El miedo bajo las estrellas de un territorio perdido por el narcotráfico: “Noche de fuego”

Por Selene Muñoz Velázquez[1]

 

Introducción 

Somos un número que va en aumento. Una extensa línea que no avanza, que no retrocede. Algo que permanece agazapado, latente. Esa punzada que se instala con firmeza en el vientre, que se aloja en los músculos, en cada bombeo de sangre, en el corazón y las sienes.
(Sara Uribe/ Antígona González)

 

El cine es una valiosa herramienta cultural que sirve para comprender una diversidad de fenómenos sociales, ya que el cine articula buena parte del mundo discursivo que da sentido a las prácticas de vida, es una ventana de entrada a la comprensión de nuestros mundos imaginarios, simbólicos y reales (Ascencio, Garzón, de la Cruz, 2021). Los recursos cinematográficos llevan a la pantalla una diversidad de sucesos que ocurren en nuestras sociedades contemporáneas, tal es el caso de la violencia y sus múltiples manifestaciones. En esa dirección, el objetivo del presente ensayo es mostrar a través de la película “Noche de fuego” (Huezo, 2021), la condición de las mujeres y niñas víctimas de la violencia por narcotráfico, sus efectos subjetivos y las formas en que se resiste y sobrevive en contextos altamente violentos.

El hilo argumentativo que sostiene este ensayo se apoya en dos ejes. En primer lugar, se realiza un acercamiento teórico que sirve de base para entender qué es la violencia y su manifestación en un tópico particular: la violencia cultural/simbólica (Galtung, 2003), con la intención de comprender dicha manifestación en el filme a través del miedo. En segundo lugar, se articula el fenómeno de la violencia y las emociones a través de las narrativas alusivas a dicho fenómeno en la película “Noche de fuego”, con el fin de ilustrar cómo las emociones se vuelven una fuerza motriz para paralizar o agenciar a los sujetos que viven en contextos violentos. Por último, se presentan algunas reflexiones finales.

Entendiendo la(s) violencia(s)   

En el campo de las ciencias sociales, las divergencias entre los diferentes enfoques que giran alrededor de la violencia ponen de manifiesto la dificultad que conlleva intentar dar una definición acerca de este concepto en vista de la complejidad y heterogeneidad de prácticas, creencias, emociones, hechos sociales e históricos que se hilvanancon él. Por ello, distintos autores prefieren hablar no de la violencia en singular sino de una continuidad de las violencias articuladas en el tejido social (Scheper-Hughes y Bourgois, 2004).

Si bien existen múltiples maneras de entender la violencia, la mirada que se propone en este ensayo tiene que ver con su dimensión social y cultural, alejándonos de las visiones psicobiológicas que terminan por esencializar la violencia, reduciéndola a un comportamiento agresivo devenido de nuestra mala fortuna genética. En esa dirección, la antropología y la sociología han puesto sobre la mesa de discusión la importancia que adquieren los contextos sociales y culturales en los que las violencias tienen lugar, así como los sentidos y significados que le son atribuidos tanto por las personas que la ejercen como por sobre quienes se ejerce (Wieviorka, 2001). De ahí que ciertos actos de violencia puedan ser percibidos o considerados como actos “depravados” o “gloriosos”, “legítimos” o “ilegítimos” (Scheper-Hughes y Bourgois, 2004).

En ese sentido, el estudio de las violencias, así como sus definiciones, han sido el centro de debates que aún están lejos de terminar. En parte esto se debe a que el tema de la violencia y sus manifestaciones están adquiriendo en la actualidad un significado muy distinto del que tuvo en décadas anteriores. Al respecto, las teorías antropológicas y sociológicas han contribuido al pensamiento contemporáneo de las violencias, lo que ha llevado a señalar que ya no se puede hablar solamente de la violencia en términos físicos, de aquellas que matan y aniquilan, muy ligadas a la esfera política como lo hicieron Arendt (2005) o Benjamin (2001) en los albores de la modernidad, o de la violencia desarrollada en los 70´s como parte de los movimientos revolucionarios e ideológicos de liberación, como lo propuso Franz Fanon (1961). Por el contrario, en la actualidad, las violencias adquieren nuevos matices, tesituras, rostros y escenarios que tienen como telón de fondo diversos procesos económicos, sociales, políticos y culturales que han derivado del proceso de globalización a nivel mundial, originando fenómenos como el incremento de la pobreza, la desigualdad y la exclusión social de grandes sectores de la población.

