Visibilizar y reconocer a las mujeres en STEM en los medios de comunicación

Por Angélica Mayoral Campillo[1]

¿Has escuchado hablar del Efecto Matilda? Esto se refiere a la discriminación y prejuicio que se produce en contra de los logros de las mujeres científicas cuyas aportaciones suelen atribuirse a los hombres, mientras ellas permaneces negadas del reconocimiento por su trabajo. El más claro ejemplo de lo anterior es la propia historia del término, pues durante muchos años el concepto Efecto Mateo (refiriendo una crítica a la estructura social de la ciencia que se basa en jerarquías de poder) se asoció a una contribución del sociólogo Robert Merton. Sin embargo, con el tiempo, la científica e historiadora de la ciencia Margaret W. Rossiter denunció que en realidad su escrito se realizó con base en la investigación doctoral de la socióloga Harriet Zuckerman a quien Merton únicamente citaba a pie de página. Fue entonces cuando se estableció el término Efecto Matilda en honor a Matilda Joslyn Gage, una de las primeras activistas que luchó por los derechos de las mujeres.

A lo largo de la historia de la humanidad, los campos de conocimiento han estado cargados de desigualdad de género e invisibilización de mujeres. Esto tiene mucho que ver con la forma androcéntrica hegemónica tradicional de ver el mundo. Estos sesgos masculinos consideran inferior aquello relacionado con lo femenino y están presentes, entre otros espacios, en los discursos académicos y de la comunicación masiva. De hecho, uno de los factores que influyen en la participación de mujeres en STEM (por sus siglas en inglés Ciencia, Tecnología, Matemáticas e Ingeniería) tiene que ver con la parte social, destacan como instancias socializadoras la escuela, la familia y los medios de comunicación.

Por ejemplo, según un informe de la UNESCO (2019), “las niñas pueden sentirse desalentadas a seguir disciplinas STEM si sus pares y su entorno inmediato las ven como inapropiadas para las mujeres”. El mismo informe también señalaLeer más

Sociedad del espectáculo en la cultura digital

Apuntes para repensar a Debord

Por Enrique Pérez Reséndiz[1]

La sociedad contemporánea ha experimentado, desde hace algunos años, una serie de transformaciones significativas con el uso de diversas tecnologías de la información y comunicación, donde las plataformas sociodigitales[2] y otras herramientas de comunicación han adquirido un papel central en nuestras vidas. Estas mismas plataformas han posibilitado la existencia de nuevas prácticas y formas de expresión entre sus usuarios. Uno de estos múltiples usos refiere a la muestra de gran parte de nuestras actividades cotidianas, a la puesta en escena de nuestra vida diaria.

En función de lo anterior, cobra relevancia la noción de sociedad del espectáculo (Debord, 1967) como una categoría analítica que permita pensar las formas de autorrepresentación y autoexhibición de las personas en la sociedad contemporánea, dado que muchos de estos ejercicios de representación en los entornos sociodigitales se centran en aspectos superficiales convirtiendo con ello estas imágenes en un espectáculo en donde la popularidad, el éxito y la apariencia cobran relevancia frente a otros. De acuerdo con Debord, en la sociedad del espectáculo se privilegian la imagen y la representación, y estos dominan los aspectos sociales y políticos; en ese mismo sentido, esta autoexhibición en tales entornos supone una extensión de la sociedad espectacular donde la economía de la atención (Stiegle, 2004) se vincula con la búsqueda de la validación, el reconocimiento y la preocupación constante por la aprobación basada en la imagen.

La intención de este escrito es la de establecer líneas generales de discusión para pensar la noción propuesta por Debord en el marco de la cultura digital y la existencia de plataformas sociodigitales, así como la de establecer puentes con la categoría de extimidad (Miller, 2010) e intimidad como espectáculo, desarrollada por Sibila (2008) como herramientas analíticasLeer más

Una breve revisión acerca de los conceptos modernidad-posmodernidad: de Alain Touraine a Zygmunt Bauman  

Por Aldo Saúl Uribe Nuñez[1]

Introducción

Es gracias a la historia y a las ciencias humanas que hoy en día podemos pensar a la modernidad y a la posmodernidad como construcciones sociohistóricas y no como etapas que comienzan de forma brusca a partir de la nada. En ese sentido, los historiadores han referido que la modernidad inició en 1453 cuando se toma la ciudad de Constantinopla por los turcos. Otros, han dicho que inició en 1492, año en que Cristóbal Colón descubrió América y generó alteraciones en nuestro continente, Europa y el mundo.

