Viejismo: prejuicios, representaciones e imaginarios sociales negativos hacia la vejez

Imagen de Rankin/Relate

Por Aldo Saúl Uribe Nuñez

Introducción

La población de personas de edad avanzada en América Latina, pero sobre todo en México, está aumentando de forma rápida. Fuentes-Pimentel y Camacho-Guerrero (2020) citando a Zúñiga y Vega (2004) refieren que, en 1970, la distribución de edad de la población en México tenía forma piramidal, es decir, una base amplia y una cúspide angosta, ya que el 50% de la población era menor de 15 años. Sin embargo, en el año 2000 se observó una pirámide abultada en el centro, lo que refleja un aumento de las personas en edades medias y una disminución de la proporción de menores de cinco años. Así pues, se prevé que en el año 2050 haya una mayor proporción de población en senectud, debido a la disminución de las tasas de natalidad y al aumento de la esperanza de vida.

El fenómeno del envejecimiento ha sido un camino anunciado con mucha anterioridad, pero hasta ahora se le ha prestado atención en vista de los niveles que está alcanzando, a tal grado que, en el siglo XXI, el sector de la población en edades avanzadas en mucho marcará los rumbos sociales y económicos de la nación (Ham, 1999).

La formación de actitudes negativas y estereotipadas hacia la vejez y/o el proceso de envejecimiento ha categorizado equivocadamente la vejez como una etapa dolorosa, puramente aversiva e incompetente. La imagen general o social hacia este grupo de edad queda encasillada bajo la percepción de un ciclo de cambio negativo de pérdida de habilidades/capacidades, una etapa de soledad y dolor, de pobreza en muchas ocasiones y padecimiento de múltiples problemas orgánicos, médicos, psicológicos y físicos (Moreno, 2011).

Diversos estudios han considerado que los prejuicios y estereotipos negativos hacia el adulto mayor influyen en la forma en la que éstos son integrados y aceptados en la sociedad, limitando de forma considerable su desarrollo, calidad de vida y salud. Este trabajo tiene como objetivo analizar los prejuicios, representaciones e imaginarios sociales en torno al adulto mayor. Finalmente, se llega a la conclusión del valor de transformar dichas percepciones sociales hacia este sector con el fin de poder generar soluciones y una mayor integración e inclusión de la población adulta mayor en la sociedad.

Ante una mayor esperanza de vida y una sociedad que cada día envejece, muchas particularidades afiliadas al adulto mayor están pretendiendo una redefinición. La población de adultos mayores está en aumento tanto a nivel nacional como local, es necesario determinar cuáles son las implicaciones de ello y de qué forma enfrentaremos este fenómeno social. El número de personas que en el mundo sobrepasa la edad de 60 años aumentó en el siglo XX de 400 millones en la década de los 50, a 700 millones en la década de los 90; considerándose que para el año 2025 existirán alrededor de 1200 millones de ancianos (Galbán et al, 2007).

El envejecimiento es un proceso en la vida del ser humano que conlleva cambios físicos, psicológicos y sociales que repercuten directamente en la salud y calidad de vida de la persona. Desde el punto de vista biológico, por ejemplo, los diferentes sistemas y órganos son perjudicados de forma distinta por el paso del tiempo (Botella, 2005).

Envejecer es un proceso universal, natural, que tiene lugar en todos los seres vivos y se caracteriza por ser progresivo, irreversible, heterogéneo y multifactorial. Ocurre durante la última etapa del ciclo vital, y éste conlleva cambios a nivel biopsicosocial que pueden llevar a la pérdida de funcionabilidad, adaptación al medio ambiente y fuerza, provocando una mayor vulnerabilidad a presentar enfermedades y/o morir (Ocampo y Londoño, 2007). A medida que la población envejece, está expuesta a escenarios que son amenazadores para su vida y desarrollo. Esto puede repercutir de forma directa o indirecta en su calidad de vida (Vinaccia, Quiceno y Remor, 2012).

