Riot Grrrl is not dead: Pussy Riot, nuestras salvadoras

Foto de @GiorgioDammit 

Video cortesía de Patricia Ireta 

Por Ma. Fernanda Lugo Vázquez[1]

Es imposible hablar de Pussy Riot como íconos contemporáneos sin hacer la relación con la escena punk, el “Riot Grrrl” y el feminismo contemporáneo. Asimismo, no podemos ignorar la gran influencia del Riot Grrrl como movimiento que revoluciona el punk, la música y el alcance del feminismo en la década de los 90. Mismo que aparenta estar perdido y sin rumbo al principio del milenio, pero que con el surgimiento de los espacios digitales de interacción y los medios globalizados parece tener un resurgimiento prometedor.

Terminaban la década revolucionaria de 1960 y una ola de música, manifestaciones y fanzines se avecinaba. La revolución psicodélica quedaba olvidada entre los callejones sucios de Londres y los bares infestados de hijos de inmigrantes. Algo disidente y rebelde se comenzaba a manifestar dentro de los amplificadores del CBGB. Algo llamado Punk. Durante la década de los 70, una serie de bandas emblemáticas, fanzines y demostraciones públicas le dieron pies, cabeza y botas a este movimiento. Con mucha representatividad musical y desobediencia civil, el punk empezó a tomar el mundo, en constante revolución, y proclamar la suya, una revolución con tintes anarquistas, colores oscuros y a la vez chillantes, música estruendosa y mucho descontento.

A la par del estruendoso sonido manifestándose a través del mundo, un movimiento comenzaba a originarse dentro de la población femenina, que compartía un sentimiento de hartazgo y ganas incontrolables de desobediencia. Surgiría la controversial “tercera ola feminista”. Durante la década de los 70, al interior de los campus universitarios norteamericanos se desató una ola de movimientos estudiantiles, institucionales y de reivindicación de minorías, además de una producción académica e intelectual resultado de estos. Fue así que se buscó visibilizar las opresiones de género desde diferentes ópticas, además de diversificar la visión de estas opresiones, reconociendo a la colectividad de mujeres como minoría social. Sin embargo, existieron muchos cuestionamientos y críticas posteriores debido al protagonismo académico y privilegiado, además de la adecuación de ciertos grupos a la agenda neoliberal; por lo cual, diversos colectivos y organizaciones se distanciaron de la faceta más pública e institucional del movimiento. De tal forma que lo que comenzó como una unión implícita entre conversaciones de las universitarias de Berkeley, terminó como un movimiento señalado por otros colectivos que buscaban la reivindicación social, y atacado por la opinión pública.

Empero, a la par de la creciente insurgencia femenina, la vena latente del punk continuaba proliferando dentro de la escena musical, encontrando cabida como subcultura y dividiéndose en ramas, como el mismo feminismo de la época. Estos procesos se veían englobados en un marco general de sentimiento de descontento hacia los sistemas políticos, las clases dominantes y  otros paradigmas tradicionales, previamente cuestionados en la década de los 60.

Con la trágica muerte del disco, el punk se fue disipando de la escena musical, con nuevos géneros surgiendo como el post punk y el grunge, los cuales podían adecuarse a los tiempos presentes con el (sobre)uso de sintetizadores y una rebeldía más desaliñada y menos política. La misma y triste metamorfosis sufría la ola feminista estallada en la década de los pantalones acampanados; con logros considerables se iba a casa, como la despenalización del aborto en múltiples países, la producción de incontable literatura feminista, y la institucionalización académica de los estudios de género; provocando sustanciales cambios sociales, así como una terrible incertidumbre en las décadas por venir.

Bajo la misma bandera de la contracultura y el discurso contestatario, el Riot Grrrl surge en la década de los 90 en respuesta a una serie de condiciones tales como: una escena excluyente y misógina dentro del punk rock, tanto en su música y sus prerrogativas ―“punks are not girls”― como en sus espacios; así como una crisis del feminismo académico y liberal, aunado a una resistencia institucional a adoptar políticas con perspectiva de género. Así, se leía en la revista Time en 1998: “Is feminism dead”; estará el feminismo muerto era preferible preguntar antes de vislumbrar el impacto potencial del movimiento creciente.

A diferencia de los inicios del punk, el riot grrrl comienza con fanzines feministas como un medio de divulgación y sintetización de información, utilizando las herramientas artísticas como un medio de expresión del sentimiento de inconformidad y alienación por parte de mujeres jóvenes ante un feminismo recluido en los espacios elitistas de conocimiento, o un feminismo que cada día se incorporaba más a la agenda neoliberal, diluyendo y trivializando la opresión de las mujeres. Es así que, durante la década de los 90, incontables fanzines se comienzan a reproducir e intercambiar por mujeres jóvenes concentradas principalmente en E.E.U.U.

Dentro de los fanzines se utilizaban elementos estéticos del punk como el collage, la estética contracultural o “anti-estética”, tipografías llamativas, colores provocadores, con una mezcla de elementos híper feminizados por la cultura popular, desde iconos, anuncios, y colores. El riot grrrl comenzaba a acuñar una estética rebelde, resiginificando los símbolos culturalmente femeninos, ultrajándolos con simbología rebelde e inapropiada, usualmente con mensajes feministas en respuesta a la supuesta muerte del feminismo y en un esfuerzo de sacar las reflexiones feministas de los campos privilegiados; tratando de interpelar a la ira, las experiencias y los sentimientos de las mujeres. Así comenzaba a adquirir forma el riot grrrl, nombre obtenido gracias a los mismos fanzines.

A pesar de la producción de múltiples fanzines, los mensajes tenían un impacto insuficiente, ya que su elaboración e intercambio estaban concentrados dentro de una parte de Norte América, especialmente en Washington D.C. Lo que una de las principales creadoras de fanzines, Kathleen Hanna, enfrentó formando una de las bandas más importantes ―si no es que  la más importante― del riot grrrl, Bikini Kill, bajo el mismo nombre de su fanzine.

Aprovechando la fragmentación toxica del punk y los ataques a los colectivos feministas, bandas como Bikini Kill, Bratmobile, Sleater Kinney, toman elementos básicos de este género para posicionarse ante una escena que históricamente no tomaba enserio a las mujeres, para hacer escuchar sus voces bajo discursos altamente influenciados por el feminismo. “Dejaban de hacer la música un escapismo y la estaban centrando en la realidad”[2]

Es prudente decir que después de la década de los 90, el riot grrrl comenzó a desvanecerse tanto en la producción musical como de fanzines, sufriendo la misma fragmentación que padeció el punk en su momento. Una de sus principales representantes, Kathleen Hanna, se reubicó dentro de la música independiente; las demás agrupaciones comenzaron a perder relevancia dentro de la escena musical y la euforia una vez provocada en los conciertos con asistentes casi en su totalidad mujeres, se veía disiparse. Así, las jóvenes rebeldes universitarias empezaban a crecer, mientras que la misma producción musical se fue enterrando en el olvido, bajo el discurso de la incapacidad de adaptarse a la escena cambiante y camaleónica del rock. Incluso, dentro de los espacios consagrados del feminismo, se minimizaba el aporte del riot grrrl al movimiento feminista como tal. Surgía la misma incertidumbre que a principios de los 90, ¿será que el mundo no se pudo adaptar al riot grrrl?

Ante el paso de los 2000, las prioridades de la escena punk (casi muerta) y la agenda feminista se distanciaban cada vez más; el riot grrrl, como un puente entre los dos, al borde de colapsar. Por lo cual, la llegada de Pussy Riot a los medios globales se puede describir como casi anacrónica. Tres mujeres apresadas por la realización de un performance ―considerado esencialmente blasfemo― en la catedral de Cristo Salvador fue la notica revolucionaria que estallaba en las pantallas de miles de personas alrededor del mundo, noticia que gritaba “el riot grrrl no está muerto”. A escalas globales, fue observable cómo resurgía la energía femenina que impulsó aquellas presentaciones en D.C.

Pussy Riot es un colectivo feminista punk (autoproclamado), que opera bajo la realización de protestas, utilizando el performance como herramienta, en el espacio público. Performance que han realizado en las Olimpiadas de Sochi (2014), La catedral de Cristo Salvador (2012), y el más reciente en el Mundial de futbol (2018). El colectivo produce también música original con evidentes influencias punk y riot grrrl, bajo la cual se concentran sus principales mensajes de oposición, desde derechos de las mujeres, contenido feminista radical, derechos de la diversidad sexual y genérica, además de una clara oposición al régimen de Vladimir Putin.

Bajo las letras “virgen María, hazte feminista”, se irrumpió en la catedral con el uso distintivo de indumentaria provocadora de guerrilla para el performance (pasamontañas) y el uso de elementos y colores híper femeninos de vestimenta. Acción que garantizó una sentencia de formal prisión por hooliganismo a tres mujeres integrantes del colectivo, misma que brindó atención de activistas, organizaciones de derechos humanos, gobiernos foráneos, artistas y prensa global, las cuales presionaron hasta que fueran liberadas. “Free Pussy Riot”, se leía en la espalda de Madona durante una presentación en Moscú.

Al ser liberadas y aceptadas como refugiadas políticas, el colectivo siguió con su producción musical y continuó el accionar disidente a través de diversas formas artísticas (cinematografía, fotografía, performance, música, etc.), gran parte dentro de medios digitales y plataformas de redes sociales. Asimismo, continúan resistiendo bajo un discurso inalienablemente feminista. “Por las mil 777 cruces rosas de Ciudad Juárez […], por las indígenas zapatistas en resistencia, por nosotras aquí y ahora quienes enfrentamos el machismo cada día en nuestro país”, decía el colectivo durante su presentación en la Ciudad de México.

El futuro del riot grrrl es terriblemente incierto. Han surgido nuevas discusiones que plantean más géneros musicales dentro del movimiento, con el fin de generar representatividad latinoamericana; se afirma que ahora las exponentes feministas de la cumbia y el rap (como Rebeca Lane y Jezzy P) brindan una renovación tanto musical como racial al riot grrrl, mientras tanto, el punk se resiste a separarse del movimiento en general.

Ante tanta incertidumbre y discusiones, la retórica permanece ¿Serán las Pussy Riot quienes nos han venido a salvar en respuesta a nuestras plegarias punks?

 

[1] Estudiante de sociología y analista de mercado. Ha participado como ponente en congresos nacionales de sociología múltiples veces.

[2] Carrie Brownstein, miembro de Sleater Kinney

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