El método subjetivista para un mundo subjetivo
Por Alonso Mancilla
Este ensayo está dedicado a todas y todos mis estudiantes del taller “Titúlate” para la creación de tesis de licenciatura, ya que, muchas de las reflexiones vertidas en este texto son parte de la investigación y preparación de dichas clases, así como respuestas a las preguntas surgidas durante el curso, por lo que, de alguna manera, se deben a las y los estudiantes de este taller.
Resumen
El propósito de este ensayo es doble, por un lado, analizar la influencia metodológica del positivismo en el proceso de investigación científica en la realización de las tesis de licenciatura, siendo la intención reflexionar en torno a las características que ha desarrollado el positivismo a lo largo del tiempo y su implementación metodológica en las Ciencias Sociales, como un tipo de antejos para conocer y explicar los hechos sociales; por el otro, analizar la influencia subjetiva en el método comprensivo e interpretativo para el proceso de investigación científica, pues dicho proceso ha vislumbrado, intencional o no, la posición del investigador en un mundo supuestamente objetivo, es decir, la intención es reflexionar en torno a las características que ha desarrollado el subjetivismo en su implementación metodológica, así como el hecho de tomar partido para el planteamiento de investigaciones.
Ciencia, la otra fe
En este ensayo quiero partir de la interrogante ¿para qué investigamos? Podríamos contestar de una manera simplista diciendo que investigamos para saber, para informarnos de los hechos que nos acontecen día tras día; pero recordemos que hubo un momento obscuro ―el más, yo diría― en la historia de la vida humana que no podemos obviar, me estoy refiriendo a la Edad Media.
La Edad Media, en Europa y la región mesoamericana ―América, para los conquistadores―, es ese largo momento de la historia ―y en eso radica la obscuridad― donde todas las civilizaciones se encuentran con su Oráculo de Delfos, es decir, cada persona de cada comunidad tenía un destino que cumplir, decidido única y definitivamente por sus dioses, por lo que todas las personas abrazaban su destino sin transformarlo o si quiera cuestionarlo.
En consecuencia, había una fe inquebrantable en los dioses, donde la magia y la religión lo era todo ―en la religión cristiana se le rezaba al Dios monoteísta Jesús y se llenaba la iglesia para intentar sanar al Rey de la enfermedad―, y no fue hasta el siglo XVIII que la razón corrompe a la fe religiosa y se impone sobre ella, transformando radicalmente el pensamiento; planteando, así, a partir de la Revolución francesa (1789) y de la silenciada Revolución haitiana (1791), que el orden establecido tenía que ser derrumbado, ya que no se podía sostener más la idea de que Dios era el inicio y el final de cada persona, por lo que tenían que tomar en sus manos sus propios destinos.
De esa manera, dicha transformación de la concepción del mundo desarrolló en sus entrañas al individuo creador y se propuso un nuevo pacto ―ya no a Dios como su protector―, como planteara Hobbes y Rousseau, donde los individuos seden, a partir de la razón, su libertad natural y se unen en una voluntad general; pues “la razón es la que reemplaza la arbitrariedad y la violencia” (Touraine, 1994: 9) que hay en el estado de naturaleza. Esto quiere decir que pasar de la fe a la ciencia, de Dios al Estado, del no individuo al individuo y de la creencia a la razón, fueron los supuestos fundamentales que dieron origen a la modernidad[1]. Como planteara Alain Touraine en Critica a la modernidad, “la modernidad es la voluntad del hombre de liberarse de todas las coacciones” (Touraine, 1994: 9).
Así pues, la razón es esa voluntad de cada persona que le permite establecer relaciones entre sus acciones y un orden del mundo, pero ya no preestablecido por Dios, a saber, si la sociedad moderna nace como oposición al universo anterior al renacimiento —donde todo era pensado desde Dios—, entonces nace como emergencia y/o como necesidad de libertad. En otras palabras, la modernidad “es una promesa de la razón, pues establece una correspondencia entre acción humana y orden social (Touraine, 1994: 9). Dando origen, así, a la fe en la razón.
Una investigación subjetivista para un mundo subjetivo
Además, quisiera seguir con la interrogante ¿cómo es que la experiencia vivida del investigador/a puede generar conocimiento científico? Y es que las ciencias sociales son las leyes que gobiernan ―someten el tiempo y cuerpo de los ciudadanos a las normas definidas por el conocimiento― la economía, la sociedad, la política y la historia; mientras que el Estado define sus políticas gubernamentales a partir de esta normatividad científicamente legitimada (Castro, 2000: 148). Esto quiere decir que el Estado, sin este conocimiento legitimador, no podría gobernar, por lo que tiene que crear subjetividades acordes a esa forma de gobernar.
De ese modo, no podemos ―ni debemos― obviar que la realidad en la que estamos inmersos se ha hecho pasar por neutral, universal y objetiva; que existe el capitalismo, el cual divide a la humanidad en dominados y dominadores; por lo que la realidad habrá de ser comprendida como un discurso hegemónico de un modelo civilizatorio, es decir, como una “extraordinaria síntesis de los supuestos y valores básicos de la sociedad liberal moderna en torno al ser humano, la riqueza, la naturaleza, la historia, el progreso, el conocimiento y la buena vida” (Lander, 2000: 11), que se ha internalizado en el pensamiento social y lo ha pasado como natural, sin cuestionarlo, el cual ha constituido el sentido común de la sociedad moderna.
Así pues, ese conocimiento social internalizado y “natural” es la legitimación del orden social que se da a través de un conjunto de saberes llamados Ciencias Sociales ―de eficacia naturalizadora, según Lander―. Por consiguiente, esa potencia naturalizadora tiene como base dos dimensiones que se imbrican: la primera es la separación o partición del mundo de lo “real” que históricamente se da en la sociedad occidental y sus formas de construir conocimientos; y la segunda, la forma como se articulan los saberes con la organización del poder ―relaciones coloniales/imperiales de poder― (Lander, 2000: 14).
Entonces, este tejido entre la división del mundo ―oprimidos/as y opresores― y su forma de construir el conocimiento con la articulación de saberes desde el poder es lo que tienen como base las relaciones sociales entre todas las personas, instituciones y demás; es lo que da como resultado la objetividad de un mundo subjetivo, es precisamente por eso que se necesita un método de comprensión e interpretación para realizar investigación científico-social, que devele lo subjetivo del mundo y el resultado lo objetive. En otras palabras, en comparación ―o más bien, en distinción― con otras disciplinas, la sociología de enfoque subjetivista se centra en el modo de considerar el objeto y no en el objeto mismo. Se enfoca en las relaciones, es decir, no en las personas o entidades objetivas, sino en lo que sucede entre éstas: en los hilos invisibles que atan unos a otros y en cómo las acciones de cada uno se codeterminan en una relación de causa y efecto (Simmel, 2016: 26-27).
En síntesis, se trata de plantear que las Ciencias Sociales históricamente han sido una suerte de legitimador para perpetuar el capitalismo, particularmente con el uso del método positivista, ya que las investigaciones parten de la idea de que hay una realidad dada y natural ―objetiva―, en la cual, la o el investigador, en busca de la objetividad pura, no se posiciona desde su experiencia ―por consiguiente, los hechos de la realidad social son tratados como si fueran algo exterior al individuo― y son los resultados de la investigación los que se imponen a la realidad para darle un tratamiento, un mero paliativo ―un problema técnico― para tratar las consecuencias de los problemas sociales y no la transformación misma de la realidad.
El positivismo, la esencia de la investigación social
Por otra parte, era tanta la fe en la razón, que occidente se propuso ―como lo había hecho con la fe en su Dios cristiano― imponer, hasta los lugares más recónditos de la esfera terrestre, como posibilidad de desarrollar explicaciones sobre los hechos sociales el método científico, que ya se había construido desde la estrecha conexión con la investigación matemática de la naturaleza.
De esa forma, y sin pretender hacer una crítica extenuante o academicista, hay que situarse en el contexto de la aparición del método científico y su riguroso sistema de aplicación, ya que la humanidad, en ese momento específico, venía saliendo de siglos de equivocaciones y tenían la necesidad de ya no hacerlo, por lo que, de alguna manera, se pusieron de acuerdo para explicar, como se venía haciendo con los fenómenos naturales, a partir del ortodoxo método y de manera meticulosa, los hechos sociales.
Pienso ―y con temor a equivocarme―, que no había otra manera de explicar los fenómenos sociales que de forma positivista, pues la Ciencia Política no estaba desarrollada por completo y la Sociología no existía[2], es decir, no había un método al cual agarrarse para el estudio de la sociedades humanas, por lo que habría que tomar ―y por que la razón así lo indicaba― el método ya existente en ese momento ―¿acaso, para desarrollar un trabajo de investigación, no tomamos los conocimientos previos y partimos de ellos?―.
No quisiera cerrar este apartado sin mencionar que en el método científico aplicado a las ciencias sociales o, mejor dicho, a la investigación social empírica, a la que Paul F. Lazarsfeld le dio gran tratamiento; las hipótesis, aparentemente obvias y de fuerza cotidiana ―vulgarizada―, al estudiarlas empíricamente, resultaban totalmente distintas a lo que se pensaba. Un ejemplo de esto es cuando en su investigación The American Soldier, de inicio, se tomaron las proposiciones hipotéticas obvias, como que los sujetos más instruidos muestran síntomas más psiconeuríticos que los menos instruidos; o que lo sujetos que provienen de un medio rural tienen una moral más elevada en el ejército que los soldados de la ciudad: hipótesis que resultaron totalmente falsas a través de la encuesta que se les realizó en la que se probó todo lo contrario, lo que dio pie a que Lazarsfeld demostrase la importancia de la investigación aplicada, contradiciendo la acusación de que tiende a verificar lo que todas las personas saben (Picó, 1998: 18).
Asimismo, Lazarsfeld recibió diversas críticas, de entre ellas, la más importante se la hizo Adorno ―integrante de la escuela de Frankfurt, la cual inició sus estudios a partir de la teoría marxista para, posteriormente, desarrollar la teoría crítica― quien había colaborado con él en el proyecto de Princeton, Estados Unidos. Planteaba Adorno que las investigaciones empíricas no son solamente legítimas y, por supuesto, esenciales, aún en el campo de los fenómenos culturales, pero no se les debe conferir autonomía o interpretarlas en clave universal, sino que deben acabar en conocimiento teórico: los fenómenos han de ser interpretados, por lo que no es tarea la de averiguar, separar, clasificar hechos y convertirlos en disponibles para la información (Picó, 1998: 34). Por lo que la metodología de Lazarsfeld, desde esa crítica, que es del tipo pragmatismo político, debilita al marxismo en su análisis de clase social.
Así pues, el problema ―y la crítica hacia Lazarsfeld― de Adorno era de tipo metodológico, entendiendo la palabra “método” en un sentido más “epistemológico” europeo que en sentido americano, en el que se entiende como “técnicas-prácticas” para la investigación social (Picó, 1998: 33).
Aferrarse a lo conocido.
Ahora bien, la o el estudiante de licenciatura, que si bien es cierto viene estudiando desde corta edad, conoce un único método para la investigación social, el método científico que se nos introyecta hasta la médula, por lo que es joven para conocer otras metodologías ―no hablo de la edad biológica, sino de la edad académica: una persona que bien puede tener 18 años o una que tenga 60, pero que sea su primera vez estudiando una licenciatura (hay excepciones, por supuesto)―.
Por consiguiente, al igual que el grupo de trabajo de Princeton o el mismo Adorno, cada quien con la metodología que conoce y le sirve, no quisieron ceder en el tratamiento del problema a investigar: mientras los primeros estaban interesados en recaudar datos en el campo de los medios de comunicación de masas; Adorno quería hacer una investigación social crítica. Lo que terminó con la separación de Adorno del equipo, concluyendo que “la investigación para la administración” era un tipo de ciencia totalmente desconocida para él (Picó, 1998: 33). Del mismo modo, el o la estudiante de licenciatura se aferra a lo que conoce y le cuesta salirse de la comodidad para tratar la investigación desde otras gafas metodológicas.
Sin embargo, quiero contradecirme planteando que no es el simple hecho de conocer un solo método ―el empírico de las ciencias sociales― y aferrarse a él, sino que para conocer y explicar algún hecho social es necesario ―y fundamental― en un principio, cuando se está aprendiendo, hacerlo desde la perspectiva positivista, pues es la que nos despoja de la mera especulación ―de los prejuicios vulgares―. Como afirma Adorno (2001) en Epistemología y Ciencias Sociales, la investigación social empírica se entiende como todos aquellos esfuerzos dirigidos al logro del conocimiento de lo social que, a diferencia de la especulación, considera como su fundamento la experiencia de los hechos (Adorno, 2001: 101).
De esa manera, lo que quisiera plantear, uniendo la contradicción antes mencionada, es que, en la preparación de una tesis de licenciatura en el área de las ciencias sociales, parto de la idea de que conocemos el método científico y lo utilizamos porque es el único que conocemos, pero, además, es una etapa necesaria del investigador o investigadora joven ―repito, no por la edad biológica― pasar por la investigación empírica, ya que es el inicio por el cual se convierten en investigadores, es decir, el positivismo ―la incrustación del método científico (empirismo) en las ciencias sociales― es la etapa por la que debe ―necesariamente― pasar el o la científica social para conocer y explicar un fenómeno social, descartando así la subjetividad por la que se empieza una investigación, despojándose de las prenociones o prejuicios vulgares, y pasar por la objetividad que desarrollan los datos concluyentes.
Por consiguiente, en la realización de tesis de licenciatura en las ciencias sociales, se parte de la idea positivista de que las investigaciones deben ser totalmente objetivas, donde, aparentemente, se piensa al investigador o investigadora como un ente divino que lo ve todo por encima del objeto a investigar o, para precisar mejor, como si se observara a un microorganismo a través de un microscopio, pues en la práctica científica se ha formado un concepto más restringido que obedece a la exigencia de exactitud y objetividad. Con criterios como la verificabilidad y la falsabilidad de las aserciones, la cuantificabilidad y la repetibilidad ―la independencia respecto a los momentos subjetivos de la investigación social― (Adorno, 2001: 101).
La reivindicación de lo subjetivo.
Se nos repite hasta el cansancio que toda investigación debe ser ajena a prejuicios, y no podría estar más de acuerdo, sin embargo, la subjetividad no tiene que ver con esas prenociones vulgares, pues la utilización de la subjetividad como método tiene que ver con la superación de sus equívocos, lo que se logra a través de la implementación del método científico. Esto quiere decir que la comprensión del fenómeno social, para que sea válida, debe contrastarse con lo empírico y no con lo intuitivo (Alfaro, 1990: 132). En otras palabras, “la comprensión como herramienta metodológica de carácter subjetivo (en el investigador) permite la captación de ciertos elementos del mundo y el rechazo cognitivo de otros que permanecen incomprensibles” (Alfaro, 1990: 133).
Por lo tanto, primero destacar ―como lo hace Dilthey― que pasar de la sociología positivista a la histórico-social depende del cambio del objeto de estudio, lo cual deviene en la diferencia entre las distintas relaciones entre el sujeto que investiga y la realidad estudiada. En el primer caso, el sujeto que investiga pertenece al mismo mundo que su objeto; en el segundo, el mundo de la naturaleza es extraño al hombre que estudia (Alfaro, 1990: 130), por lo que surgen diferentes categorías de análisis ―habría ciencias cuyo campo sería el hombre: ciencias del espíritu (históricas, sociales y psicológicas) y otras que se remiten al campo de la naturaleza (Alfaro, 1990: 130)―.
Asimismo, aunque la validez del conocimiento de las ciencias del espíritu se da por una identidad circular, es decir, donde el sujeto pertenecería al mismo mundo que estudia, al mismo tiempo, lo que permitiría su comprensión sería una distinción, según Windelband y Rickert, metafísica; por lo que negarían el fraccionamiento de la realidad, lo cual dependería del fin cognoscitivo: las ciencias serían consideradas de acuerdo a cómo enfrentan el mundo fenoménico (Alfaro, 1990: 130). Esto significa que, como Windelband propuso, existen las ciencias nomotéticas ―construcción de leyes generales― y las idiosincráticas ―las que persiguen la determinación de la individualidad de los fenómenos―. O, para precisar mejor, desde la perspectiva de Rickert, el mundo de la naturaleza es la realidad general y la historia es la realidad individual (Alfaro, 1990: 130-131).
Por consiguiente, lo que importa, en ambos casos, es que existe un mundo general ―exterior al individuo― y otro individual ―la historia como el mundo de la cultura―, interior al individuo, pero no de sus emociones o lo que piensa, sino de sus acciones con las demás personas, de acciones sociales. Sin embargo, la estructura del proceso científico no se puede fundar por sí sola ―es decir, separado entre estos dos mundos―, ni en el objeto ni en el procedimiento, además de que por separado son insuficientes; por lo que Weber propone que es el fin cognoscitivo ―y no el objeto― el que verifica y traduce la comprensión en forma de explicación causal (Alfaro, 1990: 131).
Si bien es cierto, Weber no niega que exista un campo y un procedimiento propios de las ciencias histórico-sociales, lo que sí niega es que ambos basten para dar cuenta de su estructura lógica especial: para interpretar y explicar una configuración histórica requiere la construcción de conceptos diseñados para tal fin (Alfaro, 1990: 131). Así, podemos hallar el sentido del acontecer del mundo no a partir de resultados de una investigación, sino siendo capaces de crearlo, es decir, la capacidad y voluntad de tomar conscientemente posición frente al mundo y conferirle sentido y significación (Alfaro, 1990: 131). De lo que se trata es de que las y los investigadores se posicionen ante un mundo subjetivo ―creado desde los centros de poder, particularmente, como la única forma de ser y estar en el mundo, planteado por occidente―, que tomen partido ―como planteara Gramsci― a través de conocerlo y explicarlo, para después comprenderlo e interpretarlo, como sugiere la sociología weberiana: la posibilidad de ordenar conceptualmente la realidad fenomenológica (Alfaro, 1990: 131).
Por otra parte, no quiero decir que posicionarse ante un mundo subjetivo sea mera y pura vulgar ideología, que no se mal interprete, sino que hay un momento subjetivo para la investigación científica, pues tiene que contrastarse con la realidad, es decir, el momento subjetivo es la relación de elementos del mundo con ideas de valor, el cual es el principio de selección, organización y de análisis, ya que generar conocimientos, independientemente de los puntos de vista específicos, es una imposibilidad (Alfaro, 1990: 135). En otras palabras, “son las ideas de valor las que entregan significado a los objetos del mundo, lo que permite que una parte de la realidad sea susceptible de ser comprendida en sus rasgos individuales” (Alfaro, 1990: 135).
En suma, plantear que lo que supone posicionarse ante el mundo tiene que ver con que la selección de un fenómeno es subjetiva, como también su organización y configuración, pues es el investigador/a quien otorga relevancia o significación a determinados elementos del mundo sensible ―conocible―, conformándose así en objeto (Alfaro, 1990: 136). De esa forma, Weber produce el concepto de “tipo ideal” ―o puro―, el cual es un cuadro conceptual que no es la realidad histórica, pero sirve como esquema bajo el cual debe subsumirse ―lo que debería ser― la realidad como espécimen ―un significado de un concepto límite, puro o ideal, que es una exacerbación utópica[3], esto es, una acentuación de puntos de vista, formando un cuadro conceptual homogéneo de los rasgos más significativos de un fenómeno individual― (Alfaro, 1990: 137). Así pues, posicionarse en el mundo es construir una forma ideal de un hecho social ―de cómo deberían ser las cosas, que es una formulación lógica entre el interés y el método científico―, pero que al contrastarse con la realidad ―lo empírico―, se desvanece la subjetividad y desarrolla la objetividad.
Lo subjetivo en el método comprensivo.
Para Simmel, en el método comprensivo, el objeto de estudio es la captación de acciones y efectos recíprocos, lo cual llama “principio de reciprocidad”, siendo la sociedad el resultado de los efectos recíprocos entre las personas; este “intercambio” es la forma más pura de acción recíproca ―no sólo de carácter económico―, en el que las personas, aún sin conocerse, entran en relación, a saber, toda acción que implique determinarse mutuamente, desde una conversación hasta el intercambio de miradas, llevan la impronta de la reciprocidad (Simmel, 2016: 27).
De ese modo, el principio de reciprocidad se registra bajo las formas de socialización, que son el resultado del ejercicio analítico que hace el sociólogo al distinguir entre forma y contenido (Simmel, 2016: 27). Es este principio de reciprocidad o intercambio, según Simmel, el que se le debe atribuir a la sociología. En otras palabras:
Simmel plantea cómo la mutua percepción sensible produce vías para el conocimiento, pues a la presencia y percepción sensible del otro se atribuyen ciertos significados, como también estados emocionales y afectivos. Así, por ejemplo, para Simmel, ciertas prácticas corporales como el canto y el baile, se relacionan con los modos tanto de expresar, como de generar afectos en ámbitos políticos, religiosos, artísticos e incluso eróticos. Desde Simmel puede señalarse cómo la mutua percepción de los cuerpos genera sensaciones, estados cognitivos y afectivos (Sabido, 2016: 159).
