Necropolítica de género como régimen de gobierno

Un México sin nosotras

Por Diana Marisol Hernández Echevarría [1]

 

Incontables anuncios recorren titulares de periódicos y noticieros que dan cabida a los crímenes de género que asolan día a día a uno de los países más feminicidas: México. Un país que se llena orgulloso de ser liderado por la cuarta gran transformación donde aún no caben las mujeres[2].

Bajo el yugo de la nueva transformación y normalidad se esconden los crímenes de los cuerpos que no importan en un país que no atiende los gritos de auxilio del “Nos están matando”, donde día a día el acoso se respira y la voracidad de la violencia popular se normaliza al ver los cuerpos sin vida, los cuerpos que no importan.

En una nación soberana como lo es México las fronteras no llegan sólo al límite de los territorios, sino que se hallan delimitadas desde la clase social, el capital (cultural y humano) y el género. Cuando estos elementos se conjuntan, el capitalismo ―ayudado de un neoliberalismo voraz― actúa para hacer válida la idea de soberanía[3] y desplegar el poder. Pero el poder desplegado no se extiende igual ante la ola de desprotegidos que han sido desplazados, el poder se extiende más allá de la condición y ataca directamente a un género: a la mujer.

El derecho a matar segrega; con ayuda de la soberanía y el soberano, se ajusta a mantener ese margen de error de aquellas a quienes han matado. El margen de error o el error como tal devienen del raciocinio[4], la capacidad de señalamiento, una especie de escarmiento y una violencia popular normalizada. La víctima es señalada, minimizada, marcada y eliminada. Es parte de un problema solucionado.

Cada víctima se encuentra en el margen de error donde no solo no llegan los intereses de un pueblo que pretende ser bueno, sino que es una especie de “premio” una dominación en el margen de error.

Achille Mbembe aportó claridad para entender los “mundos de muerte” y, con ayuda de la visión foucaultiana sobre el biopoder[5], dio un aparte para constituir y entender las relaciones entre el “quién vive y quién muere”[6], como resultado de las políticas de muerte o necropolítica.

Esta definición otorga diversas vertientes de análisis de las cuales surge la necropolítica de género[7], que básicamente se refiere a la instrumentalización de la mujer, y genera terror como parte de un régimen que culmina en la muerte de algunas mujeres.

Este régimen de terror se ha visibilizado a través de la visión patriarcal que permea el imaginario social de un gran número de hombre y que cumple una función similar a la del racismo descrita por Mbembe:

“… la raza ha constituido la sombra siempre presente sobre el pensamiento y la práctica de las políticas occidentales, sobre todo cuando se trata de imaginar la inhumanidad de los pueblos extranjeros y la dominación que debe ejercerse contra ellos” (Mbembe, 2011:22)

El racismo es una política de muerte porque clasifica y segrega a las personas que deben morir. El Estado que promueve la misoginia y el racismo es un Estado asesino, un Estado sostenido por la necropolítica.

El Estado mexicano, con sus políticas autoproclamadas de izquierda, no logra mantener el equilibrio entre el poder de morir y vivir, que resulta frágil para cierta parte de la población, para quienes al cumplir las características de una población aún más desfavorecidas, como la de mujeres y niñas pobres, el desequilibrio es inminente.

La precariedad y el miedo son dos elementos que se han instaurado en un régimen de terror, que revelan el derecho de matar[8]. Surgen, entonces, el uso de palabras como “crisis”, “urgencia” o “alerta” para hablar del tema en cuestión; gracias a estas palabras se puede entender el uso de la necropolítica por aquel Estado que vive bajo este régimen. En ese sentido, el Estado mexicano ha puesto alerta de feminicidio recalcando, así, la crisis que se vive en todo un territorio que, no obstante, es mucho más visible en determinadas zonas.

¿Por qué hacer énfasis en el régimen de terror vivido por mujeres en un país de desigualdades, donde los hombres son también víctimas de la política letal? Por las condiciones de muerte tan distintas producto de la estructura social de desigualdad de género, es decir, las mujeres por ser mujeres tienen de facto una desventaja más en un sistema desigual. Aproximadamente, entre un 60% a 70% de los crímenes contra mujeres son cometidos por razones de género, mientras un 8% de crímenes contra hombres son cometidos por dicha causa, y un porcentaje mucho menor son cometidos por alguien conocido o cercano a la víctima, como sucede en muchos de los crímenes contra mujeres.[9]

Estos datos acercan a la realidad de los crímenes que se clasifican como feminicidios, el mayor acto de violencia contra la mujer. El feminicidio es un acto político que entiende su origen en la necesidad de dominación sobre un cuerpo, un territorio, un sentido de superioridad que se apropia de la mujer y de toda su forma de ser mujer: Género, cuerpo, ideal.

Es un acto que genera dominación y terror apropiándose de las fronteras personales de la mujer y donde el sentido de superioridad patriarcal es redefinido y legitimado para lograr la eliminación del enemigo, en este caso de la mujer. Al respecto, Segato describe a qué responde el feminicidio:

“… los feminicidios son mensajes emanados de un sujeto autor que solo puede ser identificado, localizado, perfilado, mediante una «escucha» rigurosa de estos crímenes como actos comunicativos. Es en su discurso que encontramos al sujeto que habla, es en su discurso que la realidad de este sujeto se inscribe como identidad y subjetividad y, por lo tanto, se vuelve rastreable y reconocible” (Segato, 2016:46)

 

Sin embargo, el feminicidio no culmina ahí, tiene una capacidad para llegar a políticas de salud pública como el aborto o las enfermedades de transmisión sexual entre las más de las formas en que las mujeres mueren en un sistema patriarcal negligente. El cuerpo de la mujer es un cuerpo no autónomo, no propio en la lógica patriarcal que responde al sistema opresor que encuentra sus bases en las estructuras misóginas y patriarcales de la sociedad.

Los feminicidios son ese discurso que nos recuerda Mbembe utilizado en el racismo, son parte del desarrollo de estereotipos que se repiten y terminan tipificando las violencias. La violencia, entonces, deviene en una violencia popular entendida como una normalización de ésta.

La violencia no sólo termina en la dominación del cuerpo de la mujer y en un feminicidio, sino que conlleva la exhibición del cuerpo, de las partes del cuerpo, una exhibición pública en la que hace aparición el capitalismo voraz que se alimenta de los ingresos generados con la imagen dominada de la víctima. La morbosidad vende, como se habla comúnmente, pero más allá de la morbosidad, la dominación vende. Se vende como un producto de consumo directo al sistema patriarcal de superioridad machista, una victoria que alimenta la idea del más fuerte, sentado en la victoria del feminicida. Es también una especie de señalamiento de “Macho Alfa” frente a los hombres, que otorga, además, un sentido de dominación.

Bajo esta dominación encontramos la persistencia y el cuerpo aun recordado, no como fue, sino como ha sido dominado. La precariedad en sus dos formas: precarity y precariosness[10] se categoriza para entender la condición social mayormente expuesta establecida en la precariosness, es una condición no satisfactoria. Ésta señala la vulnerabilidad corporal y la importancia de señalar más allá del cuerpo a una vida como vida, donde el duelo y el luto es importante, necesario para ser capaz de crear una especie de ontología social, es decir, el reconocimiento de uno mismo en el otro, la empatía. (Butler, 2010)

Los cuerpos que importan, entonces, no se limitan a ser los cuerpos de todas las innumerables víctimas de feminicidio; los cuerpos que importan son aquellos que han sido parte de la violencia popular y que han logrado ser llorados, pero a su vez, los que fueron exhibidos y han creado estereotipos alrededor de las razones, del porqué del asesinato.