Entonces, se podría decir que el foco de atención ha pasado de la violencia y su estrecha relación con el ámbito del poder político, para nombrar otras formas o manifestaciones de la violencia que se traducen, por ejemplo, en la exclusión social y la humillación, la violencia doméstica, la violencia contra las mujeres o las infancias, el hambre, el narcotráfico, la agresión a la dignidad y valores de la víctima, la discriminación étnica, el (des)equilibrio ecológico, etc, difundidas de manera simbólica y afectando hasta lo más profundo de nuestro ser (Pearce, 2006). De este modo, además de la violencia directa, hoy se reconocen otras formas sociales de la violencia, como la violencia estructural y cultural/simbólica, como sugiere Galtung (2003). Para este sociólogo noruego, la violencia estructural abarca una serie de condiciones que coloca en serias desventajas a los grupos sociales vulnerables colocándolos en estado permanente de miseria y marginación. La violencia cultural/simbólica, por su parte, ocupa un papel relevante en tanto se puede utilizar para justificar y/o legitimar violencia directa o estructural sobre ciertos individuos e incluso sobre poblaciones enteras. La violencia simbólica aparece como una forma de violencia espacio-temporal casi imperceptible a primera vista, pero observando con detenimiento vemos que se materializa a través de las amenazas, los prejuicios, los estereotipos, las humillaciones, el control y/o la intimidación, basados en la construcción de un Otro (Galtung, 2003). Esto puede verse, por ejemplo, en una serie de creencias que contribuyen a la naturalización de las relaciones asimétricas de género, lo cual tiene influencia en la manera en que hombres y mujeres se desenvuelven en el espacio público y privado (Pearce, 2006).  

“Noche de fuego”, un retrato de la violencia y el miedo en México.

Hoy es innegable que la violencia se ha convertido en un problema social grave en México, no obstante, si se tuviera que situar una fecha para comprender la situación actual de violencia en nuestro país, sin duda, es diciembre del 2006, cuando el expresidente Felipe Calderón lanzó la bien conocida “guerra contra el narcotráfico”. Este hecho, dado su impacto y magnitud, tiene grandes costos en la vida física y emocional de las personas en general, pero sobre todo en aquellas que se encuentran en sitios estratégicos de la narcoviolencia. Lo cual obliga a las personas a migrar forzadamente, cuando no a vivir en medio de un clima de incertidumbre(s) y miedo(s).

El miedo puede verse como respuesta a una amenaza (real o imaginada); desde una mirada sociocultural de las emociones, el miedo está lejos de verse como una respuesta psicológica. Por el contrario, las especificidades contextuales y culturales que lo hacen brotar, lo convierte en un artefacto cultural cuyos significados, representaciones y prácticas construyen subjetividades que corresponden a la vida pública, más que a hechos privados (López y López, 2017, p.56). Desde este enfoque, el miedo aparece vinculado con las relaciones de poder y control en tanto implica una serie de desventajas entre quien(es) ejerce(n) distintas acciones para generarlo y quien(es) lo vive(n), lo cual hace que el miedo tenga una función política, ya sea para paralizar o movilizar la agencia de los sujetos (ibídem).

El reflejo de esta situación puede observarse en la película “Noche de fuego”, un filme de ficción escrito y dirigido por la salvadoreña-mexicana Tatiana Huezo, basada en la novela Prayers of the stolen de Jennifer Clement, y que vio la luz en julio del 2021. Dicha película es un referente comprometido a retratar, sin caer en una “pornografía de la violencia”, la cara oculta de las múltiples violencias sociales que azotan a los pueblos rurales mexicanos, pero en particular ofrece una mirada descarnada sobre el impacto de la violencia simbólica en la subjetividad de las infancias empobrecidas y expuestas a la brutalidad y el terror que provoca el narcotráfico en las comunidades rurales.    

“Noche de fuego” retrata la historia de tres niñas que viven y crecen en una pequeña región rural de México asediada por el narcotráfico. En dicho lugar, la gente trabaja en los campos de amapola ante la falta de oportunidades y la precariedad material en las que viven. Sin embargo, es a través de la historia de Ana, principalmente, que se iluminan algunas de las repercusiones y efectos que tiene vivir en un contexto asediado por la desmesura de la violencia por narcotráfico. En ese sentido, uno de los aspectos que resalta el filme es la manera en que la violencia se instala en lo cotidiano creando un clima de miedo que termina por fungir como una forma de control social sobre los modos de habitar, sentir y ser de este trio de amigas, lo que significa, siguiendo a Galtung (2003), una pérdida de la libertad y la identidad, una amenaza a la vida digna y plena, que en última instancia no deja a las infancias posibilidad de elección alguna. 

