El fin del Antropoceno

Una reflexión acerca del poemario Apokalipsis de Arnulfo Vigil

Por Isaac Gasca Mata[1]

La postmodernidad y su inmanente multiplicidad de discursos ha permitido que en los últimos años estilos, ideas, y corrientes de pensamiento se fusionen para sustentar expresiones que antaño parecían irreconciliables. En la literatura actual no hay periferias, no hay márgenes, centros ni perspectivas unilaterales. Al contrario, hay una representación caleidoscópica del mundo y la Historia. Al respecto, el sociólogo francés Gilles Lipovetsky considera que:

“El postmodernismo se rebela contra la unidimensionalidad del arte moderno y reclama obras fantasiosas, despreocupadas, híbridas (…) no tiene por objeto ni la destrucción de las formas modernas ni el resurgimiento del pasado sino la coexistencia pacífica de estilos, el descrispamiento de la oposición tradición-modernidad, el fin de la antinomia local-internacional” (Lipovetsky, 2003: 122)

   

Bajo el amparo de este panorama ecléctico, Arnulfo Vigil (Montemorelos, 1956) practica una labor poética donde lo sacro se confunde con lo profano, el lenguaje bíblico con el rock, arcángeles con jugadores de fútbol y la lucha libre con saberes religiosos monoteístas.

 El libro Revelación, del nuevo testamento, es el tema principal de los veintidós poemas que conforman la colección Apokalipsis (Ed. Oficio) que el poeta Arnulfo Vigil envió a la imprenta en 2016. Algunas generaciones atrás, la lectura del apocalipsis generaba más morbo que temor en los curiosos que interpretaban la sabiduría de aquellas palabras. ¿Cuándo ocurrirá?, ¿Me tocará?, ¿Lo veré o me lo platicarán? Más de uno perdió el sueño ante las imágenes dantescas que la lectura sugería. El aparato religioso se aprovechó de tal credulidad para sacar jugosas recompensas para aliviar con paliativos espirituales el temor de los feligreses. No obstante, nunca ocurría el desenlace, nadie sufrió los tormentos que advertía la Biblia para los pecadores. Y así pudo continuar por los siglos de los siglos… hasta que la revolución industrial, la expansión del capitalismo voraz, la contaminación de los mantos acuíferos, la proliferación de automóviles, la tasa de natalidad y los mares de basura acercaron a la especie humana al final de sus días, el fin de los tiempos para nuestra forma de vida.

La actual generación está al borde del colapso, como ninguna otra estuvo en el pasado, pues el escenario que plantea la comunidad científica advierte una catástrofe global y no un problema regional. No fue la mano de un Dios omnipotente la que envió la destrucción a este planeta; fue el ansia autodestructiva del género humano. En este punto, es difícil no recordar aquella declaración de Robert Oppenheimer después de comprobar la potencia de la bomba atómica en Alamogordo: “Ahora me he convertido en Muerte, el destructor de mundos”, una confesión que resonaría en la conciencia humana tan solo unas décadas después.

Arnulfo Vigil realiza una reflexión acerca de los problemas que enfrenta el mundo contemporáneo con un lenguaje que oscila entre lo lírico y lo profético. En sus páginas se mezclan ciborgs, alimentos transgénicos, contaminación de ríos, deforestación de selvas, enfermedades cutáneas y muerte.

“y las frutas, los granos, ya no nacerán a la luz del sol

sino en laboratorios, en almácigos con incubadoras

(…)

Y eso es lo que estás comiendo ahora junto a los tuyos

y mientras lees estos mensajes los humos de las fábricas

alejan las lluvias y el invierno, el planeta supercaliente,

los termómetros reventarán y el cáncer infestará la piel

y los ríos y los mares estarán inundados de peces muertos,

algas pestilentes, espumas venenosas, deshechos de fábricas.

Y los manantiales antes cristalinos serán légamos

                                                                                  purulentos

porque están alimentados con lluvia ácida y plomo.

Y no habrá agua, la gente morirá de sed y los países harán

la guerra del agua como antes lo hacían por el petróleo…”

(Vigil, 2016: 19)

 

Para nadie es un secreto que el calentamiento global, consecuencia del consumo inmoderado de plásticos, metales y derivados del petróleo, está provocando una extinción masiva de especies animales. Por motivos comerciales, los hábitats se degradan, se transforman, en el peor de los casos desaparecen y las especies de mamíferos, peces, aves o reptiles son obligadas a huir a espacios cada vez más reducidos, a replegarse como víctimas de la guerra que el capitalismo tardío le declaró a la naturaleza. Para ejemplificar basta mencionar el ecocidio que ocurrió en agosto de 2019 en la selva amazónica, donde granjeros y políticos quemaron miles de hectáreas de jungla para convertirlas en pastizales donde engordarán a las reses para consumo humano sin considerar los efectos negativos que los incendios provocaron en el clima ni el sufrimiento animal que implican. Esta guerra desigual que protagoniza el consumismo y su afán autodestructivo está representada a diversos niveles en los versos de Vigil: “Y las mismas aguas contaminadas con sulfatos, óxidos/ detergentes -las sustancias del infierno industrial-/ convertirán los peces en lagartos y los lagartos serán…” (Vigil, 2016: 19). En su libro De animales a dioses (2018), Yuval Noah Harari afirma que las únicas especies animales que se salvarán del cataclismo del plástico serán las vacas, los cerdos, los pollos, porque crecen en granjas, porque son nuestra reserva de proteínas. La fauna silvestre está condenada a perecer ante la devastación. “Entre los grandes animales del mundo, los únicos supervivientes del diluvio humano serán los propios humanos, y los animales de granja que sirven como galeotes en el Arca de Noé” (Harari, 2018: 92).