Una especie de justificación en lo injustificable porque es preferible creer que la víctima ha tenido cierta culpa a creer que la injusticia se ha llevado a cabo sin razón[11]. Aunque esta violencia de género cabe en todas clases sociales y en todos los terrenos, la necropolítica nos recuerda las victimas que se han segregado como aquellas que deben vivir y las que deben morir.

En un Estado con políticas letales, las instituciones ejercen el control de la mortalidad. Para muestra está que la declaración de “alerta de feminicidio” en los estados mexicanos va más allá de indicar un problema regional, señala la aplicación de las políticas letales ahí. Vivir, entonces, ya no es la manifestación de un derecho sino una manifestación del poder. Viven las personas que aún en la desigualdad mantienen mayor capacidad de sobrevivir.

La política del Estado mexicano, al ser occidental, se encuentra categorizada en la Nuda Vida que desarrolla Agamben y que señala esta exclusión de la vida de aquellos señalados o destinados a morir.

La Nuda Vida se maneja a través de la dicotomía Bíos y Zoé, que encuentra y presupone una inclusión de exclusión en la vida política para permanecer a ésta. Desde este punto de vista, los feminicidios y la necropolítica de género responden a una exclusión del Zoé, de la vida privada o de su existencia política que es así categorizada como un asunto no privado, sino público. Se encuentra en un umbral entre la inclusión y la exclusión, lo humano e inhumano, lo civilizado o no civilizado. Es ahí que ambas partes giran a un lado de la frontera, entre la inclusión o la exclusión.

 Así, desde la lógica de la necropolítica de género, la exclusión resulta para ambos ―como miembros de la comunidad política― de una vida en política. La víctima es excluida como vida y sujeto político, ha perdido ambos señalamientos en la existencia del régimen soberano (Bíos y Zoé), y el victimario ha perdido ambos por no ser apto para estar en el Bíos y porque el Zoé se convirtió en parte de la justicia, de un rechazo.

Sin embargo, esta vida separable y distinta una de la otra permea en la concepción de dominación que aún tiene el victimario. Ambas vidas constituyen el “bien vivir” aristotélico que se incluye en la vida política o vida en comunidad. Es una especie de normalización y raciocinio que caracteriza a un ser político. Desde este punto, y aunque tanto el victimario como la victima ha perdido esta vida dicotómica, el acto de dominación que realizó el victimario permea en el Zoé, es un acto privado y por lo tanto político que tiene una influencia fuerte y hasta victoriosa para la lógica machista.

La dominación sobre el cuerpo y el sobrepasar los límites de fronteras que son impasables ―como el cuerpo del otro― es resultado de la política occidental moderna, que no se identifica con la opción de amigo-enemigo, es decir, en este caso, la víctima no es el enemigo, por el contrario, se entiende con la Nuda vida, la capacidad de existencia política o la exclusión. Se encuentra en un umbral inhumano que, sin embargo, ha sido la manifestación del poder de dominación y segregación de las políticas de la muerte. La víctima ha sido excluida.

El peligro latente de ser mujer en un régimen de gobierno orientado en la necropolítica de género hace repensar la política para encontrar una nueva oportunidad desde el peligro. (Agamben, 2010). Resignificar la vida política en un Zoé y Bíos que se conjuntan y que permiten entender cualquier acto como político es también parte de una resistencia frente a un poder soberano que ha estado comprendido bajo la lógica de la biopolítica.

Las mujeres, excluidas desde la antigüedad como parte limitada al placer y la instrumentalización, son parte de la inclusión por exclusión de los actos políticos de dominación y de la vida política como tal. El momento de luchar para ser parte de la vida política, del Zoé no es desde la exclusión, sino desde el propio núcleo de la vida política donde el peligro representa una resignificación.

