La diva en llamas: El Beso De La Mujer Araña de Manuel Puig

Por Marisol Plaini

El beso de la mujer araña fue la cuarta obra del escritor argentino Manuel Puig, antecedida por La traición de Rita Hayworth (1968), Boquitas pintadas (1969) y The Buenos Aires affair (1973). Luego de que varias editoriales se negaran a publicarla debido a su contenido “inmoral”, salió a la luz en 1976 de la mano de la editorial Seix Barral. Enseguida fue censurada en Argentina por la última dictadura militar.

En 1985 se estrenó su versión cinematográfica dirigida por Héctor Babenco, guionada por el mismo Puig junto a Leonard Schrader y protagonizada por William Hurt y Raúl Juliá. Esta adaptación tuvo cuatro nominaciones al Óscar, ganando uno en la categoría de mejor actor.

Pero ¿por qué es tan interesante esta obra? ¿Qué sentidos revela? ¿Qué tópicos podemos analizar? ¿Cómo se construye su narración? Bueno, estas preguntas no son difíciles de responder, pero para hacerlo necesito plantear varios debates, los que siguen a continuación.

¿Hay que relacionar a la obra con el autor?

En este caso, el mismo autor admite que vuelca sus inquietudes en sus novelas. En El beso de la mujer araña, Puig desarrolla varios tópicos y se va descubriendo a través de la escritura de la novela. Creo que la problemática más clara es la de la homosexualidad, la cual va indagando mediante el personaje de Molina y la analiza utilizando el recurso de los pies de página. Puig era un gran lector de las teorías psicoanalíticas sobre la homosexualidad y las transcribe en este libro como argumento, como defensa de su propia orientación sexual y la de su personaje, quien se presenta un reflejo de sí mismo.

Pero no se queda en lo obvio, también con Valentín da voz a sus ideas sobre el matrimonio, el rol de las mujeres en la sociedad, el peso de la culpa, las ideologías, la sexualidad, el amor. Ambos exploran una amplia gama de cuestionamientos que desembocan en uno: la condición humana.

Manuel Puig vuelca en su obra lo que piensa, lo que no sabe y también sus certezas. Al final, logra resolver todas sus dudas en una crítica social y política más que contundente.

Los mitos modernos

Antonio Garrido Domínguez, de la Universidad Complutense de Madrid, dice en su tesis sobre la obra que a través de las películas, las canciones y los diálogos podemos rastrear dos aspectos argumentales: el sociológico y la dimensión antropológico-imaginaria o mítica. De su análisis solo voy a tomar este segundo aspecto para situarme en la vertiente colectiva: las películas que narra Molina pertenecen al imaginario colectivo de otra época, pero reproducen las inquietudes, deseos, frustraciones y miedos ancestrales que atraviesan a todos los seres humanos sin importar el momento histórico en que vivamos. Por eso son mitos.

Estas películas muestran las preferencias de la cultura de masas por las historias melodramáticas de héroes y heroínas, no importa la época, el siglo, el año; seguimos consumiendo las mismas historias con diferente maquillaje. Este tipo de cine es el creador de los mitos modernos, esos que proyectan las emociones de la gente de un momento determinado. Esas películas no están ahí al azar, sino que forman parte del imaginario interno de los personajes.

Una evasión moderna

Tal vez una de las fantasías más comunes de los presos es huir del encierro físicamente. Molina se inventa otra forma de evadir la prisión: mediante la narración de películas a su compañero y a sí mismo. A él no le interesa si Valentín quiere oírlo o no, él cuenta y cuenta como una Sherezade moderna, quebrando así los barrotes de la prisión, sumergiéndose en historias de amor trágicas y melodramáticas. Arregui en un principio se niega, quiere mantenerse en la realidad, pero luego necesita de las películas de Molina para poder sobreponerse cuando esa realidad a la que se aferra golpea sin tregua.

La evasión no es algo nuevo, ya la practicaban los románticos, y estos dos personajes hasta cumplen con las características de aquellos antihéroes del romanticismo: dos hombres que por distintas causas se sacrifican y sufren, pero que a su vez encuentran un escape.

Pero ¿las películas son realmente un escape? A veces, las analogías entre la situación de los personajes de la novela y los de las películas son tan claras que diría que salen de la realidad para volver a entrar en ella. Una joven que traiciona a su país por amor, un joven guerrillero que se inmola, un periodista honesto con un final trágico… El escape se confunde con la realidad y terminan en el mismo nivel.

La humanización de Valentín a través del goce y de la duda

En un principio vemos a este personaje tan comprometido con “la causa” que pareciera un autómata que no para de repetir siempre lo mismo, se niega al goce, reprime cualquier tipo de emoción humana y pareciera ser que su única finalidad en este mundo es la revolución. En un principio ve en la relación con Molina algún tipo de ventaja (es mutuo), pero luego va aflojando. Hay que tener en cuenta que el compromiso de Arregui con sus ideas políticas lo lleva al extremo de no querer sentir, de negarse al placer no solo sexual, sino también el que genera un buen plato de comida en un contexto de aislamiento. ¿Por qué? Porque todas estas acciones tienen un riesgo: la vulnerabilidad.

“-No, no te lo podés imaginar… Bueno, todo me lo aguanto… porque hay una planificación. Está lo importante, que es la revolución social, y lo secundario, que son los placeres de los sentidos. Mientras dure la lucha, que durará tal vez toda mi vida, no me conviene cultivar los placeres de los sentidos, ¿te das cuenta?, porque son, de verdad, secundarios para mí. El gran placer es otro, el de saber que estoy al servicio de lo más noble, que es… bueno… todas mis ideas…” – Valentín (Capítulo 2, p. 29)

¿Qué es lo que genera el cambio? Para mí, el cine, sí. Porque la narración de las películas de Molina no solo los sube y baja de la realidad, sino que también los acerca. Ya sea por el contenido, por la dedicación de Luis Alberto o por el ambiente que logra crear. Afloran emociones, la relación crece y llega a su punto máximo cuando Molina se quiebra. Pero no solo él se quiebra, también lo hace Valentín, que se despoja totalmente de su automatismo y estrena su humanidad total. La humanización del preso político, para mí, depende de Molina, que poco a poco, cuento a cuento va abriendo grietas en él por las que van saliendo sus emociones. Valentín no solo se permite llorar, sentir miedo, nostalgia, extrañar y disfrutar de un buen plato; también se entrega al goce, y de la mano de otro varón. Estos cuerpos que en un inicio se muestran miedosos, torpes y avergonzados, van perfeccionando su arte hasta llegar a ser lo que terminaron siendo: amantes.

Pero más allá de eso, hay algo que nos define como humanos y que Arregui en un principio no tenía y luego, en sus momentos más oscuros se despierta en él: la duda. Las preguntas que surgen en él, lo humanizan, lo despojan de esa perspectiva cerrada y automática. Tal vez, no era necesario entregar la vida, tal vez, su vida le pertenecía.

La búsqueda de Molina

Una de las maneras en que podemos leer esta novela es como la historia de una búsqueda.

¿Qué busca Molina? En un primer momento podemos decir que busca el amor, ese amor que vio tantas veces en el cine y que el mundo le hizo creer que nunca podría alcanzar por ser homosexual. “Porque a los hombres de verdad les gustan las mujeres de verdad”, le dice a Valentín.

¿Encuentra el amor Molina? Yo creo que sí, en la relación con Valentín cumple todas sus fantasías de servir al hombre amado, con su compañero logró ser quien siempre quiso ser: la ama de casa y esposa abnegada, pero también la femme fatale de las películas. Y esto no tiene por qué ser cursi. No hay nada de malo en el deseo de sentirse amados, es lo más humano y natural.

Tal vez no era sana la idea sobre el amor que tenía Molina en su cabeza, pero hay que tener en cuenta que es un personaje que pasó su vida consumiendo películas que reproducían este ideal romántico de la mujer sumisa y el hombre patriarcal como base de la familia tradicional.

Molina y Valentín, de manera casi inconsciente, inician un aprendizaje: los dos aprenden otras maneras de amar, se enseñan que un hombre puede desear a otro, que la homosexualidad no hace a un hombre menos hombre, que en el amor no hay sumisos y que en los silencios están todas esas palabras que históricamente han tenido que callar las disidencias sexuales.

“-Por un minuto sólo, me pareció que yo no estaba acá, …ni acá, ni afuera… -…

-Me pareció que yo no estaba… que estabas vos solo.

