Sociedad del rendimiento: violencia escolar y digital

Por Miguel Ángel Maciel González[1]

Nada…, sólo rendimiento

Con la pandemia de COVID-19 se ha vuelto a pensar en varias situaciones que antes se daban por sentadas o se concebían como normales; una de ellas remite a la educación que se está dando en diferentes niveles a través de plataformas educativas y también con relación a cuestionarse, sobre todo, quiénes son esos estudiantes —sobre todo los niños—, los cuales van creando una relación con la escuela y viceversa.

Decía el pensador austríaco Iván Illich, en tono crítico, que los centros escolares eran lugares para adquirir una mercancía; conocimientos y habilidades empaquetadas para ser consumidas por un cliente-estudiante, y así ofrecer al mundo laboral lo que había aprendido. También mencionaba a esta institucionalidad como la responsable de construir socialmente la figura de niño a partir del siglo XX.

En La sociedad desescolarizada, el autor comenta:

Hasta el siglo pasado, los «niños» de padres de clase media se fabricaban en casa con la ayuda de preceptores y escuelas privadas. Sólo con el advenimiento de la sociedad industrial la producción en masa de la «niñez» comenzó a ser factible y a ponerse al alcance de la multitud. El sistema escolar es un fenómeno moderno, como lo es la niñez que lo produce (Illich, 1971, pp. 58-59).

Esta perspectiva intenta destacar el modo en que las organizaciones escolares de la época industrial definían (y lo siguen haciendo) un tipo de identidad diferenciada de aquella que pueden construir por sí mismos los individuos y los grupos que son parte de una comunidad. En esa época, la formación estaba supeditada a las normas para disciplinar el comportamiento y también la fuerza corporal, para que pudieran integrarse a las labores de las grandes industrias manufactureras que se desarrollaron después de la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, la niñez como una categoría elaborada en parte por los fundamentos de la modernidad escolar, era tan sólo un eslabón transitorio para consolidar el desarrollo fabril, por lo que era necesario que la lógica de obediencia estimulada desde su instrucción se extendiera para generar un perfil de adolescencia y juventud que pudiera “acomodarse” a las necesidades configuradas por los dueños de esas organizaciones de hormigón y acero.

Esos ejercicios de coacción en esa realidad laboral establecían que cada ser humano estuviera construido a través de diferentes formas de violencia como: 1. adecuar su lenguaje y conducta de acuerdo con las miradas de los capataces; 2. organizar su trabajo en función de un horario específic0; 3. desarrollar una coreografía en la versatilidad de sus movimientos con manos y piernas para jalar, empujar, cortar, sostener o deshacer, etcétera, su material de trabajo; y 4. asimilar su jerarquía a través de cierta imagen corporal, es decir, los dueños con ropa, accesorios y arreglos diferentes de quienes generaban la labor operativa.

No obstante, el mismo sistema económico dominante requiere para su continuidad, además de revolucionar sus medios de producción técnica, también la constitución de nuevas estructuras sociales y renovadas acciones e interacciones que permitan crear esa riqueza ilimitada para algunos cuantos. De ahí que la presión, como forma de poder y violencia tanto en la escuela como en las fábricas, ha cedido el espacio de manipulación para constituir una sociedad que controla a través de terapias ligeras cuyo fin no es la negación de los deseos de la gente, sino su aprovechamiento al maximizarlos para la producción.

En tal caso, lo que se manifiesta en el espacio profesional y/o el de las escuelas no es ya el castigo mediante la agresión a los desacatos que no se cumplen (aunque todavía en muchos lugares siga operando estas formas de hacer las cosas), sino una amable invitación para que quien genere sus actividades las realice explorando y explotando sus capacidades con el imperativo de yes, you can; que es la pieza del lenguaje otorgada para esta civilización del rendimiento.

En La sociedad del cansancio, el Han enfatiza:

El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. De esta manera, no está sometiendo a nadie, mejor dicho, sólo a sí mismo. En ese sentido, se diferencia del sujeto de la diferencia. La supresión de un dominio externo no conduce a la libertad; más bien hace que libertad y coacción coincidan. Así, el sujeto de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la obligación de maximizar el rendimiento (Han, 2012, pp. 31-32).

Desde el punto de vista educativo, el rendimiento implica dos aspectos, por un lado, crear en la formación un tipo de mentalidad y carácter que logre generar las optimizaciones requeridas a nivel de lo que se necesita desarrollar en las labores de la empresa donde sea contratado (si esto es posible por el enorme desempleo o subempleo existente), y, por el otro, que la misma escuela se convierta en un escenario muy particular para el rendimiento, esto es, que se construya toda una gama de estrategias para que los actores educativos —sobre todo estudiantes y profesores— sean los creadores y ejecutores del rendimiento, sin que lo lleguen a percibir y desarrollando lo que les dicen sus superiores; los cuales o están en el mismo sentido de rendir o gozan de los empoderados-explotados a quienes mandan.

Desensibilización neoliberal

Si la institución escolar educa para la sobreutilización de actividades, debe hacerlo en función de construir un tipo de individuo convencido de que el mundo es siempre una meta, la cual debe realizarse al máximo y esto a costa de los demás, es decir, al rendimiento como acción, se le suma el sujeto neoliberal como artífice de esta perspectiva individual y economicista de la educación y el trabajo.

En Políticas educativas y construcción de personalidades neoliberales y neocolonialistas, Torres define lo siguiente:

Para comprender mejor qué idiosincrasia define al ser humano neoliberal podríamos caracterizarla con los siguientes rasgos:

  • Una persona competitiva que vive en un mundo de la eficacia, de la eficiencia y del rendimiento, que mercantilizó todos los ámbitos del sentido común.

  • Asume una racionalidad positivista, considerando el conocimiento y los datos derivados de este paradigma como objetivos, neutrales, cuantificables, consumibles, estandarizables (Torres, 2017, p. 71).

Podría decirse que el tipo de escuela analizada por Ilich, si bien ya no es la misma en cuanto al cambio de paradigma, representa una nueva forma de poder basada en el rendimiento neoliberal, lo cual logra percibirse en el segundo aspecto citado, en donde lo escolar se vuelve en sí mismo un espacio para demostrar la autoexplotación, y más en estos momentos en que con la pandemia se ha generado el discurso del encierro, pero con tintes liberales en la educación, es decir, a través de la conexión que muchos niños, jóvenes y adultos generaron mediante distintos recursos de comunicación y aprendizaje ha prevalecido o se impone la idea de que la casa y la tecnología son o pueden concebirse como estandartes eficaces y pertinentes en la educación, también es en ellos dónde se puede responder de manera inmediata a la realización de trabajos, tareas y dinámicas e, incluso, en los enlaces remotos realizados se observa la implacable necesidad de que esa niñez responda de forma automática y continuada a la serie de situaciones que ocurren en una clase virtual.

En tal caso, si bien a estos actores educativos y a los de las otras edades no se les ve aún como sujetos de rendimiento, esto no implica que no lo vayan a ser, sino que con la llegada de esta tecnología educativa, se inaugura de forma más visible y sin reflexión la conquista del enclave exclusivo para la productividad, a costa de las necesidades deseos o aspiraciones de la comunidad educativa, lo cual siembra dudas, pero también oportunidades en qué alternativas tomar ante la extendida idea de que el trabajo en línea y la realización de actividades puede lograr aprendizaje, cuando más bien se les está acostumbrando a esta población de educandos a constituirse como personas rentables.

En tal caso, no es sólo alcanzar a cumplir de manera inmediata los deberes, sino también que acompañado de esas faenas va la sobreestimulación a la que se someten los estudiantes, pues en el caso mexicano al tener que conectarse con los profesores, luego hacer tarea, más tarde observar el programa de Aprende en Casa II, después estar al pendiente de más mensajes de sus mentores, y finalmente subir evidencias, crea un sentido de estar en muchas partes, pero no estar en ningún lado, lo cual coloca a la deriva a nuestra sensibilidad en su incapacidad para fijar una atención profunda a alguna situación y no sólo atendiéndola de esa manera, sino también de forma empática.

En Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva, Berardi explica:

Con la proliferación de información, la saturación de la infoesfera ha provocado una sobrecarga de estímulos que tiene un evidente efecto cognitivo. El tiempo disponible para la atención, como ya he señalado, disminuye. La atención afectiva requiere de su tiempo, y éste no puede ser acotado o acelerado. La hiperestimulación y sobrecarga visual producen desórdenes en la elaboración emocional de significado (Berardi, 2018, p. 99).

De acuerdo con Berardi, es importante desentrañar la madeja que se teje tanto en el nivel de la lógica neoliberal y del rendimiento, como en la práctica educativa digital que se construye a través de los dos primeros aspectos, pues de esa manera se podrá tener no sólo otra perspectiva, sino un horizonte social y formativo orientado por los propios actores educativos y no por otros intereses que buscan gestionar el dominio del imaginario colectivo.

Colofón

Reconquistar los procesos de aprendizaje y socialización y rescatar una escuela diferente a la visión que tiene Iván Illich de ella implicará la reconstrucción del tejido social, así como poner al servicio del bienestar y la solidaridad tanto la educación como los desarrollos de la tecnología de información y comunicación.

 

  1. Miguel Ángel Maciel González es Licenciado en Periodismo y Comunicación Colectiva, Maestro en Estudios Políticos y Sociales y Doctor en Pedagogía por la UNAM. Profesor en UNAM FES Acatlán y presentador de ponencia en temas sobre comunicación y cultura en distintas instituciones de educación superior nacionales y extranjeras.

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