Por Alonso Mancilla
De un tiempo para acá me estuve preguntando sobre el rol de los hombres, reconociendo el sistema patriarcal en el que vivimos, cuáles son esos mecanismos que reproducimos para sostenerlo, qué hay que modificar, y entre tantas preguntas algunas de las que me parecen centrales son ¿qué lugar ocupamos los hombres en este camino? ¿cuáles son los desafíos que tenemos para avanzar a una sociedad más equitativa y más inclusiva?. Para eso, este pequeño artículo, pues si bien las masculinidades somos parte del problema, también debemos de ser parte de la solución.
Cabe aclarar que este artículo de opinión de ninguna manera debe ser una receta de soluciones, donde hay pasos a seguir para generar un pan; no es eso, ni mucho menos, parte de la idea de reflexionar sobre nuestra posición como hombres en la sociedad y qué acciones o tareas desempeñamos —o no— para parar la violencia contra las mujeres.
Tampoco es —ni debe de ser— una reflexión dirigida a las mujeres, pues para eso ya se tienen ellas, su organización y el gran movimiento feminista —faltaba más―. En cambio, sí es una reflexión dirigida a los hombres, a la sociedad y, por supuesto, al Estado imperante, justo por aquí quiero empezar.
El Estado ¿patriarcal?
La idea de Estado se ha mitificado desde su existencia o, por lo menos, desde que se empezó a justificarla —tanto en el cielo como en la tierra—, siempre se ha creído un ente divino e intocable. Hobbes ya nos lo anunciaba en el Leviatán en 1651, cuando justificaba la existencia del Estado como vía para resguardar la vida y la propiedad de los hombres, al tiempo que estos cedían su libertad natural, a saber, había un pacto entre hombres libres que vivían en un estado de naturaleza donde “el hombre era el lobo del hombre”, este contrato fue la aparición del Estado, pasar de un estado de naturaleza a un Estado civil.
Por consiguiente, esta nueva concepción de Estado y sus diferentes pensadores que la justifican —Rousseau, Montesquieu, Locke y un gran etcétera—, arbitrariamente, trajeron con él, el Capitalismo, pues la idea de Estado se fundamentó para asegurar la propiedad y con ella la división de clases, “el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”, como lo anunciara Marx en el Capital (Marx, 2011: 33), ya que la burguesía no podría acumular riquezas sin esta protección, pues los proletarios arrebatarían lo que les pertenece.
Recordemos además que cualquier Estado tiene como base tres pilares fundamentales: el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial. Por lo que cualquier intento de arrebatar la propiedad sería castigado por el poder judicial, quien tiene en sus garras a la policía y los militares. De este modo, como diría Lenin en El Estado y la revolución, “El estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables” (Lenin, 1975: 7).
Y llegados a este momento, el cual pareciera que no tiene nada que ver con el tema, quiero soltar la siguiente pregunta ¿existe o no un sistema de opresión hacia la mujer? ¿existe o no un Estado que oprime a la mujer? ¿existe o no el patriarcado? Porque, por supuesto, a partir de aquí comenzaremos con una disertación sobre cómo el Estado, además de ser capitalista y clasista, también es patriarcal.
Aunque quisiera señalar o hacer un recorrido histórico sobre el origen del patriarcado, eso nos llevaría horas y horas enunciarlo, no obstante, deseo comentar algo rápidamente. Desde el neolítico, antes de la civilización occidental, el carácter reproductivo de las mujeres ya se comercializaba, ya sea con el intercambio de mujeres entre comunidades, y esto tenía que ver con que si tenía más mujeres un pueblo, éste sería más poderoso, pues las mujeres “engendrarían” a más niños (hombres) e incrementarían la producción en la agricultura. “De esta forma, las mujeres pasaban a ser meros instrumentos de procreación y renovación de vástagos, convirtiéndose en esclavas de los hombres” (Martín, 2008: 175).
Y qué decir del proceso de monogamización de la mujer. Como dice Aurelia Martin en Antropología del género, para Engels la monogamia no aparece en la historia como una reconciliación entre el hombre y la mujer, y mucho menos como una forma más elevada de familia. Engels opinaba que la monogamia constituía una suerte de esclavitud de las mujeres que originó la jerarquización de género y propició la dominación masculina. Qué decir de la prohibición del placer femenino.