El transcurso del envejecimiento no es precisamente una etapa apacible de retiro de la vida en la que la persona disfruta de sus reconocimientos y logros alcanzados esperando una pacífica muerte, ni tampoco una lucha por conservarse en vigor en un mundo de personas jóvenes. El envejecimiento modifica progresivamente la vida del sujeto e influye sobre la dinámica y estructura de su familia y su grupo social. El desafío que el proceso de envejecimiento representa para las naciones, corresponde a las altas alteraciones que origina desde el punto de vista económico, social y biomédico.

Consideraciones acerca del viejismo

El concepto ageism, propuesto por Butler (1969) hace referencia a la discriminación y prejuicios dirigidos hacia las personas mayores. Se basa en la creencia de que el envejecimiento hace a las personas menos fuertes, atractivas, inteligentes, productivas y sexuales.

Salvarezza (1998) traduce el término ageism al español como “viejísimo”, fenómeno que puede ser tanto positivo como negativo. De ser positivo, es menos perjudicial para el sujeto y favorece los tratos, atenciones y prácticas del personal profesional y personas en general. De ser negativo, se percibe al adulto mayor como inferior, débil y/o malo. Para este autor, estos prejuicios son adquiridos en los primeros años de vida y sumergidos en el inconsciente. Son el resultado de identificaciones primitivas con las conductas de personas específicas del entorno familiar y, por ende, no forman parte de un pensamiento racional apropiado.

La asignación de significados y sentidos en torno a la vejez, producen un determinado modo de envejecer y ser viejo y vieja. Castoriadis (1987) llama Imaginario Social al conjunto de construcciones que permiten que una comunidad tenga una manera de interpretar y dar significado a la realidad. Este conjunto de ideas, percepciones y significados, producen efectos en la identidad y las actitudes de las personas. Pintos (2000) define a los Imaginarios Sociales como aquellos esquemas, construidos socialmente, que nos permiten percibir algo como real, explicarlo e intervenir operativamente en lo que en cada sistema social se considera como realidad.

El imaginario social se compone de prácticas discursivas y extradiscursivas articuladas que forman el imaginario social efectivo o instituido propio de cada grupo social. Para Castoriadis, no admite otro orden que el de sus propias significaciones, antes que posibilitar otras organizaciones, lo que produce son los otros de un orden tomado como único posible, óptimo y correcto. Los “otros” son también el afuera del orden, los fuera del orden que, como tales, deben ser eliminados: adecuarse o desaparecer, ser retirados de los espacios reservados a los normalizados (Castoriadis, 1987 citado en Berriel y Pérez, 2007). El funcionamiento y perpetuación de la “normalidad” exige normas y sistemas de legitimación del poder, sancionando y marginando las conductas no deseables (Foucault, 1989).

Cada sociedad enfatiza sus propios valores culturales, propone sus roles asociados a un determinado ciclo. Por ejemplo, se ha encontrado que, en general, la percepción hacia la vejez y el adulto mayor es negativa. Sin embargo, en un estudio realizado en China (Tan, Zhang y Fan, 2004 citado en Jorquera, 2010) se encontró que los jóvenes de ese país tienen actitudes positivas o neutrales hacia la vejez. Aunque está claro que mayormente se advierte un escenario mundial en donde predominan las representaciones negativas de la vejez y el envejecimiento, las que constituyen una discriminación que trasciende a todas las culturas.

Los prejuicios son mantenidos socialmente y transmitidos de generación en generación. Si nos referimos a los prejuicios hacia la vejez, éstos condenan al adulto mayor a un periodo de retroceso y estancamiento. Retomando nuevamente a Salvarezza (1998), estas actitudes permiten culpabilizar a la víctima del sesgo presente en ese conocimiento prejuicioso.

Siguiendo la línea anterior, Reich y Adcock (1976) declaran que teóricamente puede estarse prejuiciado tanto a favor como en contra de una persona o de un grupo. Así, es posible imaginar un continuo de prejuicios que incluyen desde actitudes extremadamente favorables hasta extremadamente desfavorables, aunque en la práctica suele atribuirse a los prejuicios una connotación negativa.

Para Adorno et al (1965), la persona prejuiciada es fundamentalmente insegura. Eleva su autoconcepto percibiendo al mundo en netos contrastes de “negro y blanco”. Es incapaz de tolerar ambivalencias acerca de sí misma y de los demás, lo que la hace identificarse plenamente con su grupo y ser agresiva hacia otros grupos. Por lo tanto, los prejuicios serían ligados a la autopercepción y por ser asociados a características de la personalidad, su blanco podría ser cualquier otro grupo.

Allport (1987) nos dice que una creencia sigue a una categoría, donde su función radica en justificar nuestra conducta con relación a esa categoría. Así, el apoyo social generalizado de estas categorías negativas impugna la fortaleza de una creencia socialmente compartida.

Para comprender este fenómeno en su totalidad, es necesario recurrir a diversas metodologías y paradigmas. Uno de los más significativos es el que da cuenta de las representaciones sociales del envejecimiento, la vejez y el adulto mayor. Se ha definido a las representaciones sociales como una “epistemología del sentido común” (Banchs, 1986). Moscovici, Mugny y Pérez (1991) exponen que la fuerza de las representaciones sociales como formas de conocer el mundo radica en su cualidad de “atajo” para acceder a fenómenos complejos. De esta forma, las representaciones sociales de la vejez constituyen un sistema lógico no científico construido a través de la interacción social con los miembros de los grupos que nos proporcionan una identidad social y sentido a la realidad.

En palabras de Jodelet (1984)

el concepto de representación social “designa una forma de pensamiento social. Las representaciones sociales constituyen modalidades de pensamiento práctico orientadas hacia la comunicación, la comprensión y el dominio del entorno social, material e ideal. La caracterización social de los contenidos o de los procesos de representación ha de referirse a las condiciones y a los contextos en los que surgen las representaciones, a las comunicaciones mediante las que circulan y a las funciones a las que sirven dentro de la interacción con el mundo y con los demás”.

Por ello, representación social es el conocimiento del sentido común que tiene como objetivos comunicar, estar al día y sentirse dentro del ambiente social, originada en el intercambio de comunicaciones en el grupo social. Una forma de conocimiento a través de la cual quien conoce se coloca dentro de lo que conoce. Al tener la representación social dos caras (la figurativa y la simbólica) es posible asignar a toda figura un sentido y a todo sentido una figura (Mora, 2002).

A partir de lo planteado, podemos deducir que toda construcción de significados es producto de condiciones histórico-culturales, definidas como tal según los discursos de la época. Ya sea que hablemos de prejuicios, representaciones o imaginarios sociales, estos son construidos a partir del sentido común. La vejez, pues, no representa un universal, sino un discurso cambiante, en un vaivén simultaneo que va desde la idealización hasta el rechazo de la misma y de los adultos mayores. Esto no es más que una visión etnocéntrica que tiende a conservar, idealizar y perpetuar la valoración positiva de la juventud. Cuestionar estos prejuicios e imaginarios, plantea la necesidad de construir y reconstruir nuevas significaciones sociales de la vejez, el envejecimiento y el adulto mayor, posibilitando, así, un cambio perceptivo hacia esta etapa del ciclo vital.

Conclusiones

El ensayo presentado ha tenido como principal objetivo develar los prejuicios, representaciones e imaginarios sociales de la vejez como elementos que conforman el viejismo. Los datos descritos nos hacen pensar en la importancia de transformar las significaciones hacia la vejez, significaciones que han marginado y rechazado históricamente al envejecimiento, la vejez y al adulto mayor. Comprender que no existe una sola visión y manera de ser viejo, y que ésta es definida a partir del momento sociohistórico y sociocultural, es prioritario.

Es necesario que nuestra sociedad observe la vejez y el envejecimiento como un fenómeno socialmente construido, dinámico y versátil. Reflexionar sobre los efectos que esto provee, permite ampliar nuestra visión y proporcionar nuevos espacios de inclusión a este sector poblacional. Ante un grupo social cada vez más emergente, es fundamental pensar cómo las percepciones, mayormente negativas, hacia este sector, repercuten directamente en la vida individual, familiar y social del individuo.

