A propósito de «El espinazo de las lámparas», de Braulio Aguilar

Por Rogelio Dueñas[1]

La vida de la poesía, sépalo el sépalo de la flor y no el pistilo que lo canta al aire, tiene sus propios compases de espíritu y no queda sino asumirlos sin morir o morir sin asumirlos (…)
Orlando Guillén

UNO

Cada vez son más los poetas que afianzan sus obras a la lógica de la competitividad y el consumo. De ahí que nos escupan sus propuestas abarrotadas de versos inanes que al igual que la leña de pirul, no sirven ni pa’ arder; nomás para hacer llorar. Nos sorrajan sus publicaciones bien cuidadas y sus recitales en donde pesa más la promoción de la personalidad que lo medianamente logrado de sus obras. La poesía es una forma de volver mucho más humana la existencia. Sobre todo cuando los versos nacen alejados de los preceptos deshumanizantes que resuenan en los muros del capitalismo y la posmodernidad. Asir a esos falsos cimientos una facultad tan humana como lo es escribir poesía, es un acto de sumisión. ¿Por qué tantos poetas se empeñan en tomar ese camino? Y justo ahora que nos resulta tan urgente la ruptura y el desentendimiento con los valores burgueses. Si es que en verdad estamos tan conscientes de los tiempos aciagos que atravesamos, ¿por qué entonces no apartar a la poesía de los caminos donde el dinero y el ego dominen? “Eso es precisamente el narcisismo, la expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la naturaleza de lo comunicado, la indiferencia por los contenidos, la reabsorción lúdica del sentido, la comunicación sin objetivo ni público, el emisor convertido en el principal receptor” (Lipovetsky, 2010).Leer más

Política y literatura. Cuando convergen en una estación del año sin una esquina rota

Foto tomada de alsur.eltelegrafo.com.ec

Por Stephanie Fernández

  1. Introducción

No, no, no acabo de salir de un reclusorio, sólo pienso en lo que hizo que los pintores surrealistas dijeran que México es el país surrealista por excelencia. Lo entiendo… Y cuando digo que no acabo de salir del reclusorio es porque es cierto, pero me imagino que si uno saliera de la cárcel y se subiera en el camión le parecería “surreal” o curioso que mientras uno espera ir sin ningún inconveniente a su destino se subieran dos músicos, con su flauta y su acordeón, a tocar música gitana y mexicana (según sus propias palabras) mientras otro señor se sube a vender alegrías y amarantos al grito de lleve sus ricas alegrías o amarantos, cinco pesos, consideraría que, efectivamente, es algo que no se vería en otro país, aunque tal vez no haya salido de México, como yo, cuya imagen de otros países justifica la imaginación que da la literatura.

 

  1. Política

En los años 70 y 80, gracias al argumento de “seguridad nacional”, se dieron una serie de dictaduras en el Cono Sur de América Latina. Paraguay, con Alfredo Stroessner; Brasil, con una dictadura militar desde 1964; Bolivia, con Hugo Banzer desde 1971; Chile, con Augusto Pinochet, quien el 11 de septiembre de 1973 quitaría del ejecutivo a Salvador Allende, el cual ejercía un gobierno socialista elegido democráticamente; en Argentina, el 24 de marzo de 1976, Jorge Rafael Videla, apoyado por una junta militar, derrocó al gobierno de María Estela Martínez (aunque Argentina había tenido sólo breves periodos democráticos); en 1973 Uruguay sucumbiría a la dictadura de Juan María Bordaberry, quien, curiosamente, había sido elegido de manera democrática.Leer más

¿Quién me pela la cabeza de la lira? Breves notas sobre la obra lírica de Orlando Guillén y su importancia para el proceso de renovación de la poesía en México.

