Foto: El subcomandante Marcos y el presidente López Obrador en 1996, en San Cristóbal de las Casas. (Del libro “La mafia nos robó la presidencia”).
Por Alonso Mancilla
Para hablar del Ejército Zapatista de Liberación Nacional nunca es tarde, menos ahora que las críticas al actual presidente, además de necesarias, se han vuelto constantes. Empero, la confrontación que hace el EZLN al nuevo presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, aún no puede ser legítima, porque este grupo no ha sabido construir un sistema de alianzas de clase que le permita ponerse al frente y posicionarse como el camino a la transformación de la sociedad. No es que estén mal sus planteamientos, pues estos son ejemplares ―son el camino para llevar al ser humano a elevarse moral y éticamente; son una alternativa en el pensamiento de gobierno; han sabido desarrollar el “mandar obedeciendo”―, sino que no han podido obtener ni si quiera el consenso de las amplias masas campesinas, mucho menos las de los obreros. En otras palabras, como ya lo dijo Gramsci en Notas sobre la cuestión meridional (1926)
“el proletariado no puede convertirse en una clase dirigente y dominante más que en la medida en que logra crear un sistema de alianzas de clases que permita movilizar contra el capitalismo y el Estado burgués a la mayoría de la población trabajadora, lo cual significa, en Italia, en las relaciones reales entre las clases existentes en Italia, en la medida en que logre obtener el consenso de las amplias masas campesinas”.
Por ello, el EZ no puede pararse al frente afirmando que son el camino, en plan confrontativo, pues incluso si consiguen tal alianza con la mayoría de las clases, no podría mantener el poder de dirigencia, ya que los grupos anticapitalistas tendrían que dejarlos ser la cabeza; tal como Gramsci plantea en Tesis para el congreso de Lyon del PCI (1926) al sostener que “en ningún país puede el proletariado conquistar el poder y retenerlo con sus solas fuerzas: tiene que encontrar pues aliados, es decir, tiene que llevar una política tal que pueda hacerse admitir a la cabeza de las demás clases que tienen intereses anticapitalistas, para guiarlas en la lucha por abatir la sociedad burguesa”.
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El segundo encuentro entre López y Marcos, en 1996, durante el Foro para la Reforma del Estado (Foto: La Jornada/Raúl Ortega).
Por otra parte, la transformación que plantea Obrador, en representación de Morena, se ha intimado en gran parte del pueblo mexicano, ha marchado y ha acelerado en su largo camino produciendo un reajuste ―y tal vez de inicio sea burgués, pero no podría ser de otra forma, ya que el pueblo pide paz, que se acabe la violencia, que puedan vivir y no sobrevivir; están pidiendo trabajo y no socializar los medios de producción―; se han instaurado en el poder para desarrollarlo armoniosamente y sin violencia, para comenzar las primeras conquistas en la erradicación de la corrupción, la violencia y la muerte.
Hay que reconocer, aunque nos cueste, que la revolución “zapatista” está más hecha de ideología que de hechos. Situación que no está mal, pues son el referente ideológico que debiera alcanzar a toda sociedad, pero no lo han logrado, no han trastocado a las amplias capas del pueblo mexicano. En contraste, la transformación ―o sea, el cambio de una sociedad que no llega a una revolución por no ser radical, ya que no ha perturbado el capitalismo en su esencia pura― que plantea Morena es legítima, pues mantiene a la masa en constante agitamiento, pasando del caos ―el caos negativo: violencia, corrupción, pobreza, muerte, etc.― a un orden, en el que el ciudadano se vuelve un poco responsable socialmente y toma parte de su destino.
Sin embargo, que no sea legítima la confrontación del EZ no quiere decir que no deba asir su responsabilidad en el acto, pues justamente, debe tomar parte y hacerse presente en la transformación, no como oposición, sino como el segmento crítico de la izquierda ―o como es en este momento, la centro izquierda o la izquierda institucional―, predicando la ideología zapatista para estar en contacto directo con la clase campesina y proletaria a fin de convertirse en la nueva consciencia. O para decirlo de otro modo, Gramsci, en La revolución contra el capital (1918), sostiene que:
“La predicación socialista permite vivir dramáticamente en un instante la historia del proletariado, sus luchas contra el capitalismo, la larga serie de los esfuerzos que ha de realizar para emanciparse idealmente de los vínculos del servilismo que hacían de él algo abyecto, para convertirse así en consciencia nueva, en testimonio actual de un mundo por venir”.
En suma, justo cuando Morena haya cumplido su cometido como partido político, deberá evolucionar junto con las consciencias, y aquí es donde pesará el trabajo del EZLN, pues el camino es como lo propone el Subcomandante Insurgente Galeano, si “en la tierra de los acreedores de la ciudad sigue mandando el amo, con otro rostro, con otro nombre, con otro color. En la tierra zapatista mandan los pueblos y el gobierno obedece”, pero para que el pueblo mande realmente debe estar consciente de la responsabilidad que conlleva dicho acto. No obstante, para que esto suceda el pueblo debe estar a la altura de las circunstancias ―haber salido del subdesarrollo económico (posicionarse en vías de desarrollo, óigase bien, desarrollo, no progreso, pero esa es otra discusión que retomaré en un artículo nuevo) para pasar a la transformación de lo social―, junto con el pensamiento crítico; si no está condenado al retroceso de la derecha máxima, como pasó en Argentina y ahora en Brasil.
Interesante artículo. Me queda la duda sobre la relación entre legitimidad e ideología. ¿Son elementos contrapuestos, complementarios, subyacentes o de otra índole? Saludos.