El proceso de envejecimiento representa una etapa de gran importancia en la vida del ser humano. No es un apacible retiro de la vida para disfrutar de los logros obtenidos ni tampoco una lucha por mantenerse funcional en un mundo regido por la globalización y la competitividad. Dentro de los distintos paradigmas y teorías que se conocen, se debe estar dispuesto a pensar este ciclo con todas sus vertientes y dificultades, teniendo un objetivo en particular: lograr el mejor envejecimiento para el sujeto y cambiar los prejuicios e imaginarios prevalecientes en aras de fomentar una mejor calidad de vida, inclusión social, desarrollo y salud en el adulto mayor.

Bibliografía.

Adorno, J., Frenkel-Brunswick, E., Levinson, D., y Sandford, R. (1965). La personalidad autoritaria. Buenos Aires: Paidós.

Allport, G. (1954). The nature of prejudice. Estados Unidos: Addison-Wesley.

Botella, J. (2005). “La salud y el envejecimiento. El estado de salud de las personas mayores”. En S. Pinazo y M. Sánchez (Eds.). Gerontología. Actualización, innovación y propuestas (pp. 93-112). Madrid: Pearson Prentice Hall.

Butler, R. (1969). Ageism: Another form of bigotry. Gerontologist, 9(1), 243-246.

Berriel, F y Pérez, R. (2007). Psicoterapia de las demencias. Clínica e investigación. Montevideo: Psicolibros

Banchs, M. (1986). Concepto de representaciones sociales. Análisis comparativo. Revista Costarricense de Psicología, 8(1), 27-40

Castoriadis, C. (1987). La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona: Tusquets.

Fuentes-Pimentel, LE y Camacho-Guerrero, A. (2020). Prevalencia del estado de desnutrición en los adultos mayores de la Unidad Médica Familiar Núm. 53 de León, Guanajuato, México. Residente, 15(1), 4-11

Foucault, M. (1989). Vigilar y Castigar. Buenos Aires: Siglo XXI.

Galbán, P., Sansó, F., Díaz-Canel, A., Carrasco, M., y Oliva, T. (2007). Envejecimiento poblacional y fragilidad en el adulto mayor. Revista Cubana Salud Pública, 33(1), 1-17.

Ham, R. (1999). El envejecimiento en México: de los conceptos a las necesidades. Papeles de Población, 5(1), 7-21.

Jorquera, P. (2010). Vejez y envejecimiento: Imaginarios sociales presentes en los textos escolares oficiales del Ministerio de educación chileno. Revista Mad, (22), 132-165.

Jodelet, D. (1984). “La representación social: fenómeno, concepto y teoría”. En S. Moscovici (Comp.). Psicología social II (p.474). España: Paidós

Moreno, A. (2011). Viejismo (ageism). Percepciones de la población acerca de la tercera edad: estereotipos, actitudes e implicaciones sociales. Poiésis, 10(19).

Moscovici, S., Mugny, G., y Pérez, J. (1991). Influencia social inconsciente. Barcelona: Anthropos.

Mora, M. (2002). La teoría de las representaciones sociales de Serge Moscovoci. Athenea Digital, 2.

Reich, B., y Adcock, C. (1976). Valores, actitudes y cambios de conducta. México: Compañía Editorial Continental.

Ocampo, J., y Londoño, I. (2007). Ciclo vital individual: vejez. Revista Asociación Colombiana de Gerontología, 21(3), 1072-1084.

Pintos, J. (2000) Construyendo realidad (es): los imaginarios sociales. En http: //web.usc.es/~jlpintos/articulos/construyendo.htm, visitado el 30 de septiembre de 2020.

Salvarezza, L (1998). Psicogeriatría. Teoría y clínica. Buenos Aires: Paidós.

Vinaccia, S., Quiceno, J., y Remor, E. (2012). Resiliencia, percepción de enfermedad, creencias y afrontamiento espiritual-religioso en relación con la calidad de vida relacionada con la salud en enfermos crónicos colombianos. Anales de la Psicología, 28(1), 366-377.

Publicado en Elemental y etiquetado .

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *