Por Sergio E. Cerecedo

Kaneto Shindō (1968)
En las celebraciones de muertos de nuestro país es cuando más se prestan las personas para recordar las leyendas fundacionales y originales locales relacionadas con fantasmas y criaturas fantásticas, sabemos de la diversidad de mitos que hay en nuestro país y que son llevadas al cine y de las series televisivas con desiguales resultados, pero cada vez en mayor cantidad. Con este motivo es importante rememorar también las películas que han abarcado estas temáticas en otras latitudes. Así como en México los nahuales, la llorona, el gran salvaje y otras criaturas son traídas a colación, al otro lado del mundo, en la tierra del sol naciente no se quedan atrás, Kaneto Shindo (Aprendiz de Mizoguchi) lo sabía, y no dudó en exhibir la magia de su tierra a lo largo de su carrera, alimentando desde las décadas de los 50´s y 60´s esa tradición fantasmal del cine de terror oriental que sería retomada en el boom que tomó el género en los 90´s y 2000 con éxitos de taquilla y crítica como Ringu (El aro) y Ju-on, entre muchas otras.
En el Japón medieval —al igual que “Onibaba” también de Shindo—, una mujer de mediana edad y su nuera son violadas y asesinadas por un grupo de hombres en plena guerra, quienes incendian la casa. Cuando se haya consumida y con los cadáveres en plena vista, unos gatos negros se posan en los cuerpos y comienzan a lamer sus heridas entre el humo que se disipa.

Pronto en ese bosque empiezan a aparecer cuerpos de samurái arañados y muertos. Un joven íntegro y ejemplar es elegido para resolver el misterio y parar los asesinatos, encontrándose con circunstancias de su pasado reciente que no sabrá cómo afrontar, visitando a dos mujeres con quienes parece encontrar lo que perdió de una forma terrible…
Cada noche que este joven samurái es arropado y confortado por la mujer mayor, comparte la cama con la chica en esa cabaña neblinosa en medio del bosque, y esto le va transformando en un esperpento. Él también se envuelve en culpas y un camino descendente, añora el amor de casa y el honor se le vuelve más bien una cadena, que no le deja tomar decisiones y le quita credibilidad ante su gremio, una vez más la sensibilidad y el anhelo de cariño visto como vulnerabilidad por un pueblo en guerra.
El comentario social sobre la doble moral del voto de los samuráis, que normalmente son retratados como un ejemplo de rectitud y entereza, se hace presente. Aquí se cuestiona si, al igual que la milicia en otros lugares del mundo, protegen de verdad a quien lo necesita o solo se preocupan de ponerse en servicio para quienes tienen dinero para pagarlo, detalle que enriquece la narración, pues ese origen “maldito” de las criaturas se maneja con una ambigüedad interesante ¿Será que estos gatos mitológicos están dando una oportunidad de venganza o de redención?¿Una especie de agente del caos natural-espiritual? preguntas al aire que nos mantienen en suspenso.

Kaneto Shindo como narrador se siente pleno depurando sus constantes autorales. Inclusive repite la relación entre nuera y suegra con connotaciones místicas-macabras que se manejaba en Onibaba, su otro gran clásico, solo que aquí la brujería ancestral es sustituida por la exploración de uno de tantos yokai, una variedad de demonios del folklore japonés, algunos malvados y otros de moral ambigua o simplemente ajena al mundo humano. Criaturas que hemos conocido en occidente gracias a series animadas como Naruto y que incluso han inspirado el diseño de algunos personajes de pokemon.
Y aunque hay un par de detalles técnicos, como que en un par de secuencias nocturnas, es evidente que fueron filmadas de día o que la iluminación no es atinada, sus otras virtudes dentro de lo que la época permitía enriquecen la esencia del relato. Sus elementos fuertes, la creatividad del montaje, los trucos visuales como la manera de desplazarse de las extrañas criaturas, la expresividad del maquillaje que más que realista se decide por la expresividad heredada del teatro japonés, en la sombra de los ojos o rubor de la cara podemos ver lo fantasmal, devastado o natural del personaje y eso recalca el trabajo actoral que en general es bastante entregado, el del joven protagonista cuyo paso del hieratismo propio de un soldado al desquicio por el deseo pasado, son muestra de ello. Pero por sobre todo, hay que destacar el matiz de las dos fantasmales mujeres, pasando en sus inflexiones vocales y expresión corporal de lo humano a lo animal de un momento a otro pues dentro de lo macabro de su condición, también recuerdan, a través de la bondad y necesidad de afecto de su hijo y esposo respectivamente, el amor y compañía que tuvieron en vida antes del hecho que les hizo lo que son y la búsqueda de estas emociones más allá de la vida y la muerte.
De igual manera, la sonorización es rústica (en grabación) y pareciera ser en vivo por los ecos y lejanía inherentes del espacio donde se realizan las ceremonias en aquél país o del mismo recinto teatral, pero eso le otorga una atmósfera potente y sutil que nos envuelve complementando a los movimientos de cámara y contundentes elipsis que le permite ser lo menos explícito con la violencia posible, sin perder el impacto necesario en el espectador. esto se convierte en una huella de estilo, las elipsis a corte directo resultan sorpresivas no en argumento, si no en la emoción que nos transmite
Este clásico editado por criterion collection, que incluye la película restaurada, un panfleto con análisis y entrevistas al director y una entrevista al crítico Tadao Sato, es algo más que una mera curiosidad, es más bien el trabajo de un director curioso, entusiasta de las leyendas de su país y que se esmeraba por disfrutar cada momento de su pietaje, hasta la captura de imágenes de gatos reales se nota cuidada, hecha por alguien que se está divirtiendo al poner en pantalla su macabra historia con un lado de ternura y amor al origen de lo que cuenta.