LA UTOPÍA COMO POLITIZACIÓN DE LA CONCIENCIA

 Por Alonso Mancilla

El término utopía se ha utilizado de manera corriente en todos los sectores de las sociedades del mundo, ya que los países hegemónicos ─por no decir imperialistas─ y los agentes financieros internacionales han vulgarizado el concepto, convirtiéndolo en una palabra en boca de todos, no importando la clase social ni la ideología que la penetre. De hecho, en la propia academia se ha usado irresponsablemente, pues el término en ese espacio connota un sinónimo de lo irrealizable, un lugar que no existe o un imaginario que nunca se logrará, pero nada más alejado de la realidad.

La utopía política tiene un peso específico y si se analiza en un contexto concreto puede llegar a determinarse como realizable o no. Banderas Martínez, en su texto Utopía política: relaciones cognitivas y prácticas, sostiene que el discurso político tiene tres fuentes: 1.- la filosofía política; 2.- la ciencia de la política; y 3.- el discurso común u ordinario sobre la política. Es decir, a la política la condicionan tres cosas: un ideal que es la filosofía; la idea de Estado en la realidad, que es la ciencia política y el discurso para preservar ese ideal. O sea que la filosofía responde al por qué, mientras que la ciencia al cómo de los hechos concretos. Dice Sartori que en la filosofía la explicación subordina a la descripción y en la ciencia, la descripción condiciona a la explicación.

Por otra parte, Banderas afirma que la acción política es parte de la realidad política y es el hacer de los hombres, lo que significa que no sólo está precedido por el conocimiento científico de la realidad, sino que además puede estar motivado por deseos, sueños, ideales y utopías, que también forman parte de lo político. En otras palabras, la acción política está condicionada por tres tareas: la utopía o los ideales políticos que son la filosofía, el conocimiento concreto de la realidad que es la ciencia y el establecimiento de un discurso para preservar o transformar esa realidad. Por consiguiente, como aclara Banderas, el verdadero motor del proceso histórico no viene del conocimiento científico, sino de la filosofía, pues, como plantea Sartori, la filosofía ofrece un alimento que la ciencia no puede proporcionar: un fin.

Además, siguiendo con Banderas, la utopía se usa para representar una sociedad imaginaria. Siendo la descripción y el relato imaginario de una sociedad que no existe ni en tiempo ni espacio. Así pues, el término utopía son escritos de la época moderna y, según Banderas, son sueños humanos de un mundo mejor.

El discurso utópico, de acuerdo con Banderas, se caracteriza por hacer una crítica, implícita o explícita, de un orden de cosas establecido, este planteamiento es fundamental, pues una condicionante de la utopía conlleva criticar algo que está mal, que se considera negativo o simplemente va en contra del bien común y de la idea de buen gobierno, o sea que, la utopía no sólo es filosofía, sino también, y al mismo tiempo, ciencia, ya que hace un análisis concreto de la realidad para realizar la crítica.

Sumado a lo anterior, la eficacia de la utopía, dice Banderas, consiste en remontar la visión de un individuo a una visión original del grupo social (o clase) que la sostiene, solo de esta manera puede traducirse en acción política, lo que significa que, para poder orientar las acciones políticas, la utopía debe tener la facultad de producir una voluntad política, pues solo a condición de que deje de ser el deseo de un sujeto individual, logrará realizar su contenido virtual o futurístico.

En tanto, Pallares Piquer, en Utopía, educación y cambio social…, plantea que la utopía no es algo imposible o irrealizable, se trata de un espacio por ocupar, un lugar que puede ser conquistado, un escenario en el cual la imaginación humana se lance hacia la búsqueda de un futuro mejor. Esto quiere decir, que una utopía es algo que puede ocupar un espacio en una temporalidad concreta, de ahí su realizabilidad ─aunque también una distopía pueda ocupar ese espacio─.