En medio de un ambiente lleno de la naturaleza que tupe a las montañas, las primeras escenas nos llevan a conocer la vida de Ana y sus amigas, María y Paula, cuyos padres han migrado a los Estados Unidos en busca del sueño americano para ayudar a sus familias. Mientras que sus madres trabajan en el campo de amapola, a excepción de Rita, la mamá de Ana, quien trabaja realizando labores de limpieza en casas ajenas. Aunque en un primer momento parece que la vida de Ana se desarrolla de una manera tranquila a pesar de las condiciones de precariedad en las que se vive en el pueblo, pues se le ve jugando con sus amigas o asistiendo a la escuela, su historia se vuelca dramática cuando empiezan a suceder una serie de eventos violentos que van marcando los derroteros de su vida cotidiana en el pueblo. Sucesos como la desaparición de la niña Juana y su familia; el rumor del “levantón” de un doctor; el cobro de dinero al maestro de la escuela para que pueda trabajar; pagar dinero para tener seguridad en espacios de trabajo como una estética; la migración forzada de algunas familias del pueblo; balaceras entre militares y grupos armados en la calle; la aparición del cuerpo de una mujer en un terreno baldío; entre otras atrocidades, van configurando una atmosfera de miedo que recorre al pueblo entero. Al mismo tiempo, para Ana dichos sucesos son detonadores de reflexiones profundas sobre la realidad que viven las niñas de la comunidad, una realidad que muchas veces es silenciada por las madres debido al miedo que las alberga.

En este temido ambiente, la violencia simbólica logra sus objetivos, haciendo interiorizar el miedo en los habitantes del pueblo, pero en particular en las madres, quienes ven amenazada la vida de sus hijas. Ante ello, intentan buscar salidas no sólo para sobrevivir a la pobreza, sino para cuidar a sus hijas y evitar que sean llevadas por el narco. De este modo, en el desenlace de la película se va mostrando de manera sensible cómo la vida sigue su curso en medio de un ambiente de horror y miedo. Al mismo tiempo, ilumina la manera en que se vuelve necesario desplegar una serie de estrategias para salvaguardar la vida de las niñas. Entre ellas se muestra tener que aprender a desarrollar los sentidos, especialmente el oído, para saber distinguir entre una vaca, un perro o una camioneta, pues ésta última representa una fuente de amenaza, los narcos. Otra estrategia es cavar hoyos a la medida de las niñas en los patios de las casas, estos fungen como lugares de resguardo cuando los grupos armados llegan sorpresivamente para llevarse a las niñas.

Quizá la estrategia que más consternación causa al ver la película se manifiesta en la escena de la “estética”. En dicha escena se ve a Ana y a María con sus respectivas madres en la estética del pueblo. En un diálogo que sostiene la mamá de Ana y la estilista se hace referencia a que ha habido un contagio de piojos en la escuela, razón por la cual las niñas deben cortarse el cabello. Ana se mira al espejo y comienza a llorar mientras su cabello cae detrás de su espalda. Ella sabe que no tiene piojos, sabe que algo grave esta pasando pues todas las niñas han tenido que cortarse el cabello, sobre todo después del rumor de que otra niña ha desaparecido. Lo que se haya detrás del corte de pelo e incluso del cambio de ropa por atuendos masculinizados es el ocultamiento de cualquier signo de feminidad para que no puedan ser identificadas por los grupos criminales. 

Para el cierre del filme, sucede el momento más temido por Rita, la mamá de Ana. Una tarde mientras Ana y ella se disponían a matar una gallina, escuchan a lo lejos el ruido de los motores de las camionetas, que bien saben pertenecen a los grupos armados. En ese momento Ana corre a esconderse y Rita guarda todo aquello que dé indicios de que vive con su hija. Al abrir la puerta, un hombre baja de una camioneta y exclama lo siguiente: “Venimos por la niña, madre”; Rita trata de ocultar que una mujer vive con ella, insiste en que tiene un hijo que trabaja en la milpa. Los sujetos armados saben que Rita está mintiendo y entran a revisar su hogar. Se van con las manos vacías no sin antes rafaguear a tiros la casa. En ese momento Rita y Ana toman una mochila, guardan un poco de ropa y se disponen a abandonar el pueblo a como dé lugar en medio de una turbia noche. 

Reflexiones finales

El retrato que se hace en “Noche de fuego” sobre la violencia en México representó una oportunidad para pensar en aquellas consecuencias invisibles de la violencia estructural y simbólica que se vive en nuestro país. Una violencia que, como sugiere Galtung (2003), no sólo deja huellas en el cuerpo humano, sino también en la mente y el espíritu de aquellos que la sienten y vivencian. Asimismo, invita a seguir reflexionando desde una mirada de género, sobre la situación que viven las mujeres, niñas, adolescentes y jóvenes que son violentadas y amenazadas por la violencia del narcotráfico en comunidades rurales de nuestro país, situación que se complejiza aún más con los procesos de exclusión social y la falta de respuesta por parte del Estado para contrarrestar la problemática. Dicha situación resulta dolorosa en tanto hace que para las niñas de las comunidades rurales se torne difícil el diseño de otros horizontes, ya que, como vimos, la violencia no sólo impacta en la integridad física de las niñas, sino que afecta su desarrollo creativo y educativo, su salud, su tiempo de ocio, entre otras cosas.

