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Reflexiones por la vrg

Por Mikel Armenta López

 

Desde siempre, el uso cultural de la palabra «verga» en México, o al menos en la ciudad, ha sido complejo. ¿Cómo explicarle a un extranjero que su uso puede significar una cosa y al mismo tiempo su opuesto según el contexto? Por ejemplo: «Esos tacos están muy verga» o «esos tacos están de la verga». En ambos casos, se exalta su calidad, ya sea positiva o negativa. Un fenómeno que seguramente la lingüística podría explicar mejor. Pero, aquí buscamos lo que revela el uso de la “verga” como concepto y, lejos de ser un instrumento de placer, como un instrumento de poder, así como su uso en el habla popular.

Para el filósofo español José Luis Pardo, el sentido del lenguaje «no es lo que dice, sino lo que quiere decir». Me parece que es allí donde debemos comenzar a indagar para entender el lenguaje como una extensión de nuestra identidad y todo lo que esto conlleva, empezando por lo que no somos o negamos ser. Para Bourdieu, la identidad comienza a construirse desde la negación, desde lo que no somos.

En ese sentido, cuando hablamos de la verga, hablamos dentro de un marco falocéntrico que nos define a los hombres como la medida de todo, una visión de la experiencia masculina desde el marco patriarcal que la hace universal. Es decir, se construye una identidad de masculinidad a partir de no ser mujer y la negación y opresión de lo femenino en lo masculino, además de la concepción de lo femenino como la ausencia de falo.

Para el terapeuta Gerardo Aridjis, especialista en comunicación no violenta, “el lenguaLeer más

“Al final de la escalera” (The Changeling)

El miedo como vibración interna

 

Por Sergio E. Cerecedo

 

Paul Naschy (Nombre artístico de Jacinto Molina), actor y cineasta español de cine fantástico y terror, explicaba en un video —que por desgracia fue borrado de YouTube—, unos meses antes de su muerte en 2011, que a él no le emocionaban las películas recientes del género y sobre todo por el abuso de clichés como el de dar terror con base en personajes infantiles, citando como películas canónicas con niños como entes del horror a “Suspense” (“The innocents”, Jack Clayton 1960). Sin embrago, en el mismo video, Naschy se refería a “Al final de la escalera” del hoy olvidado director húngaro Peter Medak como la mejor de ese estilo. Una película poco recordada actualmente a comparación de otras de la época, pero que merece una revisitación por la influencia que tuvo en películas posteriores del género.

 

En la primera escena vemos a una familia feliz con madre, padre e hija en un paisaje nevado donde a continuación sucede un accidente de tránsito que deja sin vida a las dos mujeres —en curiosa coincidencia de ambientes con “El resplandor” estrenada ese mismo año—. John Russell, compositor y catedrático de música, se quedará solo en la vida y con su pasión a la música como único hilo que le mantiene en pie, y llega como docente a una universidad nueva. El patronato de ésta le otorga una casa enorme y con un buen piano para vivir y trabajar en ella dejando sus penas atrás. Sus composiciones y grabaciones transcurren con tranquilidad, empieza a relacionarse con nuevas personas, todo marcha bien, hasta que empieza a detectar anomalías en la casona, sonidos extraños y señales paranormales que le indican la presencia de un fantasma que intenta decirle algo. Todo esto finalmente desemboca en que el ente deja ver a Russell una aterradora visión del pasado que le revela un crimen atroz hacia un niño habitante de esa casa.

 

Este crimen le llevará a investigar sobre los habitantes anteriores y la historia acaecida en los 100 años anteriores, encontrando sospechas en el poderoso senador Charmicael, hijo de los antiguos dueños y benefactor de la asociación. Asimismo, y con ayuda de una nueva amiga, realiza indagaciones por diversos medios, entre ellos una sesión espiritista excLeer más

El miedo sin adjetivo

Por María de Jesús López Salazar[1]

 

Creemos que existe un límite en el miedo.
Sin embargo, sólo es así hasta que nos
encontramos con lo desconocido. Todos
disponemos de cantidades ilimitadas de terror – (Peter Hoeg)-.

 

El miedo es uno de los sentimientos más antiguos de la condición humana. Emerge ante las nociones de riesgo, ausencia de seguridad o de control acerca de la realidad social o su entendimiento, en aquellos momentos en que la humanidad se halla en tensión ante el mundo y su crisol de expresiones. Aquí es importante señalar que emoción y sentimiento no son lo mismo; y el miedo, más que una emoción, es un sentimiento, pues como indica Antonio Damasio (cit. en Executive Excellence, 2011: s/p.):

Una emoción está siempre referida a una secuencia de acciones y los sentimientos se refieren a los resultados de esa secuencia de acciones. Es importante que nos demos cuenta de que frente a un peligro (que da miedo), lo que nos salva –y hace actuar– es una serie de acciones que se desencadenan, no el sentimiento de miedo. En cambio, si tienes sensación o sentimiento de miedo, es ese sentimiento lo que va a guiar tus acciones futuras.

En tal sentido, el miedo es parte de una estrategia de supervivencia que prepara al ser humano para su defensa (Jaidár Matamoros, 2002:104). Por consiguiente, su existencia “no es un accidente, sino una manera de comprender y vivir el mundo y la condición humana de una forma enteramente brutal” (Ramírez Fierro, 2002:160), pues hay una diferencia específica entre miedo y terror: “El miedo anida lentamente y crece conforme lo procura el pensamiento. (…) Pero el terror es el salto momentáneo, el espanto frente a la visión, el balde de agua fría ante el reino de lo monstruoso” (Lazo, 2012:32).[2]

Sin embargo, entender qué quiere decir miedo en nuestro tiempo presente es complicado, teniendo en cuenta que se trata del campo de la definición de los sentimientos, más si se considera que: “En ciertos periodos se incrementa y en otros desciende. También cambia aquello a lo que tenemos miedo, y cómo respondemos” (Joanna Bourke cit. en Antón, 2006: s/p.). Con todo, su existencia es tangible y posible de rastrear. Por ser un senLeer más