Carta suicida

Por Victoria Marín

 

Los suicidas ya han traicionado el cuerpo.
Nacidos sin vida […]
 no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los niños mirarían con una sonrisa.
Anne Sexton

 

Esta no es una disculpa, tampoco una nota acusatoria. Algo así no tendría sentido cuando voluntariamente he tomado la noche por casa y la demencia como el curso lógico de una vida. 

Tan solo quiero dejar constancia de lo que se siente, del lugar que ocupo y de los pasos que me han traído hasta aquí. Me gusta y no lo cambiaría por nada. Aunque, no sé si realmente deseo caer. ¿Cómo me sentiré cuando dentro de mí no encuentre más que el vacío, mi verdadero yo, y, allí, todas esas murallas desmoronándose una a una?

Quiero invitarte a una fiesta, una de esas de las que no se vuelve. ¿Bailarías conmigo?

Dance, dance, dance… el sonido que viene de la discoteca, eso y el viento soplando es lo único que escucho. Mi corazón y su disonancia, una supernova imperceptible. Sparagmos en cada latido.

Pienso en el arcano del Diablo que apareció en mi última lectura, en sus alas azules y en la redención ofrecida por el infierno, la continuidad de una sola naturaleza, humana y animal en el momento de la disolución, justo antes del florecimiento.

¿Cuándo lo dejé entrar? A ciencia cierta no lo sé. El peso de sus cadenas rodeando mi cuello me hizo tomar conciencia; no solo de él, sino también de una parte de mí, una que nunca será mía. Cierro los ojos y la miro, escucho su voz de otro tiempo. Al hacerlo estos miembros se deshacen en medio de unLeer más

Detrás de mis paredes

Por Mical Karina Garcia Reyes

 

Las paredes del cuarto en el que vivo son tan delgadas que a veces creo que mis vecinos y yo no vivimos separados, sino que compartimos el mismo espacio, los mismos hábitos y rutinas.

Temprano por la mañana, la esposa se despierta antes que el marido. Se mueve con sigilo a través de su habitación, sus pies en puntas apenas hacen rechinar la madera humedecida y vieja del piso. Abre la puerta de su ropero y sus bisagras metálicas crujen. Presto atención en sus pisadas enfilándose hacia la cocina, sacar los sartenes, hervir el agua para el café y sazonar la comida. Una hora después, las maderas rechinan nuevamente en la recámara, donde su marido suelta un bufido al ser despertado.

Él se levanta, arrastra los pies hacia la cocina. Los cubiertos se azotan contra los platos, las tazas caen pesadamente sobre la mesa y lo escucho: “¡Eres una inútil! ¡Esto está demasiado salado! Ni para eso sirves” vocifera, mientras preparo mi desayuno.

El marido recorre la recámara con pasos más agitados y azota los muebles mientras se preparaLeer más

Dientes Kintsugi

Por Brenda Raya

En los días de la infancia todos queremos volar en sueños. Esa noche lo logré, en la plenitud de la adultez y nada cerca de como lo hacen los superhéroes. El aterrizaje fue un golpe seco sobre la lámina de un auto, de esos que en la ciudad permanecen eternamente estacionados.

Me abandonó la conciencia, mis ojos se cerraron un momento y la bicicleta no supo más que hacer de bruces, sin frenos, sin aviso.  Sobre el pavimento y confundida, tuve la sensación de haber sentido el vuelo, misma que desapareció cuando los que amenazaban con volar verdaderamente eran mis dientes.

Conocí otra dimensión de la fragilidad, aquella que se esconde en lo que parece sólido y vigoroso ¿De qué otra manera me habría enterado de la utilidad de la maxilar? ¿Cómo entender la composición de esa parte tan específica del cráneo?

El rostro como totalidad impide pensar que se compone por partes, cadaLeer más

Macorina

Por Ana Laura Corga[1]

Un día desperté y me encontré en este lugar. No recuerdo muchas cosas; una señorita que siempre viste de blanco me llama Lucía, supongo que así me llamo. Al menos es así como me reconocen las personas de aquí. Los días transcurren entre el despertar, comer y dormir. A decir verdad, también se me pasan los días entre llorar, cagarme en la cama y vomitar la comida que me dan. No entiendo por qué insisten en darme un caldo espantoso que me hace daño; no me gusta, con todas esas cosas flotando entre la grasa de la carne de los animales. Peor aún si ya les dije que soy vegetariana.