Por consiguiente, es este contenido o materia de socialización ―los intereses, fines o necesidades fisiológicas― lo que nos impulsa a relacionarnos con otras personas, siendo la forma la del mutuo determinarse, esto es, con nuestras acciones influimos a las demás y sufrimos las consecuencias de los otros/as ―hacemos y padecemos―.
De la misma manera que Simmel desarrolla el principio de reciprocidad o intercambio, Weber plantea como objeto de estudio para el método comprensivo no la conducta humana interna o externa, sino la acción social: un comportamiento especificado por un sentido subjetivo ―poseído o marcado― (Weber, 1982: 177). Así, la acción del sujeto, que reviste de importancia a la sociología comprensiva, es una conducta que está referida, de acuerdo con el sentido subjetivo del actor, a la conducta de otros; además, está codeterminada por su tiempo histórico ―decurso―, su referencia plena de sentido; y, por último, es explicable por vía de la comprensión a partir de este sentido marcado subjetivamente (Weber, 1982: 177).
Entonces, Weber estudió la acción social del hombre (y la mujer) y como objeto de estudio tiene un componente subjetivo, es decir, la acción humana consta de sentido, la cual consiste en una motivación subjetiva que impulsa la acción, lo que supone una noción metodológica de la comprensión (Alfaro, 1990: 140). Así pues, para comprender el componente subjetivo que impulsa la acción social, Weber elabora el esquema interpretativo de la sociología comprensiva, esto es, desarrolla los tipos ideales, que no son otra cosa que formulaciones lógicas entre el interés y el método científico ―y no especulaciones filosóficas arbitrarias o dogmáticas―: con ellas, que tienen carácter subjetivo, al contrastarlas con la realidad, resulta su carácter objetivo, es decir, la objetividad se consigue comparando los tipos ideales con la realidad concreta y empírica que, por lo general, nunca se cumplen, logrando así la objetividad ―se descubre la realidad―.
De esa manera, Weber desarrolla la posibilidad de comprender la acción social a través del esquema interpretativo; por lo que la sociología comprensiva es racionalista en el sentido metodológico del término, pero esto no significa que hay un predominio de lo racional en la vida social, sino que es un recurso, una construcción analítica (Alfaro, 1990: 132).
Para ir concluyendo, estas acciones y efectos recíprocos ―en Simmel―, o la acción social ―en Weber―, son componentes subjetivos que hacen a los individuos tener una concepción del mundo en el que están inmersos y, justamente, es lo que las y los hace relacionarse con las demás personas, siendo, para los dos, el objeto de estudio del método subjetivo, quiero decir del método comprensivo e interpretativo.
Conclusiones
Para ir concluyendo, puedo decir que el momento positivista de la investigación social ―porque es sólo una etapa― ayuda a objetivarla para conocer y explicar los hechos sociales, los cuales, se descubren cuando se aborda su estudio partiendo del principio de que ignoramos por completo lo que son. Entonces, esos hechos, al momento de hacer ciencia, los descubrimos como cosas ignoradas ―una cosa es todo objeto de conocimiento que no se compenetra con la inteligencia de manera natural, es decir, todo aquello de lo que no podemos hacernos una idea adecuada por un simple procedimiento en análisis mental―, hechos sin método y sin crítica, que los volvemos a reconstruir científicamente, explicándolo de una manera intelectual ―un ejercicio mental-teórico-metodológico― y es cuando conocemos y explicamos esa cosa social ―nos revela su naturaleza y su origen― (Durkheim, 1986: 16-17).
De ese modo, el positivismo es ese método, es decir, la forma lógica de descifrar la realidad social o, por lo menos, para conocerla y explicarla, para, posteriormente, utilizar ―pasando a la siguiente etapa― otro tipo de enfoque metodológico para la comprensión de ese fenómeno social a tratar. Así, una tesis de licenciatura en las ciencias sociales necesariamente debe hacer pasar por esta etapa al o la investigadora.