Además, hay utopías realizables y otras que no, por ejemplo, Hinkelammert pretende promover que la sociedad que está por llegar asuma las demandas que en el presente no son atendidas, por lo que es imposible llegar a ese fin ideal. Mientras que la idea de Habermas, dice Pallarés, tiene que ver con la utopía de lo real, la cual resalta la urgencia por atender las necesidades cualitativamente nuevas, de otras conexiones sociales y de otras maneras de asociación, lo que significa una ruptura con el pasado, atención en el presente y una transformación en el futuro. Es decir, necesitamos que la filosofía rompa con el pasado que es el presente crítico, atender el presente que es el futuro propuesto en la realidad concreta y llegar al ideal planteado con la crítica del pasado.

Por otra parte, José Antonio Pérez Tapias propone, en Mito, ideología y utopía. Posibilidad y necesidad de una utopía no mitificada, que el mito ha utilizado la ideología como fábula, ilusión o engaño, pero también como un relato inserto en una tradición y conservado en la memoria colectiva, es decir, que es un acto ideal no realizable; esto pasa con la ideología (de cualquier tipo), cuando se vuelve doctrina es irracional por su carácter de incuestionable, en otras palabras, cuando esa ideología se critica, se desmitifica, se puede utilizar como un fin realizable. Así pues, lo que hacen las mitificaciones es apuntalar y legitimar lo dado, mientras que la utopía implica lo contrario: el cuestionamiento radical del orden existente, esto quiere decir que cuando a la utopía se le quita el sentido crítico y se sustituye por mera ideología, a su vez deriva en mito. En suma, la distinción entre la ideología y la utopía es crítica de la realidad concreta.

Así pues, una utopía realizable es, primero, un lugar que puede ser ocupado en el futuro; segundo, un ideal colectivo ─no individual─ que se propone como fin para ocupar ese espacio futuro; tercero, una crítica y cuestionamiento del presente para atender demandas sociales; y, cuarto, el establecimiento de un mundo mejor. En ese tenor, utopía es filosofía por el fin; ciencia por análisis crítico y acción política; y transformación social. Al mismo tiempo, esa transformación se convierte en ciencia política con contenido filosófico para la acción política.

De la misma manera, los grandes defensores del capitalismo y el neoliberalismo mundial, después de la caída del muro de Berlín en 1989 o, mejor dicho, con el fin de la historia como habría proclamado Fukuyama, lograron hacer realidad su injusta utopía, la cual se caracteriza por concebir a todo el mundo en un mercado libre, donde todos y cada uno de los países del globo terráqueo adopten un mismo sistema económico y las mismas instituciones políticas. Aunque los países tengan diferentes problemas, siempre la solución neoliberal es la liberalización de la economía. Esta utopía encontraría su mayor representante en Hayek, gran heredero de Adam Smith. Así pues, “los neoliberales afirman, como los conservadores, que los hombres son naturalmente desiguales, y que no existe una igualdad básica de carácter ético, político y jurídico, como lo aseveran la mayoría de las teorías contemporáneas. Las desigualdades naturales explicarían las desigualdades económicosociales” (Vergara, 2016: 7).

Por consiguiente, el neoliberalismo es fiel representante de la desigualdad social, ya que propone que existirá una pequeña élite que triunfará por encima de toda la masa ─de la mayoría─ en la competencia del mercado, pues tienen una mejor adaptación y “pueden comportarse como eficientes maximizadores racionales. La libre competencia genera ganadores y perdedores, y como Galbraigth ha explicitado, para Friedman los países, las empresas y los hombres débiles no tienen derecho a vivir” (Vergara, 2016: 8). En consecuencia, el neoliberalismo encontró en la libertad, el valor fundamental para el desarrollo de los individuos, “los neoliberales definen la libertad como ausencia de coerción intencionada e ilegítima del Estado y de terceros” (Vergara, 2016: 8), es decir, la libertad de comprar y vender en el mercado, básicamente la libertad económica. Pero eso sí, quieren las armas del ejército y la policía para preservar su propiedad privada, o sea que, quieren al Estado para oprimir a la clase obrera, lo que significa una contradicción en su (dis)utopía o nos han vendido la más grande farsa de la humanidad: si trabajas duro puedes obtener lo que tú quieras, incluso volverte un gran empresario, es decir, todo depende del esfuerzo personal y si no lo logras “eres un huevón”, pues el mercado te pone todos los mecanismos para participar.

