Acerca de la mirada de las mujeres que escriben en “La escopeta de caza” de Yasushi Inoué

Por Alfredo Fredericksen[1]

La escopeta de caza de Yasushi Inoué es un libro que se estructura en torno a una visión tripartita, es decir, a través de tres cartas que dan cuenta por medio de tres perspectivas de mujeres diferentes de la personalidad de Josuke. Comenzaré a desarrollar la descripción que cada una de ellas despliega.

En primer lugar, tenemos la carta de Shoko, que desarrolla su discurso enviándole una carta al propio Josuke para comentarle que ha descubierto su relación con Saiko, puesto que leyó su diario antes de morir. Básicamente, esta carta plantea una crítica a la relación amorosa ilícita sostenida entre Saiko y Josuke, en donde se deja ver que Shoko, al enterarse de aquello, quedó sumamente impactada y decepcionada respecto al amor, por lo que incluso llega a pensar que su Madre se encontraba poseída por el demonio. No cabe duda que su cosmovisión experimentó un cambio a raíz de la relación adúltera con Josuke, solo basta con leerla:

“(…) yo creía que el amor era semejante al sol, rutilante y victorioso, eternamente bendecido por Dios y por los hombres. Creía que el amor crecía poco a poco en potencia, como un río límpido que centellea en toda su belleza bajo los rayos del sol, temblando en mil arrugas levantadas por el viento y resguardado por orillas cubiertas de hierba, árboles y flores. Creía que era eso el amor. ¿Cómo podía imaginar un amor al que el sol no ilumina y que fluye de ningún sitio a ningún sitio, profundamente hundido en la tierra, como una corriente subterránea?” (26).

Tal es el sentimiento de Shoko, que desarrolla gran aversión al vínculo entre su Madre y Josuke y es enfática en señalar que su Madre comete adulterio y aquello es reprobable, porque tal pasión es pecaminosa y vergonzosa. De ahí que exista una invocación permanente a las palabras “pecado, pecado, pecado” en el mismo diario de Saiko. Es interesante el ejemplo del pisapapeles que un día le regalaron a Shoko, con el que lleva a cabo una analogía de cómo percibe la relación que sostienen Saiko y Josuke y que instala la idea de que aquella es una relación alejada de lo convencional, de los preceptos religiosos, morales, etc.:

“De niña, alguien me compró un día un pisapapeles en la feria: una flor artificial roja, dentro de una bola de cristal. Me fui con ella, pero de repente, me eché a llorar. Nadie hubiera podido adivinar la causa. Unos pétalos, como tiesos por el hielo, inmóviles, dentro del vidrio frío, pétalos inanimados, fuese primavera u otoño, pétalos sumidos en la muerte… El pensar lo que habían debido de sentir aquellos pétalos, me inundó súbitamente de tristeza. La misma tristeza que me invade hoy. El amor entre usted y Madre era comparable a aquellos pétalos (…)” (28).

Como bien dije, tal relación es ilícita, esto es, al ser un vínculo de amantes es impura porque la misma Shoko plantea que ella es engañada y la sociedad también. Shoko comienza a buscar culpables y llega a la conclusión de que Midori es una figura inocente, que era muy tierna con ella y que es traicionada. También Shoko es parte de esa traición. Además, perfila a Josuke como un responsable indirecto de la muerte de su Madre y cuya figura carece de moralidad, es decir, que no posee consideraciones éticas, que es la fuente del pecado. Todo esto se aprecia claramente cuando Shoko nos cuenta la historia del lobo y el conejito:

“De niña Madre me contó el cuento del lobo que, poseído por el demonio, engañó a un conejito. El lobo quedó convertido en roca, en castigo de su pecado. Madre me engañó, engañó a Midori, engañó a todo el mundo ¡Dios mío! ¿Qué la impulsaría a obrar así? ¿La poseyó algún horrendo demonio? Sí, eso es lo que ocurrió. Madre utilizaba la palabra “pecador” en su diario: “Yo, y Misugi también, somos pecadores. Y puesto que no nos es posible dejar de ser pecadores, seamos al menos grandes pecadores.” (27).

