Política y literatura. Cuando convergen en una estación del año sin una esquina rota

Foto tomada de alsur.eltelegrafo.com.ec

Por Stephanie Fernández

  1. Introducción

No, no, no acabo de salir de un reclusorio, sólo pienso en lo que hizo que los pintores surrealistas dijeran que México es el país surrealista por excelencia. Lo entiendo… Y cuando digo que no acabo de salir del reclusorio es porque es cierto, pero me imagino que si uno saliera de la cárcel y se subiera en el camión le parecería “surreal” o curioso que mientras uno espera ir sin ningún inconveniente a su destino se subieran dos músicos, con su flauta y su acordeón, a tocar música gitana y mexicana (según sus propias palabras) mientras otro señor se sube a vender alegrías y amarantos al grito de lleve sus ricas alegrías o amarantos, cinco pesos, consideraría que, efectivamente, es algo que no se vería en otro país, aunque tal vez no haya salido de México, como yo, cuya imagen de otros países justifica la imaginación que da la literatura.

 

  1. Política

En los años 70 y 80, gracias al argumento de “seguridad nacional”, se dieron una serie de dictaduras en el Cono Sur de América Latina. Paraguay, con Alfredo Stroessner; Brasil, con una dictadura militar desde 1964; Bolivia, con Hugo Banzer desde 1971; Chile, con Augusto Pinochet, quien el 11 de septiembre de 1973 quitaría del ejecutivo a Salvador Allende, el cual ejercía un gobierno socialista elegido democráticamente; en Argentina, el 24 de marzo de 1976, Jorge Rafael Videla, apoyado por una junta militar, derrocó al gobierno de María Estela Martínez (aunque Argentina había tenido sólo breves periodos democráticos); en 1973 Uruguay sucumbiría a la dictadura de Juan María Bordaberry, quien, curiosamente, había sido elegido de manera democrática.

Antes de que Uruguay pasara a ser una dictadura había tomado “medidas prontas de seguridad” que comprendieron los periodos desde el 13 de junio de 1968 hasta el 26 de junio de 1973. Poco a poco, Uruguay iba transformándose según los deseos militares que le habían sido encomendados desde Estados Unidos de América. “Inspirado” en el marco ideológico de la doctrina de seguridad nacional, el 27 de junio de 1973, el presidente electo, Juan María Bordaberry, suspendió las garantías individuales, encabezó un gobierno de facto denominado cívico-militar, habiendo compartido plenamente la filosofía de golpe de Estado y el papel de los militares, lo cual se desprende de sus propias manifestaciones efectuadas públicamente[1]

Fue hasta los años 80 que se supo acerca de la Operación Cóndor, la cual se distinguió por reprimir a la contrainsurgencia; seleccionaba a sus víctimas de acuerdo a sus perfiles considerados de “izquierda”, es decir, “comunistas”. La Guerra Fría que había vivido Estados Unidos provocó que buscara aliados en Suramérica para poder ampliar su seguridad nacional, aparentemente los presidentes estadounidenses que subieron al poder después de dicha guerra mandaron instrucciones militares e ideológicas a seguir para los aliados latinoamericanos, lo que detonó en las dictaduras latinoamericanas, las cuales eran dirigidas por la Central Intelligence Agency (CIA). Volodia Teitelboim sostenía que con la ayuda del Cóndor, los dictadores espían a los emigrados políticos latinoamericanos, los persiguen y los matan.[2]

La Operación Cóndor fue un acuerdo multilateral entre las dictaduras de seguridad nacional del Cono Sur dentro del sistema continental de contrainsurgencia promovida por Estados Unidos. En noviembre de 1975, Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay firmaron un pacto que permitía a sus fuerzas de seguridad coordinar la represión contra los exiliados políticos del Cono Sur por fuera de sus fronteras nacionales y atentar contra destacados dirigentes con influencia en la opinión pública internacional, incluso en Europa y Estados Unidos. A los países miembros iniciales se sumó, al poco tiempo, Brasil, quien había asistido como observador.[3]

 

  1. Literatura

Claro, seguramente ningún escritor de literatura desearía inspirarse en la política, y menos cuando ésta tiene que ver con las dictaduras, pero es así, porque invade, permea en la vida de los escritores sin que ellos hayan querido inmiscuirse en lo más mínimo; la política los obliga. El caso Gelman vs Uruguay es uno de esos casos en los que la política interfiere en la vida porque cree que es su deber. Muy seguramente el poeta Juan Gelman no quería que su hijo fuera torturado y asesinado, ni tampoco quería que su nuera fuera torturada y asesinada, y mucho menos quería que su nieta (a quien conoció cuando ella tenía 23 años) fuera sustraída de sus padres, ni de que hubiera sido su natal Argentina (que terminó por convertirse en su natal Uruguay).

            ¿Y qué tiene que ver esto con la literatura? Todo, porque hay quien en su deseo de conocer lo que pasó, o en su deseo de sublimar para no odiar, escribe:

Dentro de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración. Poco antes o poco después de tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de un tiro en la nuca disparado a menos de medio metro de distancia. Él estaba inerme y lo asesinó un comando militar, tal vez el mismo que lo secuestró con tu madre el 24 de agosto en Buenos Aires y los llevó al campo de concentración Automotores Orletti que funcionaba en pleno Floresta y los militares habían bautizado “el Jardín”. Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron –y a vos con ella– cuando estuvo a punto de parir. Debe haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar… Han pasado 12 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada se sabe de tu madre. En cambio, en un tambo de grasa de 200 litros que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al río San Fernando, se encontraron los restos de tu padre, 13 años después. Está enterrado en La Tablada. Al menos hay con él esa certeza. Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli, de la Secretaría de Estado del Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces me pregunto cuál ha sido tu destino. Me asaltan ideas contrarias… El dilema se reiteraba cada vez –y fueron varias– que asomaba la posibilidad de que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran encontrado. Se reiteraba de manera diferente, según tu edad en cada momento. Me preocupaba que fueras demasiado chico o chica –por ser suficientemente chico o chica– para entender lo que había pasado… Ahí están las Abuelas y su banco de datos sanguíneos que permiten determinar con precisión científica el origen de hijos de desaparecidos. Tu origen… Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera.[4]

