Receta de caldo de ratas para un anexo y otros platillos

Por Eduardo Carrillo

Polvo de estrellas en bocanadas caducas le dejaban sin aliento. Isidoro siempre trataba de huir de noche porque el centro de rehabilitación en donde se encontraba secuestrado se llamaba Nuevo Día.

            Aquella vez lo bajaron del taxi. Lo había logrado, aunque no tenía para el pasaje. Isidoro rogó al conductor de la unidad TIJ-TR-1218 para que se pusiera en marcha. Pero una t bajo el retrovisor volvía al chófer tan culpable como a los internos del anexo.

            —Allá dentro no sólo nos maltratan jefe, sino que somos humillados diariamente…

            El trabajador de la ruta Cumbres-Centro, de veintitantos años sirviendo sin utilidades ni aguinaldo y soportando quejas por aumentos de 50 centavos cada que se lograba un milagro, le dijo lo que cualquiera: así apreciarás más el estar afuera.

            De vuelta en Nuevo Día Isidoro estuvo parado cinco días con sus respectivas noches como castigo. Dos guardias lo mantenían de pie cada que descuidaba su órbita.

Llamaban tal reprimenda hombre a la luna. Isidoro peleó con las paredes, tiró de sus cabellos y a punto estuvo de quedarse sin oxígeno más de una vez, pues su alma ardía en llamas viendo despojados a sus seres queridos, a sus recuerdos y a todo olvido de vuelta en el planeta Primitivo.

            En Nuevo Día las ansias de libertad entre los huéspedes se promovían a través del programa de los doce pasos. Sólo había que aguantar el mismo número de juntas diarias dLeer más

La Santísima Trinidad Masculina | Narrativa

Por Julio César Aguirre Casimiro[1]

Estáis muertos. Pero,
¿En verdad estáis muertos,
promiscuos homosexuales?
MUERTOS SIEMPRE DE VIDA:
Dice Vallejo,
EL CÉSAR.

Bohórquez, A.

 

Eran las 17:35 horas cuando Don Miguel recostó su cabeza sobre la mesa. Tenía ganas de vomitar y sentía un hormigueo en los ojos. «¿Por qué no puedo hacerlo? ¿Por qué?», se preguntaba. Cerró los ojos y se mordió los labios hasta que sus encías rosadas se tiñeron de rojo, pero no percibió el sabor metálico de la sangre, debido a que el alcohol le había adormecido la lengua.

Don Miguel se vio a sí mismo escondido debajo de una mesa, pero con ocho años de edad. A lo lejos, una voz gritaba: «Miguelito, hijo, ¿dónde estás?, ven acá». Era Magdalena, su madre. Miguel estaba acongojado, así que no respondió.

Días atrás, Miguel y Roberto jugaban a lanzar patitos en el río San Blas de las Cruces, ubicado en el municipio de Aguanile.

― Dicen mis papás que nos iremos a la ciudad, porque allá podré ir a la escuela ―dijo Roberto, después inclinó su cuerpo hacia la derecha, echó su mano hacia atrás y, con mucha fuerza, lanzó una piedra; dio cinco brinquitos sobre la superficie del lago y luego se hundió.

― ¿Entonces te vas? ―preguntó Miguel con voz quebradiza, tratando de desenredar a salivazos el nudo que se le formó en la garganta, después intentó hacer lo mismo que Roberto, pero su piedra se hundió en cuanto tocó el agua.

― Prometo que vendré a visitarte.

Esa fue la última vez que jugaron. 

«Miguel, hijito, ven acá, no seas grosero, Robertito te está esperando en la puerta, se quiere despedir de ti», insistía Magdalena. Miguel seguía en silencio, tallándose los ojos y suspirando trémulo mientras pensaba: «¿Qué dirá mi mamá si me ve así?, ¿qué dirá Roberto?, y peor aún, Leer más

Alex Darío Rivera M. | Minificciones

Alex Darío Rivera M. (Santa Bárbara, Honduras, 1975). Ha publicado en poesía: «Introspecciones extintas», «Desde los balcones», «Mortem» y “La lluvia no llega”. Libro de microhistoria “SITRAMEDHYS, medio siglo de lucha» (2015). En cuento: «De fugas y acechanzas» (2012), «Recuentos a media luz» (2013) y «Hendiduras» (2020). Antologado en «Honduras, sendero en resistencia»; «Poetas en los confines»; «Kaya Awiska, Antología del cuento hondureño»; «Antología del cuento hondureño Siglo 21»; «Tratado mesoamericano de libre poética: ecos náhuatl Honduras-México»; «Letras sin fronteras II»; «El baile del dinosaurio», antología de minificción hondureña» y «Despierta humanidad» Antología Poética Internacional Homenaje a Berta Cáceres».

 

 

 

Cavilaciones de un X Men común y corriente

Escuché el golpe seco de la lavadora. Malhumorado, detuve la película. Justo al cruzar la puerta de la habitación, ésta se abrió sola, y atravesé diagonalmente la casa buscando la cocina. Al acercarme a la puerta de tela metálica que da al patio, ésta también se abrió movida por alguna voluntad desconocida. No he puesto sensores automáticos; así que, si ese fenómeno no fuese causa de alguna ráfaga de viento, es probable que había descubierto, un poco tarde, poseer alguna especie de superpoder.

Tendí la ropa; y avancé buscando reingresar a la casa. Limpiaba las gotas de sudor que bajaban de la frente e intentaba recordar el momento en el que había detenido la película.

Llegué a la puerta, y esperé con cierta naturalidad a que se abriera sola, sin tocarla; y nada. Entonces supuse que, a lo mejor, faltaba algo de concentración. A pesar de mi mejor esfuerzo, la puerta seguía ahí, quieta. Extendí el brazo, tomé la manilla, y jalé. El frescor interior de la casa fue agradable, sin que ello me ayudase a erradicar, el sentido de frustración por haber disfrutado de mi super poder de manera tan efímera.

 

 

 

Fuga

Esperaba que esas horas se fueran como el agua, silenciosas, encontrando agujeros por donde fugarse. Imaginó entonces que esas aguas se agitaban bulliciosas, rompían sus costillas en los riscos, impulsaban la popa de barcazas o guiaban la danza de los cardúmenes. Sospechó que esas horas, como el agua, ascendían en forma de bruma e intentaban suicidarse a manera de lluvia. De constatar esa analogía, aguas habitaban la memoria, y de horas estaba constituido el canto en las caracolas y el viaje cansado deLeer más

La espera del mar | Narrativa

Por Cielo Pérez

 

Yo llegué a ese lugar como unos veinte años después que ella. Era la mujer que más llamaba mi atención, no sólo porque era quien estaba frente a mi celda, sino porque tenía un cuerpo muy grande en altura y en peso, le habían arrimado dos camas para que durmiera. Tenía su cabello chino, cortito y color negro como de luto. También, tuve tiempo suficiente ahí para darme cuenta de sus tantos lunares que hacían parecer que ese era su tono de piel.

En mi primer viernes, el día de la semana que ponían música en los altavoces, fue cuando descubrí lo que Ofelia más anhelaba. Levantó su cuerpo de la cama con las fuerzas que sacó y se puso a bailar con el ritmo de la canción Mares de Amaral, haciendo movimientos como los de una sirena o un delfín, con tal ligereza que su cuerpo no correspondía para el momento. Confirmé lo de la sirena o el delfín porque una guardia del pasillo no tardó en susurrarme lo que ya no era un secreto.

 

—Hace eso porque sueña con volver al mar. Nunca le Leer más

Manifiesto desde el Antropoceno | Narrativa

¿Qué nos depara el futuro que no hayamos visto ya?

 

Por Marco Antonio Hernández[1]

¿Quién soy yo para creer que el tiempo es una razón absoluta para militar en los claroscuros de la vida?

¿Quién soy yo para pretender que transito por el sendero de lo moralmente correcto, de la ética autoimpuesta por el destino manifiesto?

Doy un paso, luego el otro. Camino, busco el destino que me corresponde vivir. Asisto al desequilibrio de las sensaciones vacuas, el vacío de lo que funciona por sí solo.

La vida transcurre en piloto automático, mientras una inteligencia artificial construye escenarios de lo posible, buscando en una base de datos todo el conocimiento dado por la experiencia humana, cuya última actualización se dio al salir del estado de naturaleza.

Me he quedado sin respuestas y las circunstancias ameritan un reencuentro con mi otredad.

¿Dónde ha quedado el justo medio de mis esperanzas?

Me ubico en el caos democrático, asfixiado por un eterno trámite burocrático que me garantiza una sola cosa: el eterno retorno.

Zigzagueo, de derecha a izquierda. Milito, resucito, elimino y transformo. Es hora del cambio, me digo. Continuidad, regresemos a la era dorada de lo inaudito. Ahí viene el futuro, disfrazado de presente para confundirse con el pasado participio.