Por el lado de las emociones, particularmente el miedo en su manifestación individual y colectiva a lo largo de la película, permite iluminar los modos en que la violencia por narcotráfico se inserta incluso hasta lo más íntimo de las personas, provocando a quien lo siente de manera recurrente y prologada, como lo vimos con la mamá de Ana, un fuerte malestar y sufrimiento. De este modo, el miedo, por su carácter social y cultural, puede percibirse como una forma de control sobre los modos de ser, estar y sentir el mundo, como sucedió con Ana y sus amigas al tener que modificar su vestimenta y corte de cabello. Por ello, el miedo evoca, siguiendo a Robben y Nordstrom (1995), esa dimensión experiencial de la violencia, que puede llegar a inmovilizar, pero también como señala Wieviorka (2001) puede ser un medio para agenciar a las personas, que como en el caso de las protagonistas de la historia, se movilizaron en pro de la supervivencia.

Por último, podría dejarse como una línea a seguir explorando la vinculación de los contextos de violencia y el re-aprendizaje de los sentidos, como cuando vimos en el filme que era necesario aprender a identificar los sonidos de la violencia. Esto es importante de considerar pues, como bien sugiere Sabido (2019), los contextos orientan las percepciones sensoriales del cuerpo y los sentidos. En esa dirección, siguiendo a la autora, puede decirse que “Noche de fuego” también narra un “entorno sensorial” de la violencia, donde se producen sonidos, olores, miradas, contactos corporales y experiencias que delinean parte de la vida cotidiana en medio de la violencia, así como las estrategias que resultan necesarias para sobrevivir. 

 

 

 

Bibliografía.

Arendt, Hannah. (2005). Sobre la violencia. Trad. Guillermo Solana. Alianza Editorial. Madrid. (pp.48-78)

Ascencio Cedillo, E., Garzón Martínez, M. T., & de la Cruz, M. (Edts). (2021). Sugerencias para ti. En NETFLIX. Una pantalla que te saca de aquí, (11-25), Tuxtla, Gutiérrez: Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas.

Benjamin, Walter. (2001). “Para una crítica de la violencia” en Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV, Madrid: Taurus (pp.1-18)

Fanon, Frantz. (1961). La violencia, en Los condenados de la tierra, Ministerio de Trabajo, Empleo y Previsión Social, Bolivia (pp.31-100) o versión publicada por Matxingune taldea en 2011 (pp.1-25)

Galtung, Johan. (2003). Violencia Cultural. Documento 14, España: Gernika Gogoratuz (pp.1-36)

Guerrero Tapia, Alfredo (2017). Psicología del victimario y la víctima de la violencia en Giménez, Gilberto y René Jiménez (Coordinadores) La violencia en México a la luz de las ciencias sociales, IIS, UNAM (pp.229-257)

Huezo, Tatiana (directora) (2021). Noche de fuego (cinta cinematográfica). México, Pimienta Films.

López, Oliva y Guadalupe López. 2017. “Redes de periodistas para vencer el miedo: comunidades emocionales ante la violencia de Estado. El caso de México”. Revista de Estudios Sociales 62: 54-66.

Pearce, Jenny. 2006. “’Bringing Violence ‘Back Home’:Gender Socialisation and the Transmission of Violence through Time and Space” in Bringing Violence back Home (pp.42-60)

Robben, Antonius C.G.M. and Nordstrom, Carolyn. 1995. “The Anthropology and Ethnography of Violence and Sociopolitical Conflict” in Fieldwork under Fire. Contemporary Studies of Violence and Survival, Nordstrom, Carolyn and Antonius C.G.M. Robben. California: University of California Press, pp.1-23

Sabido Ramos, O. (2019). La proximidad sensible y el género en las grandes urbes: una perspectiva sensorial. Estudios Sociológicos De El Colegio De México38(112), 201–231. https://doi.org/10.24201/es.2020v38n112.1763

Scheper-Hughes, Nancy and Philippe Bourgois. (2004). “Introduction: Making Sense of Violence” in Violence in War and Peace, USA: Blackwell Publishing (pp.1-31)

Wieviorka, Michel. (2001). “La violencia: Destrucción y constitución del sujeto” en Espacio Abierto, vol. 10, núm. 3, julio-septiembre, 2001, Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela (pp.338-347)

 

 

[1] Licenciada en sociología y maestra en Ciencias Sociales por la UAEM. Actualmente estudiante del doctorado en humanidades en el Centro Interdisciplinario de Investigación en Humanidades. Mis temas de interés son: Socioantropología de las emociones, jóvenes y educación, mujeres y trabajo, culturas juveniles.

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