Mendl’s: La historia detrás del pastelero de The Grand Budapest Hotel

Por Mauricio Rumualdo Ávila[1]

No es desconocido que Wes Anderson se inspiró en una serie de libros del autor austriaco Stefan Zweig para realizar The Grand Budapest Hotel (2014), escritor al que no sólo está dedicada la película, sino que también fue interpretado dentro del film por Tom Wilkinson y Jude Law, además de ser representado por una estatua honorífica. Mientras que la película se basa en gran medida en obras como El mundo de ayer, La embriaguez de la metamorfosis y La impaciencia del corazón, también hace pequeños guiños hacia otras obras cortas de Zweig como Ardiente secreto y Buchmendel.

La película, una metahistoria contada en 4 niveles, se trata de una comedia que gira alrededor de un asesinato y el gatuperio provocado por la disputa de una pintura que fue heredada a uno de los amantes de Madame D. (Tilda Swinton), M. Gustave (Ralph Fiennes), gerente del Grand Budapest Hotel. Acompañando a esta aventura que se desenvuelve en 5 partes y un epílogo, la pastelería Mendl`s toma un papel importante a partir del personaje de Agatha (Saoirse Ronan), la joven repostera que ayuda a M. Gustave y a Zero (Tony Revolori) para escapar de la cárcel y rescatar la pintura heredada a través de los refinados pastelillos de Mendl`s. Caracterizados por su colorido y composición vertical, los pastelillos de Mendl`s se han convertido en uno de los elementos visuales más característicos de The Grand Budapest Hotel, cuya receta oficial puede hallarse en un tutorial de Youtube.

Aunque su participación en el film se reduce a la de un jefe áspero y exigente que sobreprotege a Agatha, el nombre del repostero Herr Mendl se debe a una historia bastante alejada a la de un pastelero. Relacionados tan sólo por el hecho de comer panecillos con leche a diario, el apellido Mendl fue retomado por Wes Anderson de la novela corta Buchmendel o Mendel el de los libros, que relata la historia de un traficante de libros que pasaba todos sus días leyendo en una mesa del café Gluck, donde recibía a todos los estudiantes y eruditos de Viena para resolver sus dudas bibliográficas. Este ser que vivía para la lectura era un ruso llamado Jacob Mendel, al que jamás se le conoció otro ocio además de cultivar su mente con todos los datos de todos los libros conocidos, un verdadero “Funes el memorioso” que sorprendía por sus altos conocimientos en todas las temáticas existentes.

Pero así como suele suceder en las novelas de Zweig, la presentación de este ser curioso e inofensivo pasa a dar un giro totalmente opuesto cuando la Gran Guerra azota a Europa. Retraído en sus lecturas, Jacob Mendel es incapaz de darse cuenta de que la Guerra Mundial ha comenzado hasta que un agente de la policía pasa a recogerlo al café Gluck, por motivo de unas cartas “misteriosas” que Mendel había enviado hacia Francia e Inglaterra en reclamo de unas revistas que le habían dejado de llegar. Tras una serie de interrogatorios desafortunados, Mendel es tomado por la policía como un espía ruso y es enviado a un campo de concentración donde se le priva de todo libro. Sólo dos años después, en 1917, logra obtener la libertad por medio de sus relaciones con personas de la alta sociedad austriaca que notan su ausencia en el café.

El cansado Mendel, sin lograr superar el trastorno mental de verse recluido por dos años, vuelve a su lugar en el café vienés para nunca más ser el mismo. Pero no sólo él ha cambiado, sino también el mundo. El señor Standhartner, dueño del café, se ve obligado a vender el establecimiento y el nuevo jefe se apura a modernizar las instalaciones para entrar a la nueva década de la posguerra, remodelación que lo llevó a correr a Jacob Mendel cuando a éste ya no le alcanzaba el dinero para pagarse los panecillos que consumía en el café. Así, Jacob Mendel termina por perder su paraíso para vagabundear por las calles hasta morir de una congestión pulmonar en un mundo donde ya nadie lo recordaba.

Quizás la relación entre ambos personajes apellidados Mendel, el del libro y el de la película, contraste por todas las condiciones que los diferencia, pero no sucede lo mismo con el espacio central del film. Al igual que Jacob Mendel, The Grand Budapest Hotel termina por perder su grandeza para convertirse en un recinto abandonado al que ya nadie recuerda debido a su permanencia hacia un mundo que ha dejado de existir. Como la obra de Zweig, el film termina con un aire melancólico que hace recordarnos que todo lo que ha sido, lo que fue y no volverá, mantiene una riqueza afectiva que, por instantes, puede convertir en hermoso el mundo que habitamos: “si se producen libros es precisamente para comunicarnos con los humanos más allá de nuestra vida, y desquitarnos así de la inexorable contrapartida de toda existencia: la inestabilidad y el olvido”.[2]

Bibliografía

Zweig, Stefan, Buchmendel en Obras Completas I. Novelas, Barcelona, Editorial Juventud, 1964, pp. 527-548.

Video:

Tutorial oficial en Youtube para realizar los pastelillos de Mendl`s: https://www.youtube.com/watch?v=jWrXG6AKeUc

 

  1. Mauricio Rumualdo Ávila (Acapulco, 1996) es Licenciado en Historia por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Ha publicado reseñas y ensayos en revistas digitales como Katabasis, Página Salmón y Ouroboros.
  2. Zweig, Stefan, Buchmendel en Obras Completas I. Novelas, Barcelona, Editorial Juventud, 1964, p. 547.

 

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