¿Qué es la riqueza interior?

Por Mauricio Torres Peña[1]

Es frecuente encontrar en películas, libros o series de televisión menciones sobre la importancia que tiene la “riqueza interior” de las personas. Siempre se señala que lo esencial y meritorio que tiene alguien es lo que almacena en su “interior”, un término muy usado, pero poco explicado, sin embargo, algunas personas lo definen como “la forma de ser” de cada uno, lo cual es correcto, parcialmente, porque implica otros elementos más.

Víctor Frankl, en su libro El hombre en busca de sentido, mencionaba que las personas con una riqueza interior bien trabajada por la vida intelectual, disponían de mayor capacidad de tolerancia y resistencia frente a las condiciones hostiles e inhumanas de un campo de concentración. Eran capaces, pues, de soportar todo el sufrimiento de las circunstancias siempre y cuando sus condiciones físicas lo permitieran, no solo les proporcionaba esperanzas para motivar su sobrevivencia, también sostiene que los ayudaba a entender y apreciar otros elementos muy rezagados en su vida cotidiana, como por ejemplo, el arte[2].

Esa riqueza interior de la que hablaba Frankl es, en esencia, lo que somos, es aquello que nos permite afrontar la existencia, siendo la sumatoria de un aprendizaje personal labrado a lo largo de nuestra vida y en la que interfieren factores religiosos, instructivos, familiares, morales e interpersonales, ya que nuestra autopercepción nos concede una “manera de vernos a nosotros mismos” muy particular que guía conductas de consumo, de convivencia y de formación. En algunas ocasiones es aquello a lo cual nos aferramos para afrontar algunas fluctuaciones de la autoestima y de las crisis de distinta naturaleza, ya sean emocionales, financieras, personales, etc. Entonces ¿Qué es la riqueza interior?, podemos definirla como el “sistema de valores y creencias que posee una persona y que le permite entender e interactuar con el mundo de una manera personal y auténtica”.

Es un sistema de valores porque está integrada por un conjunto de códigos morales, de los que disponemos para limitar nuestras acciones, funcionando como brújula moral de nuestra conducta. Es un sistema de creencias porque todo lo que creemos y concebimos, estando bajo la influencia del rigor de la ciencia, de los dogmas religiosos, de la cultura o incluso de las tres simultáneamente, llega a conformar una perspectiva concreta de la realidad, siendo adquirida por el aprendizaje, ya sea inducido o voluntario. Por ejemplo, ampliar nuestro “horizonte de identidad” hasta poder identificarnos con los animales, por el hecho de aceptar que compartimos un considerable porcentaje de ADN debido a un antepasado común que nos vincula con ellos, o la creencia de las ventajas espirituales del bien cristiano.

Implícitamente, estas lecturas del mundo guían nuestras conductas, en el primer caso nos impulsan a ser más responsables con la naturaleza y con los animales, en el segundo caso nos llevan a ser más caritativos con el prójimo evitando también los actos maliciosos. Ese conjunto de creencias y concepciones caracterizan y moldean nuestra esencia a través de las acciones que tengamos bajo esas perspectivas, forjando nuestro concepto propio y nuestro perfil personal en el medio social[3].

La riqueza interior es el tesoro personal que uno mismo es capaz de poder asignarle un valor, como también es lo que nos da valor como personas en nuestro medio. No puede ser definida simplemente como una “forma de ser”, porque va más allá de nuestra personalidad, es lo que creemos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que entendemos de la vida y, sobre todo, es lo que nos vuelve dignos, porque, como decía Kant, la dignidad es el “valor interno” que nos da la categoría de persona válida, y toda esa riqueza interior es característica del humano, siendo un ser tan válido como lo que sueña o lo que piensa[4].

Esa cualidad no se hereda como los genes o como el patrimonio, al contrario, se adquiere y se construye con cada libro que uno lee, con cada interacción enriquecedora que tenemos con la naturaleza y con las personas, con cada experiencia independientemente de su repercusión positiva o negativa. Forma parte de un proceso formativo e informativo, que merece ser trabajado de manera prolija y permanente, filtrando lo constructivo de lo destructivo, sin descuido alguno, porque es el auténtico valor que tenemos, es la verdadera riqueza interior.

  1. Columnista, estudiante de medicina y auxiliar de cátedra de bioquímica médica, anatomía patológica, parasitología, histología y embriología médica en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno-Bolivia.

  2. Frankl V. El hombre en busca de sentido, 3° edición, Herder, Barcelona, 2015

  3. Diamond J. El tercer chimpancé: Origen y futuro del animal humano, 2° Edición, Debolsillo, Argentina, 2019.

  4. Kant, I. Fundamentación de la metafísica de las costumbres, 1785.

 

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