Resignificar en el peligro es arriesgar, ir al extremo con la posibilidad de encontrar ahí una solución, una salvación. La radicalización entonces lleva a la posibilidad de romper con la condición política hegemónica y sus condiciones desde las cuales se puede crear una nueva narrativa en la historia de las mujeres.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

  • Achille Mbembe, Necropolítica, Barcelona, Melusina, 2011,
  • Butler, Judith, Marcos de guerra, Barcelona, Paidós, 2010. Introducción. pp. 13-56
  • Giogio Agamben, Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia, pre-textos, 2010
  • Michel Foucault, Clase del 7 de enero de 1976, Clase del 14 de enero de 1976 y Clase del 17 de marzo de 1976 en Defender la sociedad, Curso en el Collège de France (1975-1976), FCE, México, 2001.
  • Michel Foucault, La resonancia de los suplicios, El castigo generalizado y Los medios del buen encauzamiento en   Vigilar y castigar, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.
  • Rita Segato, Cap 1. La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de Segundo Estado y Cap 2. Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres en La guerra contra las mujeres, Traficantes de sueños, Madrid, 2016.
  • Sagot, M. (2013) El feminicidio como necropolítica en Centroamérica en labrys, estudios feministas, julio-diciembre 2013, s/p.

[1] Diana Marisol Hernández Echevarría. Politóloga egresada de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM en proceso de titulación, con temas de interés en la investigación social y política de género, poder judicial y política comparada.

[2] La tan anunciada Cuarta Transformación de México, desde su imagen, está caracterizada por las carencias en materia de igualdad de género. La imagen del gobierno oficial presentada para el 1 de diciembre de 2018 no cuenta con ninguna mujer en su diseño. (Véase https://www.animalpolitico.com/2018/11/equipo-amlo-imagen-oficial/)

[3] La idea de soberanía aquí manejada responde a la propuesta por Achille Mbembe y se aleja de la definición de soberanía manejada en la teoría política clásica. Esta definición es la siguiente “…la soberanía reside ampliamente en el poder y la capacidad de decidir quién puede vivir y quien debe morir” (Mbembe, A. 2011: 19)

[4] Es una forma de señalamiento o marca en el cuerpo político donde la política es entendida como el móvil de la razón. (Mbembe, A. ,2011)

[5] La biopolítica o el biopoder se entiende como el control que se ha establecido como dominio de la vida a través del poder. Michel Foucault, Defender la sociedad, Curso en el Collège de France (1975-1976), FCE, México, 2001.

[6] Michael Foucault concebía a la soberanía como el derecho de “hacer morir o dejar vivir” que avanzará como el nuevo derecho de “hacer vivir y dejar morir”.  Michel Foucault, Defender la sociedad, Curso en el Collège de France (1975-1976), FCE, México, 2001.

[7] La definición de necropolítica de género es entendida como: “La necropolítica de género produce así una instrumentalización generalizada de los cuerpos de las mujeres, construye un régimen de terror y decreta la pena de muerte para algunas”.  Sagot, M. (2013) El feminicidio como necropolítica en Centroamérica en labrys, estudios feministas, julio-diciembre 2013, s/p.

[8] Richard Mbembe lo describe como las relaciones de enemistad. (Mbembe, A. 2011)

[9] Sagot, M. (2013) El feminicidio como necropolítica en Centroamérica en labrys, estudios feministas, julio-diciembre 2013, s/p.

 

[10] En esta distinción la precarity se considera en su categoría más amplia y la precariosness es una condición social no satisfactoria que es mayormente expuesta. Ambas variantes devienen del concepto precariedad. Butler, Judith, Marcos de guerra, Barcelona, Paidós, 2010. Introducción. pp. 13-56

[11] “la comunidad se sumerge más y más en una espiral misógina que, a falta de un soporte más adecuado para deshacerse de su malestar, le permite depositar en la propia víctima la culpa por la crueldad con que fue tratada. “Rita Segato, La guerra contra las mujeres, Traficantes de sueños, Madrid, 2016. P, 46

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