Camilo, el revolucionario que todos podemos ser

Por Alonso Mancilla

Camilo, el personaje revolucionario más querido que representa al pueblo cubano, era su imagen, como habría recalcado el Che Guevara en el prólogo de Guerra de guerrillas.

Camilo, la figura que se fragua sola y que tiene un destino dictado, al más puro estilo de la tragedia griega, pues viniendo de Estados Unidos, se incorpora a última hora al ejército revolucionario en un contexto donde todos dudaban de todos, donde la confianza era el tesoro sagrado para preservar la vida, la moneda de cambio de justicia y razón. Así pues, Camilo era ese sujeto al que se le ponía “marca personal”, al que se vigilaba día y noche, por la creencia de que iba a traicionar a la revolución, pero nada más alejado de la realidad.

Narra el Che que conoció a Camilo en Alegría de Pío cuando estaba tirado y herido, “cuando se oyó un débil grito: «Estamos perdidos, hay que rendirse». Y una voz viril, que no identifiqué sino como la voz del pueblo, gritó desde algún lugar: «Aquí no se rinde nadie, carajo»” (Guevara, 2017: 4), era la voz de Camilo. En otra ocasión, Camilo defendió y salvó una ametralladora, se aventó sobre ella para ser utilizada por el ejército revolucionario; aquella fue usada para ganar la batalla y aunque Camilo recibió una bala en el muslo izquierdo y otra que le atravesó el abdomen, no pudo morir. Hubo una circunstancia todavía más extraordinaria, cuando Camilo resistió junto a 20 de sus compañeros todo un día entero el acoso de 600 hombres del ejército enemigo, lo que significó su más grande hazaña, y es que no pudo ser de otra manera, pues el destino estaba escrito.

Camilo era el intérprete del trabajador incesante, “no podía pasar en su cabeza la más leve sombra del cansancio o de la decepción” (Guevara, 2017: 5). Era un obrero de la revolución, ese que deja el alma en la cancha, en la fábrica, en la oficina y que no se detiene, para darle lo mejor a su familia en la lucha por la liberación.

El general de brigada William Gálvez dice en su libro Camilo, Señor de la Van-guardia, que éste:

 “pertenecía a una familia humilde y conoció la escasez de la época. Por ejemplo, tenían que mudarse muy a menudo, por no contar con dinero para pagar el alquiler. Sus padres, españoles de ideas progresistas, trabajadores sencillos, le inculcaron desde niño el espíritu patriótico, el amor al trabajo y al estudio, el respeto a los demás, la honestidad y la inconformidad ante cualquier injusticia” (Izquierdo, 2017: 28).

Siguiendo esto, cualquiera que haya vivido la pobreza implementada por el neoliberalismo podría obtener esos valores y forjarse como camilista. La pobreza hace que uno luche en contra de las injusticias generadas por gobiernos simuladores, deshonestos y traicioneros. De lo que se trata es de tomar conciencia de nuestras circunstancias, del contexto en el que vivimos y de hechos de gobiernos mal intencionados y agentes del mercado libre, que han hecho de nosotros clientes que compran lo que deberían ser derechos: educación, salud y trabajo. Problemas sociales latentes en nuestra sociedad que, si nos ponemos a reflexionar un poco sobre ellos, podríamos hacer un ejército cienfueguista, con lo que consecuentemente pondríamos a esos gobiernos de rodillas.

Camilo “amaba los deportes, en especial, la pelota —logró ser uno de los mejores del equipo de su escuela—, la natación y montar bicicleta. Como muchos de sus amiguitos era humilde…, pero sobresalía por un valor a toda prueba” (Izquierdo, 2017: 29), ante esto, los niños y las niñas que habrán de cambiar o transformar la situación del país en el que viven no tienen por qué dejar su infancia, sus ganas de divertirse, de competir y de ser felices, no tienen, por ninguna circunstancia, que dejar de hacer lo que les gusta. Empero, han de llegar a conocer sus aficiones teniéndolas cerca, contando con opciones; nos queda entonces forjar presentes donde los niños no se alejen de los deportes, de las actividades que completen una formación integral.

Camilo, debido a la desgracia causada por malos gobiernos, tuvo que trabajar de sastre a temprana edad, por lo que no pudo graduarse del bachillerato, es decir:

“no recibió influencia de medios universitarios, ni estudió de manera sistemática una literatura política; sin embargo, el ambiente del hogar, su condición de trabajador y emigrado, la participación en manifestaciones populares, el magisterio de Fidel y la práctica de la lucha de clases, fueron forjando su instinto revolucionario, y el contacto sistemático con las masas fue la fuente principal de la evolución de su pensamiento martiano”. (Páez y Yera, 2017: 40)

 Precisamente por esa condición se convirtió en el revolucionario del pueblo, hecho a su imagen y semejanza. No necesitó de grandes institutos de enseñanza, ni de viajes por el mundo para observar las injusticias en las que vivían los pueblos de América, entonces, todos y todas podemos ser ese revolucionario que encuentra esas injusticias en la cotidianeidad y no en la academia y las teorías que explican lo que es una realidad encarnada en las historias personales.

Camilo, más que un líder, era un pedagogo político del pueblo cubano, usaba un lenguaje caracterizado por “la sencillez y concreción de las ideas. Utiliza palabras, frases y dichos populares con los cuales logra una mayor identificación con el auditorio” (Páez y Yera, 2017: 42). Inclusive, pone la educación como el factor de transformación de la conciencia del ejército rebelde:

“cada uno de nosotros debe dedicar a los estudios gran parte del día (…) Yo les suplico a cada uno de ustedes que ponga el mejor de sus esfuerzos para superarse (…) La Cuba nuestra necesita de hombres conscientes, de hombres responsables que sepan por qué y de qué manera van a defender sus vidas, defendiendo una causa (Cienfuegos, 1959).

 A saber, pone una gran importancia a la educación crítica de la milicia, para que no se siguieran órdenes ciegas, como reprimir al pueblo. En otras palabras, Camilo no necesitó de un gran bagaje académico para dirigirse al pueblo cubano, le bastaba con saber la historia, la cultura y los problemas que aquejaban a sus iguales. Creo yo que todos y todas conocemos los problemas que nos amenazan día con día, por lo que podemos ser ese Camilo que propone soluciones y que habla de frente a nuestras sociedades, tan necesario en estos tiempos.

Así pues, al medio día del 28 de octubre de 1959, Camilo partiría de Ciudad Libertad hacia Camagüey, empero, partió hacia la eternidad, hacia la última parada que le deparaba su destino, viajando en el Cessna 310, un vuelo que no termina, una revolución que no cesa y un Camilo que no descansa, pues, es el revolucionario que todos y todas podemos ser.

Como diría Nicolás Guillén:

Duerme, descansa en paz ―dice la mansa/ costumbre de flores, la que olvida/ que un muerto nunca descansa/ cuando es un muerto lleno de vida

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