—Lucía, ya duérmete. Mañana no te vas a querer levantar— me dice la señorita de blanco. Que me explique por qué quiere que me duerma. Si siempre hago lo mismo, nada. Paso mis días sentada en esta silla de ruedas y apenas puedo hablar. A veces intento platicar con otras mujeres aquí, pero dicen cosas inconexas; no entiendo nada. Otras sólo babean.

Mi canción favorita empieza a sonar: —Ponme la mano aquí, Macorina; ponme la Leer más

Ausencia

Por Sandra Carolina Jiménez Pedroza[1]

Luego de años de trabajo, soledad y estrés, Joaquín por fin estaba de vuelta en México con su familia, quienes desde su regreso lo acompañaban a cada minuto. Hecho que agradeció durante el primer mes, sin embargo, ahora la falta de silencio le parecía inquietante, por no decir molesta.

— ¿A dónde vas mijo? —inquirió su madre, Inocencia, mientras doblaba la ropa.

 —A dar una vuelta, quiero ver cómo se ve todo.

—Ay no, ¿para qué? —preguntó ella. —Todo se ve igual de espantoso, mejor ve y báñate que en un rato ya vienen los demás.

Evitando una mueca de irritación, Joaquín insistió:

—Pues sí, pero tengo curiosidad y me la paso todo el tiempo encerrado.

—Encerrado no, relajado —afirmó su madre. —Aparte, todos vienen a verte porque quieren estar contigo, papito. Hace mucho que no te ven, pero si tanto te molesta puedo hablarles para que ya no vengan y te quedes solo allá fuera, ¿eso quieres?

—No.

—Bueno, entonces, termina de doblar la ropa en lo que voy a la tienda por el refresco. —concluyó la mujerLeer más

Génesis de un microuniverso | Minificciones

Gabriel Ramos (Ciudad de México – México, 1952). Psicólogo Educativo egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, graduado en la Especialidad en Alta Dirección por el Instituto Nacional de Administración Pública. Escritor y promotor cultural en diversos medios. Su interés está centrado en la microliteratura. Sus textos han aparecido en más de diecisiete Antologías Internacionales publicadas en Chile, Nicaragua, Perú, Colombia, Argentina y México. Es autor de Vivir es arriesgarse (Libro-objeto publicado por La tinta del silencio, 2017) traducido a los idiomas serbio y árabe; Sueños incumplidos (Libro digital de descarga gratuita de Libros del Fresno, (2020) (en formato físico en Amazon, 2022); La fuerza de la costumbre (Ediciones Ser, 2021, en formato digital en Amazon, 2022); Geografía del amor (Editorial Ex Libris, 2022); Autoconocerse en la escritura (Sello Editorial Minificción, 2022),  Escritura diaria (Sello Editorial Minificción, 2022) y a contracorriente, libro de microficciones en coautoría con Juan Manuel Dorrego (Cazadores de historias. Editores, 2022).

 

 

 

Hasta el infinito

Los Faquires, tendidos cada uno en una cama de clavos colocada sobre el pecho del otro, lograron una torre de siete artistas. Cumpliendo con la máxima circense del “más difícil todavía”, adicionaron más y más capas. Cuentan que aún hay faquires escalando esa montaña de clavos y corazones.

 

 

 

Atando cabos

Aquel sujeto perseguía fantasmas. Un día tiró de la ropa de uno de ellos y en el mismo instante, sintió que lo jalaban fuertemente de su camisa hasta derribarlo.

 

 

 

Día especial

Él siempre fue muy especial con sus cosas, sobre todo con su ropa. Nunca permitió que nadie, siquiera, le Leer más

Bichos

Por Alejandro Chang Hernández[1]

La piedra es pequeña y redondeada, de color blanco, blanco como la leche. Su superficie es muy lisa, sin una grieta, sin una mancha; una piedra graciosa y refinada que no tiene un átomo de vulgaridad.

Claro que una piedra así también puede cometer un crimen, si golpea con la fuerza conveniente en el lugar debido. De donde se deduce que hay aquí una posible autora del asesinato de aquel bicho.