Pero si aún no les basta con esto para creerme, daré un ejemplo más, el de la transacción matrimonial; en ella podemos vislumbrar cómo a las hijas de los hombres pobres las vendían en matrimonio para acceder a un dinero extra y subsistir; incluso, si los hombres estaban endeudados y no podían pagar, dejaban como fianza a su esposa e hijas. Dice Gerda Lerner, en La creación del patriarcado, que el matrimonio puede ser la primera acumulación de propiedad privada, pues “los hombres se apropiaban del producto de ese valor de cambio dado a las mujeres: el precio de la novia, el precio de venta y los niños” (Lerner, 1985: 311).
Y ustedes me podrían decir:
—oye Alonso, los tiempos cambian, no somos los de antes y ellas ya son iguales a nosotros, tienen los mismos derechos y si hay machismo es porque ellas educan a los hombres, entonces también son machistas.
Yo contestaré que, efectivamente, para que este sistema patriarcal funcione, las mujeres tienen que tener una “cooperación”, o más precisamente, las mujeres tienen un papel en el sistema —como si fuese un sistema de reloj donde el objetivo es dar la hora exacta y cada engranaje funciona con un papel específico, los hombres son uno, las mujeres otro, la clase social otro, el capitalismo otro. Si uno falla, entonces dejará de funcionar y no dará la hora—. Sin embargo, que la mujer tenga un papel específico en el sistema no significa que es correcto, pues está en función del papel de los hombres, el cual consiste en negarlas: de la educación, de la sexualidad, de la política y de la economía.
He aquí que en el fundamento del Estado sea donde radica el patriarcado, pues se hacen leyes para desfavorecer a la mujer ―así como se hacen leyes para favorecer a una sola clase social―. Pero esto lo vamos a desarrollar más adelante.
Así pues, lo que interesa resaltar es lo que hacemos —o lo que dejamos de hacer— los hombres, en función de la opresión histórica de las mujeres.
Violencia ¿contra las mujeres?
Ahora, quiero continuar con la segunda parte de este artículo, aunque va unida a la primera, pues vamos a ver algunos ejemplos contemporáneos de la violencia sistemática hacia las mujeres generada por el Estado patriarcal.
Quiero comenzar diciendo que la ignorancia —no en forma despectiva o humillante, si no como el desconocimiento de algo—, supone seguir fomentando la violencia contra la mujer, pues, en sentido contrario podría decirles que comprender el origen y la historia del patriarcado nos puede hacer entender la historia del Estado y su enferma sociedad patriarcal.
Podemos especular muchas cosas sobre este tema, sin embargo, de algo que estoy seguro es que nuestra sociedad está enferma y como todas las sociedades del mundo, somos el resultado de una política de Estado —no de gobierno—. Por ello, aquí quiero enunciar algunas violencias en contra de las mujeres que generamos como hombres y que podríamos contrarrestar simplemente actuando de otra manera a lo que generalmente hacemos.
Ya entrando en tema, iniciaré diciendo que, en general, todas las violencias hacia las mujeres son a causa de un disciplinamiento, interpretado como la forma de no rebelión, de sumisión y esclavismo ―metafóricamente, podríamos percibir esta idea como el perro con su amo, que siendo maltratado no le muerde la mano―, es decir, “no son otra cosa que el disciplinamiento que las fuerzas patriarcales nos imponen a todos los que habitamos ese margen de la política”, como indicó Rita Sagato en su texto La guerra contra las mujeres.
Asimismo, la dominación patriarcal no sólo tiene que ver con los feminicidios y ya, supone una relación de amo y esclavo que, al mismo tiempo, se esconde culturalmente ―no sería para menos, después de 4 mil años de opresión―: se cambia sumisión por protección y deberes del hogar (trabajo no remunerado) por manutención. Quiero ser muy claro en esta parte, porque cuando nuestras madres, en su mayoría, se casaron con nuestros padres se sometieron a ellos y a nosotros los hombres ¿o no siempre teníamos un plato calientito en la mesa cuando llegábamos de la escuela, del trabajo o de la fiesta? o ¿por qué no salían con sus amigas? ¿tenían amigas? o ¿por qué cuando se hacía un trabajo de albañilería, nuestras madres tenían que estar adentro de la recamara y nuestro padre supervisando (o nosotros como hombres)? ¿alguien se ha preguntado alguna vez esto?
A poco creemos que nuestras madres quisieron dejar de frecuentar a sus amigas, no quisieron supervisar al albañil o simplemente querían hacernos la comida por gusto. Claro que no, había un hombre en la casa que exigía un plato de comida, que además dejaba el plato (que él usó) para que lo lavara la mujer; la mujer que dejó de ver a sus amigas porque si no se enojaba el hombre, pero él sí podía ir al juego, beberse unas cervezas con sus amigos, regresar a golpear a “su mujer” y obligarla a tener sexo, por no decir violarla; el hombre que no dejaba ver al albañil porque tal vez “le gustaría a su mujer” o al albañil le gustaría “su mujer”, entonces, él tendría que protegerla. Esto es, como dice Gerda Lerner:
Su adoctrinamiento, desde la primera infancia en adelante, subrayaba sus obligaciones (…) de aceptar un compañero para casarse acorde a los intereses familiares (…). El control sexual de la mujer estaba ligado a la protección paternalista y que, en las diferentes etapas de su vida, ella cambiaba de protectores masculinos sin superar nunca la etapa infantil de estar subordinada y protegida (Lerner, 1985: 318).
Sucede lo mismo cuando el padre le dice a su hijo varón que está muy bien la igualdad entre hombres y mujeres, pero al final siempre que se vive en pareja debes de tomar las decisiones, porque tienes el carácter para hacerlo. Es la misma premisa que te impuso el Estado para que los hombres tomaran las decisiones políticas y legislaran lo que pueden hacer o no las mujeres porque no son “capaces” de tomar sus propias decisiones, entonces, hay una exclusión de las mujeres, como dice Oyèronké Oyěwùmí en La invención de las mujeres, “la transformación del poder del Estado en un poder masculino de género fue consumada en cierto grado por la exclusión de las mujeres de las estructuras estatales”.
Además, esta exclusión de la mujer en la toma de decisiones y en la creación de leyes, si recordamos que en la legislación está contenido lo que se puede hacer o no en la sociedad, es una suerte de regulador de comportamientos, que trae consigo la cultura, por lo que los derechos de las mujeres se fueron erosionando ininterrumpidamente en tanto la fabricación de nuevas costumbres, que sirvieron principalmente a los intereses de los machos (Oyěwùmí, 2017: 243-244).
Así pues, podemos ir concluyendo que no hablamos de gobiernos en concreto sino de un tipo de estructura del Estado, por ejemplo, sabemos que no es lo mismo el gobierno de López Obrador al gobierno chileno de Sebastián Piñera, sin embargo, en lo referente al Estado sí, pues es patriarcal y lo podemos constatar cuando Obrador sostuvo que “el 90% de las llamadas de emergencia al 911 por violencia contra las mujeres son falsas. El 90% de esas llamadas denuncias que recibe el 911 que te sirven de base son falsas, está demostrado”; mientras Piñera declaró que “no sólo es voluntad de los hombres abusar, sino también de las mujeres ser abusadas”.
Lo anterior da muestra de que aunque uno sea un gobierno que va en contra del neoliberalismo y el otro sea el más neoliberal de América Latina, además de graves y lamentables declaraciones, están justificando que sus gobiernos no harán nada por combatir la violencia contra las mujeres aun cuando, como ya lo anuncié anteriormente, el Estado es el que garantiza la vida de las ciudadanas, a menos que no se les considere como personas con derechos. ¿Tal vez para el Estado patriarcal tienen más prioridad los derechos de los hombres que los de las mujeres?
El feminicidio como enfermedad social
En esta tercera parte del artículo quiero comenzar diciendo que después de tanto debate con la realidad, hallé la manera de entrarle al tema de la violencia contra la mujer como hombre, y no es de otra forma que responsabilizándome como el macho que soy, para comenzar a transformarme con el mundo; así como el alcohólico enfrenta su enfermedad para abatirla, así, de esa manera, uno le entra al tema, de lo que se trata es de aceptar que tengo un problema, el machismo es el problema.
Y es que no es posible que casi 10 mujeres mueran cada día por una “pelea pasional” con su pareja ―hombre―, como se ha querido justificar los feminicidios. Inclusive, con el asesinato de Fátima ―una pequeña niña―, la ONU calificó de crisis humanitaria el asesinato de niñas y mujeres en México. Tan solo en el Estado de México, la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas del Estado de México (CEAVEM) registró 500 huérfanos/as resultado de feminicidios, más los que se suman cada día, y aunque el año pasado (2019) Naucalpan recibió 2 millones 800 mil pesos por parte del Estado, los feminicidios y la violencia contra la mujer no bajan ni pararán, porque no se quiere ver que es un problema estructural y que se debe atender prioritariamente, sin embargo, como ya lo vimos, así funciona el Estado patriarcal, ¿no es cierto?.
Aumentar el presupuesto para los municipios, colonias o barrios donde se concentra la mayor violencia (física) contra las mujeres, con lo que se atiende principalmente a los niños y niñas, a los/las cuales se les otorgan becas, pero no se atiende el problema de fondo, es un simple parche en la balsa y algún día se va a hundir; es como el caso de la separación de las mujeres en los dos vagones del metro de la Ciudad de México, que ayuda a tener un camino libre de acoso de los hombres, pero al salir sigue el problema. Es un paracetamol para calmar el dolor, pero no terminar por curar al enfermo y el malestar se agrava cada día más: la enfermedad social es el machismo y el patriarcado que la legitima y no se quiere atender.
Pero ¿por qué digo que somos una sociedad enferma? Porque tú, yo y todos los hombres que a simple vista parecemos normales ―que lo somos porque en esta sociedad lo normal es asesinar a las mujeres― podemos cometer feminicidios y no importa nuestro nivel de escolaridad, no importa si somos blancos o morenos, no importa si somos creyentes de una religión o si tenemos una hermana o una madre, podemos terminar con la vida de las mujeres. Es por eso que estamos enfermos.
En México, la mayoría de los casos de feminicidio los cometen hombres que se han relacionado sentimentalmente con las mujeres y no es un dato menor, pues no estamos hablando de hombres que son “delincuentes”: que venden drogas, que son asaltantes, que son secuestradores o que no estudiaron, y son individuos ajenos a las mujeres que asesinaron; inclusive, hay casos donde esos hombres son un ejemplo en la academia, sin embargo, esto no los exenta de ser machistas y considerar la vida de la mujer en un nivel más bajo.
Por consiguiente, estamos en una normalidad que generó el Estado patriarcal, pues como dice Luciano Fabbri “a los varones nos crían para pensar que podemos disponer de las mujeres”.
Y es en la familia donde encontramos el principio de desigualdad, esa primera institución donde tenemos nuestra primera socialización, donde nos hace creer que vale más nuestra vida que la de las mujeres. Esa institución que nuestro presidente defiende como si fuese su vida misma, negando que haya violencia contra la mujer en la familia, ya que la considera distinta a la de otros países, cree que en México la familia convive siempre en armonía. Este supuesto es lo que más está dañando de inicio ya que, como dice Fabbri:
En el marco de una estructura familiar, los varones tenemos muchas más posibilidades de hacer con nuestro tiempo aquello que consideramos importante o deseable, mientras que las mujeres, en general, tienen que ponerlo al servicio de las necesidades de los demás. Si a mí desde pequeño me enseñan que, a la hora de poner o levantar la mesa, yo puedo quedarme en el sillón con el control remoto pero mis hermanas tienen que hacer el trabajo doméstico me están diciendo ya de manera muy temprana que mi tiempo vale más que el de ellas para hacer el uso que quiero de él.
Para explicar mejor esto, el sistema patriarcal que comprende familia, grupo de amigos, escuela, instituciones de gobierno y todas nuestras áreas de socialización, está dirigido desde las jerarquías, y una de ellas es el hombre sobre la mujer, la cual, cabe destacar, está totalmente legitimado por la cultura, es decir, por un sistema de creencias y de normas. Por lo que cuando se transgrede la norma, nos convertimos en auténticos enfermos desquiciados de poder y cometemos feminicidios, tan sólo porque ya no nos quisieron más, porque dejaron de creer en nosotros, porque no querían a un borracho como pareja, porque no querían quedarse en casa, porque no querían vestirse como nosotros queremos, porque las queríamos mantener. Por ser libres.
Esa libertad de la mujer es la causa de la violencia que se ejerce en su contra, porque pareciera que se rebelan contra el amo ―el hombre― y amerita la pena mayor ¡qué idiotez! Es así que no, no hemos arruinado nuestra relación con nuestra pareja, hemos arruinado su vida, sí, su vida y con ella, la de su familia; no sólo han caído en depresión, sino las hemos matado ¿por qué?
Nos hemos impuesto, sí, impuesto nuestra dominación física sobre ellas, impuesto psicológicamente sobre ellas; se quedan con nosotros, se quedan en casa, se visten como queremos porque tienen miedo. No creamos que están con nosotros, los machos, porque nos quieren o nos respetan, nos temen y eso es indignante. Como dice Fabbri, “cuando él (el hombre) identifica que está perdiendo el control sobre la vida de esa mujer, está dispuesto a quitarle la vida y a veces a quitarse la vida él mismo porque prefiere no vivir para ver a esa mujer fuera de su control”.
El feminismo como la cura a la enfermedad
Ya desde este momento del artículo quiero decir que en esta reflexión jamás me exenté de ser participe, de generar machismo y violencia contra las mujeres. Si alguien considera que hablo desde la “pureza y santidad”, está en un grave error, pues precisamente estas reflexiones que hago son a partir de mis propios comportamientos y la manera que encontré para contrarrestarlos es a partir de responsabilizarme de mis actos, pues justamente quienes están asesinando somos los hombres.
No hay mejor forma que responsabilizarse uno mismo de su enfermedad y actuar, para entrar en buena salud; por ello, durante el proceso de leer sobre feminismo y nuevas masculinidades, como si fuese la medicina que uno prueba para curarse y al final muere o sana, me topé con un texto llamado “Responsabilizándonos: rompiendo el bloqueo a tratar las agresiones sexuales y el maltrato en los entornos anarquistas”, a partir del cual nace la reflexión aquí vertida.
Asimismo, me parece fundamental señalar que el peor error del hombre es decir “yo también sufro”, “a nosotros también nos matan”, “a nosotros nos violan también”, “nosotros ayudamos en el hogar”, basta de la victimización. Hoy, por todos los hombres que han hecho daño a las mujeres, hoy que todos somos machos, es el momento perfecto de responsabilizarnos de ellos, de ustedes, de todos nosotros.
Una revolución no es revolución si no se cambia la cabeza, si no destruimos lo que pensamos, lo que nos han impuesto nuestros padres y madres, la escuela, el Estado. No hay revolución si no cambiamos la forma de socialización cotidiana, la del día a día, a la hora de dormir y en el momento de levantarnos. No hay manera de que haya una revolución si no vemos a la mujer como nuestra pareja, sí, como nuestro par, con los mismos derechos y obligaciones, como una forma de pensamiento, como una forma de actuar; si no la vemos como una persona que decide y crea.
Al parecer, nadie se va a responsabilizar por nuestros actos, es momento de que seamos autocríticos y lo hagamos nosotros, porque el Estado patriarcal no lo hará, lo hemos visto, una vez tras otra, estos hechos de violencia contra la mujer se dejan impunes.
Al responsabilizarnos, no hablamos del acto en sí, del acoso, de la agresión sexual, del feminicidio en particular, pues es muy fácil deslindarse de manera personal de estos hechos bajo el argumento de “yo jamás lo he hecho”; sino que hablamos de cuestionarnos qué estamos haciendo para que ya no pase, tenemos que responsabilizarnos en modificar o eliminar esos patrones sociales y las estructuras de poder que los generan y mantienen en la realidad concreta. Es real que la mejor forma de enfrentar el problema de la violencia no es brindando ayuda a las mujeres, sino buscar generar un cambio en nuestros espacios, entre hombres.
Seamos el amigo que le dice al hombre y a todos los hombres que han hecho daño que debe reconocer, asumir y responsabilizarse de sus acciones y reparar el mal que han hecho. Esto quiere decir que no debemos apapachar al hombre sólo porque yo soy hombre, sino ser responsable de denunciar la acción de agresión para que no se vuelva a cometer.
Ante esto, la propuesta es que se concientice que el primer acto real para cambiar esta cultura de la agresión y opresión contra la mujer es a partir del consentimiento sexual, es decir, que se puede tener sexo, solo y solo sí, la mujer accede, en términos correlativos. Hay que empezar a responsabilizarnos cuando nos dice que no la compañera, no debemos de enojarnos, no debemos de decirle puta porque no nos quiere, no debemos de acosarla, no debemos de matarla, dejemos de objetivarla, de tomar su cuerpo como si nos perteneciera o de creerlo a la mano, disponible.
Es urgente tener una política educativa en la que se toquen estos temas y se impulsen reflexiones en torno a repensar lo masculino, porque si el feminismo está creando mujeres nuevas, nosotros tenemos que estar a la altura de las circunstancias y promover el hombre nuevo. Estamos hablando de una nueva pedagogía donde la mujer se haga presente en la historia y los hombres dejen de ser el centro de universo ―donde el pene deje de serlo― y se cuestione todo, el matrimonio, el género y la familia. Sólo así, podríamos darle vuelta a la violencia contra la mujer; debemos, pues, de desaparecer al macho, no al hombre, pues la guerra es contra el machismo y una única medicina contra el patriarcado es el feminismo.
A manera de conclusión
Primero decir cómo me he sentido reflexionando este tema, pues es cierto que tan solo por ser hombre, ya de facto, podemos decir que portamos cierto reconocimiento social y privilegios. Entonces, a partir de este contexto, la reacción que tenemos en torno a todas las formas de manifestación feminista pueden ser diversas ─casi siempre negativas─, sin embargo, están dotadas de un criterio común: el desconcierto.
Así es como yo me sentí ─y me siento─, desconcertado, conflictuado y avergonzado por muchos de mis comportamientos que he tenido con mis compañeras, con parejas sexo-afectivas que he tenido, con mi hermana y con mi madre, pues que no sea un feminicida, un violador o no haya ejercido violencia física hacia ellas, no significa que no haya tenido comportamientos de opresión hacia ellas, comportamientos que los asimilaba como normales. Además, me parece importante enunciarlo porque hablamos de una liberación, de entrar en buena salud, como el alcohólico que acepta su malestar y que se siente responsable de actuar, así también me siento, porque no es posible seguir dejando pasar tanta violencia, tanta muerte contra las mujeres.
Hablando concretamente, ya no sabemos qué hacer ante la interpelación de los feminismos, un chiste ya no cae bien y qué decir de la forma en que “ligamos”, ya que esas prácticas que antes concebíamos como naturales o normales, ahora son denunciadas como formas de violencias; las expresiones que usamos en los grupos de amigos hoy son prácticas de complicidad machista; los comportamientos que teníamos con la pareja que antes eran normales, se descubren como formas de acoso y de abuso. Entonces, caminamos con una mirada desorientada ¿y qué hacemos? ¿asesinar? Claro que no ¿entonces?.
Lo que tenemos que hacer ─como sugiere Luciano Fabbri─ es abrazar la incomodidad, pues ya de inicio la incomodidad es un principio del movimiento, es decir, cuando no estamos cómodos tenemos que movernos y esa coyuntura es la que nos permite ir hacia un lugar distinto al que venimos reproduciendo. No tenemos un modelo concreto de masculinidad al cual ─como receta─ podemos aspirar, pero sí tenemos ciertas características que nos dicen no es por ahí: es necesaria una forma que no dañe, que no genere desigualdad, que no genere violencia, que no genere opresión, particularmente en las mujeres, pero también en los hombres mismos.
Esto tiene que ver ─como lo interpela el feminismo─ con politizar lo personal, que cuando me esté relacionado con una mujer, tenga presente todas las desigualdades que genero como hombre y no las reproduzca. Al mismo tiempo, tenemos una certeza y es que tenemos una responsabilidad histórica, pues en toda la historia la mujer ha sido ─y es─ la más oprimida y tenemos que hacernos cargo de ello. Al mismo tiempo, decir que esto no se puede quedar en el terreno de la reflexión individual ─por eso estamos aquí─, sino que debemos hacernos cargo ─como hombres─ de nuestra propia reeducación, porque no podemos esperar a que las mujeres lo hagan ─ni si quiera es su responsabilidad─ y el Estado, tan solo por serlo ya reproduce desigualdad, además de ser patriarcal.
Por otro lado, si bien existen diferentes formas de masculinidades, es decir, de ser hombre, yo considero que estoy dentro de la masculinidad hegemónica, es decir, me gustan las mujeres y estoy bien teniendo un cuerpo de varón, que dentro de este abanico está en uno de los puntos más altos de la jerarquía ─por su puesto depende también de la clase social, del color de la piel, de la nacionalidad, etc.─.
