I
De Lo Literario Y De Lo Político
Por Gandhi Monter Corona
Las obras anarquistas y, a menudo, bastante crudas de Gorki no encajan de ninguna manera en el marco de los Premios
─ Comité evaluador del premio Nobel, 1918
Alekséi Maxímovich Péshkov, de sobrenombre “Gorki” (amargo, en lengua rusa), es reconocido históricamente por ser el padre del llamado realismo socialista, el mismo que terminará imponiéndose hegemónicamente como la línea oficial en una naciente nación que vio desfilar las vanguardias más creativas del siglo XX de la mano del nacimiento de la primer Revolución Socialista de la historia. Los rusos, más que nadie, comprendieron que una revolución sólo puede ser social si subvierte la experiencia de la cotidianidad, pero, también, aprendieron muy rápido que una revolución política enfrenta la disyunción de sobrevivir a punta de bala o perecer. Gorki atraviesa ese convulso momento de la historia rusa; como el primer presidente de la Unión de Escritores Soviéticos sepultó ese “arte burgués” y encumbró un abigarrado realismo que no se cansaba de alabar los triunfos del estalinismo.
Sin embargo, Gorki es algo más que un propagandista del régimen y esta serie de entregas pretende mostrar un poco del autor que nos hemos perdido por los convulsos años del siglo pasado. Releer, por tanto, a Gorki implicaría atreverse a abandonar la idea canónica y hasta solzhenitsyniana de ver en él a un ideólogo y pensarlo más como una “pluma vagabunda”, no sólo en sus vivencias sino, también, en su práctica política. Sin renunciar al contexto histórico de la “disciplina revolucionaria”, Gorki es capaz de trazar fielmente a los marginados, los vagabundos y los desheredados. Aunque, también, de plantear su propia voz aún en las convulsas revoluciones de febrero y octubre de 1917. No hay en él el espíritu de un dandi que sublima y reivindica la herejía; su voz es la que apenas puede soportar la vida entre la descarnada violencia, la desesperanza y la miseria.
La prosa de Gorki puede caracterizarse como una propuesta por la asimilación y crítica del mundo a través del relato realista. En la constitución de su realismo está en conflicto aún con el realismo burgués de corte más bien trágico. En su favor, en cambio, Gorki fotografía el bajorrelieve de la sociedad capitalista de la periferia mundial, con sus sombras y juegos de luz. La agudeza de su relato es la exposición de crueldad y la violencia mientras que su afinidad política es el marco autobiográfico que atraviesa toda su producción. No hay una superposición de política sobre literatura sino que se presenta más bien una sincronía. Esto diferencia su obra de la de posteriores autores soviéticos. El acercamiento a detalle de la condición miserable es su estrategia narrativa; no pretende de modo alguno “dar voz” sino de hermanar al lector desde las experiencias limite que ofrece el capitalismo. De este modo, cuando Alekséi Maxímovich construye sus relatos lo hace “desde dentro” de la psicología de sus protagonistas de las clases bajas. La burguesía y la aristocracia no existen sino como “sombras “culpables de los males del mundo. Aunque constituyen una otredad diseccionada cuidadosamente[1]. Es coherente con la estructura que pretende plasmar que, igual que el mundo que describe, los opresores sólo sean distinguibles cuando aparece despegando su brutalidad. György Lukács[2], por ejemplo, afirma con claridad que en La Madre (la primera gran novela del realismo socialista) falta el mundo capitalista en contraposición de la caracterización poliabarcante de Liev Tolstói o de Thomas Mann en donde los autores exponen los universos de sentido de las diferentes clases sociales que componen sus obras.
En este sentido, Gorki comprende su actividad artística como una compleja manifestación de la vocación política. No subsumida una a la otra, sino en constante simbiosis del compromiso revolucionario, entendido éste como una apuesta por transformar la vida por completo. Si pudiéramos proponer una línea general de la propuesta política en la obra literaria de Gorki, ésta sería que apuesta por la acción transformadora en un mundo donde “la desgracia se ve, se comprende, ¡pero no hay otra salida!”[3]. Su línea creativa resulta, de algún modo, afín a lo que pensará Walter Benjamin de los tiempos venideros de la literatura:
Una verdadera actividad literaria no puede pretender desarrollarse dentro del marco reservado a la literatura: esto es más bien la expresión habitual de su infructuosidad. Para ser significativa, la eficacia literaria sólo puede surgir del riguroso intercambio entre acción y escritura.[4]
Y Gorki así lo entiende, comprometiéndose con el trabajo político y el ejercicio coherente y crítico aun cuando le costase el exilio encubierto a Capri, Italia, tras defender a los artistas no alineados al naciente régimen.
Es de notar, además, que dentro de la propuesta ético-política de Gorki, los lazos se establecen desde la empatía, el espacio común de un mismo sufrimiento. Frente a la lógica de la crueldad desatada por despotismo zarista y el incipiente capitalismo, la respuesta es la construcción de una ética de la ternura. Es a través de la externalización (de la rabia, del amor, de la tristeza, etc.) que se puede formar un sentido político. De este modo, el socialismo en Gorki no es un mero activismo político, sino una poética de la transformación social. La obra literaria de Péshkov es ya una crítica en primer nivel de la vida capitalista. Y en tanto tal, atraviesa los modos de la cultura burguesa y sus instituciones; una crítica de la economía política es aquella que recorre su convicción de radicalidad en todo espacio de la vida social, ya sea una novela, un cuento o un Tratado. En Gorki hay tematizaciones que van desde la familia burguesa, la anquilosada violencia a la mujer, el papel de la alta cultura, los valores morales de un zarismo decadente, etc. Dentro de esta narrativa compleja la convicción revolucionaria resulta un tomar partido por la vida misma
Aunque también es de notar que la vocación por el socialismo no es de modo alguna ideológica. Se fotografía el mundo capitalista y se plantea lo “deseable”, pero sin negar que sea una “apuesta” meramente. Es decir, Alekséi Maxímovich plantea la lucha política como un paso “dignificante” en la lucha por el nacimiento de un mundo nuevo, pero jamás lo subsume a un marco teleológico del materialismo histórico vulgar: La Madre, Konovalov, La vida de un hombre inútil, Mis universidades (este último expuesto en primera persona a modo de reflexiones autobiográficas) nos muestran la crudeza con la que el régimen es capaz de asfixiar la lucha revolucionaria y como la convicción irreconciliable («infantil», dicha en más de una vez por Gorki, y que por demás también un tema crucial en su obra) es un arma de transformación desde su práctica cotidiana.
Cierro con una cita de La Madre:
«¿qué vida es la nuestra? Tienes cuarenta años, y dime: ¿has vivido en realidad? Mi padre te pegaba; yo ahora comprendo que en tu cuerpo descargaba su pesar, el pesar de su existencia […] ¿Qué alegrías has conocido tú?, ¿qué de bueno recuerdas de tu pasado?
Nadie sabe explicar porque el vivir es algo tan penoso»[5]
- En el relato “Uno de los reyes de la republica” perteneciente a la obra La ciudad del diablo amarillo, se desarrolla un diálogo entre un proletario europeo y un capitalista neoyorquino en donde el primero va guiándonos en la conversación de tal modo que el acaudalado empresario termina por exponerse, con orgullo, tal cual es. ↑
- Cfr. Lukács, Ensayos sobre el realismo, p. 115. ↑
- Maksim Gorki, La Madre, Porrúa, México, 12ª edición, prólogo Rosa María Phillips, p. 38. ↑
- Walter Benjamin, Calle de dirección única, disponible en:<https://cuadernodetrabajo.wordpress.com/2010/09/27/la-literatura-hoy-la-literatura-necesaria-segun-walter-benjamin/>, [fecha de consulta: 19 de agosto 2020]. ↑
- La Madre, p. 13. ↑