Corazón errante

Por Diana Peña Castañeda[1]

Introducción

Comida y literatura hacen parte de la memoria humana. La primera, porque a través de los sabores, texturas y aromas se recrea el sentir individual y/o colectivo. La segunda, porque anima la reflexión sobre aquello que llamamos vida. Entonces, la comida en literatura pasa por ser algo más que lo que se sirve a la mesa o lo que se cocina en el fogón.

Cada alimento, el tiempo en que se come, con quién se comparte y la forma en que se cocina permite describir a los personajes o a la sociedad, es decir sus emociones, sus sentimientos; si se es rico o pobre, fraterno o desleal.  Propicia el encuentro o es la antesala de la muerte en la trama; muestra lo injusto, el deseo, lo amoroso o lo violento. Puede ser dicha o tragedia en el desenlace.

En cada obra literaria fácilmente se puede hallar desde una hogaza de pan solitaria en un plato, un trozo de tocino que cuelga del borde de la boca, un condimento que produce el miedo, una fruta que revive la nostalgia, cuando menos una copa de vino para el coraje o un vaso de agua para saborear lo que se desea observar. En cualquier caso, la comida en literatura es una experiencia para escudriñar las motivaciones del alma humana.

En consecuencia, el propósito de esta columna es develar lo que encierran esos platillos presentes en obras maestras de literatura universal. Cada receta hará que usted respire o se inquiete. Póngase cómodo y disponga el paladar para degustar bocados literarios. 

 

Pollo asado aderezado con páprika al estilo Drácula de Bram Stoker

 

La muerte tiene la fina sutileza de recordarnos que antes hay vida y, en consecuencia, hay que comer. Para los propósitos de Drácula esa es una premisa: “El propio conde se acercó a mí y quitó la tapa del plato, y de inmediato ataqué un excelente pollo asado. Esto, con algo de queso y ensalada, y una botella de Tokay añejo, del cual bebí dos vasos, fue mi cena.”  (del diario del abogado Jonathan Harker).

Drácula, el “no vivo”, un ser desapasionado que vaga como la niebla para embelesar a sus mártires, por eso se deleita con la atmósfera nocturna cuando el relámpago azota sin piedad. Se ensaña con salvajismo porque no tiene juicios ni temor; él está más allá de toda ley humana y divina. Él no solo está condenado al mal, es el mal puro…

Es también la representación de un aristócrata rumano cuyo poder está a merced de sus caprichos. Glamuroso, culto. Algo anticuado, demasiado poético, irracionalmente erótico. Su anhelo es embeberse de la gran ciudad: “…Estar en medio del torbellino y la prisa de la humanidad, compartir su vida, sus cambios y su muerte, y todo lo que la hace ser lo que es.” (De su carta a Jonathan Harker) Pero no por el placer de un paseante forastero, él desea dominar la historia reseca de esa Londres victoriana y desde luego, extender su harem de vampiresas.

Así, desde su castillo en Los Cárpatos no solo ha estudiado esa nueva metrópoli, sino que se ha desbordado en hospitalidad para beneplácito espantoso de su huésped, el abogado inglés. El banquete que le ofrece a Jonathan Harker es noble y cruel. Se corresponde con la amabilidad hacia el viajero que llega cansado y hambriento. Ofrece un selecto y fabuloso plato nacional. La mesa está plena en aromas y texturas que provocan: pollo, queso, ensalada, vino. Es el mismo conde quien sirve la cena y le hace compañía con una grata charla en el desahogo de la chimenea. Pero en el trasfondo, el propósito del anfitrión es esclavizarlo para que sus novias, las vampiras lo devoren lento en los gozos profanos hasta secarle el cuerpo y el alma.

Drácula se excusa con su invitado, él ya cenó. Desde luego, él se alimenta de sangre, no por mero asunto fisiológico, él ya no existe. Es que la sangre es su traza que deja en la noche, en la rosa del bosque. Y fluye como la ira, el deseo, la caída, su sufrimiento. Es roja con insolencia como la gota de vino, como la intensa esencia de la páprika.

 

 

Receta

Tiempo de preparación: 120 minutos

Tiempo de cocción: 60 minutos

Porciones: dos

 

Ingredientes:

Un pollo entero

Tres cucharadas de páprika en polvo

½ cucharada de comino en polvo

½ cucharada de orégano en polvo

Una cucharadita de sal

Un pimiento rojo

Una cebolla cabezona roja mediana

Cuatro dientes de ajo

¼ de taza de aceite de olivas

½ taza de jugo de naranja frescas

¼ taza jugo de limón fresco.

½ taza de vino sangre toro (ojalá dulce).

Una taza de consomé de pollo concentrado.

 

Preparación

Limpiar bien el pollo conservando la piel y separar en dos presas. Utilice un cuchillo muy afilado.

Untar muy bien con aceite de olivas entre la carne y la piel.

Agregar en la licuadora (ajo, cebolla, pimiento); las especias (páprika, comino, orégano, sal); los líquidos (naranjas, limones, vino, consomé de pollo).

Mezclar hasta que se forme una pasta suave.

Rectificar sazón.

Disponer el pollo en un tazón y bañarlo muy bien con la mezcla.

Cubrir y llevar a la nevera, ojalá, desde la noche anterior.

Pre-calentar el horno a 180˚C.

Hornear el pollo durante una hora vigilando que no se seque.

Bañar las presas con sus jugos de manera constante.

Voltear a mitad de cocción, bañándolo constantemente con sus jugos.

Agregar más consomé de pollo si fuese necesario.

 

El pollo estará listo cuando al pincharlo no salpique sangre. Sirva inmediatamente con un poco de salsa por encima.

Haga honor al banquete de Drácula y acompañe este plato con ensalada de vegetales frescos, queso maduro y una copa de vino sangre toro, dulce por supuesto.

 

Deguste libremente y deje algo en el plato “de la alegría que trae consigo.”

 

 

 

 

 

 

[1] Comunicadora Social, especialista en Comunicación Organizacional, Magister en Ciencia Política. Interés en escribir sobre la comida como elemento narrativo en la literatura y como arte simbólico de la memoria social.

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@la_libreria_patisserie

 

 

 

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