Imagen tomada de lospoliticosveracruz.com.mx

Por Rogelio Dueñas[1]

/ 1 /

Es harto sabido que durante décadas las instituciones culturales del Estado mexicano, al igual que el resto del ennegrecido sistema político, se han visto permeadas por una serie de prácticas que distan mucho del ideario democrático del que se han llenado la boca los gobernantes en turno. Cacicazgo, clientelismo, compadrazgo, manejo a conveniencia de los recursos públicos; han sido sólo algunos de los elementos de los que la cultura oficial se ha valido para perpetuar el poderío de la mediocridad. Leer más

Ahí dice

Imagen tomada de http://www.premiereactors.com

Por Lilia Rojas [1]

Como si fuera la verdad. Ahí dice, está escrito. Como si al leer y comprender el código, el signo, la palabra…Ya. La verdad se apuntalara.

 

Lo escrito ha constituido la autoridad intelectual desde la invención de la imprenta. Desde entonces ha habido mucho, muy diverso, perseguido, maldito, paria, desconocido, pero igual impreso, oscuro, popular, obligado, fundador, luminoso, necesario, pertinente, urgente. Una vida humana no es suficiente para aspirar a leer todo lo escrito. Sin olvidar que la imprenta no inventó la escritura. La memoria de las hazañas humanas apremiaba desde el inicio de los tiempos. Aunque con la imprenta y la producción pletórica de literatura de todo tipo, la democratización del saber pudo ser vislumbrada. ¿Qué había antes? Hay muchos libros al respecto, bibliotecas enteras, de distintas épocas, además, con sus respectivas historicidades. Antes de la escritura había culturas orales que utilizaban técnicas de memoria basadas en la repetición. Entonces la comunicación necesitaba de personas vivas que replicaran y entendieran.

 

¿Que cómo lo sé? Lo leí. Sólo así pude imaginarlo y hacer esta grosera generalización. Porque desde que estoy consciente, he dado por hecho que las respuestas están en los libros, como si fuera algo sin historia, algo que es intrínseco a la vida. Las narraciones orales que permitieron conservar las hazañas de Aquiles, Ulises ─sólo por mencionar algo popular─ y compañía eran relatos no organizados contados oralmente hasta la saciedad, una tras otra vez. La oralidad es patente en la asociación de adjetivos para recordar a los hombres, el taimado Ulises, por ejemplo. Pero eso no fue articulado así la primera vez. En ese entonces, en el momento de la primera emisión sonora de la historia del héroe, el español no existía. ¿Cómo sé todo esto? Lo leí y eso me permitió desafiar mi concepción de cosas que daba por hecho porque cuando yo nací, ellas ya estaban ahí.

 

¿Y si lo que me dijeron fuera todo una especulación? ¿Por qué habría uno de creer todo eso? ¿Tanta autoridad tiene el libro para que a partir de lo que «dice» tu concepción de la vida cambie?Leer más

Lengua vulgar, a propósito de política y planeación lingüística en México

Imagen de Gerd Altmann

Por José Fernando Castillo Mejía[1]

Desde el principio de los tiempos, todo evoluciona y seguirá evolucionando. Esa es la regla: adaptarse o morir. No es, precisamente, que los organismos tomen la decisión de cambiar, sino que es una necesidad adecuarse a las circunstancias y condiciones nuevas. La lengua, como la literatura, diremos, es un  ser vivo[2] y,  por lo tanto, debe atender a las mismas exigencias de la vida. Entendamos esto al punto; la lengua nació como una necesidad comunicativa del hombre, se desarrolló según las necesidades, maduró hasta el punto de ser norma y comenzó a cambiar para adaptarse a las nuevas exigencias comunicativas… Desde la economía hasta la iteración. La lengua vive y, para hacerlo, necesita reinventarse.

Siempre resulta difícil el tema de la lengua vulgar, la polémica que genera es grande porque ¿es esa lengua vulgar el resultado de la evolución de la lengua culta, o su simple corrupción? ¿Hasta qué punto es lícito el cambio de una lengua? Aún en nuestros días el dilema sigue a medias resuelto. Lo innegable es que el uso y no la norma determina el camino de las lenguas.