 

La política obliga a que la literatura hable de ella; éste es sólo un caso de muchos. Mario Benedetti vivió la dictadura suramericana no en Uruguay, su país natal, se exilió a Argentina (vaya encuentro de literatura/vida real entre éste y Juan Gelman), posteriormente se fue a Perú y, por último, por obligación dictatorial, se fue a Cuba y después a España.

            En Primavera con una esquina rota Benedetti me ofreció una visión diferente de la dictadura militar suramericana. Mientras la realidad de la sentencia dictada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos me ofreció un panorama crudo para que supiera cómo había llegado a tal resolución, Benedetti me planteó una dictadura que quedó en segundo plano y que puso a los personajes (como los de la vida real) en un mundo donde sí habían podido vivir, alejados nada más por el encarcelamiento de Santiago, el personaje que desea con todo fervor volver a reunirse con su amada Graciela, quien después de tanto tiempo sin sentir el cuerpo de éste lo ha dejado de amar carnalmente, mas no lo ha dejado de amar; y con su hija, Beatriz, quien se siente más conectada con una patria que le dicen que no es suya, pero que conoce más de la que sí lo es.

            Estos personajes benedetteses reflejan lo que también siente el ser humano, porque a veces parece que cuando alguien es un “luchador social”, como en este caso, se tiene el deseo arduo de volverlo asexuado, como si esto hiciera que no tuviera ningún defecto ni ningún deseo, casi como un dios (rápido se olvida que los griegos hicieron a sus dioses iguales a los humanos, cuya única diferencia era que los dioses eran inmortales, pero también comían, iban al baño y tenían relaciones sexuales).

Beatriz es el personaje más entrañable de ese maravilloso libro, la que puede equipararse, sólo un poco, quizá, con María Macarena, nieta de Juan Gelman, aquel poeta a quien le mataron a su hijo y a su nuera, pero que pudo conocer a su nieta. Beatriz no tiene mucho en común con Macarena, porque Beatriz sí vive con su madre biológica y sabe que su padre está encarcelado no por un crimen, sino por sus ideas políticas; a diferencia de Macarena, quien durante 23 años creyó que vivía con sus padres biológicos hasta que supo que no, que desconocía una parte fundamental de su vida. Pero Beatriz, la personaje ficticia, y Macarena, la de la vida real, tienen un parecido increíble. Beatriz confía sobremanera en su abuelo, a quien le pregunta todo tipo de cosas, y Macarena conoció a su abuelo, al que quizá también volvió su confidente para preguntarle y poder conocerse mejor.

           

  1. El final

Juan Gelman se exilió en México, hizo de este país casi su segunda patria. ¿Habrá leído ese libro en particular de Mario Benedetti? ¿Se habrá sentido identificado en algo, lo más mínimo aunque sea?

Benedetti me descubre que esa primavera a la que se refiere es a una de las estaciones con las que Vivaldi nombró a uno de sus cuatro conciertos, una primavera con la que seguramente sería deífico hacer el amor, cuya posibilidad se rompe de una esquina cuando se es encarcelado por no creer que la dictadura es la mejor forma de gobierno. ¿Cuántos inviernos de Vivaldi habrá escuchado Juan Gelman esperando a que fueran rotos con la presencia de su hijo, de su nuera o de su nieta?

            Que quede claro, la literatura no tiene ningún deseo de hablar de la política, pero habla de ella porque la política la obliga, la influye, la desgarra, la tortura una y otra vez hasta que la literatura sucumbe y se resigna cual si fuera un ser indefenso, como si se olvidara de que gracias a ella el ser humano se ha podido transmutar de algo iracundo a algo divino.

No, no acabo de salir del reclusorio, sólo me pregunto si la realidad tan trágica como la del poeta Juan Gelman, la cual obtuvo un final bello, o una novela como la de Mario Benedetti, cuya ficción tan bella encuentra un final tan triste, podrían ser escritas en un país “surreal” en donde dos músicos, con su flauta y su acordeón, se suben a un camión a tocar música gitana y mexicana (según sus propias palabras) mientras otro señor se sube a vender alegrías y amarantos al grito de lleve sus ricas alegrías o amarantos, cinco pesos, para que la política y la literatura converjan en una primavera, verano, otoño o invierno sin una esquina rota.

 

 

[1] Sentencia del juez Roberto Timbal a Bordaberry y Blanco. 16 de noviembre de 2006. Memoria Viva. 17 de septiembre de 2018. http://memoriaviva5.blogspot.com/2008/12/sentencia-del-juez-roberto-timbal.html

[2] Apud, Calloni, Stella, Operación Cóndor, pacto criminal, Caracas, Venezuela, El perro y la rana, 2016, p. 42.

[3] Operación Cóndor. 40 años después, [dir. Baltasar Garzón Real], Buenos Aires, Argentina, Centro Internacional para la Promoción de los Derechos Humanos, 2016, p. 83.

[4] Apud, Juan Gelman, 13 de julio de 2011, Ariel Milanesi, 14 de enero de 2019, http://www.juangelman.net/2011/07/13/carta-abierta-a-mi-nieto/

Publicado en Literatura y etiquetado , .

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *