Adolescer en la norma: un paradigma moderno con categoría de padecimiento

Por Luciana Bianchi

 Actuar lo normal es tremendamente difícil, de hecho, es jodidamente insoportable, sobre todo cuando la necesidad de la actuación en modo supervivencia se presenta en la etapa más crítica de la vida mortal: la adolescencia.

La reflexión sobre lxs jóvenes y sus circunstancias merece ser pensada como un punto de entrada para comprender el mundo contemporáneo porque nos permite, mediante sus diversas formas de existencia, poner una mirada pseudo objetiva sobre cómo se configura un escenario social donde lxs adolescentes son, en vastas ocasiones, depositarixs de ideales que van por fuera de sus propias cosmovisiones.

Si nos centramos en el análisis cultural de la categoría podemos reconocer expresiones juveniles que hacen que la construcción identitaria demande proyectos políticos. Dichos proyectos deberían contener las demandas de transformación de este sector de la sociedad para poder reconocerse en sus expresiones y permitir así una construcción de identidad que sea signo de procesos culturales  y  que, a su vez, demanden la emergencia de un proyecto político nuevo para una sociedad en constante transformación. De aquí que reconocer a las llamadas “tribus urbanas” como construcciones identitarias sea lo más importante de pensar cuando hablamos de jóvenes, para de este modo poder analizar la categoría y su continente como actores sociales fundamentales en la construcción de las sociedades.

Ahora bien, desde una concepción médica hegemónica, la adolescencia es el período en donde las infancias presentan cambios físicos como marca de la transición corporal a la edad adulta. Si ponemos en el buscador de Google, espacio que nos resuelve desde un cáncer terminal hasta últimas modas cosméticas, la palabra adolescente se nos despliegan una infinidad de interrogantes como los siguientes:

¿Cómo es el cerebro de un adolescente?

¿Qué hacer con un adolescente rebelde?

¿Cómo actuar con un adolescente?

Todas interrogantes que parecerían apuntar a un sólo objetivo: formar personas que puedan tener adulteces exitosas. Páginas que intentan enseñar a convivir con elles, lidiar con sus cambios de humores, su irritabilidad y fundamentalmente “entender su función cerebral “. Pues bien, parece que en esta etapa de la vida los cerebros funcionan mal.

Curiosamente, ninguna de esas páginas habla de la construcción identitaria adolescente. Ni un apartado en el ciberespacio que diga a padres/madres lo intenso de construir una identidad en el universo juvenil. Pues bien, de eso tratará este sencillo artículo. Un escaso aporte al mundo adulto que pone en el buscador la palabra “adolescencia”.

 

Disciplinar desde el éxito, resistir desde la identidad

Intentaremos desarrollar la relación entre identidad y deconstrucción como términos que son mutuamente excluyentes y, al mismo tiempo, complementarios. Para tal efecto retomaremos el marco teórico conceptual de Deconstrucción de Jacques Derrida para discutir el sentido de la identidad del ser humano. Al pasar del plano individual al colectivo, trataremos de pensar nuestra propia identidad en relación con la existencia de los otros y las otras, así, proponemos analizar la adolescencia dentro de este mismo paradigma. En este sentido, uno de los efectos sociales de la modernización es la transformación del proceso a través del cual los sujetos se vinculan con el grupo al que pertenecen y cómo desde allí se lanzan en la co-identificación, o no, con el resto de los grupos que les rodean en forma periférica.

 Ahora bien, en las juventudes la situación se complejiza aún más, entrando en una especie de juego de roles con otres actores sociales que intentan modelar esa identidad. De esta forma, irrumpe en el universo adolescente un concepto exitista y configurativo: el éxito.

La clave del discurso del éxito se puede leer en términos Foucaultianos. Los dichos como procedimiento de dominación, discursos que se convierten en dichos, dichos que se dicen y no desaparecen, permanecen y se habitan. No obstante, tanto los dichos como los discursos se necesitan unos a otros, por lo que los individuos que reproducen los “dichos del éxito” contribuyen a su recreación mediante el ejercicio del decir. Frente a esta dinámica, los jóvenes, a pesar de sus múltiples formas de resistencia, llevan desventaja. De este modo, el discurso del éxito impulsado desde distintas instituciones se convierte en el eje constructor de identidades juveniles. Un discurso de éxito capaz de tocar deseos provocando una forma única de comprender el mundo y por lo tanto de ser en él.

 Entramos de este modo en una especie de “disciplinamiento neoliberal” en donde sólo los más exitosos conseguirán la felicidad. Este orden social es el responsable del devenir de un contexto en donde los sujetos que están adscritos a diversos grupos pierden la noción colectiva y la construcción de sentido de pertenencia, ya que los repertorios culturales que responden a sus intereses se ponen en términos individuales en relación a la existencia no sólo del discurso del éxito sino del dispositivo de poder que lo contiene.

A lo largo de la vida vamos aprendiendo el anclaje cultural que necesitamos para vivir en sociedad, que incluye roles, actitudes y comportamiento mediante instituciones que regulan y reproducen el discurso antes mencionado. Así, mediante distintos agentes como la familia, la escuela, los medios de comunicación lxs jóvenxs van adquiriendo un cúmulo de conocimientos necesarios para convivir con los integrantes de su grupo y también con los otros, y esta rueda garantiza el orden y la continuidad del discurso del éxito que tanto nos apasiona a lxs adultxs.

 

Tu hegemonía, mi resistencia

El aparato adultocéntrico es, como podría definirlo Deleuze y Guattari, una máquina molar masificadora del deseo que se ha hecho posible gracias a la performatividad de la imagen del joven que se ajusta al sistema. Esta máquina alcanza a los mismos jóvenes mediante la manipulación de su propia cosmovisión, su propia autocomprensión de ser en el mundo y con el mundo. Y entonces, frente a la gran masa de jóvenes institucionalizables, emergen grupos tribales que desestabilizan y desafían esta maquinaria.

El carácter tribal no se circunscribe sólo a aquellos grupos que hacen del territorio el espacio de encuentro para sus expresiones socioculturales en demanda de su reconocimiento identitario, sino que también está presente en su antagonismo, es decir, aquellos grupos juveniles que se integran al mercado apropiándose del discurso del éxito que les permitirá integrarse en forma “correcta” a la sociedad, de ahí la complejidad de crear una soberanía identitaria en este período vital.

El adultocentrismo va de la mano con el sistema patriarcal que no sólo niega las formas juveniles de vivir la vida, sino que les quita legitimidad con un único fin: neutralizar las expresiones contrahegemónicas. El objetivo es la producción y reproducción de sujetos insertos en la sociedad de consumo, un consumo que luego el mismo sistema se encarga de desacreditar. La trampa del adultocentrismo patriarcal es tan perfecta que el universo adulto atrapa en sí mismo la identidad adolescente dejándolos encerrados en una perversa dinámica social. ¿Qué hacer frente a tal ejercicio de poder? ¿Actuar la norma?

¿Por qué nos resulta amenazante emancipar las subjetividades juveniles? La singular paradoja quizás se presenta frente a la capacidad de auto-gobernarse, abriendo posibilidades de establecer nexos colectivos en donde lxs protagonistas sean sujetxs colectivos que definan su propia identidad en términos soberanos. El sujeto juvenil colectivo conlleva la potencia de hacer de sus prácticas acciones políticas.

Resultan entonces actores y actrices con papeles contra-hegemónicos, emergentes desde sus subjetividades, capaces de generar un nuevo orden social en donde el sujeto adulto- hetero-blanco-burgués quede descentrado. Seres no limitados por la lógica del poder totalitario, con una base cultural emancipadora y contraria de la sostenida mediante el discurso exitista. Capaces de reconocerse en sus propias narrativas para poder analizar si es posible vislumbrar un horizonte utópico en donde el reconocimiento no quede reservado para quienes adhieren al sistema de éxito que el orden reconoce.

Esto conlleva un ejercicio crítico para impedir que el discurso del éxito se lleve puesta las subjetividades juveniles y sus prácticas. Aquí radica la clave para que la identidad juvenil deje de ser un punto de conflicto. Incluso, me animo, si se me da ese permiso, a pensar que en este ejercicio crítico se responden muchas de las interrogantes biologicistas que plantea el buscador de Google, entre ellos ¿Cómo funciona el cerebro de un adolescente?

 

 

 

Bibliografía.

-Deleuze, G., y Guattari, F. (2000). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia (Cuarta ed.). Valencia: Pre-textos.

-Foucault, M. (1999). El orden del discurso. Barcelona: Tusquets.

 

 

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