En el primer apartado se planteaba que las y los jóvenes investigadores se aferraban al método positivista para despojarse de la mera especulación y prejuicios vulgares, y de esa manera explicar algún hecho social; siendo ésta, necesariamente, una etapa que pasa por la investigación empírica, ya que es el inicio por el cual se convierten en investigadores para conocer y explicar un fenómeno social. Esto quiere decir que se hace necesario pasar por el momento positivista de la investigación social, pues ayuda a objetivarla, la despoja de las prenociones o prejuicios vulgares y la hace pasar por la objetividad que desarrollan los datos concluyentes de la investigación empírica.
De ese modo, pareciera que no habría objeciones a este modelo metodológico para conocer la realidad social, sin embargo, también nos podemos preguntar si los resultados obtenidos ―que generan la objetividad― terminan por despojar a la investigación misma de la valoración de la o el investigador. ¿Será que no se dan cuenta los y las investigadoras de sus pensamientos previos para plantear una investigación empírica? ¿puede ser que las o los científicos sociales sean tan puros que no consideren sus construcciones como individuos/as, académicas y su tipo de clase social? ¿no son los resultados obtenidos ya una forma en sí de interpretación? ¿no son significativos los conocimientos de las estructuras de la vida propia de la experiencia vivida del investigador/a? ¿una investigación no comienza por la curiosidad creada desde conocimientos previos? Y, acaso, plantear una investigación sobre algún hecho social ¿no es una forma de estar en el mundo?
Por consiguiente, sigo insistiendo que hay que conocer el fenómeno social, como primera etapa de la investigación, para, de esa forma, explicarnos cómo funciona a partir del método positivista, ya que dicho conocimiento sirve como referencia al investigador/a, es decir, la utilización del método positivo sobre un hecho social le sirve al científico/a social para describirlo ―conocerlo y explicarlo―, aunque si terminara ahí la investigación, sería una investigación sesgada y limitada, una irresponsabilidad de quien investiga porque tendría una imagen de objetividad en un mundo de por sí subjetivo. Por ello, Simmel consideraba ―desde el punto de vista kantiano― que no es la realidad la que define cómo debe ser estudiada, sino la mirada del sujeto cognoscente que establece los puntos de vista desde los cuales ésta puede ser abordada, organizada y ordenada lógicamente (Simmel, 2016: 26).
De ese modo, desde la mirada sociológica de Simmel se percibe a la sociedad como un acontecimiento fugaz, pues no solo atiende a los fenómenos cristalizados en entidades objetivas como la familia y el Estado, sino también a aquellos fenómenos de mínima monta que, a fuerza de familiares y cotidianos, pasan desapercibidos. Es decir, todas las formas de organización complejas son el resultado de acciones recíprocas y actos pequeños y cotidianos (Simmel, 2016: 31).
De esa manera, el carácter subjetivo de la conducta humana está en las concepciones del mundo, ese fenómeno de racionalidad es dual, por una parte, es un fenómeno propio de la civilización occidental ―o de cualquier otra civilización― y, por el otro, el sentido ―o interpretación― que los hombres le dan a sus actividades ―sus relaciones y acciones― en el contexto de esa civilización occidental ―o de cualquiera― (Alfaro, 1990: 140).
Es en ese sentido que el capitalismo, por ejemplo, se devela como un fenómeno económico, pero no porque posea el carácter objetivo, sino por el condicionamiento cognoscitivo, es decir, que se conciba como natural, universal y objetivo, por ende, incuestionable ―legitimado por las Ciencias Sociales hegemónicas― y solo se le vea su carácter económico, depende del momento cognoscitivo en el que lo presente la o el investigador, por lo que, como lo analiza Weber, la racionalidad como característica del capitalismo no es propia de lo económico, sino que abarca todos los aspectos de la cultura occidental: relaciones entre hombres con sus instrumentos y su medio ambiente en vista de una mayor eficacia y crecimiento (Alfaro, 1990: 140).
Por consiguiente, el método comprensivo e interpretativo utilizado por Weber da como resultado que es propio de occidente la búsqueda de eficiencia y crecimiento individual a partir de la racionalidad, no por poseer una existencia inmanente ni por ser algo que se imponga externa y coercitivamente a los individuos, lo es por las características de las acciones concretas de los hombres, es decir, por el carácter cotidiano de sus acciones, así, como planteara Bourdieu, la acción ideológica más decisiva para construir el poder simbólico no se efectúa en la lucha por las ideas, sino en las relaciones de sentido, no conscientes, que se organizan en el “habitus” y solo podemos conocerlas a través de él (Bourdieu, 1990: 26).
