Tejiendo historias, reconstruyendo memorias

La narrativa afrodescendiente de Mayra Santos – Febres y Yolanda Arroyo Pizarro

 

Por Diego Isidro Díaz Pérez[1]

 

La literatura caribeña se erige como un interesante mosaico de vivencias donde se fusionan las múltiples experiencias históricas y culturales que han marcado a la región. En este caso abordamos las narraciones de Fe en disfraz de Mayra Santos – Febres y Las Negras de Yolanda Arroyo Pizarro.

 

La producción literaria caribeña es un poderoso medio para explorar y expresar la compleja intersección de esta región. La colonización y la esclavización de personas han dado lugar a una amalgama de influencias africanas y europeas, las cuales han configurado una identidad cultural única e importante no sólo para la narrativa de Puerto Rico, sino para la historia de la región.

 

En este sentido, la literatura del Caribe se convierte en un instrumento para comprender la conexión entre el pasado y el presente, entre África y el Caribe, abordando la intersección entre el dominio colonial y la lucha por la libertad. De manera particular, en la literatura puertorriqueña encontramos estas manifestaciones, una isla atravesada por una doble colonización, la española y la estadounidense; Puerto Rico se convierte en un escenario importante y necesario para reflexionar sobre la diversidad cultural, la individualidad y la historia olvidada, aquella que la historiografía oficial ha ignorado.

 

Bajo este panorama, encontramos las voces potentes de dos escritoras afrodescendientes: Mayra Santos – Febres y Yolanda Arroyo Pizarro; dos escritoras que han tejido narrativas que exploran la complejidad del ser caribeño, en especial, los relatos de africanas y afrodescendientes. Ambas auLeer más

Un grito a la criatura ausente

Por Aníbal Fernando Bonilla

Oriana Fallaci (1929-2006) hizo del periodismo, antes que una profesión, una razón de vida. Decidida e inteligente, de talante controversial, esta pensadora italiana sostuvo profundas pasiones y convicciones. Destacó como entrevistadora incansable, reportera perseverante e indagadora de la realidad. Varios son sus textos legados, entre ellos Entrevista con la historia (1974), Un hombre (1979), La rabia y el orgullo (2001), La fuerza de la razón (2004), y el libro que nos atañe: Carta a un niño que nunca nació (1975); reflexión desgarradora que sojuzga al hombre por su insensibilidad al derecho a la maternidad y a la legítima aspiración por prolongar la existencia con la procreación y crianza de un hijo/a. Dicho en sus palabras: “La maternidad no es un oficio y tampoco un deber, sino un simple derecho entre tantos otros. […] la maternidad no es un deber moral. Ni siquiera es un hecho biológico. Es una elección consciente”.

La trama es cautivante. Tras su lectura queda el estremecimiento del testimonio autobiográfico. Todo empieza con un embarazo y la posterior confrontación existencial por asumir o no la etapa de gestación, considerando el marco de una sociedad consumista, cuyas taras se plasman en el individualismo, codicia y machismo. Semejante a la línea argumentativa de El acontecimiento (2000), de Annie Ernaux, en donde el yo diarístico es como un dardo que va al centro del círculo de los quehaceres cotidianos, envuelto de aflicción, desaliento y vacío: “No me producía ninguna aprensión la idea de abortar. Me parecía, si no fácil, al menos factible; que no era necesario tener ningún valor especial para hacerlo. Era una desgracia muy común. Bastaba con seguir la senda por la que una larga cohorte de mujeres me había precedido”. 

En Carta a un niño que nunca nació, al final, la vLeer más

Nuevo mundo

Por Abril Alcaraz[1]

 

El hombre que nos trajo cosas que tenían nombre llegó con los invasores, pero él no era un invasor.

Nuestras cosas no tenían nombre. Eran las cosas que siempre habían estado aquí, como nosotros siempre habíamos estado aquí.

Para nosotros, el mundo era un lugar de multiplicidades innominadas. Los objetos y los seres se agolpaban y se dispersaban sin razón. Hablábamos con las cosas lo mismo que hablábamos de ellas y no había diferencia entre ellas y nosotros. Nos daban y nos quitaban del mismo modo en que les dábamos y les quitábamos, como una danza en la que donde uno pone el pie el otro lo retira y ambos avanzan o retroceden o giran en concordancia, aunque una vez u otra den un traspié. A nosotros nos gusta bailar. Nos gusta la danza del cántaro que pasa lleno de mano en mano para apagar el incendio y vuelve, ansioso de volver a llenarse; nos gusta la danza del viento que enreda la túnica en las piernas haciéndonos trastabillar levantando el polvo; la danza de la palma que se inclina gentil si suben los niños por frutos y se yergue galante cuando bajan con la boca a reventar de dátiles maduros. Así también bailamos con las cosas y nuestro hablar es una danza que nos hace girar y girar y girar hasta que todo pierde su forma exacta y se enreda, se arrebuja —como dentro de un torbellino todo vira incesantemente y sube y baja, y se revuelven los colores, se separan, y todo puede ser grande o pequeño según se encuentre cerca o lejos lo uno de lo otro— y todos los sonidos de todas las cosas que hablan al mismo tiempo son como el zumbido de miles de abejas cantando en el aire con sus alas.

Hoy sabemos que cuando están juntas todas al mismo tiempo, las cosas vivas blancas de espeso pelambre son “rebaño”. Cuando ocurren solas no son más que “ovejas” o “corderos”. Desde que conocemos el nombre de las cosas es como si el mundo nos mirase con recelo a la dLeer más

Bajo tierra | Narrativa

Por Andrea Valdés

—Soy Luisa Vega. Tenía veinte años cuando me pusieron en este lugar. Mi memoria fragmentada no me permite tener muchos recuerdos, pero lo intentaré. Ésta es mi historia.

Nunca había creído en los fantasmas, pero ahora me doy cuenta de que sí existen; también puedo afirmar que las personas dan más miedo que ellos. ¿Se acuerdan de las veces que nos decían los adultos que no habláramos a extraños porque era peligroso? ¿Se acuerdan cuando nos decían que tuviéramos cuidado al caminar porque los de la camioneta te podían subir? A mí me pasó. Todo era verdad.

Nací en Juárez, Chihuahua. Me terminé de criar con mis abuelos porque mi papá un día fue por cigarros y nunca más regresó. Mi madre se fue a Estados Unidos a trabajar, que dizque para tener una mejor vida. Tampoco regresó. Nunca supimos más de ella. Las historias que contaban mis tíos acerca de las personas que las agarran cruzando la frontera me daban mucho susto, así que mejor me iba cada vez que comenzaban a decir eso. Me aterraba pensar que a mi mami le hubieran hecho algo así. Fin de esta historia.

— Tengo frío.

—Yo también. Pronto estaremos mejor, lo peor ya pasó. Cálmate; ven, acércate más.

—No puedo, ya lo he intentado.

—¿Te duele mucho?Leer más

[Sobre]volar el horror

Breve aproximación a Las voladoras de Mónica Ojeda

 

Por Jesús Guerra Medina[1]

 

Una imagen:

Nocturnas, dos alas de cóndor se abren como capullo, floreciendo una cabeza de mujer que se eleva en la oscuridad. Con la barbilla levantada, los ojos retraídos tras el escudo de los párpados —acaso para soportar la gravedad del viento—, sus cabellos flotan como una nube, abrazando a la luna que emerge del fondo gris, igual que un volcán. Abajo, un páramo borbotea montañas como jorobas de la tierra, exhalando su respiración de marea // su respiración que marea.

Las voladoras, colección de ocho cuentos de Mónica Ojeda (Ecuador, 1988), publicada por Páginas Espuma en 2020, abre su panorámica con esta ilustración que, a manera de portada, suspenden el contenido en un canto que resume los contenidos centrales del libro: lo femenino, el horror, el cuerpo —la mutilación del cuerpo—, y el paisaje andino que corre por las cordilleras, sobre volcanes, entre montes y montañas.

Todo cubierto por un manto de misticismo que predomina:

En sus relatos, podemos hallar un ansia por nombrar el horror que es corporal por emerger del sufrimiento; brotar de la violencia, que es telúrica porque cimbra la carne cuando el miedo de la realidad sobrepasa la razón. En este sentido, no sería extraño pensar sus historias como una experiencia física, pues muchas de ellas enraízan su vivencia en una sensación de desprendimiento, no sólo metafórica: plagan la mutación tanto literal como simbólica.

“Las voladoras” —relato homónimo de la antoLeer más

La espera del mar | Narrativa

Por Cielo Pérez

 

Yo llegué a ese lugar como unos veinte años después que ella. Era la mujer que más llamaba mi atención, no sólo porque era quien estaba frente a mi celda, sino porque tenía un cuerpo muy grande en altura y en peso, le habían arrimado dos camas para que durmiera. Tenía su cabello chino, cortito y color negro como de luto. También, tuve tiempo suficiente ahí para darme cuenta de sus tantos lunares que hacían parecer que ese era su tono de piel.

En mi primer viernes, el día de la semana que ponían música en los altavoces, fue cuando descubrí lo que Ofelia más anhelaba. Levantó su cuerpo de la cama con las fuerzas que sacó y se puso a bailar con el ritmo de la canción Mares de Amaral, haciendo movimientos como los de una sirena o un delfín, con tal ligereza que su cuerpo no correspondía para el momento. Confirmé lo de la sirena o el delfín porque una guardia del pasillo no tardó en susurrarme lo que ya no era un secreto.

 

—Hace eso porque sueña con volver al mar. Nunca le Leer más

Reseña Colectiva: ‹‹Tablero›› de Aída Cartagena Portalatín

Por Laura Valentina, Victoria Pantoja, Nat Mont, Belen Carvente y Ximena Cobos

 

Al acercarnos a Tablero de Aída Cartagena Portalatín, hallamos una mujer que no tiene miedo de estar puesta en su escritura, lo que podría ser una más de las formas en que se planta como mujer que irrumpe, que desborda. En este libro de cuentos se nos revela una escritora confrontativa, sin temor, que se permite hacer frente con firmeza a los cuestionamientos que en su práctica creadora le pudieron haber hecho, por lo que nos parece una escritora valiente, que no teme defender su voz, su verdad y su estilo.

 

En ese sentido, Aída Cartagena nos permite reconocer como parte de una genealogía a una escritora que desde su voz y letras refuta y se planta cara a cara contra la “tradición”, soltando una crítica aguda y directa al canon de la blanquitud en sus diversos espectros, no sólo el literario; quizá una de las estrategias que impresionan de manera gozosa es que lo hace a través de su narrativa híbrida, por lo que la consideramos una genia que explotaba la inmensidad de su lenguaje para retratar la realidad que habitaba, con tintes de muy diversa índole.

 

A su vez, este libro de cuentos es un juego narrativo donde cada teLeer más

‹‹Bestianaria›› de las emociones

Por Gilda, Natyeli, Sharon, Atenea, Ximena B., Daniela, Aura, Arianna, Jatzari, Donají, Katia, Ximena C., Jetzaru, Beatriz, Evangelina, Laura, Elvia, Jess, Daniela C., Lucero, Ivón.

 

Queremos invitarlas a alimentar con nosotras esta obra que da cuenta de nuestra existencia. Les proponemos que inventen sus propias palabras en torno a las emociones que nos habitan, reconociendo la complejidad de éstas y rompiendo la idea de emociones puras.

Mary Daly decía que las mujeres lujuriosas anhelan palabras radiantes para liberar sus corrientes, que han sido atrapadas y separadas de la Memoria ancestral. Memoria que quizá resuena con esa lengua materna, la palabra dada por la madre, en la que las feministas de la diferencia ponen el acento pues significa conocer el mundo a través de la propia experiencia, no desde un lugar ya normado, ajeno. Entonces, NOMBRAR EL MUNDO desde nosotras mismas es construir una libertad en femenino, colectiva, que nos permita existir expresadas, vivas, desdiquestadas, creativas y creadoras. Esa es una de las intenciones de la Laboratoria de autopublicación de (re)conocimiento corposensorial en la que nos proponemos impulsar hallazgos que crucen la cuerpa y la palabra, tejiendo un diccionario que sí nos haga sentido.

 

 

Aburrisa. Cuando en un momento insufrible hay algún detalle que te da sorpresa.

Aconañorazna. Acontecer la añoranza || Es perdonarte por algo que hubieras querido hacer distinto en el pasado y no lo hiciste.

Acontreir. es el verbo que te permite hacer presencia con la sonrizacción de tu risa.

Alegrenojo. Un enojo que está a punto de pasar y convertirse en alegría.

Altojo. Antojo de comer sin saber exactamente qué se desea || La necesidad de algo rico.

Amiangel. Esa amiga que siempre está para acompañarte, cuidarte y aconsejarte.

Amiquelarre. Necesidad de unir a tus amigas (o amiga) para conjurar buenas vibras.

Añorarder. Hacerse flama de pura nostalgia.

Añorartecer. Cuando en el estar existiendo me hallo plenamente en la añoranza.

Apecaución. Cuando eres penosa, pero porque estás calculando si la situación te hace sentir cómoda.

Apechugatemer. Se dice del impulso de hacer las cosas a pesar del miedo.

Apemada. Vulnerabilidad al dejarse. || Sentirse amada.

Aperchurder. La sensación de no poder contener las emociones que no puedes externar.

Chefa. Mujer que culturiza al segundo cerebro, el estómago, con comida apapachadora, su especialidad es el caldito en tiempo de calor.

Compaira. La amiga con la que puedes expresar tu enojo y esperar un abrazo de consuelo.

Compansiedad. Compasión para la ansiedad. || Observar el estado del cuerpo y darle ternura.

Compartidad. La felicidad de compartir y estar juntas.

Conmotristospección. Ser vivo capaz de sentir conmoción, tristeza y ser introspectiva al mismo tiempo.

Conteñorar. Platillo típico que se elabora cautelosamente con acciones que se desprenden del espaLeer más

Sospecha de ciruelas

Un roscón inspirado en el relato Pudding de navidad de Agatha Christie

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

Navidad y enigma. Si alguien sabe de tramas extrañas es Agatha Christie, la dama del misterio. En Pudding de navidad, el primero de seis relatos, el detective Hércules Poirot deberá resolver la desaparición de una joya muy famosa de origen oriental mientras revive una época a la antigua tradición londinense: la familia reunida en una casa de campo, la iluminación del árbol, los regalos, el camino cubierto de nieve, la leña palpitante en la chimenea, el muérdago colgando en el vestíbulo, la sonrisa del siempre gentil mayordomo.

 

La cena que comienza a las dos de la tarde es un momento sublime: sopa de ostras, dos enormes pavos, ponche y ese exquisito pudding de ciruelas que es llevado a la mesa en bandeja de plata para delirio de todos. La ciruela, de aroma agradable, de piel madura y jugosa, su néctar escurre en el paladar en ríos de sabor intenso. Su color se parece al de un rubí, ¿Alguien vio uno?

 

El pudding de ciruelas es en Londres lo que en América Latina la torta de frutas envinada. Sin embargo, este relato recuerda en realidad más al roscón de reyes cuyas figuras, en este caso, están especiadas con un toque secreto. Y como la navidad es imaginativa, esta es una propuesta algo diferente, pero muy flamLeer más

Monstruo | Narrativa

Por Andrea Valdés[1]

 

Barrer el cuarto.

Alimentarlo.

Dejarle agua.

Limpiarle la cubeta.

Revisar que tenga su pelota.

 

Tenía claro lo que había que hacer con el monstruo, pero me gustaba repasar la lista de actividades diarias, ¿sabes? era parte de mi ritual matutino. Después de levantarme, siempre hacía lo mismo: preparaba el café, repasaba la lista que se encontraba pegado en un pedazo de imán en la nevera, me cambiaba de ropa y salía a trabajar.

La lista la había colocado cuando atrapé al monstruo. Mantenerlo con vida era agotador; buena parte de mi tiempo y mis pensamientos los destinaba a la sobrevivencia de ese despreciable ser vivo. Mantenerlo con vida requería disciplina y conservar el trabajo de mierda en el supermercado como encargada del pasillo de limpieza personal y papel higiénico.

Toda mi vida había vivido en este pueblo, no conocía otra cosa. Nunca fui mucho de hablar con las personas, ni de tener amigos; me daban miedo, pensé que todos eran como el monstruo, y la verdad es que sí son así. Me gustaba estar sola y dedicarme a cuidarlo. Después de tres meses, empezó a ponerse flaquito y ojeroso. Por suerte, no enfermó mucho durante ese tiempo, porque sabrás que tenerlo enfermo era horrible, se ponía como un pinche chamaco malcriado cuando se sentía mal. Me costaba mucho darle la medicina; solía ponerla en un rollito de jamón o mezclarla en la comida para que la tomara. En un par de veces le tuve que poner clonazepam en el agua para que cayera dormido y me dejara inyectarle el antibiótico.

Con los años se volvió más mansito, ¡Hija de puta, te vas a arrepentir! Me decía, eres igual de putita que tu madre, por eso te culeaba, me decía. Nunca le respondí, a esto me refiero también a ser disciplinada, desde que lo metí a la jaula, jamás le dirigí la palabra. Ya te imaginarás que a veces quería decirle que me había jodido la vida y que no podía coger con nadie porque me daba miedo, que no me fiaba de nadie porque pensaba que me iba a doler como cuando se acostaba en mi cama; pero no, aguanté y aguanté, nunca le dije Leer más