Carmen. Epitafio para la impunidad

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Lavanda

Por Ana Hurtado

 

-¡Damaris, Ven!

Con su cinta métrica comenzaba a rodear algunos ángulos del cuerpo de Damaris y ella, sin poner resistencia, dejaba que Carmen registrara sus medidas en pedacitos de papel. Durante el tiempo que asistió a la escuela, Damaris portó uniformes confeccionados a su medida. Piezas únicas que nacían entre los ágiles dedos de Carmen. La tristeza de Damaris quedó desnuda. No hay prenda capaz de arroparla. Han pasado tres años. En vano, espera esa calidez que con remedios caseros, hilos, recetas de cocina y pláticas le alivió tantas angustias y temores.

La mañana siguiente al festejo por la conclusión de sus estudios normalistas, Carmen llamó a Ema —su mejor amiga— para contarle que el furor de la celebración la había hecho olvidar la hora exacta en que había tocado la cama. Fue la primera persona a quien llamó luego de que la despertaran con una noticia inesperada: tenía novios en casa. Chuy —su segundo hijo— y Damaris —su nueva nuera y su futura confidente— habían pasado la noche juntos. Tenía novios en casa.

Al principio fue estricta con ella, fueron los desayunos matutinos los que ablandaron la tensión entre ambas. El hijo menor de Damaris se acerca a sus piernas. Sus manitas están repletas de esmalte color negro. En una de ellas sostiene el frasquito de vidrio y, en la otra, el pincel empapado. Esto que parecía una interrupción fue, en realidad, un paréntesis para que Damaris recuperara consistencia en las palabras. Estamos sentadas en el patio de la casa de Carmen. El dolor se transfiere poro a poro, y las ganas de llorar se difuminan cortando el recuerdo, es decir, no profundizando sobre esos fragmentos de tiempo donde Damaris sintió tranquilidad y protección.

 En la forma en que también ella me contaba las cosas y pues ya, se fue soltando la confianza. Mientras desayunábamos porque era cuando estábamos nada más nosotras dos o tres. En el desayuno, cuando hacía los hot cakes, siempre me traía la leche, los huevos, la harina y la mantequilla. Extraño mucho hablar con ella.

Todas las mañanas siempre le iba a tocar a su puerta y le decía ya son las 7, las 8 y ya prendía su música. Se bañaba, y luego bajaba con la bocina. Bajaba con su bocina, la ponía y ya decía pues que ya estaba el desayuno. Y desayunábamos.

Ema Domínguez sabe algo que Damaris no. Desde que decidió sumarse a la familia Parral Santos, CarmenLeer más

Carmen. Epitafio para la impunidad

Por Ana Hurtado[1]

Hasta que los leones no tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador
Proverbio Africano


Este proyecto surge de la búsqueda por constituir espacios para redignificar las ausencias y paliar la impunidad del racismo. Estos escritos son resultado de extensas reflexiones en torno a imaginar un periodismo y una literatura situada, afrocentrada e inscrita en los principios de la justicia epistémica y la memoria. Aspiro a devolver atisbos de vida ahí donde el racismo estructural ha dejado muerte, deshumanización y pérdidas irreparables. 

“Carmen. Epitafio para la impunidad” es una serie de piezas narrativas dedicadas a Carmela Parral Santos, primera Alcaldesa afromexicana del municipio de La Estancia, Oaxaca. Fue asesinada en agosto del 2019. Estos escritos son, en conjunto, una carta a la ancestralidad fragmentada. 

 Nuestra lucha por la vida es también la lucha por ser recordadas con dignidad. 

 

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Volver a la vida

La amistad más entrañable de Emma Domínguez nació a bordo de una pasajera, en las cabinas traseras de los vehículos modelo Nissan 2000 que fueron adaptadas para ser el transporte colectivo de la Costa Chica de Oaxaca. Después del primer día de clases en la Escuela Normal Superior de Oaxaca, los impetuosos trayectos de Pinotepa Nacional hacia La llanada no volverían a ser los mismos nunca más. Carmela Parral fracturó el silencio que divide a dos desconocidas y lo convirtió en un aire tibio que puso en libertad a más de unLeer más