Saúl Tapia Ayala | Poemas

Saúl Tapia Ayala (CDMX, 1988). Psicólogo por título, maestro por oficio y poeta de nacimiento. Ha participado en talleres literarios, pero la poesía se la ha dado la vida, en sus escritos celebra las emociones, los vicios, las virtudes y las realidades humanas. 

 

Oficio de poeta

No es que escudriñar abriendo

a filo el cuerpo me aburriera,

tampoco desprecio a aquel que ofrece simposios

ante ojos desmesurados,

curiosidad siempre me ha causado,

la suerte del que toca las flores y sabe lo que piensan,

y qué decir de aquellos a los que se les dio

una brújula en lugar de pies.

A veces (¡vaya envidia!) pienso mucho en cada fragmento

del cerebro iluminado y los movimientos que con dedos

se dibujan, entre los que la música fue destino,

también (y es triste), pena me da no haber sido tejedor de colores,

movedor de conciencias, y qué decir del que compra una isla

o la vida de un mendigo.

Tal vez pude haber sido tramoyista de ficciones,

pintor de reputaciones intachables,

trazador de cielos y caminos;

especialista en el reporte de verdades;

pude haber sido arquitecto de universos,

dirigente de emociones,

maestro de arma y fuego…

Pero decidí ser poeta.

 

 

Que sean ellos 

Que sean los niños los que digan la palabra verdadera,

los que repartan el pan,

los que dividan la tierra,

que sean ellos los que ofrezcan parlamentos,

quienes expongan las dudas de la filosofía

y narren las mentiras de los libros de historia.

Que sean los niños quienes discutan la ciencia,

los que dialoguen la guerra,

que sean los niños quienes enseñen todas las tablas de multiplicar,

los que definan el bien y el mal;

lo que va arriba y lo que va abajo.

Que sean los niños quienes dominen los tribunales,

y que en cuadernos de cuadro chico enumeren del uno al diez las leyes,

que sean los niños los que nos limpien la frente,

quienes nos saquen las espinas,

que sean ellos los que cuenten cada una de nuestras lágrimas;

que sean los niños los que perdonen,

los médicos que sanen la enfermedad y las heridas,

los que midan las distancias y construyan las fronteras.

Que sean los niños quienes estén a cargo de los bosques y manantiales,

quienes escriban toda la poesía

los que convoquen revoluciones,

quienes enciendan el fuego,

que sean, que sean

que sean los niños.

 

 

Petición a un fantasma 

Dicen que los fantasmas desaparecen, 

pero a mí me persigue a diario; 

en el transporte, cuando la rutina echa a andar

los engranes de esta máquina de trabajo, 

en el parque, cuando desesperado disimulo

un par de risas, cuatro palabras y un saludo.

Lo he visto seguirme entre las calles más oscuras de la urbe 

donde están los adoradores del sufrimiento, 

cuando sentado en la mesa de la taberna, 

alimentándome de alcohol, trato de estar alegre;

así ha transcurrido la tortura, entre la presencia de su

fantasma y el implacable golpe de su ausencia.

No recuerdo en qué momento me acostumbré

a verlo discurrir por lo ancho de mi lecho, 

a su mirada con la que parece compadecer mi cuerpo estéril, 

a su silueta intocable que se escapa como arena entre mis dedos.

No sé cuándo ni cómo me acostumbré, 

tal vez fue después de que la soledad se acomodó en mi espalda, 

cuando el ayuno me partió los huesos, 

cuando esta piel se convirtió en una mancha amarillenta, 

o cuando mi rostro se tornó en aquella cosa larga, pálida y sin forma, 

(con huecos en lugar de ojos) 

por todas las noches que el llanto se transformó en vigilia.

Tal vez si me escuchara, le podría implorar su partida, 

que deje en paz a esto que alguna vez fue un hombre, 

o al menos que le diga a ella que la extraño, que la espero; 

que la muerte me va a alcanzar si no regresa

 

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Un comentario

  1. «No sé cuándo ni cómo me acostumbré, tal vez fue después de que la soledad se acomodó en mi espalda»

    esta frase en particular llamó poderosamente mi atención, muy buenos escritos, ojala se sigan compartiendo.

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