 Es posible concluir que la carta respetuosa de Shoko (en términos ceremoniales) responde claramente a la hija resentida y traicionada por su Madre, quien ocultó la verdad, y cuyo discurso es trabajado a partir de esa traición, formulando una crítica hacia ella, quien incluso ni en un momento tan crucial como su propia muerte fue capaz de ser sincera y abierta con ella. Básicamente la relación entre Madre-hija no fue lo suficientemente franca, porque la mentira al final del día se presentó como un obstáculo que se develó por medio de su propia escritura y lectura del diario de Saiko. La misma Shoko expresa sus sentimientos en torno a esto: “Mi madre me mintió durante trece años y seguía mintiéndome a su muerte. No podía yo imaginar que existieran secretos entre nosotras. La propia Madre no dejaba de repetir que estábamos solas en este mundo” (27). La traición alcanzó tal impacto que finalmente Shoko decide que no quiere ver más ni a Josuke ni a Midori, para comenzar nuevamente sin resentimientos y alejada del pecado, buscando la paz y el descanso.

En segundo lugar se encuentra la carta de una mujer llamada Midori, la esposa legal de Josuke, aquella que lo acompaña en los actos sociales y que es prácticamente una segunda madre para Shoko. Midori da a entender que conoce realmente ciertos aspectos de Josuke, nos plantea en su carta los motivos que la llevan a tomar la decisión, luego de 33 años, de divorciarse (en consecuencia, solicita la repartición de bienes), las excentricidades que realizaba para llamar la atención de su esposo y, en un momento determinado, describe cierto complejo de inferioridad en relación a su prima Saiko: “(…) me hallaba ante una situación de inferioridad bajo todos los puntos de vista: experiencia, saber, talento, belleza, ternura (…)” (61).

Esta carta es muy esclarecedora para determinar los sentimientos de Midori y lo que ella esperaba de Josuke en el matrimonio, también es determinante en el sentido en que se devela la verdad a la amante de este último. Midori expresa sus sentimientos claramente cuando ejemplifica con un poema que leyó —que le recordó a Josuke— y con el que trataba de turbar a su esposo. Al fin, señala ciertas palabras muy esclarecedoras cuando dice: “¡Ah, eres como una ciudadela defendida por todas partes, imponente e inexpugnable!” (51). Lo que en definitiva se instala con ello es la incomprensión, frialdad e incomunicación dentro de este matrimonio, puesto que tanto Midori como Josuke parecen ser dos ciudadelas independientes y es producto de esto mismo que ocultan su infidelidad. Con esto, Midori da a entender que ha pretendido llamar la atención de su esposo, pero al no lograr aquello, se comienza a tematizar su frustración y comienza a realizar excentricidades, tales como cuando invitaba sólo a estudiantes jóvenes a fiestas, invitaba a bailarinas, se maquillaba con polvos franceses, etc.

Midori, al intentar definir lo que esperaba de Josuke, expresa claramente:

“(…) me sentía atraída por tu mirada. Su poder no era equiparable, por supuesto al del muchacho del antílope, pero era maravillosa. Tú, capaz de poseer tan maravillosa mirada, ¿por qué no me habías mirado así antes? La fuerza no es la única cualidad en un hombre. Cuando se clava tu mirada en mí, era siempre la del hombre que examina una porcelana, ¿no es así? Me veía forzada, por tanto, a permanecer fría y dura, a mantenerme tranquila en un rincón, como si hubiese sido una rara pieza de antigua época china Kutani” (55).

Así, claramente se aprecia una forma de esterilidad, además de que ella misma reconoce que el concepto de familia se había deteriorado producto de la frialdad con que llevaban su relación y había sido sustituida por una ciudadela. Midori señala el estado de las cosas:

“(…) este maravilloso espíritu de familia, tan gélido que ambos teníamos a menudo la impresión de que nuestras pestañas se habían quedado tiesas de escarcha. ¿Una familia yerta de frío? La palabra “familia” está demasiado cargada de ternura, de humanidad, para usarla (…). Desde hace más de diez años, que yo recuerde, cada uno de nosotros se ha atrincherado tras los muros de su ciudadela; me has engañado y yo te he engañado (aunque la iniciativa partió de ti). Nuestra existencia se erigió totalmente sobre nuestros secretos respectivos”. (63-64).

