High Noon, película de 1952: la apología de hacer lo correcto contra todo

Por Antonio Teshcal[1]

«Los hombres suelen hablar mucho de la ley y del orden pero no hacen nada para imponerlos, tal vez sea porque en el fondo no les importa» (Fragmento de un diálogo)

El argumento

Will Kane (Gary Cooper) es el sheriff del pueblo, acabada de casarse, está por renunciar a su cargo e irse del pueblo con su esposa Amy (Grace Kelly), cuáquera que desaprueba la violencia. Justo termina la ceremonia, a las 10:40 a.m. de ese domingo, cuando por telegrama le informan que Frank Miller (Ian MacDonald), un asesino que hace cinco años él llevó a la cárcel, que merecía la horca pero fue condenado a cadena perpetua, fue puesto en libertad y llegará en el tren del medio día. En la estación lo esperan tres de sus secuaces. Frank le juró a Will volver y asesinarlo.

Los invitados a la boda le aconsejan irse inmediatamente. Los recién casados se marchan, pero apenas han salido del pueblo cuando Will decide regresar. El nuevo sheriff llegará hasta el siguiente día. «Estamos escapando y jamás he huido de nadie en mi vida», «Éste es mi pueblo. Aquí tengo amigos», le dice a Amy, que desaprueba su decisión. Aquí comienza la desventura de Will.

La producción y el contexto histórico

El género western tuvo su apogeo en EUA a mediados del siglo pasado. High Noon se diferencia del estándar por protagonizarla un héroe con miedo, que busca y pide ayuda, y más parece que no desea enfrentarse a sus adversarios. Este perfil hizo que inicialmente fuera despreciada por muchos, incluso por John Wayne, ícono western cinematográfico, estereotipo del héroe valiente y temerario.

Sobre la producción, cabe destacar que se realizó en blanco y negro, aunque ya eran populares las producciones a color, un recurso que resalta el dramatismo de la historia. Se grabó en veintiocho días con un presupuesto bajo para la época. Es de las primeras películas con desarrollo en tiempo real, donde los relojes protagonizan varias escenas que van desde plano general hasta plano detalle en el momento cumbre, es decir, a las doce en punto. También deja de lado los frecuentes enfrentamientos, el primer disparo apenas se escucha después del minuto setenta, es sobre todo un drama psicológico. La canción de la película, base de la banda sonora, tampoco es la melodía rimbombante del héroe en plena acción, se trata de una balada de tono casi elegíaco cuya letra canta a la amada el conflicto moral del intérprete.

La película, dirigida por Fred Zinnemann, con un guion de Carl Foreman, data de 1952, y fue acusada de ser antiamericana. Entre el tiempo en que se filmó y su estreno, Estados Unidos pasaba por un periodo de cacería de brujas conocido como el “temor rojo”, durante el macartismo, tiempo en el cual el Comité de Actividades Antiamericanas persiguió a todo individuo que a su juicio ejercía “influencia comunista”. La industria cinematográfica fue escudriñada, y varios trabajadores de Hollywood –varios guionistas entre ellos Foreman– fueron puestos en la “lista negra”. Algunos, como Dalton Trumbo, entre otros, llegaron a ser condenados y encarcelados. Las circunstancias sociopolíticas de esos años hicieron que Foreman se marchara de Hollywood hacia Inglaterra al terminar la película.

Como en el guion, varios de la “lista negra” fueron abandonados al enfrentarse solos a juicios arbitrarios. Muchos pasaron de ser admirados y afamados a verse arruinados por proceder de acuerdo a sus principios. Sin que esa fuera la intención del guion, no dejaron de hacerse parangones con el momento histórico. Lo cierto es que a Foreman le gustaban los personajes solitarios y en conflicto con la sociedad, de ahí que el sheriff Will sea un personaje atípico.

Pero a pesar de ser mal vista por algún sector conservador, la película fue reconocida. La convincente interpretación de hombre firme y angustiado le valió a Gary Cooper un Oscar. El mismo galardón se otorgó al montaje, banda sonora original y canción original. Pero más que eso es un largometraje que sigue impresionando, algo que solo logra el arte y su atemporalidad.

Realidad vigente en la película

La película no es un típico filme de acción, muestra el devenir del conflicto intrapersonal sobre la decisión ética de la integridad en una situación de desventaja y soledad. El personaje, a lo largo de la historia, es alentado a huir, como opción viable y sin reproche social, casi como única solución razonable. A pesar de su decisión de enfrentar a sus enemigos y del pueblo, ningún habitante le ofrece su ayuda. «Hay muchos que creen que el sheriff merece lo que le espera», opina el dependiente del hotel, que manifiesta que Will le desagrada porque «había más actividad cuando Frank Miller estaba aquí». Mientras que en la cantina, la displicencia, algunos diálogos, y la burla hacia Will, reflejan que un sector prefiere la atmósfera de crimen que imponía Frank. Por otra parte, en la iglesia, donde están los “buenos ciudadanos”, se discute que la responsabilidad es exclusiva del sheriff como agente del Estado, finalmente se exalta su valor y valentía, pero sin ningún ofrecimiento a acompañarlo.