Y dentro de todo esto, está la masculinidad ─en singular─, que Luciano Fabbri conceptualiza como:
un dispositivo de poder, el cual se refiere a un conjunto de discursos y de prácticas que nos socializan, fundamentalmente a una persona que nace con pene y testículos asignado como varones; en un conjunto de ideas en las cuales nos criamos, crecemos y nos educan, para sentir, para creer y para pensar que las mujeres, que sus tiempos, sus cuerpos, que su sexualidad, sus capacidades y sus energías están a nuestra disposición.
Entonces, desde la promoción de la salud, debemos abrir espacios desde las estructuras del Estado, en la educación, en la legislación, en la impartición de justicia; espacios que generen reflexión para transformar la masculinidad en una sin violencia y sin jerarquías, de lo que se trata es de invertir recursos para que los hombres dejemos de ejercer la violencia y alejarnos de esos mandatos normativos, es decir, una mirada feminista de las y para las masculinidades, pero no una que compita contra el feminismo: ni en lo político ni en lo económico, mucho menos en lo social.
Ideas para el debate y la reflexión:
1.- Machismo en movimientos sociales y colectivos de izquierda (marxistas, anarquistas o críticos). Aquí quiero iniciar con la pregunta ¿si soy de izquierda puedo ser machista? La respuesta es obvia, estamos atravesados por el patriarcado por todas las estructuras de la vida. Como el famoso dicho: en la calle es el Che y en la casa Pinochet.
Los hombres siempre hemos hecho menos al movimiento feminista, inclusive se dice que cuando se gane la revolución socialista deberá de desaparecer la relación machista, pero qué creen, eso no será así. Los hombres discutirán la política en los partidos de obreros, en los sindicatos y en el gobierno. De este lado tenemos el ejemplo, el tipo que en la marcha sobre la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa le dice a la chica que hizo una pinta en Palacio Nacional que no puede rayarlo porque es histórico y así no las van a escuchar, además de decirle cómo encaminar su lucha, miente diciendo “yo perdí un hijo en Acapulco y ¿sabes lo que se siente?, a mí me mataron a mi hijo. No puede ser posible, así no se lucha”. Es lamentable que, para desprestigiar el movimiento feminista, estos hombres de “izquierda” tengan que mentir porque no les gusta que las mujeres sean la vanguardia revolucionaria.
https://www.youtube.com/watch?v=Me37ZsevE_c&ab_channel=ElUniversal
2.- Machismo y misoginia en las aulas. Este punto es esencial discutirlo cuando los profesores son los que enseñan la cultura de la violación, pues hay ejemplos como lo sucedido en la UNAM, particularmente en la Facultad de Química, cuando el maestro Mario Chin le cuenta un “chiste” a sus alumnos: hay una niña, le decían la bolsa de hielo de oro y no por fría ¿qué le hacen a una bolsa de hielo para que se trocen? Porque esta niña con unos golpes aflojaba como las bolsas de hielo. Entonces está legitimando la violación y normalizando el feminicidio.
https://www.youtube.com/watch?v=o4xHyus9rwE&ab_channel=ImagenNoticias
3.- Estado patriarcal. Como dijimos anteriormente, parte del Estado es el poder judicial, el que aplica la justicia, entonces, cuando como en el documental de Netflix “Las tres muertes de Marisela Escobedo”, todas las pruebas apuntaban a que el esposo de la hija de Marisela cometió feminicidio, e incluso él se declara culpable diciendo que lo disculpen por asesinarla y el juzgado lo declara inocente vemos con claridad innegable que el Estado y la justicia que imparte son patriarcales.
https://www.youtube.com/watch?v=HItYBIUdouY&ab_channel=MILENIO
Ejemplo de esto también lo encontramos en el 2019, en Perú, donde absolvieron a un violador porque la víctima traía calzones rojos con encaje. Después de dos años de investigación, los jueces en su fallo sostuvieron que la ropa interior que llevaba la mujer “conlleva inferir que la agraviada se había preparado o estaba dispuesta a mantener relaciones sexuales”.
https://www.youtube.com/watch?v=LLC-Hn6AEVM&ab_channel=Am%C3%A9ricaNoticias
Cortometraje “Masculinidades”:
https://www.youtube.com/watch?v=Rb2LzRtaFzQ&t=94s&ab_channel=ENPOLI