El comercio comenzó a crecer, el poder de las naciones y sus riquezas comenzaron a prosperar y con esto se dio inicio al sistema económico-político que conocemos como capitalismo. No obstante, lo que advertimos como modernidad se estuvo gestando muchos años atrás. La modernidad comprende uno de los tres grandes periodos históricos de la vida del ser humano: edad antigua, edad media y edad moderna; ésta última como resultado de todas aquellas vicisitudes que aquejaron a las sociedades occidentales, para convertirse así en el período de mayor desarrollo científico, tecnológico y filosófico de la historia.

La modernidad como época histórica trajo consigo cambios de corte político, científicos, culturales, sociales e industriales que transformaron en su totalidad el tejido social y la forma en la que las sociedades se organizaron. En la modernidad se comenzó a tomar a la razón, a la inteligencia y a la ciencia como objetos Leer más

La estética trascendental kantiana

Explicando la posibilidad de la sensibilidad humana

Por Francisco Octavio Valadez Tapia*

Los seres humanos perciben el mundo en cuanto diversidad de impresiones. Si, por ejemplo –para recuperar una actividad que quien esto escribe llevó a cabo en una sesión de la asignatura Del Renacimiento a Kant–,[1] perciben una uva, perciben, de hecho, un conjunto de propiedades: color, forma, textura, etc. Este conjunto de impresiones, sin algún orden, carece de significado y requiere ser ordenado vía un proceso que remata en el concepto uva. Pero tal proceso no lo puede realizar la experiencia, sino el entendimiento. A las impresiones sin orden alguno, el filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) las denominó fenómenos –palabra procedente del vocablo griego fenomenon que “deriva de ‘faineszai’ que significa mostrarse, sacar a la luz del día, hacer patente y visible en sí mismo” (Solano Ruiz, 2006:5)–,[2] y a su ordenamiento, lo nombró intuiciones, pues: “La representación que sólo puede darse a través de un objeto único es una intuición” (Kant, 2005:49).[3]

De este modo, la etapa inicial del conocimiento implica la captación de las apariencias –término relacionado con los fenómenos– de los objetos vía los sentidos –sensibilidad precisada como “receptividad que nuestro psiquismo posee, siempre que sea afectado de alguna manera, en orden a recibir representaciones” (Kant, 2005:63)– y su ordenamiento mental –entendimiento precisado como capacidad de producir representaciones “por sí mismo, es decir, a la espontaneidad del conocimiento”–. Para nada se trata de dos diferentes momentos, sino que la intuición de la información del exterior y el ordenamiento interior se llevan a la par, dado que ambas son formasLeer más

La crítica de John Lockey a las ideas innatas

Por Francisco Octavio Valadez Tapia*

…la experiencia: he allí el fundamento de todo nuestro saber.

John Locke (2013:83).

John Locke (1632-1704) recuperó de René Descartes el principio de que el objeto del conocimiento humano para nada es la realidad en sí misma, sino las ideas, es decir, las representaciones sobre la realidad que se forman en la mente de los sujetos. “Locke acepta la distinción cartesiana de sustancias, así como que el sujeto pensante, el sujeto cognoscente, sólo tiene contacto inmediato, directo, con las ideas” (Robles y Silva, 2013: XXXII). Por esto se considera que forma parte del denominado giro subjetivista propio de la filosofía de la Modernidad: el centro de atención transita del objeto de conocimiento –de la realidad– al sujeto cognoscente –la conciencia–. “La destrucción real de la metafísica en Inglaterra habrá que atribuírsela a John Locke, que con su giro subjetivista contra la metafísica cartesiana de la sustancia y con el primado de la experiencia sensible establecido de esa manera, hizo palidecer las ideas metafísicas” (Brandt, 1992:35).

Del mismo modo, Locke planteó su investigación en cuanto análisis y clasificación de los contenidos de la conciencia; en otras palabras, de las ideas, aunque siendo coherente en todo momento con su postura empirista: “la experiencia: he allí el fundamento de todo nuestro saber, y de allí es de donde en última instancia se deriva” (Locke, 2013:83);[1] así que se puso como primer cometido convencer que no existe algo semejante a las ideas innatas, y queLeer más

Te llevaré aquí en mi cantar*; La teoría de la relevancia y Ya no estoy aquí

Por Carmen Arely Cadena Pérez[1]

El ser humano, de acuerdo a Luis Fernando Lara (2001), construye en la comunicación versiones verbales del mundo que experimenta. Estas versiones verbales las nombra significado y a la actividad que las crea la llama significación. La significación parte de dos postulados epistemológicos: el empirismo y la pragmática. El empirismo plantea que la conducta verbal de los hablantes se produce a través de tres factores: neurológico, cognoscitivo y pragmático (Lara, 2001; 20).

La pragmática, en cambio, toma en cuenta que la lengua no es una creación aislada, sino que se produce y se debe analizar en la práctica social. Según Escandell (1996), se entiende por pragmática a “las condiciones que determinan tanto el empleo de un enunciado concreto por parte de un hablante concreto en una situación comunicativa concreta, como su interpretación por parte del destinatario” (p.14). Por lo que, a nivel de significado, la pragmática plantea que el contexto es necesario para entender qué se transmite en una conversación, cómo se transmite y cómo se interpreta. En la pragmática el conocimiento del mundo experimentado por parte del oyente y del hablante es fundamental. Por lo tanto, para analizar el significado pragmático es necesaria una teoría que tome en cuenta el conocimiento; esta teoría es “la teoría de la relevancia” de Sperber y Wilson, una teoría cognitiva que parte del aspecto social y propone que cada emisión que escuchamos genera, a través del conocimiento y por medio del contexto, expectativas de relevancia. 

Este trabajo surge de las cuestiones: ¿cómo se interpreta el significado pragmático? ¿Cómo interpretamos lo que escuchamos? ¿Qué nos parece relevante? Para su solución, se propone un breve acercamiento a la teoría de la relevancia de Sperber y Wilson, con el fin de lograr comprender cómo se entienden y se analizan los significados pragmáticos en esta propuesta. Además, para el uso de la teoría, se utilizarán enunciados de la película mexicana Ya no estoy aquí, para entender cómo funciona la cognición y, por lo tanto, el contexto y el significado, en la comunicación. Los enunciados de la película nos permitirán confirmar que la cognición es fundamental alLeer más

Del imaginario sin adjetivos a su modalidad de “imaginario urbano”

Por María de Jesús López Salazar*

El concepto de imaginario, sin adjetivación alguna y en el sentido definido por Gilbert Durand como “la estructura interna de relación de imágenes” (Durand, 1960 cit. por Vela Valldecabres, 2005:73),[1] ha adquirido presencia en las ciencias sociales. Diferentes autores e investigaciones empíricas utilizan este concepto para resaltar el carácter construido de la realidad social (Fuentes Gómez y Rosado Lugo, 2008), es decir, que todo grupo social actúa a partir de instituciones que son creadas por los integrantes del propio grupo social y que tienen la capacidad de prescribir el interactuar de las personas (Berger y Luckmann, 2003). De esta manera, instituciones como lo urbano, entendido como “un estilo de vida marcado por la proliferación de urdimbres relacionales deslocalizadas y precarias” (Delgado, 1999:23), pueden ser comprendidas como órdenes simbólicos que normalizan la vida cotidiana, hasta llegar a ser supuestos como reales y legítimos por los grupos sociales que se asientan en áreas testigo de las ciudades (Duhau y Giglia, 2008).

Así, el concepto de imaginario enfatiza que no existen dinámicas naturales en las   sociedades. Las personas perciben necesidades y luego luchan por su institucionalización o, en palabras de Berger y Luckmann (2003), por una “tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de actores” (p. 74).

Durante el siglo XX diferentes disciplinas científicas emplearon el concepto de imaginario para investigar problemas diversos: Sigmund Freud, Jean Piaget, Carl Gustav Jung y Jacques Lacan en la psicología; Gaston Bachelard, Ernst Cassirer y Cornelius Castoriadis en la filosofía; Georges Duby y Jacques Le Goff en historia; Gilbert Durand y Jean Duvignaud en la antropología; y Serge Moscovici y Denise Jodelet desde la psicología social —por mencionar aLeer más

Rogelio Marcial: un pensador de la juventud

Por Aldo Saúl Uribe Nuñez[1]

El concepto de juventud es complejo, tiene distintos abordajes y significados que varían de acuerdo al campo de estudio y disciplina. En la academia se ha analizado, por ejemplo, desde la antropología, pensando las implicaciones de las identidades de las y los jóvenes y su pertenencia a grupos sociales; desde la psicología, viendo a la persona joven como una persona en proceso de formación de su personalidad a la par de experimentar cambios fisiológicos, emocionales y sociales.