Entenderemos mejor esto si damos como ejemplo de norma la literatura. La literatura busca, regularmente[3], la corrección en el habla, por lo cual puede considerarse un buen ejemplo de norma. Sin embargo, podemos apreciar que la literatura no puede transformar la lengua como puede hacerlo el uso. Como diría Fulgencio Planciades (personaje de Alfonso Reyes): Eso que leemos en los libros no es el idioma, sino el retrato o reflejo de un solo momento del idioma. Es la fría ceniza que cae de la combustión de la vida. Es como la huella de los idiomas. Mas éstos siguen adelante y van caminado según las flexiones que les comunica el habla familiar[4]. En resumen, por mucho que una obra literaria pueda renovar la lengua (sea el caso extremo de la poesía, por ejemplo, donde la catacresis[5] intenta crear nuevas formas de designación a las nuevas realidades o, simplemente, a realidades distintas: la constante búsqueda de maneras novísimas para expresar lo subjetivo… Ese amor que no es el amor que todos conocen sino el que conoce el poeta en su individualidad.), no impone nuevas formas de uso sino hasta que el vulgo, mejor dicho, los hablantes en general aceptan y hacen suya la expresión. La lengua vulgar, en cambio, se encuentra en constante muda y búsqueda de las mejores formas de comunicación, conque logra desarrollarse a partir de la “prueba y error” hacia maneras más adecuadas para la expresión de la realidad que encaran los mismos hablantes.Leer más

Pedro Páramo y el estereotipo inconsciente del «padre mexicano ausente»

Imagen tomada de institutoculturaldeleon.org.mx  

Por Alberto Rojas[1]

Juan Rulfo, en su obra más icónica, nos sumerge en un confuso, melancólico y sombrío mundo atemorizante y lleno de penas; todo inicia con aquellas palabras que muchos de sus lectores recordaremos, recitándolas casi como una letanía: “Vine a Comala porque me dijeron que a acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo…”.

Más allá de las referencias históricas a un pasado que dejó heridas en la sociedad mexicana, que aún no cicatrizan del todo, Pedro Páramo está repleta de metáforas ―conscientes o inconscientes, no se puede saber con certeza― sobre las particularidades del arquetipo de la paternidad en México, y sobre sus consecuencias no solo sociales, sino individuales.

Si nos ponemos a buscar, incluso en nuestros conocimientos de cultura pop, seguro encontramos a un personaje varón, mexicano de nacimiento o ascendencia, desventurado en México o en el extranjero, cuyo padre no conoce o no ha visto en años. Autores que se dirigen al público infantil como Alire Sáenz o series populares estadounidenses están llenas de estos personajes. En ese sentido, es interesante observar que no solo culturas extranjeras perciben de esa forma la paternidad mexicana; los mexicanos mismos lo admiten a través de sus expresiones artísticas, sus conductas y sus decisiones colectivas. Y lo han hecho desde siglos.Leer más

Una X más en el mapa de la narrativa escrita por mujeres

 

Por Ximena Cobos CRUZ

 

En cierta parte de su recorrido por el papel de la mujer en la literatura, Virginia Woolf acierta a referir la producción poética, primer bastión de las escritoras, como «literatura de la queja». Continúa avanzando, revisando, dando ejemplos del desarrollo escritural de las mujeres; hallando aciertos y desencuentros con el fondo y la forma, hasta cerrar dejándonos la tarea más ardua como creadoras: conseguir engendrar obras que ya no dependan de las condicionantes de género que la sociedad nos obliga a vivir, a veces sin reconocerlo.

Pero qué pasa si la queja se vuelve denuncia, si la palabra se convierte en un lugar tomado como sitio de batalla, de resistencia desde la crítica. Qué sucede si reconocemos en la narrativa escrita por mujeres una realidad punzante que se repite a dos casas de la nuestra o a una lengua de distancia. ¿Cambia algo realmente? O será que nos es difícil asumir hasta en la ficción que cuando la mujer alza la voz no es simplemente una queja.

