Entre la espada y la pandemia

“La esperanza es como el sol, si sólo creemos en ella cuando la vemos, no sobreviviremos a la noche”.

Leia Organa

Por Violencia Parra

Mientras muchos se preguntan y debaten las implicaciones del retorno a la “nueva normalidad”, las personas que formamos parte de los grupos de riesgo tenemos ante nosotros un panorama más que desolador, al cual sólo podemos enfrentarnos con resignación y estoicismo.

Mi nombre es Diego Medina, este año me diagnosticaron VIH, el 27 de enero, justo un mes antes de que el SARS COV-2 llegara a territorio mexicano, sin embargo, por algunos problemas personales empecé mi tratamiento la primera semana de marzo. Al principio, la noticia de que algunos antirretrovirales parecían ayudar a los pacientes seropositivos y diagnosticados con Covid 19 me llenaron de esperanza, pero gradualmente fuimos descubriendo más sobre este nuevo patógeno, cada dato nuevo abría más la brecha entre los grupos de riesgo y las personas “sanas”.

Al momento de escribir esto, al menos dos parientes míos han muerto por Covid 19, ambos de la tercera edad; algunos primos están todavía graves, pero en franca mejoría; esto que parecería una buena noticia a primera vista, en realidad, me indigesta: aquellos que sobrevivan tendrán la tarea de enterrar a los muertos. Sin saber bien a bien a quién está por llegarle la hora, tenemos que seguir adelante, porque aunque estemos en cuarentena, el mundo gira, de tal manera que mis hermanos y mi padre tienen que salir a trabajar para traer el sustento a casa, y si algo malo pasa, mala suerte.

Estoy, como muchos otros, en un riesgo por encima de la media, pero esto no puede ni debe detener la vida de mis cercanos, lo triste es que, hasta cierto punto, uno llega a sentirse como un lastre; para no serlo y seguir adelante sólo nos queda la resignación… aunque suene contraintuitivo, es por esto mismo que debemos hacer planes a futuro, mantener la esperanza en que todo saldrá bien, hacer lo que esté en nuestras manos y no mortificarse por aquello que se escapa de nuestras competencias.

El azar, la providencia, la mala suerte, la estrella que tengamos, el universo sujeto a la entropía así funciona, nosotros no podemos detener el curso del caos, acaso pilotar lo mejor que podamos durante este aterrizaje forzado, ¿qué opción tenemos los que no tenemos opciones?, seguir adelante, perder el miedo porque ahí es donde empieza la muerte. Desde luego, con esto no quiero hacer un llamado a suspender o relajar las medidas que autoridades sanitarias recomiendan, sino a fortalecer nuestra salud mental, somos el universo experimentándose a sí mismo, nuestros recuerdos, nuestros sueños, nuestros sentimientos son aquello que nos hace humanos y eso es algo que la pandemia del Covid 19 no debe arrebatarnos.

En general, los que corren mayor riesgo hoy, somos los que siempre hemos estado más marginados, hemos aprendido a sobrevivir, pero es hora de reclamar nuestro derecho a vivir. Me explico, durante los orígenes de la pandemia del VIH-SIDA, muchos homosexuales murieron, no precisamente por falta de un tratamiento, sino porque todo estaba en su contra, desde las estructuras verticales del Estado se les negó acceso a la salud y a la seguridad social, que, entre otras cosas, comprende apoyos económicos, psicológicos, logísticos, y peor aún , se les segregó de la vida pública, siendo marcados, de tal manera que ser seropositivo era sinónimo de ostracismo, no de aquel alejamiento que nace del individuo hacia el grupo, sino del grupo hacia el individuo, de tal manera que los pacientes se vieron completamente solos de la noche a la mañana, ahí empezó la agonía más visible y cruel de esta pandemia.

Afortunadamente, algunos valientes hicieron lo correcto cuando era necesario y combatieron la segregación serológica, brindaron servicios médicos sin prejuicios, lucharon en las calles, en los foros, en el radio, en los congresos, por cambiar esta realidad, hasta que los prejuicios dejaron de ser propaganda oficial, y aunque mucho quedaba por hacer, las cosas cambiaron poco a poco. Aquellos que sobrevivieron enterraron a sus muertos: amigos, hijos, novios, amantes, esposos, había que aprender a vivir con ello.

En retrospectiva, la experiencia del VIH debería servirnos como referente para hacer una hoja de ruta frente a la pandemia del covid 19, sin embargo, abundan los memes, las noticias, el humor, las opiniones en las que se desestima la enfermedad, pues es un problema de viejos y débiles. Voces que, sin llegar a la eugenesia reflexiva del nazismo, sí que reproducen lo peor de la apatía, la indolencia y el egoísmo de la sociedad de consumo, “es tu problema, arreglalo”, “no es mi culpa que estés enfermo/viejo”, son algunas de las respuestas más comunes de mis propios familiares, algunos comentarios que he leído en redes, incluso de algunos comentócratas en medios tradicionales, pero el problema es que sí es “cuestión” de todos, ¡maldita sea, es una pandemia!, y, sin embargo, nosotros los vulnerables no esperamos a que nos rescaten, no necesitamos héroes, que por otra parte no hay, ya veremos qué hacer.

Es, en este punto de resignación, ante la indiferencia de la mayoría, donde digo que no sólo hay que aprender a sobrevivir, sino que es menester triunfar, no podemos perder lo único que tenemos: esperanza, humanidad y alegría, si conservamos esto, no habremos perdido.

Quizá parezca cursi esto que digo, pero es que realmente no tenemos dinero, salud, ni recursos a los que aferrarnos, en un contexto en el que hablar de pandemia implica necesariamente hablar de problemas estructurales, precariedad, violencia estatal, capitalismo voraz y desigualdad, por eso ahora que, como muchos otros, me siento entre la espada y la pandemia, la resignación rebelde es el único motor de supervivencia que encuentro viable, porque además es una herramienta cargada de futuro, sueños, promesas e imaginación, y eso es lo más humano.

 

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