Por Alonso Mancilla
Para explicar la crisis del desarrollo y de la democracia en América Latina se tiene que partir del análisis y crítica del nacimiento de los Estados-nación y el control de su economía, lo que implica que las asociaciones con interés de clase —la burguesía— y los grupos económicamente orientados a la misma clase, establezcan formas de autoridad y poder que constituyan un —supuesto— orden legítimo, del cual se logre el consentimiento y la obediencia de los grupos y comunidades excluidas, tanto de los pueblos originarios como de la clase proletaria, es decir, de los y las oprimidas.
La cosa del desarrollo: la dependencia
Para analizar el desarrollo se hace necesario reflexionar sobre la premisa de que las formas que asumen las relaciones entre el sistema económico y el sistema de poder a partir del período de implantación de los estados nacionales independientes dieron origen a posibilidades distintas de desarrollo y autonomía para los países latinoamericanos conforme a sus situaciones peculiares. Sin embargo, no hay nada más alejado de la realidad, pues, teóricamente, la legitimidad en la que se basa el Estado está dada por los contractualistas y liberales como Locke, Rousseau, Montesquieu y, principalmente, Hobbes, que proponen salir de un estado de naturaleza en el que nadie puede asegurar su propiedad ni su vida, para, de esa manera, establecer un contrato civil entre aquellos hombres libres, de modo que se transite a un estado civil, haciendo de ese Estado el garante de la propiedad y la vida de aquellos hombres, situación que le da legitimidad para actuar por medio de la violencia, en representación del ejército y la policía, con el fin de preservar sus bienes y su vida.
Así pues, el Estado que debiera cumplir con las tareas que le exigen sus ciudadanos y ciudadanas representadas en la constitución, a saber, el derecho a una vida digna: tener un trabajo, servicios de salud, educación de calidad, poseer una vivienda digna y principalmente asegurar su vida; también actúa como represor de amenazas internas, pues en el intento de ser un Estado nacional, con identidad propia, ha excluido y reprimido a movimientos sociales y a pueblos originarios que no se habían sentido parte de él, pues, para construir una nueva identidad habría que despojarse de la otra. De esa manera, el Estado nace para mantener los privilegios de clase: recordemos la revolución francesa de 1789, en la cual, explica Stirner, la burguesía fue la heredera de las clases privilegiadas, de hecho, no se hizo más que traspasar a la burguesía los derechos arrebatados a los barones, considerados como derechos usurpados, por lo que a la burguesía se llamó nación. ¿Y si todo gira alrededor de la nación? ¡imagínense!
Por consiguiente, el Estado nace como un instrumento para reprimir a la clase obrera, pues se gesta en un momento determinado de la historia, al mismo tiempo que emerge también el capitalismo. En suma, hablar del Estado es hablar de tener el derecho legítimo ―legal o no― y el poder de usar la fuerza; en tanto que el contenido del derecho es la fuerza, quien tiene el poder, tiene el derecho. Tal es la constitución de los Estados modernos, la cual, detalla Néstor Majnó, es una forma organizativa autoritaria sustentada en la arbitrariedad y la violencia sobre la vida social de los trabajadores, independientemente de que sea burgués o proletario, pues, incluso el socialismo —real— fue una expresión de las condiciones concretas y de una aplicación mecánica de ideas puras, como bien lo señalara Theotonio Dos Santos en su crítica a dicho modelo de Estado. En se sentido, puede ser que el hecho de emerger en condiciones muy atrasadas de desarrollo de las fuerzas productivas —de tecnología— hizo que se restringiese la absorción del Estado por la sociedad, lo cual se cristalizó en un aparato administrativo burocrático con intereses contradictorios: por un lado, impuso la propiedad colectiva de los medios de producción y la planificación sobre el mercado; por el otro, restringió el avance del proceso revolucionario, oponiéndolo a los intereses del Estado, lo que profundizó las desigualdades sociales asociadas a una dirección jerarquizada (Dos Santos, 1978: 20), convirtiendo así al socialismo en autoritarismo.
Por su parte, en el sistema de Estados, aparecen algunos con más poder que otros, esto se entiende porque se han establecido como comunidad política con el fin de expandir su poder, es decir, por su naturaleza; los Estados hegemónicos, o como los llama Max Weber, las grandes potencias, tienden a extenderse, no sólo territorialmente, sino también económicamente, pues “el puro prestigio del poder significa prácticamente, en cuanto honor del poder, el honor de disponer del mismo sobre otras estructuras políticas, la expansión del poder, bien que no siempre en la forma de asimilación o de la sumisión” (Weber, 1944: 669).
De esa manera, al aparecer estas grandes potencias con prestigio de poder quedan otras naciones condicionadas económicamente, pues la expansión territorial que se ejerce sobre ellas, las deja sujetas a las decisiones de los estados hegemónicos. Esto quiere decir, que aunque exista un sistema de Estados con su propia soberanía nacional, y estos puedan tener el mismo derecho legítimo de autodeterminación política y económica, existen también los estados imperialistas, que han lucrado con la disminución de la esclavitud para convertirnos en obreros, como lo hizo Europa y Estados Unidos con América latina: la imposición de un monopolio internacional en una colonia para fomentar el comercio exterior; la expansión mediante la guerra por medio de la imposición de grandes créditos; el crecimiento de la deuda pública por medio de los créditos a pagar a las grandes potencias; créditos de los bancos emisores, etc.
Así, después de establecerse el capitalismo en gran parte del mundo, se creó el Estado de clase y, por supuesto, de clase burguesa que oprime a la clase proletaria. Como dice Lenin, “el estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables” (Lenin, 1975: 7). Es así que el Estado nace justo para mantener los privilegios de la clase burguesa y oprimir a la otra, pues si no existiera el Estado, los burgueses no podrían acumular riquezas, ya que los proletarios arrebatarían lo que les pertenece, es decir, el Estado tiene la facultad de usar su fuerza física, a saber, la policía y el ejército, para apaciguar a la clase obrera. El Estado es creado, entonces, para amortiguar los choques entre clases, de ninguna manera es sinónimo de conciliación de clases.
En consecuencia, el dinamismo económico —desarrollo económico—, para ser impulsado, puede ser a través del sistema científico-tecnológico que acelera la difusión de los conocimientos y de las tecnologías, pero, para apropiarse de estos, es necesario desarrollar la capacitación interna de cada Estado —asociado a la calificación de la fuerza de trabajo—, sin embargo, como los países subdesarrollados no son parte del sector “1” (segmento de productor de maquinarias), no desarrollan tecnologías como los países desarrollados, por lo que simplemente se limitan a utilizar sus esfuerzos en desarrollar tecnología de extracción de materias primas brutas de valor agregado limitado y sin capacidad de encadenamiento de las estructuras productivas internas y para la sobreexplotación del trabajo (Dos Santos, 1978: 26).
En ese sentido, la creación del Estado nacional —Estado moderno (burgués)— fue uno de los factores decisivos de la crisis del desarrollo en América Latina, impulsado, por supuesto, por lo que se llamó acumulación originaria, esto es, por la explotación de los recursos naturales a partir de la colonización y conquista de América Latina por parte de Europa. A su vez, “el desarrollo tiene sus aspectos sociales” (Medina, 2017: 11), por lo que un desarrollo —o subdesarrollo— económico se halla en relación directa con la política social de un país, ya sea para liberarse de la explotación mundial o para sumergirse en ella. En otras palabras, “la política social ha de darse en un momento reflexivo en el que las metas humanitarias de la política social tienen que ponerse en relación con los fines de la política económica” (Medina, 2017: 12).
De esa forma, si la política económica de un país latinoamericano es servil a los intereses de países hegemónicos y desarrollados, como los Estados Unidos, su política social coincidirá con los intereses económicos de ese país: precarización laboral, bajos salarios, outsourcing, falta de vivienda digna y de derechos de salud, entre otros; para que, al momento en que invierta Estados Unidos en América Latina, no solo explote sus recursos naturales sino a su mano de obra abaratada, es decir, que se buscará mantener bajo control del Estado al sistema productivo local heredado del sistema colonial, que constituye el vínculo principal con el exterior y la actividad económica fundamental con los países hegemónicos. Esto quiere decir, que “el capital extranjero se dirige a los países dependientes para explotar de forma directa su fuerza de trabajo y transferir ganancias a sus sedes nacionales, para que, al mismo tiempo, puedan producir más tecnología (Dos Santos, 1978: 30).
Por su parte, el papel ejercido por el capital extranjero se presenta cíclicamente, pues la entrada de capital extranjero amplía de manera provisoria la elasticidad de la balanza de pago —se paga poco, pero a largo plazo: como los famosos pagos chiquitos en los que que a la larga se paga más—, lo que proporciona saltos tecnológicos. Lo que significa, que en tiempos de crisis en los países subdesarrollados, estas inversiones extranjeras se ven como salvadoras, pero al final se restablecen los déficits anteriores con mayor profundidad —se incrementa la deuda pública—, pues solo se estabiliza la economía en un periodo corto de tiempo, después vuelve a entrar en crisis (Dos Santos, 1978: 30). Este endeudamiento externo prolonga artificialmente el periodo de expansión; y es artificial porque la expansión tiene que ver con que la toma de decisiones pasa a ser del país o de la organización internacional que prestó o invirtió (Dos Santos, 1978: 31), profundizando, así, el subdesarrollo y la dependencia.
La cosa de la democracia: la soberanía
Si la política económica de los países latinoamericanos está sujeta a los intereses de las organizaciones y países desarrollados, poco o nada importa cómo se desarrolle su democracia, pues con que sirva para poner o quitar gobernantes que perpetúen el hegemónico sistema capitalista, basta y sobra; es ahí donde radica la crisis de la democracia. Es, como planteara González Casanova en La democracia en México, que en nuestro país “en la medida en que el dominio burgués es limitado, el propio sufragio universal es limitado, la constitución es limitada. La ampliación del sufragio y la limitación del sufragio obedecen a la ampliación y a la limitación del desarrollo burgués” (González, 1985: 188), es decir, que lo político depende del desarrollo de las fuerzas productivas y el grado tecnológico en que se encuentre un país, pues, cuando dice que es limitado el sufragio y la constitución, se refiere a que su soberanía —como el derecho a la autodeterminación que tienen las naciones para gobernarse como mejor les plazca— está sometida —limitada, dice Casanova— a la toma de decisiones de otros países hegemónicos que sí tienen desarrollada sus fuerzas productivas y no dependen de nadie, pues por el desarrollo burgués, puede ser más fácil votar al líder de ese país. Por ejemplo, es más sencillo no limitar el voto en Estados Unidos porque cualquiera de sus candidatos a presidente —sea Obama, Biden o Trump— estarán de acuerdo en perpetuar a su país como imperio y su política no cambiará en torno a países de América Latina.
De esa forma, como hemos reflexionado al respecto, no se puede separar el sistema económico capitalista de la manera en que se gobierna un país, por lo que México y Latinoamérica son un engranaje más de la economía mundial, en la cual, tienen la función de enriquecer a las economías desarrolladas. En otras palabras, “en estas condiciones pensar que haya un sistema de partidos tal y como formalmente existe en la constitución, una división de poderes, un gobierno federal, un régimen municipal, olvidando que no hay una estructura capitalista que haga de esas formas de gobierno las formas lógicas de un gobierno burgués, es pedir que crezcan primero las peras y después el peral” (González, 1985: 189).
Siguiendo esta línea, afirma Casanova que mientras haya colonialismo interno y no se alcance un relativo nivel de igualdad con los Estados Unidos —hecho improbable en tanto subsista el imperialismo— no habrá gobiernos estatales soberanos: mientras subsista el colonialismo interno no habrá sufragio universal, ni libertad municipal (González, 1985: 189). Al respecto, cuando Casanova dice colonialismo se está refiriendo a las características de dependencia causada por los países explotadores; y es a partir de la dependencia de los países latinoamericanos con el imperio estadounidense que no pueden tener una verdadera soberanía. Es así que, “para el desarrollo del capitalismo y del país [semicolonial] dentro del capitalismo, se ha probado como útil a la burguesía el partido predominante, la centralización del poder, la limitación predemocrática del sufragio, el control de los gobernadores y presidentes municipales” (González, 1985: 189).
Entonces, se plantea González Casanova:
¿qué tipo de democracia es probable y cuál puede ser su dialéctica? Aquí se deben señalar dos problemas relacionados con la lucha de clases en México, uno el que se refiere a la clase obrera, en la situación actual de desarrollo del país, a su posible evolución en una clase social consciente y políticamente organizada, a su estrategia y su táctica, y otro que se refiere a un posible juego político de la burguesía, o de ciertos sectores de la burguesía, que les permita organizar un gobierno democrático-burgués en que las libertades políticas de los trabajadores sean una realidad dentro de los límites de una estructura capitalista como la mexicana (González, 1985: 190).
Interesante planteamiento de Casanova, pues nos sintetiza el problema del desarrollo de la conciencia de clase, es decir, cómo puede organizarse la clase trabajadora para actuar de forma colectiva para romper con las cadenas del capital extranjero y ser partícipes del desarrollo del país; mientras que, por otro lado, problematiza la idea de que la burguesía vele por los intereses de los y las trabajadoras, cuando, la naturaleza de la burguesía —nacional o extranjera— es la de despojar de derechos a las y los trabajadores, una contradicción. Precisamente por eso, esperar un desarrollo en esas condiciones es una contrariedad, ahí radica la crisis de la democracia.
Por consiguiente, esperar a que se cumpla esa contradicción es una falacia, pues “la idea de la alianza con la burguesía nacional contra el imperialismo es una ficción, porque ya no hay tal burguesía nacional y porque en realidad se trata de un pretexto de los políticos oportunistas y reformistas para continuar sirviendo a la burguesía y diferir la revolución socialista” (González, 1985: 193). Es por esto que la clase obrera no puede fiarse de los grandes empresarios que, supuestamente, se ponen en favor del trabajador/a, por lo que, como históricamente ha sucedido, tendrá que luchar por sus derechos y esto no puede ser de otra manera que concientizándose políticamente; conciencia entendida como espontaneidad, pues como planteara Rosa Luxemburgo en Huelga de masas, partido y sindicato, su desarrollo —el despertar— está ligado al hecho de que “una masa de millones de proletarios descubría repentinamente, con terrible agudeza, el carácter insoportable de la existencia social y económica que había estado sufriendo pacientemente desde decenios bajo el yugo del capitalismo” (Luxemburgo, 2003: 38-39).
Así, esta conciencia no es que nazca de la nada y se haga praxis, sino que la espontaneidad radica en la síntesis de toda la historia de opresión y explotación de la clase trabajadora que se hace acción; ya que, si el/la obrero/a no tuviera detrás de su ser —de un cuerpo que va muriendo poco a poco por falta de cuidados, de descanso, de comida, de medicina, de diversión y de sueños— la opresión, no nacería la espontaneidad. Entonces, la espontaneidad, para la clase trabajadora —la oprimida y engañada—, es la “toma [de] conciencia de sus derechos y [la búsqueda febril de] recobrar el tiempo perdido” (Luxemburgo, 2003: 39), y ese proceso de concientización no se logra porque la dirigencia del partido y de la clase trabajadora lo planee o la misma central se las otorgue —si esperamos eso estamos perdidos—, sino que, precisamente en ese instante de espontaneidad, ocurre el milagro, se desfetichiza la conciencia de clase. Así, el obrero u obrera, al reunirse con su igual, hacen un diálogo, es decir, se da la verdadera escucha, y al mirarse a los ojos entienden que el problema del/la otro/a es de él o ella; entienden que están en la misma situación —de opresión y explotación— y descubren el engaño; se concientizan ambos, se concientizan como comunidad y se concientizan como clase —jamás solos, individualmente o aislados—, por lo que se preparan para la acción, para la espontaneidad, descubriendo así al enemigo. En consecuencia, “sólo cuando los oprimidos descubren nítidamente al opresor, y se comprometen en la lucha organizada por su liberación, empiezan a creer en sí mismos, superando así su complicidad con el régimen opresor. Este descubrimiento, sin embargo, no puede ser hecho a un nivel meramente intelectual, que debe estar asociado a un intento serio de reflexión, a fin de que sea praxis” (Freire, 2005: 45).
Por lo antes descrito, no puede haber soberanía o salida de la crisis del desarrollo y de la democracia en América Latina, si no hay una participación activa de la clase trabajadora, de los movimientos sociales y del movimiento feminista[1] —que debería tener su análisis aparte—, pues solo la participación de estos sectores mantendrían en jaque constante al Estado —ya sea capitalista o socialista— y este, al sentirse presionado, en vez de reprimir, tendría que hacerse una autocrítica y aceptar gobernar a través de los sectores sociales. Es decir, la idea de poner en jaque al Estado burgués es esencial en todo el mundo y eso sólo puede lograrse con las críticas que se le hacen desde un nuevo programa social —habría que empezar a trabajarlo— que tenga como base la humanidad y la naturaleza, además de abolir el patriarcado —pues de nada serviría un imaginario donde el hombre siguiera pensando a la mujer como una mercancía de consumo y un objeto de su pertenencia— y con esos tres pilares ir repensando el mundo.
En conclusión, podemos decir que un país que no cuenta con independencia económica, simula ante el mundo un gobierno democrático y autónomo para gobernarse políticamente, pues, está condicionando por los monopolios, organizaciones internacionales y los países hegemónicos. Por lo que, a los países subdesarrollados, se les imponen gobernantes que lleven a cabo las políticas económicas mundiales que dictan dichos agentes internacionales.
Bibliografía
DOS SANTOS, Theotonio (1978). “2.2 La economía mundial y la crisis de la hegemonía de los estados unidos” En Imperialismo y dependencia. México: Ed. ERA, pp. 12- 26.
——- (1978). “2.3 la dependencia y las perspectivas de América Latina”. En Imperialismo y dependencia. Ed. ERA, México, 1978, pp. 27-37.
FREIRE, Paulo (2005), Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI editores.
GONZÁLEZ, Pablo (1985), La democracia en México, México: Serie popular Era.
LUXEMBURGO, Rosa (2003), Huelga de masas, partido y sindicato, Madrid: Fundación Federico Engels.
WEBER, Max (1944). Economía y sociedad, México: Fondo de Cultura Económica.
[1] Este pequeño apunte debería estar en un apartado de importancia mayor. El movimiento feminismo ha hecho evidente en la realidad concreta no solo las contradicciones de clase, sino las crisis de la humanidad, ya que, aunque se cambiara el sistema económico capitalista, seguiría la opresión de la mujer por el hombre, por ello, la revolución será feminista o estaremos destinados al fracaso, la destrucción y la muerte.