En suma, si bien es cierto que entre Simmel y Weber hay diferencias metodológicas con Bourdieu, también podemos encontrar que los tres destacan el objeto de estudio, siendo éste las acciones sociales cotidianas y, por esa razón, destacan lo cotidiano como una manera de transformar la realidad social, por lo que terminan por abrir un hilo de esperanza en mundo despojada de ella.
Referencias
Adorno, T. (2001). Epistemología y Ciencias Sociales. España: Frónesis Cátedra Universitat de Valencia.
Alfaro, A. (1990) “Acercamiento a la metodología de Max Weber”. Revista de Sociología (5). Pp. 129-146.
Durkheim, E. (2001). Las reglas del método sociológico. México: Fondo de Cultura Económica.
García Canclini, N. (1990) “Introducción a la sociología de la cultura de Pierre Bourdieu” en Sociología y Cultura. México: Grijalbo-CONACULTA. Pp. 5 a 15 y 26 a 34.
Picó, J. (1998). Teoría y empiría en el análisis sociológico: Paul F. Lazarsfeld y sus críticos. España: Universitat de València.
Sabido, Olga (2016) “Capítulo 9: Alcances teórico-metodológicos de la sociología relacional de Georg Simmel” en Vernik, E y Borisonik, H. Editores. Georg Simmel un siglo después, Actualidad y perspectiva. Libro digital, PDF – (IIGG-CLACSO; 2). Pp. 149 a 165.
Simmel, G. (2016) “Capítulo 1 El problema de la sociología” en Sociología: estudio sobre las formas de socialización. Editor digital: Titivillu; Pp. 24 a 34.
Touraine, Alain (1994) Crítica de la modernidad. México: Fondo de Cultura Económica. pp. 1-64.
Weber, M. (1982) “Sobre algunas categorías de la sociología comprensiva” en Ensayos sobre metodología sociológica. Buenos Aires: Amorrortu, pp. 175-221.
[1] No omito del texto que esta modernidad o progreso, como lo llama la perspectiva occidental, plantea que “la sociedad racional no sólo rige la actividad científica y técnica, sino también al gobierno de los hombres y la administración de las cosas” (Touraine, 1994: 18). Por consiguiente, los hombres, al liberarse de la idea de Dios como totalidad, desarrollaron el Capitalismo y el Estado burgués, es, como pasó con la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano al término de la Revolución Francesa (1789), donde la ley, como voluntad general, se concilió con el interés individual, quiero decir, con su propiedad, para defender tanto su vida como su propiedad privada, instaurándose, así, el Capitalismo, el cual consiste en haber creado un espacio de acción autónomo para los agentes privados del desarrollo económico y la explotación de la mano de obra.
[2] Theodor Adorno en Epistemología y Ciencias Sociales hace un recorrido histórico sobre el desarrollo de la Sociología, afirmando que en S. XVIII, la Sociología fue un inventario estadístico, formando parte de las “cosas propias del Estado” y de la “aritmética política”; para el siglo XIX, señala, se desarrolla la estadística social con numerosas investigaciones sobre la situación de los trabajadores, sobre el trabajo infantil o por la legislación en temas sociales; a principios del S. XX, la investigación social empírica se caracterizó por el Social Survey de los estudios comunales, en los cuales las autoridades comunales comienzan a interesarse en ellos para remediar situaciones de deterioro social; en 1930, la investigación social empírica es impulsada por los estudios de mercado y sondeos de opinión por parte de la iniciativa privada; y durante la Segunda Guerra Mundial, son los organismos oficiales quienes solicitan la ayuda de los métodos y los fenómenos de la moderna comunicación de masas para pasar a formar parte de sus áreas de estudio (Adorno, 2001: 102-104).
[3] Plantea Alfaro en Acercamiento a la metodología de Max Weber que éste aspira a un ordenamiento conceptual de la realidad, ya que, construye un objeto analítico y no una cosa, dándole así un realce al carácter constructivo de tal objeto, pero sin que las reflexiones y operaciones mentales se infecten de forma arbitraria o dogmáticas, pues, no son especulaciones filosóficas sino formulaciones lógicas entre el interés y el método científico (Alfaro, 1990: 133).