Ambas posturas son espejo de la ambivalencia moral de la sociedad. Por un lado, cierto sector prefiere que prevalezca el desorden y el crimen, pues se benefician de él. Si no veamos cómo crece el negocio de la seguridad y con ello la venta de armamento en tiempo de violencia, sin mencionar el lucrativo negocio en que se ha convertido la política, donde las promesas parecen ofertas de temporada, y el ejercicio del poder un mercado al mejor postor. Por otra parte, el sector de la sociedad que espera que prevalezca el orden difícilmente participa cuando la violencia crece, dejando todo a responsabilidad de un cuerpo policial muchas veces en desventaja dentro de un sistema judicial viciado y nada independiente de otros poderes, estatales o fácticos.

La máxima que retrata esta moralidad social está en boca de Mart, el sheriff retirado: «Arriesgas (la vida) en atrapar a un asesino y el jurado lo deja en libertad, así puede volver a desafiarte. Si eres honesto jamás tendrás un centavo y al final mueres como perro e ignorado tirado en una calle cualquiera. ¿Para qué? Para nada» […] «Los hombres suelen hablar mucho de la ley y del orden pero no hacen nada para imponerlos, tal vez sea porque en el fondo no les importa».

Las palabras de Mart son pesimistas, pero ciertas, desgraciadamente. Si no veamos cómo muchos criminales son capturados por honestos policías, muchas veces enfrentándose a la muerte, y no todas las detenciones llegan a condenas, y algunas que sí alcanzan son sentencias risibles. Sólo veamos cómo “el descuartizador” quedó libre hace pocos días después de pasar solo seis años en la cárcel por confesar el asesinato y posterior desmembramiento de un hombre. ¿Tan poco vale la vida de un ser humano? Por supuesto que “el descuartizador” no es Juan Cualquiera, se trata del hijo de un excandidato presidencial. Y seguramente, más pronto de lo esperado, veremos cómo quedará libre un expresidente confeso al que solo le bastarán un par de años para seguir gozando de la fortuna que amasó a base de corrupción.

El personaje principal de High noon además es tentado al cohecho. Su ayudante, Harvey, le ofrece acompañarlo a cambio de que interceda para que sea nombrado sheriff. Will no se vende, pero tarde se da cuenta de que a su compañero solo le importa el cargo, que nunca poseyó la capacidad ni la integridad de su envestidura.

Cuántos como Harvey hay en los diferentes estamentos públicos: los tres poderes y sus ramas, los gobiernos locales, los servicios públicos, y las autónomas como la Universidad. Basta ver la historia y actualidad para encontrar un montón de especímenes que solo desean un cargo, con su poder y salario, sin tener la mínima vocación ni preparación. Esperan como discretos o manifiestos oportunistas a encontrar la forma de valerse del nepotismo, compadrazgo o vulgar pago de favores. Porque el problema es que existen pocos como Will en situaciones de autoridad, Harvey está arriba y abajo haciendo una larga escalinata. Si alguien decide no dejarse arrastrar por la corrupción, igual que Will, es dejado solo a su suerte, esperando a que sea eliminado por el mismo sistema que se protege solo, en su círculo vicioso, que si bien no siempre mata biológicamente, sí lo hace psicológicamente, obligado a las personas íntegras al arrinconamiento, a callar o marcharse.

A este silencio también hay que referirse. En la película hay mucho silencio por parte de Will. De igual forma en nuestra sociedad, el silencio no siempre es falta de opinión, y tampoco necesariamente es solo miedo. Muchos callan porque nadie escucha. Si algo caracteriza este tiempo es que todos parecen expresarse libremente. Las redes sociales lo han propiciado, pero que haya miles de opiniones sobre todo no quiere decir que todas sean valiosas. También nuestro tiempo se caracteriza por una intolerancia incisiva cada vez mayor. Cualquier opinión opuesta, dispar de un credo, estándar o sector, o peor aún, alejada de la moda, rápidamente es silenciada bajo un mar de improperios que no confrontan, ni mucho menos enriquecen el tema, sino que anulan cualquier posibilidad de diálogo. Por eso muchas voces ecuánimes las encontraremos escondidas en silencios aparentes que deben diseccionarse. Para hallarlas poco resultados tendrán las convocatorias abiertas, como en una sistemática era de oscurantismo, habrá que buscar y leer en el reverso de las hojas. Hay que ir por los que han optado por callar, no por miedo, sino porque se han visto solos. La soledad crea un recelo vestido de silencio que la mayoría de las veces es difícil de romper.

El dilema radica en que el Estado de derecho al que los políticos se refieren religiosamente (hoy todos en sañosa campaña) está refugiado en la legalidad. Pero entre lo legal y lo justo existe un abismo. Por eso muchas decisiones legales son injustas, y lo justo con frecuencia es frenado por la legalidad. Lo sabemos y lo vivimos a diario. Todos los personajes públicos discuten sobre la legalidad de los actos, pero nadie confronta lo legal a través de lo justo porque entonces ya se habla de delito, inconstitucionalidad, sedición y otros términos que sirven para acallar la justicia y dar cabida a la supremacía retorcida de la ley. En la ley siempre vivirá la injusticia, pero en la justicia no siempre cabe la ley.

Hay otros símbolos reflejados en High noon. El abandono que sufre Will deja en evidencia al pueblo: es corrupto o tiene miedo. Sin embargo hay personas que le ofrecen ayuda. Primero está Herb, el ciudadano que cree en hacer lo correcto, pero al ver que Will está solo simplemente se marcha, es el que acompaña solo cuando las condiciones son favorables. El segundo es Jimmy, un borracho, que es la masa que apoya pero sin ninguna preparación ni cuidado y por tanto no es de ayuda. Y por último, Johnny, un joven de catorce años que bien representa a la juventud valiente, siempre símbolo de rebeldía, pero solo su arrojo pasional, sin una claridad de la situación, puede derivar en consecuencias graves. Finalmente está Amy, esposa de Will, que enfrentándose a sus propios miedos vuelve a acompañarlo, se trata de un símbolo inequívoco de amor y bondad, al que naturalmente Will es recíproco, por supuesto es un símbolo idealizado que da resolución satisfactoria a la trama, por fin cinematográfica.

La historia logra universalidad. Sin importar nuestro credo, todos estamos supervisados por la conciencia. Dependiendo la situación sufrimos de conflictos sencillos o complejos. A Will le asalta un sentido de responsabilidad que no le permite huir aunque nadie lo señale por ello, pero es su conciencia la que lo condenará, no puede mentirse a sí mismo. No hay peor sentimiento que el remordimiento, porque nace en la conciencia y la conciencia no puede anularse. Se ve en la situación de irse y salvarse por un momento, pero sufrir el miedo el resto de sus días. Todos nos vemos solos a lo largo de la vida, en diferentes momentos, aspectos y circunstancias. Y frente a las decisiones más simples, como oficinista-peón subalterno de todos, o jefe-mandatario caminando donde la gran malicia serpea, la autodeterminación de integridad es lo único que nos acompaña y salva.

Finalmente, la película recuerda, dentro de otro contexto dramático, al cuento El hombre honrado, de Monteiro Lobato, el cual versa sobre un burócrata probo que encuentra un fajo de billetes en el tren y lo entrega en la estación para que sea devuelto. Cuando la gente se entera de la enorme suma de dinero que es, primero lo felicitan, pero pronto sufre la burla de todos en el pueblo y el desprecio de su esposa e hijas. El tiempo no hace más que acentuar la situación al punto de que su ambiente familiar y sus relaciones interpersonales se vuelven insoportables. Su virtud es para los demás el defecto de la estupidez. Este caso no es una crisis de conciencia, sino social. El final, a diferencia de High Noon, es trágico, más cercano a la difícil realidad. Si no veamos el tema que este enero ocupó a todos, avivado por la opinión de un mandatario: el conflicto armado. Ojalá que esta catarsis no reduzca el tema a otra moda más, y luego se abandone como muchos otros temas que solo se utilizan para revestir los medios, y sobre todo redes sociales, con desboques e insultos más que de razonamientos. Como si desacreditar o expresarse peyorativamente de hechos y personas fuera una forma real de diálogo. Se necesita mucho más seriedad que eso. La guerra y la posguerra es un pasaje crudo y trágico de nuestra realidad por cual aún falta hacer lo correcto contra todo.

Malpais, 24 de enero de 2021

  1. Antonio Teshcal (Quezaltepeque, El Salvador, 1984). Se licenció como médico veterinario zootecnista en la Universidad de El Salvador. Se ha desempeñado en el área de microbiología y la docencia en química. Es coautor de investigaciones en el área pecuaria y de alimentos, publicadas en El Salvador, México y Países Bajos. Ganador del primer lugar, en la rama de narrativa, del Certamen de Creación Artística “Arte Ibídem” (2004); Premio Único de Poesía en los XVIII Juegos Florales de Santa Ana (2009); primer mención de honor en el Primer Certamen de Poesía “Ítalo López Vallecillos” (2016); y ganador del III Certamen de Literatura Infantil “Maura Echeverría”, en el género de narrativa (2019). Muestra de su obra ha sido publicada en las revistas: Ars y Malabar (El Salvador), Telúrica (Colombia), Mal de Ojo (Chile); y el Suplemento Cultural Tres Mil, del diario CoLatino, donde ha publicado ensayo y artículos de opinión.

 

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