Así pues, con el final de la historia de la antigua y utópica URSS ─pues es irresponsable decirle “el final de la historia” así, sin más, cuando la humanidad sigue más viva que nunca y sólo ella es la que hace la historia─ se hizo realidad la farsa, sin embargo, al contrario de lo que suponían los neoliberales, la humanidad tomó conciencia. Ya la utopía socialista había dejado semillas, así como en el bosque después de ser arrasado por el fuego nacen los retoños que vivían debajo de la tierra, Cuba, Chile y China ya habían empezado su primavera, que no son otra cosa que procesos de acción política de transformación social y nunca han sido ajenos a la historia, pues han estado presentes durante toda la vida humana.

Como ya dijimos anteriormente, las utopías son independientes de la ideología que las represente, es decir, hay utopías tanto de izquierda como de derecha, sin embargo, depende de la crítica que le hagan a la realidad existente y, como estamos ante una realidad donde es imperante el sistema capitalista y neoliberal, las utopías aparecen como críticas a ese sistema hegemónico. Por consiguiente, han aparecido utopías que quieren transformar la realidad social, sin embargo, en la moderna era de la tecnología el uso de armas como vía es un mito y no porque no se quisiera plantear una revolución armada, sino porque es imposible hacerle frente al poder por esa vía, por lo que a finales del siglo XX y principios del XXI, la utópica vía es la democracia real y participativa, encontrando sus principales representantes en países como Venezuela, Uruguay, Bolivia, Ecuador y ahora México.

Así, nos podríamos pasar hablando de todas las revueltas contra el poder por un mundo mejor, más igualitario, equitativo y justo, hablar de revueltas es hablar de utopías y, al mismo tiempo, es hablar de conciencia colectiva, pues solo con ella caminamos hacia la transformación de la sociedad, hacia un nuevo mundo.

En suma, cada utopía acabada como la de la extinta URSS o la del Chile de Allende, la utopía en desarrollo de Cuba, las utopías nacientes del siglo XXI de Venezuela, Ecuador, Bolivia y México u otras utopías ─por algunos llamadas micro utopías─ como la del EZLN, Cherán o Cataluña, han sido semilleros de conciencia para la acción colectiva. Algunas derrotadas, otras en desarrollo y algunas más germinando, siempre son toma de conciencia para criticar el mundo capitalista y neoliberal, proponiendo una alternativa para vivir y no sobrevivir, eso es lo que llamamos utopía.

Por último, no hay que olvidar que aunque pareciera que estamos ante un mundo desolado y desesperado en que siempre seremos esclavos, oprimidos o, por lo menos, no tan libres como pensamos, siempre ante Dios todo poderoso ―perdón, quise decir el sistema capitalista neoliberal―, en tales circunstancias es cuando aparece de vez en cuando la verdadera utopía, esa que no se deja ante las injusticias, esa que protesta y lucha, esa que nos vibra y hierbe desde las entrañas, esa que en vez de hacernos sentir mariposas en el estómago sentimos emerger como hormigas. Sí, hormigas comunitarias, de las que trabajan en equipo, todas a un mismo ritmo, todas en armonía como sinfonía, todas por un objetivo; como hormigas que levantan más de 20 veces su peso, de esas que pueden hacer lo inimaginable, pero siempre posible. Así es la utopía, rebelde por naturaleza, y que también toma las armas por la libertad, siendo esto, la historia de la humanidad.

Por suerte, todavía aparece en el mundo, aunque sea muy de vez en cuando, alguna utopía descarada sin vergüenza que se sale del libreto y comete el disparate de rebelarse ante toda sociedad determinada, a los partidos políticos, a las instituciones, a las leyes y con ello, al sistema capitalista neoliberal, por el puro goce del pensamiento comunitario, de la conciencia colectiva y de la verdadera naturaleza rebelde de los seres, que se lanzan a la prohibida aventura por la libertad.  

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