Sentite como en tu casa

Por Lic. Geraldina Dana[1]

Toda vez que nos anfitrian con la frase del título sabemos automáticamente que somos huéspedes. No extranjeros, pero tampoco residentes. Esto es así porque las personas nos relacionamos con base en roles que nos son socialmente designados a través de las palabras. A su vez, cada ámbito tiene un código propio de roles y palabras que son aceptadas —o no—. Por eso, muchos de nosotros tenemos nombres y apodos por los que sólo nos llamarían nuestras familias, parejas o amistades, mientras que, si a su vez detentamos algún cargo público, quienes quieran mostrar respeto al mismo lo utilizarán seguido de nuestro apellido. Este código de formalidad, reconocimiento de la autoridad y distancia es propio de la esfera pública. En ella, presentarán a alguien a quien en su casa llamen “Toto” como “el Ministro de Finanzas de la Nación”.

Sin embargo, las mujeres que integran la esfera política-pública no pueden contar con que se cumplan frente a ellas los códigos de la misma, y serán llamadas Cristina, Evita o Isabelita. Esto sin importar la altura de su cargo, la extensión de su trayectoria o la fortaleza de su liderazgo. Virginia García Beaudoux, especialista en comunicación política e investigadora CONICET, explica, al respecto, que “existe un sesgo automático de género que vincula a los varones con el espacio de lo público/político y a las mujeres con el espacio de lo privado/doméstico”. En la misma línea, María Elena Martin, especialista en género, afirma que “se trata a las mujeres como invitadas en el espacio público y no como ciudadanas de pleno derecho”. Este imaginario se sustenta en “la creencia estereotipada, injusta e imprecisa, que indica que las mujeres son ante todo madres, cuidadoras y ocupadas en el mundo doméstico y que a veces, además, hacen política, a diferencia de los hombres para quienes la política es naturalmente su casa”, precisa García Beaudoux. De modo que, como cuando nos invitan a tomar el té, permanece la diferencia inicial entre quien anfitria y quien está allí de manera transitoria.

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Virginia García Beaudoux, especialista en comunicación política e investigadora CONICET

Ambas investigadoras señalan que este fenómeno de llamar a las mujeres por sus nombres de pila a pesar de ser importantes lideresas políticas no se circunscribe a la Argentina ni a la región latinoamericana. Habiendo trabajado en campañas políticas de distintas latitudes, García Beaudoux afirma que “se trata de un fenómeno mundial, extendido y generalizado. Hay infinidad de ejemplos: Hillary versus Obama o Trump en Estados Unidos, Soraya versus Rajoy en España, Dilma versus Bolsonaro en Brasil”.

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Folha de S. Paulo, uno de los periódicos brasileños de mayor circulación nacional, anunció la elección de Barack Obama nombrándolo por su apellido, mientras que para el caso de Dilma Rousseff sólo utilizó su nombre de pila.

Además de aparecer desprovistas de apellido, las mujeres políticas se ven atravesadas por otros dos fenómenos en lo referido a sus nombres. El primero, igual que en otros ámbitos, es la existencia de “apellidos de casada”: la práctica de anteponer el posesivo “de” al añadir el apellido del marido con el que la mujer contrajo matrimonio. En Argentina, esta práctica se encuentra aún avalada por el Código Civil y Comercial, que no data de tiempos inmemoriales, sino del año 2015. Esto da por resultado que haya ex presidentas a las cuales nos refiramos como María Estela Martínez de Perón o Cristina Fernández de Kirchner, sin que la noción de propiedad implícita en esta costumbre genere demasiados cuestionamientos. En los Estados Unidos esta tradición es aún más fuerte, llegando a desaparecer el apellido original de la mujer cuando aquella contrae matrimonio -¿o acaso sabíamos que Rodham es el apellido de la candidata demócrata de 2016?-

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Hillary Diane Rodham Clinton, candidata demócrata a la elección presidencial estadounidense de 2016.

 

El otro modo de nombrar a las mujeres políticas como ciudadanas de diferente —y menor— categoría que los varones es a través del uso de diminutivos. García Beaudoux afirma que esto es parte del tratamiento periodístico diferencial que reciben las mujeres, sobre las cuales se comenta más acerca de su estado civil, su apariencia física o su edad. En este caso es llamativo que diversas referentes se hayan apropiado de apodos que, culturalmente, se asocian con la minoría de edad o con un vínculo de confianza personal:

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Los usuarios de Instagram de María Eugenia Vidal, Victoria Donda y Elisa Carrió poseen sus apodos en diminutivo.

 

De acuerdo con Martin, “el nombrar siempre tiene una significación política” y los modos en que se nombra a las mujeres anteriormente reseñados “tienen que ver con el intento de restar legitimidad y autoridad a las mujeres para intervenir en el espacio público”, mientras que, en el caso de los hombres, su autoridad se da por supuesta. García Beaudoux agrega que el efecto de estas referencias es despolitizar a las mujeres.

Este sesgo lingüístico afecta las percepciones tanto de los varones como de las mujeres, dando sustento a sistemas políticos donde ellas constituyen una minoría en los espacios de poder: no sólo el derecho al voto les fue reconocido casi un siglo después que a ellos, sino que aún en 2020 sólo un 6,6% de las jefaturas de Estado del mundo están ocupadas por mujeres[2]. Por eso es importante reflexionar sobre nuestras prácticas culturales, modificarlas de ser necesario y entender que de esa manera estaremos fortaleciendo nuestras democracias.

  1. Politóloga por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Investigadora asociada en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Maestranda en Relaciones Internacionales en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
  2. “Mujeres en la política” (01/01/2020). Unión Interparlamentaria y ONU Mujeres: https://www.unwomen.org/es/digital-library/publications/2020/03/women-in-politics-map-2020.

 

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