Pero, incluso, esta misma esterilidad que se aprecia en Midori se acentúa cuando pensó que le apuntaba con una escopeta: “Me hallaba sumida en ese estado de indolencia que nos embarga cuando estamos saturados de placer. Desfallecida, demasiado cansada para mover un dedo, dejé maquinalmente que mi mirada se detuviese en el reflejo de tu cristal.” (66).

Midori también habla de los múltiples amantes que tuvo y nos revela el momento en que descubrió el adulterio, su impacto y reacción ante ello, también nos cuenta el momento en que le devela la verdad a Saiko. Midori nos confiesa que, en el momento del adulterio, al no bajar al mar cuando descubrió a Josuke con Saiko, tácitamente aceptó las bases de su actual situación.

En conclusión, si bien podríamos apreciar en la carta de Saiko a Midori como una víctima, esta carta da la sensación de que la psicología de este personaje es sumamente compleja, más gris, porque nos muestra una Midori más fría y calculadora, una Midori que es capaz de guardar las apariencias, cuya vida es fingida, porque ella conoce la infidelidad de su marido, cuando bien expresa que: “Tenía entonces veinte años, la edad actual de Shoko, y el choque brutal para una recién casada ignoraba el abecé de la vida” (60), aun así persistió con el matrimonio. Así, su discurso se construye con base en el despecho y la amargura y es que la infidelidad ha condicionado su vida en el sentido en que ella misma es la que desordena su vida valiéndose de las mismas armas que su marido (es vengativa), poseyendo un sinnúmero de amantes. Pero, nótese que nunca tuvo la intención de provocar escándalos que dañasen su imagen social como bien se aprecia en la frase: “(…) se me ha etiquetado como una mujer demasiado libre, y la gente nos habrá tomado por una pareja de excéntricos, pero hemos llegado a ello sin sufrir menoscabo en el plano social. Sobre ese punto, creo que puedes felicitarme.” (59). Finalmente, Midori decide retirarse al campo para dedicarse a la jardinería y teniendo: “(…) la intención de nacer a una nueva vida y de organizar de una vez por todas su existencia con vistas a hallar la auténtica felicidad (…) (59)”, haciendo la salvedad que por el momento no se incluyen figuras masculinas porque le asquean las habitaciones que contienen el olor a hombres.

La tercera y última carta es de Saiko, la amante de Josuke y prima de Midori. En ella Saiko trata los motivos que la llevan a suicidarse y muestra su verdadero “yo”, su “yo” auténtico. Ella misma invoca lo siguiente:

“(…) quiero revelarte mi “yo” profundo. Por espantoso que ello parezca, me doy perfecta cuenta, ahora, de que en mi vida jamás te he mostrado mi “yo” auténtico. El “yo” que escribe esta carta es mi yo, mi auténtico “yo” (…)” (76). 

Es decir, en esta tercera carta lo que se aprecia es una disociación manifiesta en su personalidad como dos mujeres distintas que comparten un mismo cuerpo y que luchan dentro de éste, solo que ninguna es capaz de vencer. Ese otro yo es como una serpiente que alberga cada uno en su interior, pues Saiko al respecto confiesa que: “(…) vive en mí una serpiente, y acaba de aparecer hoy por primera vez. Esa serpiente es el otro yo que ni siquiera conocía (…)” (82). Por ello, se observa que si bien existe un lado en que se considera pecadora por vivir un amor ilícito, también hay otro lado, que estima que su amor es sagrado. Lo más trascendente que se vislumbra en esta carta es que la culpa que aqueja a Saiko solo puede subsanarse con la muerte, q saber, mediante el descanso eterno que otorga tranquilidad por haber liberado el secreto objeto de su obsesión.  Es claro que la culpa por el amor ilícito consumía a Saiko, ella misma nos cuenta:

“En el espectáculo del barco que había ardido y se había tragado el mar, se me figuraba ver el símbolo del final reservado a nuestro amor sin esperanza. Aun en el instante de escribir estas palabras, conservo la visión de aquel barco cuyas llamas brillaban en la oscuridad. Lo que vi aquella noche, en la superficie del mar, no era, sin duda, sino el suplicio tan breve como patético de una mujer consumida por el amor.” (79).

Es posible concluir que el discurso de Saiko se construye con base en agradecimientos a su amante Josuke, a quien amó profundamente, por lo que plantea la noción de amor sin límites, ya que la muerte como hecho físico no obsta a que su amor siga vivo. Es más, Saiko se pronuncia al respecto señalando que ella básicamente recibe el castigo merecido para una mujer, que incapaz de limitarse a amar, intentó hacer suya la felicidad de ser amada. A propósito de aquello, realiza un ejemplo muy interesante cuando cuenta que una compañera de curso en un examen de ortografía pasaba un papel a sus compañeras y ella marcó que en verdad deseaba amar. Esto genera un cuestionamiento en Saiko si Dios concede o no un descanso, la paz eterna a aquella que pretende haber gustado plenamente del placer de ser amada o la que puede afirmar que amó y señala que odia a esa niña porque es una de las pocas que puede afirmar que desea amar. Así, se marca una diferencia entre aquella niña y Saiko, quien recibió el castigo de la muerte. Y, finalmente, es la propia Saiko la que hace énfasis en los agradecimientos, dirigiéndose a Josuke:

“Déjame decirte una vez más, antes de concluir, que estos trece años resultan nebulosos como un sueño. Con todo, he conocido la felicidad, gracias a tu inmenso amor. Más que nadie en este mundo.” (97).

Otro tema que es importante y que plantea Saiko, es que gracias a la muerte es posible librarse del pecado y descansar, liberándose de los secretos y con ello, de la culpa. Ella misma lo da a entender cuando Midori devela la verdad:

 “Me sentía liberada. La triste y pesada carga que había abrumado mis hombros ya no existía. En su lugar, tan sólo quedaba un vacío que curiosamente me tenía casi al borde de las lágrimas. Noté que necesitaba pensar en un montón de cosas. No en cosas sombrías, tristes, aterradoras, sino más bien inmensas, vagas, serenas y apacibles. Me sentí como arrebatada por una sensación de embeleso, o, mejor aún, por la sensación de mi liberación.” (83-84).

Ahora bien, conviene reflexionar respecto a cómo estas tres cartas convergen para crear la personalidad final de Josuke. Para entender aquello se debe comprender previamente que cada carta constituye una confesión, elocuente e interpretativa de cada personaje. Se trata de mujeres que escriben respecto a sus sentimientos, sus ilusiones, su propia carga emocional y su cosmovisión del mundo, así, detrás de cada carta se instala una cuestión valórica diferente. Además, en cada carta se dosifica la información respecto de la personalidad de Josuke, es decir, mediante una visión tripartita es posible inferir ciertos aspectos en común de Josuke. Cabe destacar que en las primeras dos cartas no queda muy bien conceptuado, pero en la tercera mejora relativamente. Cada mujer, en su propia carta, analiza subjetivamente la situación desde su respectivo rol y finalmente todo ello se representa en un sólo texto, una sola historia, que al final nos lleva a preguntarnos, ¿quién es Josuke?, ¿de qué materia se construye este personaje de ficción?, ¿podemos separar la frontera de subjetividad que impone cada una de estas cartas para lograr identificar a este misterioso personaje, porque cada carta propone una visión distinta? Es indudable que responder aquellas preguntas se perfila como una tarea complicada, pero lo que sí es cierto es que se puede identificar a Josuke con base en hechos objetivos y trabajar desde allí para la elaboración de su personalidad final, ya que las cartas en sí no permiten determinar nada concluyente.

Sabemos que Josuke es un personaje de la alta sociedad al que le gusta la caza, con su escopeta Churchill y su perro, también estamos al tanto que fue él mismo quien envió las cartas a un escritor por sentirse seriamente identificado con un poema publicado en la revista de caza, sin existir prueba de que sea el mismo (el mismo autor del poema reconoce haber dotado a su personaje de ficción de una escopeta inventada que, cosa curiosa, vino a coincidir con Josuke). El mismo autor del poema señala que lo que más resalta de él, es: “(…) la analogía que establecí entre una escopeta de caza y el aislamiento del ser humano acababa de inspirarme, de modo que resolví escribir un tema sobre el particular.” (10). Y así, al entender esto, es factible señalar que el rasgo más distintivo detrás de Josuke es que es un personaje de ficción que se marca por la soledad y el aislamiento, por ejemplo, a través de la imagen de la que el mismo autor del poema señaló haberse inspirado: haber visto un cazador completamente de espalda. El mismo autor se remota a ello en las siguientes palabras: “(…) me esforcé por recordar al cazador con el que me encontrara cinco meses antes, cuando me paseaba por el angosto sendero sinuoso, entre los cedros, muy cerca, en efecto, del pueblecillo termal situado al pie del monte Amagi en la casi isla Izu. Pero no descubrí nada sorprendente en mis recuerdos, salvo la confusa impresión de que aquel cazador visto de espaldas emanaba un insólito sentimiento de soledad.” (16). Este autor enfatiza aún más en la sensación que le ocasionó, como bien lo expresa al decir: “Me había chocado simplemente el hecho de que el hombre venía hacia mí en el aire helado de aquella mañana de invierno incipiente, con la escopeta al hombro y la pipa entre los dientes, contrariamente a los cazadores normales, ostentaba en toda su persona como un algo contemplativo” (16).

Finalmente, llama la atención que sea el mismo Josuke quien se haya percatado de su condición como un ser solitario y aislado al final del día, esto resulta fácil de desprender tras el exhaustivo análisis de las cartas. Por ejemplo, si revisamos la carta de Shoko podemos deducir que finalmente ella decide abandonar a Josuke, que era en un comienzo prácticamente un tío, por considerarlo la fuente del pecado por su relación ilícita entre este último y Saiko. Otro ejemplo sería Midori, quien evidentemente quiere marcar una distancia con el matrimonio fingido durante mucho tiempo y, por último, tenemos a Saiko, un personaje que manifiesta tal grado de culpa que llega a despertar compasión y que termina suicidándose, demostrando, quizás que el amor no es suficiente para aliviar la culpa.

Así, a raíz de todo lo vivido, el propio Josuke realiza la siguiente reflexión: “(…) el “seco lecho de pálido torrente” es el que yo contemplé. Creo que es una gran locura en un hombre el querer que otro le comprenda.” (18). Y continúa: “(…) me he convertido en un ser solitario, hace unos años, cuando inspiraba el respeto de todos tanto en mis actividades sociales como en mi vida privada, el echarme una escopeta al hombro suponía para mí una obligación.” (18). En suma, el arma es un claro emblema de la soledad y su refugio, la caza.

 

 

 

Bibliografía.

Inoué, Yashushi (2019): “La escopeta de caza”, ed. Anagrama, Trad. Javier Albiñana Serraín. Barcelona: España.

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[1]Ivestigador Independiente, Diplomado en Literatura en Lengua Inglesa (Centro de Estudios Avanzados PUCV-2019), Diplomado en Poesía Universal (Centro de Estudios Avanzados PUCV-2018), Diplomado en Historia del Arte (Centro de Estudios Avanzados PUCV-2017), Diplomado en Estudios de la Religión (PUC-2016), Diplomado en Arte y Estética Árabe-Islámica: clásica y contemporánea por la Universidad de Chile (CEA-2015), Diplomado en Teologías Políticas y Sociedad por la Universidad de Chile (CEA-2014), Diplomado en Psicología Jungiana (PUC-2014) y Diplomado en Cultura Árabe e Islámica por la Universidad de Chile (CEA-2014).

 

 

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