. Peter Haden

Los imaginamos ahí, sin poder dormir, con la misma esperanza que sus padres para llegar a un lugar cálido y no ser separados de sus familias. Esperando no ser repatriados con toda la estigmatización que cargan al regresar a su país. Madurando a zancadas enormes.

Al retornar, se lacera su situación educativa y económica. Son condenados a crecer entre intentos continuos para cruzar a Estados Unidos o resignarse e iniciarse en alguna pandilla. En este escenario “los que se quedan”, mujeres, niñas, niños, ancianos, viven de la esperanza.  Viven de las noticias retrasadas y con el miedo constante. Trabajando de manera informal, obteniendo ingresos mínimos y esperando el siguiente intento. En este espiral de pobreza y violencia no queda mucho espacio para planear el mejor futuro para los hijos e hijas de las familias de estos países.

Cabe aclarar que de ninguna manera se está alentando aquí la idea de exponer a cualquier infante a los riesgos que el migrar produce. Rechazo completamente que sean usados como “pase” hacia Estados Unidos, que en el caso de los niños y niñas no acompañados, sean atrapados para algún delito que atente contra su vida.

Pero entonces, ¿qué acciones se deben tomar para salvaguardar su integridad?. El caso de Felipe es lamentable, pero si hubiera cruzado sin detención, si hubiera llegado al país donde todos ellos creen les esperan mejores oportunidades, ¿no hubiera tenido Felipe un futuro más esperanzador que en Guatemala?

A estas alturas no se sabe cuál es el mejor lugar para que un niño y una niña crezcan como merecen. No hay lugar seguro ni espacio que cubra todos sus derechos ni necesidades básicas.  Me parece que al menos, el migrar les alimenta los sueños.

 

*Con información de El Universal, UNICEF y Notimerica.com

 

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