Particularmente, es la sociología una de las ciencias que más ha prestado atención a la juventud, pensándola como un constructo y grupo social regidos por condiciones históricas, culturales, políticas, demográficas y económicas que es formado en un momento y contexto específicos.

El imaginario social que se ha establecido hacia la juventud y las y los jóvenes históricamente se ha caracterizado por ver esta etapa como una fase que no tiene importancia, ya que al ser transitoria, no es necesaria la atención o los recursos, porque mientras sean jóvenes es menester mantenerlos ocupados hasta que sean adultos (Lozano, 2003).

De igual forma, se ha visto como una etapa que no aporta en las dimensiones económica, social o cultural porqueLeer más

Cómo leer, razonar y estudiar ciencia política, de Víctor Hugo Martínez Gonzales, Claves y mapas preliminares

Por Brenda Helianeth Rivera Aguilar

El libro titulado Cómo leer, razonar y estudiar ciencia política está dividió en tres secciones; en las primeras dos, el autor no desarrolla esquemas, ni gráficos, pero al final de la tercera parte se emplean ejemplos que nos van guiando para una mejor lectura. En ese sentido, respecto al estilo de su obra, si bien nos puede parecer mucho texto y llegar a pensarlo tedioso, sus explicaciones nos van envolviendo de una manera impresionante, es decir, mientras más lees te llena de interés y buscas profundizar en los temas, además de que es fácil de comprender y lograr conocer el sentimiento e intenciones del autor. Así pues, el hecho de que cada cuestión que nos explica se va desarrollando de manera ordenada, posibilita la transmisión clara del objetivo de cada apartado, por lo que cumple un objetivo final que es hacernos reflexionar a quienes nos formamos en ciencia política en torno a nuestro ejercicio futuro de esta disciplina, esto con el fin de llenar e incentivar a los politólogos en su formación.

El autor comienza con un tema central para el desarrollo en el campo de formación en que nos encontramos, así pues, el capítulo primero nos habla acerca del hábito de la lectura. Se abarca este tema principalmente porque como estudiantes nos es difícil retomar la lectura con pasión, por lo que Víctor Hugo Martínez nos recuerda lo esencial que es tomarle constancia, pues la lectura nos detona la capacidad de desarrollar un Leer más

Savonarola: el renovador de un Dios en transición

Por Francisco Octavio Valadez Tapia*

Así son siempre los redentores en el mundo.

Para llegar a la veneración de las generaciones venideras;
para subir a los altares de la historia;
para obtener la apoteosis de la inmortalidad,
 tienen que sudar sangre en el huerto de los Olivos.
Emilio Castelar cit. por Llugdar (2022:1).

Severo crítico de una Iglesia católica disoluta, confrontando al Papa Alejandro VI y predicador de las virtudes teologales, Girolamo Maria Francesco Matteo Savonarola fue quemado en el año de 1498, y sus cenizas tiradas al río Arno; empero, siendo —según Francesco De Sanctis (cit. por Granada, 2000:38)— “el último rayo de un pasado que menguaba en el horizonte (…), el último tipo del viejo hombre medieval”,[1] fue el precursor de Martin Lutero (1483-1546) y la Reforma Protestante, considerada por unos —entre ellos Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), Heinrich Gotthard von Treitschke (1834-1896) y Wilhelm Dilthey (1833-1911)— “el origen de la era moderna” (Granada, 2000:38), y por otros —como Ernst Troeltsch (1865-1923)— “una restauración de patrones medievales contrarios al espíritu de la modernidad” (Granada, 2000:38).

Si bien es cierto que Savonarola no es el único religioso que ha fallecido martirizado bajo acusaciones de herejía, sí es relevante hoy —cuando la Iglesia católica pretende reformarse—[2] señalar que por el periodo y las circunstancias en que emergió la apasionada palabra del predicador ferrarés, su condena a muerte por el Papa Alejandro VI, así como la decadencia en que habían caído tanto el papado como muchos clérigos, nos indican que su voluntad reformadoraLeer más