Cabeza Rota – Breve reseña desde el bosque

Por Ximena Cobos Cruz

La oscuridad del inicio se disipó. De pronto, risas del público, una ternura, una calma que precede a lo incierto. Una cotidianidad apacible que rodea la vida antes del quiebre. Luego todo transcurre hasta llevar al público hacia el llanto, un llanto que también viene lleno de ternura frente a los sueños que se terminan, las repúblicas que dejan de ser soberanas y sencillamente se disuelven. La metáfora perfecta de esa delicada puesta en escena es la forma liviana que tiene un gran globo al ejercer su danza hallando pequeños impulsos, finos toques que no le permiten aterrizar al suelo.

Cabeza rota es una producción de la compañía de teatro Casa Gris, originaria de Oaxaca. Está dirigida, escrita y protagonizada por Zezé Figueroa Ramos, quien maneja el escenario con una fuerza capaz de ir del temblor a la danza, necesaria para narrar las emociones que brotan cuando el cuerpo enfrenta la enfermedad como un suceso totalmente inesperado, y todo se convierte en una serie de cambios tras cambios tras caLeer más

[Sobre]volar el horror

Breve aproximación a Las voladoras de Mónica Ojeda

 

Por Jesús Guerra Medina[1]

 

Una imagen:

Nocturnas, dos alas de cóndor se abren como capullo, floreciendo una cabeza de mujer que se eleva en la oscuridad. Con la barbilla levantada, los ojos retraídos tras el escudo de los párpados —acaso para soportar la gravedad del viento—, sus cabellos flotan como una nube, abrazando a la luna que emerge del fondo gris, igual que un volcán. Abajo, un páramo borbotea montañas como jorobas de la tierra, exhalando su respiración de marea // su respiración que marea.

Las voladoras, colección de ocho cuentos de Mónica Ojeda (Ecuador, 1988), publicada por Páginas Espuma en 2020, abre su panorámica con esta ilustración que, a manera de portada, suspenden el contenido en un canto que resume los contenidos centrales del libro: lo femenino, el horror, el cuerpo —la mutilación del cuerpo—, y el paisaje andino que corre por las cordilleras, sobre volcanes, entre montes y montañas.

Todo cubierto por un manto de misticismo que predomina:

En sus relatos, podemos hallar un ansia por nombrar el horror que es corporal por emerger del sufrimiento; brotar de la violencia, que es telúrica porque cimbra la carne cuando el miedo de la realidad sobrepasa la razón. En este sentido, no sería extraño pensar sus historias como una experiencia física, pues muchas de ellas enraízan su vivencia en una sensación de desprendimiento, no sólo metafórica: plagan la mutación tanto literal como simbólica.

“Las voladoras” —relato homónimo de la antoLeer más

«Manon a Margarite»

Un dulce inspirado en La Dama de las Camelias de Alejandro Dumas[1]

 

Por Diana Peña Castañeda[2]

 

Margarite Gautier es como la ópera. Cada sinfonía encarna la alegría y el conflicto, la nostalgia y la esperanza y otras tantas verdades tan íntimas como reales que marcan el ritmo incesante de su condición humana. En efecto, ella es una mujer que sufre por la fugacidad de un amor ilícito según un mundo que de manera irónica se teje en vidas paralelas.

 

Enfermiza, romántica, extraviada (a juicio de la sociedad), ella no puede más que arrojar gritos silenciosos, entonces lo hace con pétalos de flores sentada en lo alto de los palcos. Camelias sobre el ojal, unos días blancas, otros, rojas, símbolo de ingenuidad y pasión, aunque esta singularidad se vele de intrínseca circunstancia femenina repetida cada mes en su cuerpo como si acaso se tratase de un defecto de la naturaleza. Y las uvas escarchadas, más que caramelos, lo que ella deleita durante las acrobacias vocales que la seducen desde escena son la expresión excelsa de su proclama: vida en el placer, acaso, ¿No es eso la uva desde tiempos milenarios?

 

«…Todo en el mundo es locura, todo menos el placer. Gocemos, rápido y fugaz es el gozo del amor; nace y muere esa flor que nunca más se puede oler. Gocemos, una voz fervorosa nos anima lisonjera…» (fragmento ópera La Traviata inspirada en la novela)

 

Su semblanza se hace explícita en la cadencia melodramática qLeer más

Crónica de una “conversación de muelles”

Por Andros E. R. Aguilera[1]

Hace calor y el ventilador junto a la mesa de los ponentes se descompone apenas comienza la primera exposición. Pienso en el extraño camino que me llevó a Puebla para hablar sobre los vasos comunicantes en la obra de dos poetas mexicanas que admiro profundamente: Beatriz Pérez Pereda y Sara Uribe. ¿Fue por la invitación de Armando para unirme a la revista Irradiación, luego de coincidir en un coloquio en el COLMEX y una improvisada presentación virtual del nuevo libro de cuentos de Dainerys Machado? Quizá fue antes, cuando decidí quedarme más tarde un viernes en la FIL de Minería del 2023, para conocer en persona a esa poeta que seguí en Twitter y que amablemente me pasó en pdf su anterior libro, Crónicas hacia Plutón, mientras pensaba en la “enunciante” del poemario Un montón de escritura para nada (2019), de Sara Uribe, que escanea su libro en contra de los editores y en contra de la ley cuya amonestación escucha “con tono de la maestra de Charlie Brown” (9). O tal vez fue cuando Armando llegó con esa maravillosa idea de Código Cero, una serie de entrevistas a poetas mexicanas y mexicanos de la actualidad. Naturalmente debía invitar a Beatriz y a Sara.

Sí, quizá sería más preciso decir que todo esto, mi participación en el VII Coloquio de Poesía Mexicana Contemporánea en la BUAP, era un efecto colateral de la preparación que hice para sus respectivas entrevistas en Código Cero, pues la lectura casi consecutiva de sus obras, con semanas de distancia acaso, me hicieron percatarme de que ambas poetas mexicanas, pese a las diferencias geográficas (casi en las antípodas norte-sur) tienen una trayectoria lírica bastante similar, la cual consiste en dos etapas gemelas: la primera, más “romántica” (por su tratamiento básico de la voz lírica), preocupada por nombrar lo ausente en los tiempos de “la memoria y su llovizna incómoda” a decir de Sara, o del “trópico de ausencias” y los retratos en sepia, según Beatriz; y la segunda etapa que tiene como eje principal el dinamitar la unidad del yo lírico al travestirse o encarnar otras voces, ya sea por medio del archivo o de la ficción —“yo soy una ficción de mí”, dice Uribe—; por lo que el sujeto poético muta en “la enunciante” en el caso de la poeta del norte y en la “persona no humana” para poeta del sur.

Llega mi turno para hablar y me encuentro algo sofocado por el calor y mis pensamientos. Sonrío, carraspeo un poco y doy las gracias, como si estuviera recibiendo un premio; luego me enredo y expLeer más

Café para un velorio

Preparación recomendada por doña Flor y sus dos maridos, novela de Jorge Amado

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

En homenaje al día de los difuntos

 

Cuando una alumna de la escuela de cocina “Sabor y Arte” le preguntó a su propietaria Florípedes Guimarães, ¿Cuándo y qué servir en un velorio? Ella respondió que la honra al difunto se corresponde con el cuidado de la moral y del apetito de los concurrentes.

 

“No por ser desordenado día de lamentación, tristeza y llanto debe dejarse transcurrir el velorio a la buena de mi Dios. Para que una vigilia tenga animación y realmente honre al difunto, haciendo más llevadera esa primera y confusa noche de su muerte, hay que atender solícitamente a los circunstantes, cuidando de su moral y de su apetito.”

 

Doña Flor sabía muy bien que compartir comida durante el rito fúnebre no es solo cortesía es más que un acto fisiológico, tiene un carácter simbólico porque propicia la fraternidad y la empatía. Es tal vez la traducción más hermosa de reconocer el dolor propio e íntimo en la emoción del otro. Aunque, esta práctica con los años se ha disipado debido a la higienización de la muerte, el café como alimenLeer más

Reseña Colectiva: ‹‹Tablero›› de Aída Cartagena Portalatín

Por Laura Valentina, Victoria Pantoja, Nat Mont, Belen Carvente y Ximena Cobos

 

Al acercarnos a Tablero de Aída Cartagena Portalatín, hallamos una mujer que no tiene miedo de estar puesta en su escritura, lo que podría ser una más de las formas en que se planta como mujer que irrumpe, que desborda. En este libro de cuentos se nos revela una escritora confrontativa, sin temor, que se permite hacer frente con firmeza a los cuestionamientos que en su práctica creadora le pudieron haber hecho, por lo que nos parece una escritora valiente, que no teme defender su voz, su verdad y su estilo.

 

En ese sentido, Aída Cartagena nos permite reconocer como parte de una genealogía a una escritora que desde su voz y letras refuta y se planta cara a cara contra la “tradición”, soltando una crítica aguda y directa al canon de la blanquitud en sus diversos espectros, no sólo el literario; quizá una de las estrategias que impresionan de manera gozosa es que lo hace a través de su narrativa híbrida, por lo que la consideramos una genia que explotaba la inmensidad de su lenguaje para retratar la realidad que habitaba, con tintes de muy diversa índole.

 

A su vez, este libro de cuentos es un juego narrativo donde cada teLeer más

Fragmentos de mango

Una limonada inspirada en El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

Como sentimiento El amor en los tiempos del cólera es resistencia. En palabras de García Márquez diríase mejor, una especie de guerra final que busca derrotar el tiempo y los obstáculos hasta lograr un reencuentro placentero con lo platónico. Por eso, la estrategia de Florentino Ariza exigió obstinación mientras su silencio se manifestaba en la escritura de cartas para enamorados. Para este hombre, el amor como principio y final de todas las cosas tiene rostro y nombre de mujer: Fermina Daza. 

 

Pero ésta es también una historia cruzada por la muerte y los pasajes culinarios. Al comienzo muere Jeremiah de Saint-Amour; al final, América Vicuña. Los dos de amor: a la vida y a lo prohibido, aunque el parte médico dijera que fue por: inhalar cianuro e ingerir láudano. Ente muerte y muerte, la cocina se envuelve en sudores de pasión: El sí de Fermina condicionado a no comer nunca la berenjena maldita, el amor contrariado de Florentino que solo es comparable con el olor de las almendras amargas.

 

Por su parte, la muerte del doctor Juvenal Urbino se produce entre los hervores de una sopa para la cena y las frondas de un árbol de mango. Fermina está en la cocina probando la sopa cuando oye gritos provenientes del patio. Hace lo que quizás haría cualquiera en su lugar: tirar la cuchaLeer más

Sospecha de ciruelas

Un roscón inspirado en el relato Pudding de navidad de Agatha Christie

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

Navidad y enigma. Si alguien sabe de tramas extrañas es Agatha Christie, la dama del misterio. En Pudding de navidad, el primero de seis relatos, el detective Hércules Poirot deberá resolver la desaparición de una joya muy famosa de origen oriental mientras revive una época a la antigua tradición londinense: la familia reunida en una casa de campo, la iluminación del árbol, los regalos, el camino cubierto de nieve, la leña palpitante en la chimenea, el muérdago colgando en el vestíbulo, la sonrisa del siempre gentil mayordomo.

 

La cena que comienza a las dos de la tarde es un momento sublime: sopa de ostras, dos enormes pavos, ponche y ese exquisito pudding de ciruelas que es llevado a la mesa en bandeja de plata para delirio de todos. La ciruela, de aroma agradable, de piel madura y jugosa, su néctar escurre en el paladar en ríos de sabor intenso. Su color se parece al de un rubí, ¿Alguien vio uno?

 

El pudding de ciruelas es en Londres lo que en América Latina la torta de frutas envinada. Sin embargo, este relato recuerda en realidad más al roscón de reyes cuyas figuras, en este caso, están especiadas con un toque secreto. Y como la navidad es imaginativa, esta es una propuesta algo diferente, pero muy flamLeer más

Sueño consecuente y gemido púrpura

Por Aníbal Fernando Bonilla

La poesía se manifiesta desde las más variadas formas que permite la condición vivencial, por lo tanto, aparece en la relación amatoria y en las fauces de la urbe noctámbula, en la estridente sonoridad que esconden los letreros iluminados con luces de neón y en la soledad que produce el desvarío del ser. Aquellos signos poéticos se descubren en el trajinar descomunal de los días y se redescubren a través de la pluma detenida en el umbral de la creación. El poeta reencarna el alma de los otros, se sumerge en las aguas en donde conviven pececillos de colores luminosos, aletarga a la penumbra en donde se esconden dolores ajenos.

La poesía contiene —en una especie de espiral— los enigmas reiterados del hombre a través del tiempo. La cosmogonía observada desde las diversas aristas del entretejido humano. La naturaleza expuesta en una amalgama de sentidos. La roca incandescente que emana del recóndito cráter. La celebración tras la cosecha. El beso en la frente como presagio de despedida.

La fiera consecuente (El Ángel Editor, colección Flor de Ángel, 2012), titula uno de los poemarios de Margarita Laso (Quito, 1963). Tres partes integran este corpus dedicado al monte y al trueno, al cazador y al bosque en donde anidan canarios y colibríes: “Pólvora fiera y toro”, “La fiera consecuentLeer más

Resplandor de epifanías

Pan de especias inspirado en un poema de Gabriela Mistral

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

“Dejaron un pan en la mesa,
mitad quemado, mitad blanco,
pellizcado encima y abierto
en unos migajones de ampo.

Me parece nuevo o como no visto,
y otra cosa que él no me ha alimentado,
pero volteando su miga, sonámbula,
tacto y olor se me olvidaron.

 

Huele a mi madre cuando dio su leche,
huele a tres valles por donde he pasado:
a Aconcagua, a Pátzcuaro, a Elqui,
y a mis entrañas cuando yo canto…”

 

El pan está hecho de certezas y vacíos como la vida misma. Es asequible, igual que lo materno o lo natural. Sus migas son las memorias que se tejen entre lo familiar y lo íntimo. En la multiplicidad de sus virtudes es universal, sencillo, ameno. En una hogaza hay espacio para una rebanada de tomate hasta cucharLeer más