Necesitamos un nuevo índice para determinar al pobre o la pobreza

Por Francisco Tomás González Cabaña

Tal como si fuesen simples comentadores de lo que nos ocurre, nuestra clase dirigentes, y sobre todo quiénes fueron votados para asumir determinadas responsabilidades políticas, nos advierten que la pobreza aumentará dramáticamente tras los efectos, principales, como secundarios (confinamiento) de la pandemia. Necesitamos mucho más que esta función relatora, narradora y comunicacional de nuestros políticos y los suyos (amigos, adeptos, militantes, familiares, asesores y todos los que conforman los nudos). Esta versión periodística de la política, genera, además, que el periodismo pregunte muy poco y lo haga poniendo el eje en aspectos que tal vez sólo sean rutilantes para ellos y para los políticos, dejando en el margen de la excepción al populoso campo de los múltiples, de los ciudadanos, de los habitantes, del pueblo, de las muchedumbres y masas, que ya demasiados problemas tienen como para denunciar que no están sus intereses representados, dignamente, con los políticos comunicando o con los periodistas haciendo política de medios.

Los índices de pobreza, complementados con índices de desarrollo humano y demás aspectos que miden, a través de números, variables objetivas, concretas y determinadas, fijan la condición del estudiado como un mero resultante, como un sujeto privado de su condición de tal. Nos brindan ecuaciones que nos hablan de consumidores en lugar de personas. A partir de este diagnóstico fallido o carente de lo esencial, se articulan o se constituyen proyectos y programas de gobierno tendientes a resolver la problemática, que confusamente queda reducida a una mera y huera cuestión administrativa o de administración. 

Que una persona no pueda comer todos los días, no tiene únicamente que ver con ello mismo. Es decir, no podemos medir esta desgracia solamente si nos interesa el valor proteico de su dieta o cada cuánto ingieren determinados alimentos. El principal drama que atraviesa una persona en esta situación es que tiene cercenada su libertad mínima, básica e indispensable. El punto es que la pobreza en verdad (de acuerdo a nuestra conjetura) tiene estricta relación o es indiscernible frente al grado de libertad que tenga un individuo para desarrollar ciertas actividades, que además de las básicas, implique lo que pueda realizar en un contexto global en donde se podrían establecer al menos diez ítems. Es fundamental que comprendamos que si proponemos la elaboración de un índice con estas características, partimos de la base filosófica de la cuestión, pero no para quedarnos con ella, sino para instrumentalizarla, como una herramienta que nos sirva mucho más de lo que nos vienen sirviendo los índices clásicos o tradicionales. Hacemos eje crítico en esto mismo, dado que en su noción estadística, todo índice debe poseer valores numéricos, pero necesariamente debe partir de un aspecto conceptual. Precisamente de esto carecen los índices de pobreza que producen diagnósticos a partir de los cuáles, con tal diagnóstico errado, impreciso o inexacto, se generan políticas públicas, de administración, de distribución o de producción de recursos, que no resuelven ni resolverán la problemática de la pobreza, dado que no está enfocada, tratada, estudiada ni, por ende, medida en su relación fundamental.

El nuevo índice que proponemos debe ser un cuestionario, básico, sencillo, que tenga como objeto brindar un resultante, de acuerdo a no más de diez preguntas. Claro que éstas no tienen que tener como finalidad determinar niveles de consumo, de ingresos o de salarios, ni única ni prioritariamente. Pueden figurar, sí, como una de las preguntas más, pero no dejando de lado la vinculación de un ciudadano con la posibilidad de tomar contacto con un valor cultural, con la cantidad de reuniones, o intercambios, por la modalidad que fuere, que tuvo o tiene y lo enriquecen en su condición de humano. Este índice nuevo debe medir la posibilidad del sujeto con actividades deportivas, lúdicas, recreativas y de ocio creativo. El cuestionario debe reflejar si el sujeto posee condiciones concretas de modificar realmente su vestimenta, el hogar en donde vive, los medios de transporte que utiliza y de qué manera determina, si es que puede, las prioridades como para que su vida se organice y cuánto puede elegir al respecto. Estudios, capacitación y accesos al conocimiento tano teórico como práctico, debe ser soslayado, cómo la dinámica laboral en el caso de que se encuentre en alguna o que haya pretendido o pretenda. 

Podríamos aprovechar este tiempo para dejar ese lugar de confort de simplemente comentar y narrar lo obvio. Podríamos anudar la vinculación de la pobreza con el nivel de libertad, bajo un cuestionario de características como las presentadas, que nos hagan comprender la importancia vital de que lo numérico es un subproducto de lo humano, que ha sido, es y será, en principio, verbo, palabra, logos.

Lograríamos, además de contar con políticas pública más acertadas y atinadas, entender que la pobreza no es una problemática individual, de grupos, de sectores o de lo que determina una variable numérica, sino el principal desafío que desde un tiempo a esta parte tenemos los seres humanos para considerarnos, o no, integrantes de un todo colectivo, que sin perder identidad, asuma la cuestión del otro como la cuestión de lo propio. 

 

 

 

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