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Cuando tenía dolor de panza

Por Jesica Gonzáles

Recuerdo cuando nos mudamos de lo de mi abuela, el camión de mudanzas sobre la calle, las cajas apiladas sobre la vereda, yo con mis hermanitas agarradas de los fierros que parecían laberintos dentro del camión, mientras el conductor prendía el motor saludamos con nuestras pequeñas manos a esa casa que por mucho tiempo había sido nuestro hogar. Nos dirigimos a la nueva casa, con paredes blancas, habitaciones pequeñas, con una grifería que no paraba de gotear.  Yo tenía 5 años, comencé el jardín y luego fui a la primaria que estaba a una cuadra de casa.

No me gustaba ir a la escuela porque siempre nos decían cosas muy feas a mí y a mis hermanitas, que éramos pobres, que se nos notaba en la cara y hasta en el pelo.

Una vez llegué medio dormida al cole, mis compañeros empezaron a burlarse de mí porque tenía pedazos de colchón pegados en el cabello, “cabeza de colchón” me decían, o se burlaban por el olor a humo de las brasas con las que por las noches mamá cocinaba en el patio porque no teníamos gas. Otras veces íbamos sin desayunar y terminamos en la dirección con dolor de panza. En tercer grado tuve a una maestra llamada Andrea, era muy buena, cuando tenía dolor de panza ella me preparaba un desayuno para que tomara antes de entrar a clases. Una tarde,Leer más

15 Letras de tango escritas por mujeres

3. A una ola

María Grever (León, Guanajuato, 1885 – Nueva York, 1951)

Por Miguel García

Algo que resalta en toda la obra de María Grever (María Joaquina de la Portilla y Torres) es una brillante originalidad que, en su momento, no fue comprendida de manera cabal y pasaba por rareza, a medio camino entre lo popular y lo académico. Sus conocimientos musicales daban a sus composiciones el complemento mejor para sus versos, capacitada de sobra para musicalizar todas las emociones.

Era una artista atrevida. Esto es lo que le otorgaba a María Grever esa originalidad. Imaginemos la mirada de la sociedad a finales de la década de los 20 hacia una mujer que escribía de amores pasionales, entregas eróticas, amores secretos llenos de ternura y arrebato, figuras femeninas que no esperan a que llegue su amante: ellas van por él; que no son pasivas sino activas, soñadoras que se permiten derribar barreras impuestas por la época; ellas mismas toman la iniciativa. No sólo dice cosas lindas de amor; sus canciones son auténticos manifiestos que denuncian inconformidad y exponen toda una realidad velada.Leer más

En la horda es imposible una normalidad democrática

Por Francisco Tomás González Cabañas

A diferencia de la tribu, y en una resignificación de pueblo, masas o ciudadanía, tal como lo definió Paco Vidarte en su vida y obra, la horda es sin duda el ámbito en donde los sujetos nos hemos privado de los alcances de ser algo que ansíe o pretenda comprender la posibilidad de ir más allá de nuestras propias instintividades, a las que en algún momento las herimos de muerte.

La democracia no existe por esto mismo. No puede haber sujeto que desee algo más que el deseo mismo, muchas veces inconexo como inexpresado. Es imposible que alguno de los existentes podamos sostener en continúo una idea general a la que alguna vez no traicionemos o la que no perforemos mediante la naturaleza ambigua de nuestras dudas y contradicciones que nos impulsan al mar o la corriente, en donde quedamos a expensas de esas fuerzas que nos exceden. En este imposible, surge la prometedora insensatez de la representación. El fantasma constituido de la representatividad opera como expectativa y se imprime en el registro simbólico cómo la ley del padre en su función, como la ley a secas, deviniendo el poder en un registro de lo jurídico, normativo y normal.

El deseo suspendido, posibilita la sensación de la transgresión, dentro de las reglas de la horda, Leer más