En esta crítica a la sociedad contemporánea, los automóviles, grandes precursores de la contaminación atmosférica, no podían minimizarse. Esos bólidos que con su humo infecto intoxican el aire que respiran los seres vivos, causante de numerosas enfermedades en las vías respiratorias, se describen en el poemario de Vigil quizá para crear consciencia acerca de la huella ecológica que el automóvil imprime en el ecosistema. En la actualidad, a pesar de toda la información que circula por medios digitales, la mayoría de gente continúa comprando automóviles, agravando el problema. Pareciera que el automóvil es una señal de éxito que necesitan los microcéfalos para sentirse realizados. Y en su afán suicida, no les importa adquirir una deuda o denigrar aún más la calidad del aire que respiran sus hijos con tal de sentirse triunfadores, pues ni siquiera es para aligerar el tiempo de traslado ya que cientos de conductores atascan las carreteras provocando embotellamientos masivos que repercuten en la calidad de vida de los habitantes de las grandes urbes.

“…y vendrá otra plaga más fuerte y poderosa,

de colores varios, arrojando luces por los ojos,

(…)

Inundará Babilonia y Patmos y Madrid,

comerá el óleo sacado de las entrañas de la tierra

y arrojará humo venenoso que pintará de negro las nubes,

causará enfermedades mil y será tanta su cantidad

que los ciudadanos no podrán caminar y los bichos

se estrellarán unos contra otros causando la muerte”

(Vigil, 2016: 40) 

Sin afán alarmista, más bien como un reflejo exacto de la realidad actual, el poemario anuncia el fin del Antropoceno, el esperado apocalipsis cuya advertencia ya no se encuentra en libros sagrados o anécdotas religiosas, sino que ahora está en todas partes y en cualquier momento. La cultura de masas ha reflejado en películas como Wall-E, del director Andrew Stanton, el desenlace del problema que los políticos y la sociedad se niegan a afrontar: la desaparición de la especie humana hundida en el mar de su propia podredumbre. Ante esta situación, tanto en el libro como en la película, las únicas sobrevivientes de la catástrofe serán las cucarachas.

“Una plaga conformada por cientos

de millones, con hambre comerá lo

que encuentre a su paso, orgánico e

inorgánico y a las de su misma especie

y transmitirá todo tipo de virus y bacterias.

(…)

…todos los esfuerzos

serán en vano e insultarás a tu dios,

por qué, dios mío, por qué, pero tu dios

no te hará caso y pedirás auxilio

a todos los santos pero todos los santos

no te harán caso, esa plaga vivirá por siempre,

tú no.”

(Vigil, 2016: 24)

 

Afortunadamente podemos afirmar que no todo el libro tiene un tono desolador. Hay fragmentos humorísticos que motivan la sonrisa del lector y actúan como un equilibrio irónico que permite la lectura del texto como un ejercicio literario de primer nivel en la poesía regiomontana y no como un dogma obsoleto como los que solían regodear a los predicadores de antaño. Fragmentos valiosos como cuando el autor enlista a los luchadores mexicanos como prototipos heroicos. Los versos son emocionantes, vívidos. Y lo son más para quienes han tenido el placer de visitar una arena de lucha libre. Los gritos de la multitud, las porras, los insultos y groserías se reflejan magistralmente con una gran dosis de humor.

“Y las multitudes clamarán

sangre, más sangre, mátalo, golpéalo,

y muchos querrán participar

en los combates pero no podrán

porque no han sido entrenados.

Las batallas serán pactadas

sin límite de tiempo

y los jueces no podrán meter paz”

(Vigil, 2016: 25)

 

En conclusión, el poemario Apokalipsis (OFICIO, 2016) del escritor regiomontano Arnulfo Vigil es un libro contundente que provoca la reflexión y utiliza el verso libre para otorgar fluidez al pensamiento. Recomiendo su lectura en voz alta. Este libro hace bien al horizonte poético mexicano porque el tema y el lenguaje, así como sus expresiones son muy diferentes a las propuestas de la mayoría de creadores de la nación. Es un libro que propone la discusión de un tema álgido, actual, y en él no encontramos los lugares comunes, las expresiones vacuas o el lenguaje incomprensible que tanto daño han causado a la poesía actual. Al terminar de leerlo me descubrí emocionado como hace tiempo no me ocurría después de la lectura de un poemario y sonreí porque su calidad literaria me motivó a repetir aquel viejo refrán que asegura: “Nunca juzgues a un libro por su portada”.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

HARARI, Yuval Noah (2018). De animales a dioses. México. Ed. Debate

LIPOVETSKY, Gilles (2003). La era del vacío. España. Ed. Anagrama

VIGIL, Arnulfo (2016). Apokalipsis. México. Ed. Oficio

 

[1] (Los Cabos, Baja California Sur) Ensayista, cuentista, y profesor. Estudió la licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Escribe ensayos, poemas y cuentos que ha presentado en diversos foros a nivel nacional e internacional. Es autor de los libros Ignacio Padilla; el discurso de los espejos (BUAP, 2016) y Tristes ratas solas en una ciudad amarga (UANL, 2019). Beneficiario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA), generación 2019.

 

 

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