Por Mikel Armenta López
Desde siempre, el uso cultural de la palabra «verga» en México, o al menos en la ciudad, ha sido complejo. ¿Cómo explicarle a un extranjero que su uso puede significar una cosa y al mismo tiempo su opuesto según el contexto? Por ejemplo: «Esos tacos están muy verga» o «esos tacos están de la verga». En ambos casos, se exalta su calidad, ya sea positiva o negativa. Un fenómeno que seguramente la lingüística podría explicar mejor. Pero, aquí buscamos lo que revela el uso de la “verga” como concepto y, lejos de ser un instrumento de placer, como un instrumento de poder, así como su uso en el habla popular.
Para el filósofo español José Luis Pardo, el sentido del lenguaje «no es lo que dice, sino lo que quiere decir». Me parece que es allí donde debemos comenzar a indagar para entender el lenguaje como una extensión de nuestra identidad y todo lo que esto conlleva, empezando por lo que no somos o negamos ser. Para Bourdieu, la identidad comienza a construirse desde la negación, desde lo que no somos.
En ese sentido, cuando hablamos de la verga, hablamos dentro de un marco falocéntrico que nos define a los hombres como la medida de todo, una visión de la experiencia masculina desde el marco patriarcal que la hace universal. Es decir, se construye una identidad de masculinidad a partir de no ser mujer y la negación y opresión de lo femenino en lo masculino, además de la concepción de lo femenino como la ausencia de falo.
Para el terapeuta Gerardo Aridjis, especialista en comunicación no violenta, “el lenguaje y sus metáforas son una revelación de lo que nos habita y, por lo tanto, de lo que nos recluta”. Nos recluta al reproducir narrativas que refuerzan lo hegemónico, y aquí sería interesante pensar en lo hegemónico no solo como lo dominante, sino también como lo invisible, citando a Gramsci, es decir, el aire que respiramos de manera mecánica.
El uso de la palabra «verga» trae consigo una serie de normas, mandatos, ejercicios de poder y dominio. Vayamos por partes. Hace unos años, el escritor Paco Ignacio Taibo II se aventó la puntada de decir en la Feria del Libro en Guadalajara: “se las metimos doblada”, después de ser designado a cargo del Fondo de Cultura Económica. Por supuesto, la frase levantó polémica por su escatología y vulgaridad. Sin embargo, volviendo a lo que nos dice José Luis Pardo, detrás de la popular frase existe un ejercicio de poder.
Una de las reacciones que más atinada me pareció fue la del periodista Luis Roberto Castrillón, quien señaló: «meterla doblada» hace referencia a la violación y abuso sexual sin distingo de sexo o género, en la que se introduce por la vagina o el ano el pene o algún objeto de forma violenta y buscando provocar dolor y heridas». Pero la visión del escritor se queda en la ejecución directa de la violencia.
Podemos ir un paso más allá. En la heredada frase “se las metimos”, tan usada entre los vatos, ya sea en una pelea, en un partido de fútbol, en una contienda electoral, en un juicio político, en las competencias de cualquier índole, lo importante es metérsela al otro y que no nos la metan, porque sería equivalente a un desprestigio de nuestra masculinidad y virilidad al ser sometidos y dominados por el otro. En otra dimensión, podríamos pensar en que se genera una tregua de la heterosexualidad obligada, a modo de elaborar una imagen de agresión sexual que se singulariza por ser también un acto homosexual, sin embargo, esta tregua se pone en marcha en afán de feminizar al otro y, por lo tanto, subordinarlo.
Volviendo a dicha frase y sus derivados: “nos los cogimos”, “se las metimos doblada”, “les metimos la verga” podrían pasar por la aberración sexual del acto; sin embargo, existen razones más profundas. Rita Segato lo define de esta forma: “La expresión ‘violencia sexual’ confunde, pues aunque la agresión se ejecute por medios sexuales, la finalidad de la misma no es de orden sexual sino de orden del poder”. Pero, volvamos al habla popular ¿qué es lo que nos revela la masculinidad que nos recluta?
Contaré una anécdota de mis años en la universidad, cierto día no volvería a ser el mismo cuando un tipo me encaró con ganas de pelear. Mientras se acercaba amenazante me gritó: “¿quieres ver a quién le apesta más la verga?”. Disculpen la escatología de la escena, pero claramente es una metáfora que nos revela un rasgo de la masculinidad hegemónica, nos muestra el poco cuidado y lo que nos prestigia no tenerlos, aquello que se niega, se exalta. ¿Por qué el mal cuidado de los genitales tendría que ser un rasgo de virilidad? En el tema de los cuidados, quisiera hacer un paréntesis, es importante entender que desde la identidad masculina concebimos los cuidados como una extensión natural y por lo tanto inherente a lo femenino, por lo tanto uno de los mandatos de género es suprimir todo aquello que se articule con la lógica femenina. Hablar de los cuidados como privilegio me parece un tema más que importante, aunque quisiera hablar de privilegios a secas. Pensar en los privilegios masculinos no sólo como algo que se goza y se posee en bienestar, los privilegios también conllevan costo y se padecen, más adelante abordaremos el tema de los cuidados en nuestra categoría de masculinidad, la cual abre paso a pensar en la categoría de lo masculino como una categoría de riesgo.
Cuando hablamos de cuidados, hablamos desde los emocionales, los físicos, los sexuales, hasta los de salud en general, y cómo estos son recibidos de nuestra madre, una tía, una hermana, una prima y posteriormente se extiende a la pareja. Pero entremos al tema de los cuidados más allá de los privilegios y hablemos de los costos y cómo se padecen. Por ejemplo: los hombres cuadruplicamos el número de suicidios frente a las mujeres. El tabú de la salud mental y la terapia es uno de los más profundos en la sociedad. Otro ejemplo: según el ISSSTE, el 65% de las personas que acuden a citas médicas son mujeres, mientras que el otro 35% son hombres. Y son los hombres quienes mayor riesgo corren de sufrir infartos. Asimismo, los hombres tenemos un rango menor de vida en comparación con las mujeres.
¿Qué nos lleva a ir menos al doctor? ¿Por qué nos suicidamos más? ¿Por qué corremos mayores riesgos de hipertensión? ¿O por qué los hombres nos negamos o condicionamos a nuestras parejas a no protegernos sexualmente, pero al mismo tiempo somos quienes más contraemos enfermedades de transmisión sexual? Los hombres hemos estructurado nuestra masculinidad basándonos en normas de género, muchas de estas normas nos someten a la explotación, la violencia, el automaltrato, la búsqueda de la competencia por el poder, el prestigio y los privilegios que nos “ofrecen” comportarnos como hombres de verdad.
El sistema patriarcal que nos atraviesa no solo nos condena a vivir en una constante competencia, donde nuestra masculinidad debe demostrarse constantemente, sin importar cuánto de nosotros y nuestro bienestar esté en juego. Revisar los pilares sobre los que construimos nuestra identidad es un trabajo constante. Repensar las formas en que empleamos el lenguaje y para qué, el lenguaje con el que socializamos, lo que decimos y el deseo que se manifiesta.
En suman, la palabra «verga» nos muestra el sistema patriarcal que dota de sentido a las palabras y su extensión como orden que nos habita, además de cooptar otras formas de lenguaje para hacerlo masculino, algo que el feminismo comienza a construir desde una autonomía del patriarcado. Es hora de abrir paso a un lenguaje más allá de lo fálico y su símbolo como arma destructiva e instrumento de poder, así como su metáfora con el mundo cada vez más en crisis.