Pensemos en dos escritoras: Natalia Ginzburg (Italia, 1916-1991) y Nelida Piñón (Brasil, 1934). Si revisamos sus obras, resultaría difícil sostener que en su totalidad encierran una temática concentrada en el papel de la mujer en la sociedad. No obstante, entre todo lo que ellas produjeron hay dos cuentos de los que quiero hablar aquí: “La madre” (Ginzburg) y «I love my husband» (Piñón). Estos relatos, me gusta pensar, lograron denunciar lo que las feministas han tratado en las teorías, esa bella prosa académica que nos empodera en el discurso.Leer más

Desobedecer

Foto tomada de theatredelacite.com

Desobedecer

Por Liliana Rojas[1]

 

Dos amigas mexicanas fueron al teatro en París para fortalecer sus lazos fraternos. Desobedecer. Así se llamaba la obra. Fortalecer los lazos fraternos como motivo válido para ir al teatro, como justificación. Porque en la cotidianidad la justificación es más importante que el sentido. Sin embargo, para qué iría uno al teatro si no va a ver algo que tenga sentido. Además la obra se llamaba Desobedecer, qué diablos.

            En todo caso, qué menospreciado está el sentido en estos días. San Agustín dice que no sabría definir el tiempo, pero que sí sabe lo que es. Lo mismo aplica para el sentido. Si no le preguntan a uno, uno siempre sabe lo que es. Aunque el tiempo y el sentido no son la misma cosa. Qué coincidencia que los que juegan con la escena han mistificado las dos cosas, el sentido y el tiempo.

            Porque el sentido no es un objeto transhistórico que existe de por sí. Qué bueno, muchas personas nacen sin él y serían, sin duda, víctimas de la eugenesia. Ojalá eso fuera una distopía lejana. No lo es, no se olvidan las víctimas del sentido unilateral y totalitario, bien peinado…

            El sentido se construye, se crea, se esculpe, se manufactura. La actividad transformadora de la preferencia de uno puede verbalizar el sentido. Es una falacia decir que no todo lo que se hace sobre escena tiene que tener sentido. No es que «tenga» que tener sentido. Como si uno pusiera en pausa su existencia histórica para, ahora sí, despojar de sentido el momento. «¡Tengamos un momento puro! ¡Quitémosle el sentido!» El sentido no es el oxígeno o la luz solar aunque sí se encuentra maleable en las distancias entre los sujetos.Leer más

La Isla de los hombres solos. Un llamado a la consciencia

Foto tomada de Sobre-T 

Por Ximena Cobos   

El problema de la función social de la literatura ha sido bastante cuestionado desde la crítica literaria; quizá sea porque asumir que ésta tenga realmente un oficio transformador intimida a los lectores, escandaliza a los críticos y compromete a los escritores. Sin embargo, es posible que la función exista, me atrevo a sostener, en relación a la sensibilidad social que tenga el receptor, y no me refiero a una simple capacidad de conmoverse. Si aceptamos que la literatura no es mímesis absoluta, tampoco ficción plena, y que tanto escritor como lector reconocen en la obra rasgos de la realidad objetiva abrimos la posibilidad a la empatía, una empatía social más abarcadora, y a la reflexión en torno a esa realidad mediante la lectura.   

Precisamente, una de las novelas latinoamericanas que más requiere de la empatía es La isla de los hombres solos del costarricense José León Sánchez. Una pieza que resulta fundamental volver a poner constantemente a la vista de lectores “especializados” y “amateurs”[1], pues logra o debería conseguir que quien se adentre en sus páginas se responsabilice de reflexionar, buscar y compartir nuevas formas que contrarresten el sistema que hace funcionar las sociedades. Es así que esta es una invitación a laLeer más