Y no es que interese mucho quién mató al bicho ni cómo lo hizo, pues está mejor así; a fin de cuentas no era más que un ser feo e inútil, cuya muerte solo despierta la curiosidad. ¿De dónde salió aquel bicho? Es una pregunta difícil de responder, teniendo en cuenta que nadie sabe qué cosa era. Solo hay una realidad: estaba y ya no está. O está aún, pero ya dejó de ser.

¿Y la piedra? Una piedra no camina sola, como un bicho, careciendo de patas. Si suponeLeer más

Paseo matutino

Por Idalia López Carrillo[1]

Lo más espantoso que me ha pasado en la vida y eso que me ha pasado cada chingadera. El caso es que estaba dando mis vueltas en el parque con el Akiles, mi compañero de caminatas desde hace seis años. Es un perro de lo más corriente, pero se cree fino el pendejo, seguido me deja las croquetas baratas, pero cuando le compro de las caras hasta dura un rato lamiendo el plato como paleta tutsi.

Hace seis años que me salieron unos moretes en la corva de la pierna derecha, parecía que me habían dado una buena arrastrada, pero no, yo nada más sentía unos piquetitos ahí en la corva, hasta que un día de mucho calor me puse unos shores y Doña Marú se me acercó muy espichadita a preguntarme si estaba bien, me extrañó la pregunta y luego me señalo la mancha y fue cuando me vi, estuve dándole vueltas a todo lo que había hecho unos días antes y nada, esos moretes sí que me asustaron, la neta creía que me iba morir de cáncer. Resulta que tengo mala circulación, vete tú a saber por qué. El doctor especialista me mandó a caminar todosLeer más

Perrito

Por Christian Arely Sandoval Hernández[1]

Una casa sencilla pero llena de luz, era lo que Ángela estaba presumiendo últimamente en Instagram. A toda hora, fotos de los hijos que tenían en común aparecían en el inicio de su cuenta falsa. El Jardín de la exesposa de Anuar era amplio para estacionar un auto, pero no había tal, solamente pasto fresco bien cortado y un perro “Un perro jodido”. Anuar no podía aceptar que la estrategia de presentar su rutina de bañar y revisar escrupulosamente a los niños en busca de chinches o piojos como una forma de abuso infantil, le sirviera a ella para quedarse la custodia total. Para ella y los niños era “El malo” porque no permitía que fueran al zoo, la alberca o pijamadas y no tener perro era la queja de los niños cada mes. Ahora que su madre les dio uno, la casa de su padre, sin jardín ni videojuegos, parecería una prisión donde nadie querría pasar el fin de semana.

 “Ninguno sabe lo malo que puede ser para su salud, dormir a ventana cerrada con otros niños emitiendo gases, unos con piojos, otros incubando varicela, ni de las enfermedades que un animal sucio puede causar y ella aparece radiante ahora que puede restregarme en la cara fotos de nuestros hijos abrazados a esa bestia, pero ahora que lo de Tania se haga formal se va a arrepentir” pensó contemplando otra foto de su ex, antes que le llegara un mensaje de Whatssap.

Era un emoji de carita de ojos llorones de parte de Tania.

 

                                ¿Qué pasa? 8:59 p. m.

Necesito un favooor!! 8:59 p. m.Leer más

Regadera

Por Zaira Moreno[1]

La única manera de parar el tiempo es con la muerte. Observo las caras de hastío y cansancio de los pasajeros, los hombros caídos y manos manchadas de pintura blanca. El tráfico eterno y coches que zigzaguean entre carriles. Pienso en detener el tiempo para llegar puntual a mi trabajo. Recuerdo las historias de mi abuela materna cuando me decía que, si uno muere, para el tiempo. A pesar de aún tener una presencia corpórea, lo demás desaparece. Poner pausa como en el control remoto. Tachar una tarea recién hecha, dar vuelta al siguiente mes en el calendario o la graduación de la escuela primaria. Los árboles siguen, el tren que se inunda con cada tormenta, sigue. La señora del puesto de tacos de canasta, sigue; mientras que tú ya no estás más. Detienes el tiempo que transcurría en tu interior. 

 

Veinte minutos después de mi hora oficial de entrada, avanzo hacia la computadora con la pantalla parpadeante. SacudoLeer más