Cabalgando la desigualdad, veo llegar al libre mercado. Delgaducho, engreído, demacrado. Su cirugía neoliberal le ha deformado sus cimientos. Dejen pasar, dejen hacer, grita a los cuatro vientos.

Viaja de puerto en puerto, como el siete mares. Quién diría que está casi muerto.

 

Un peligro acecha al mundo libre, dice.

Ha sido testigo del demonio del socialismo, se hunde en el terror. Con dramatismo quijotesco enuncia los pecados que ha cometido dicho sistema.

Riqueza para los pobres, se horroriza.

Justicia para el desprotegido, dice incréLeer más

Monstruo | Narrativa

Por Andrea Valdés[1]

 

Barrer el cuarto.

Alimentarlo.

Dejarle agua.

Limpiarle la cubeta.

Revisar que tenga su pelota.

 

Tenía claro lo que había que hacer con el monstruo, pero me gustaba repasar la lista de actividades diarias, ¿sabes? era parte de mi ritual matutino. Después de levantarme, siempre hacía lo mismo: preparaba el café, repasaba la lista que se encontraba pegado en un pedazo de imán en la nevera, me cambiaba de ropa y salía a trabajar.

La lista la había colocado cuando atrapé al monstruo. Mantenerlo con vida era agotador; buena parte de mi tiempo y mis pensamientos los destinaba a la sobrevivencia de ese despreciable ser vivo. Mantenerlo con vida requería disciplina y conservar el trabajo de mierda en el supermercado como encargada del pasillo de limpieza personal y papel higiénico.

Toda mi vida había vivido en este pueblo, no conocía otra cosa. Nunca fui mucho de hablar con las personas, ni de tener amigos; me daban miedo, pensé que todos eran como el monstruo, y la verdad es que sí son así. Me gustaba estar sola y dedicarme a cuidarlo. Después de tres meses, empezó a ponerse flaquito y ojeroso. Por suerte, no enfermó mucho durante ese tiempo, porque sabrás que tenerlo enfermo era horrible, se ponía como un pinche chamaco malcriado cuando se sentía mal. Me costaba mucho darle la medicina; solía ponerla en un rollito de jamón o mezclarla en la comida para que la tomara. En un par de veces le tuve que poner clonazepam en el agua para que cayera dormido y me dejara inyectarle el antibiótico.

Con los años se volvió más mansito, ¡Hija de puta, te vas a arrepentir! Me decía, eres igual de putita que tu madre, por eso te culeaba, me decía. Nunca le respondí, a esto me refiero también a ser disciplinada, desde que lo metí a la jaula, jamás le dirigí la palabra. Ya te imaginarás que a veces quería decirle que me había jodido la vida y que no podía coger con nadie porque me daba miedo, que no me fiaba de nadie porque pensaba que me iba a doler como cuando se acostaba en mi cama; pero no, aguanté y aguanté, nunca le dije Leer más

Vuelta de Hoja… | Narrativa

Por Sylvette Cabrera Nieves[1]

 

“Debemos aprender que con el tiempo las cosas camban
y las manos sueltan, que cerrando ciclos se abren nuevos”.
-Rafael Cabaliere- 

 

Mabel se siente profundamente agradecida y en paz mientras observa la lluvia intermitente a través del ventanal de la sala. Suelta, al fin, el lastre de las cruces de su longevo calvario. Se mira coqueta en el espejo del tocador mientras se acaricia las cansadas canas cuando decide peinarlas hacia atrás con estilo. Asimismo, escudriña la suma de más arrugas en su cara, pero sonríe feliz.

Se acaba de mudar a un acogedor apartamento aledaño a la majestuosa e icónica Basílica Menor Nuestra Señora de la Monserrate en Hormigueros. Edificación típica del siglo XIX que parece detenida en el tiempo y rodeada de altos cipreses, canarias, y trinitarias; cuyo camino hasta la puerta principal está cubierto de ladrillos rojos y brillantes mosaicos. Lugar con tanta magia como historia de milagros. En aquel instante le hubiese gustado ser como el mejor pintor del mundo para reproducir esa singular belleza que la rodeaba bien fuera en óleo o acuarela, pero con los vibrantes colores de Van Gogh.

