Por Eduardo Carrillo
Polvo de estrellas en bocanadas caducas le dejaban sin aliento. Isidoro siempre trataba de huir de noche porque el centro de rehabilitación en donde se encontraba secuestrado se llamaba Nuevo Día.
Aquella vez lo bajaron del taxi. Lo había logrado, aunque no tenía para el pasaje. Isidoro rogó al conductor de la unidad TIJ-TR-1218 para que se pusiera en marcha. Pero una t bajo el retrovisor volvía al chófer tan culpable como a los internos del anexo.
—Allá dentro no sólo nos maltratan jefe, sino que somos humillados diariamente…
El trabajador de la ruta Cumbres-Centro, de veintitantos años sirviendo sin utilidades ni aguinaldo y soportando quejas por aumentos de 50 centavos cada que se lograba un milagro, le dijo lo que cualquiera: así apreciarás más el estar afuera.
De vuelta en Nuevo Día Isidoro estuvo parado cinco días con sus respectivas noches como castigo. Dos guardias lo mantenían de pie cada que descuidaba su órbita.
Llamaban tal reprimenda hombre a la luna. Isidoro peleó con las paredes, tiró de sus cabellos y a punto estuvo de quedarse sin oxígeno más de una vez, pues su alma ardía en llamas viendo despojados a sus seres queridos, a sus recuerdos y a todo olvido de vuelta en el planeta Primitivo.
En Nuevo Día las ansias de libertad entre los huéspedes se promovían a través del programa de los doce pasos. Sólo había que aguantar el mismo número de juntas diarias dLeer más