En su vida ha tenido pocos hechos importantes o decisivos que asumir, pues alguien siempre lo hacía por ella, y por tanto no conocía bien cómo afrontarlos, mejor dicho, cómo disfrutarlos como ahora. Su vida de mujer soltera recién comienza. Es la primera vez que reside sola en un nuevo Leer más

Ataúd de un solo uso

Por Brenda Raya

Ya sea ataúd o féretro el significado es el mismo: cajón para transportar a los muertos. El que muere va al panteón, a veces al fuego. Ya lo dice la sentencia popular “en polvo te convertirás”. Las despedidas por cremación llevan dos muertes consigo, la del muerto y la del ataúd que no vuelve a ser usado. Si un cuerpo reposó sobre él, se considera indigno volver a usarlos, es impensable usarlos dos veces. Desde su fabricación, esos objetos llevan una sentencia: guardar fidelidad a los cuerpos que los eligieron.

No siempre se elige lo que se quiere, con más frecuencia se elige lo que se puede, para lo que alcanza, lo más práctico. Así mismo se hace con el cuerpo lo que se puede. La muerte y el supuesto descanso eterno son tan caros como mantener la vida y a veces más. Para pagar un lugar en el panteón debe hacerse en efectivo, lo que supone al momento; la muerte nos encuentra sin ahorros, entonces los sueños del descanso eterno en el panteón se diluyen a la velocidad del fuego del crematorio, solución más barata, más accesible y para ser honestos, más simple.

Así fue como un ataúd llegó a mi casa

El cajón que la tía de un conocido usó para ir a la cámara crematoria se desocupó rápidamente y entonces el problema se presentó ¿Qué hacer con el objeto? ¿a dónde se tira un ataúd?

Gustavo pensó en Jorge que pensó en Braulio, que pensó en mí. Un trío de amigos que algunas veces la hacían de enterradores, pues siempre se necesita dónde colocar los cuerpos de los callejeros queLeer más

Carta suicida

Por Victoria Marín

 

Los suicidas ya han traicionado el cuerpo.
Nacidos sin vida […]
 no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los niños mirarían con una sonrisa.
Anne Sexton

 

Esta no es una disculpa, tampoco una nota acusatoria. Algo así no tendría sentido cuando voluntariamente he tomado la noche por casa y la demencia como el curso lógico de una vida. 

Tan solo quiero dejar constancia de lo que se siente, del lugar que ocupo y de los pasos que me han traído hasta aquí. Me gusta y no lo cambiaría por nada. Aunque, no sé si realmente deseo caer. ¿Cómo me sentiré cuando dentro de mí no encuentre más que el vacío, mi verdadero yo, y, allí, todas esas murallas desmoronándose una a una?

Quiero invitarte a una fiesta, una de esas de las que no se vuelve. ¿Bailarías conmigo?

Dance, dance, dance… el sonido que viene de la discoteca, eso y el viento soplando es lo único que escucho. Mi corazón y su disonancia, una supernova imperceptible. Sparagmos en cada latido.

Pienso en el arcano del Diablo que apareció en mi última lectura, en sus alas azules y en la redención ofrecida por el infierno, la continuidad de una sola naturaleza, humana y animal en el momento de la disolución, justo antes del florecimiento.

¿Cuándo lo dejé entrar? A ciencia cierta no lo sé. El peso de sus cadenas rodeando mi cuello me hizo tomar conciencia; no solo de él, sino también de una parte de mí, una que nunca será mía. Cierro los ojos y la miro, escucho su voz de otro tiempo. Al hacerlo estos miembros se deshacen en medio de unLeer más

Detrás de mis paredes

Por Mical Karina Garcia Reyes

 

Las paredes del cuarto en el que vivo son tan delgadas que a veces creo que mis vecinos y yo no vivimos separados, sino que compartimos el mismo espacio, los mismos hábitos y rutinas.

Temprano por la mañana, la esposa se despierta antes que el marido. Se mueve con sigilo a través de su habitación, sus pies en puntas apenas hacen rechinar la madera humedecida y vieja del piso. Abre la puerta de su ropero y sus bisagras metálicas crujen. Presto atención en sus pisadas enfilándose hacia la cocina, sacar los sartenes, hervir el agua para el café y sazonar la comida. Una hora después, las maderas rechinan nuevamente en la recámara, donde su marido suelta un bufido al ser despertado.

Él se levanta, arrastra los pies hacia la cocina. Los cubiertos se azotan contra los platos, las tazas caen pesadamente sobre la mesa y lo escucho: “¡Eres una inútil! ¡Esto está demasiado salado! Ni para eso sirves” vocifera, mientras preparo mi desayuno.

El marido recorre la recámara con pasos más agitados y azota los muebles mientras se preparaLeer más