-…

-O que yo no era yo. Que ahora yo… eras vos.” – Molina (Capítulo 11, p.191)

 

En este amor se ven los dos sacrificios heroicos de los personajes: Molina, como una heroína de películas o una ama de casa de los años 50, se sacrifica por su amado; y Valentín, por su causa.

“-¿Con quién te identificás?, ¿con Irena o la arquitecta?

-Con Irena, qué te creés. Es la protagonista, pedazo de pavo. Yo siempre con la heroína.” – Valentín y Molina (Capítulo 1, pp. 27-28)

La caída de la heroína

Manuel Puig elabora una travesía que parece un tanto estática —la mayor parte sucede entre rejas—, pero en la que pasea a su personaje Molina por diferentes situaciones y conflictos, llegando a un final digno del cine de las divas de Hollywood. Molinita es el preso, el marica, el supuesto pedófilo, la diva, la esposa, la amante, la cuidadora, la traidora. Es la heroína envuelta en sedas de sus películas. Si bien en toda la historia aprende y crece, no deja atrás su esencia, su máximo anhelo: vivir la vida como si esta fuese una película, y en su película él es quien encarna a la protagonista mítica del cine romántico: la mujer que se sacrifica por su hombre. Lleva al extremo no solo su amor, sino también su adoración por las figuras femeninas del cine.

“- Y la besa, y cuando le retira los labios de la boca ella ya está muerta. Y la última escena es en un panteón de héroes en Berlín, y es un monumento hermosísimo, como un templo griego, con estatuas grandes de cada héroe.” – Molina (Capítulo 4, pp. 66-67)

Al igual que Leni, la protagonista de una de las películas que narra Molina, él muere de manera heroica para cumplir el pedido de su amado. ¿Es una muerte buscada? Sin dudas, sí, está más que claro que el personaje estaba listo para su final. El por qué lo hizo tiene muchas respuestas, la muerte del héroe romántico, el único escape de una vida trágica, la muerte como resultado de no encajar en los estereotipos que la sociedad del momento espera; podemos encontrar varias resoluciones para explicar la decisión de Molina. Tal vez la más clara sea la aportada por Valentín:

“Marta, de veras lo deseo con toda mi alma, ojalá se haya muerto contento, «¿por una causa buena? uhmm… yo creo que se dejó matar porque así se moría como la heroína de una película, y nada de eso de una causa buena»” – Valentín (Capítulo 16, pp. 195)

El protagonista entra en la muerte trágica como una heroína que se inmola para que la misión de su amante tenga sentido, para inmortalizarse en ese final digno del cine Hollywoodense; siendo Greta, Ava, Rita. Todas ellas, para siempre bellas, para siempre divas, leales, trágicas y en llamas.

Particularidades de la obra

El beso de la mujer araña, como otras obras de Puig, no se construye de una manera convencional: en esta novela no hay narrador. La narración se da mediante los diálogos de los presos, el monólogo interno de Molina, los silencios, las conversaciones con el director que se componen a modo de guiones y los reportes de la comisaría. También están los pies de página donde agrega más información sobre la trama de alguna película o anexa teorías sobre la homosexualidad que iba investigando. Es sorprendente cómo mezclando tantos tipos de discursos, el autor logra una construcción narrativa espléndida en la que nada sobra y nada falta.

La obra de Manuel Puig se solía circunscribir dentro de la Literatura menor, dada la condición de marginado de su autor, pero por sobre todas las cosas, porque esta literatura “desborda todas las categorías ideales y forma un ciclo que remite al deseo en tanto que principio inmanente” según Deleuze y Guattari. Puig fue muy maltratado por sus colegas y por la crítica, considerado de mal gusto, de baja calidad, “literatura para señoras”. La realidad es que Manuel fue fiel a sus intereses, a sus inquietudes y, sobre todo, logró que la literatura salga del espacio húmedo y mohoso de lo canónico y pueda combinarse con lo popular, con la plebe.

En mi humilde opinión, creo que una de las acciones más destacables del autor fue esa, la de habilitar espacios para las minorías del futuro. Demostró que, dentro de lo bajo, de lo popular, de la charla de señoras, del chismerío de pueblo, de la relación de dos presos, también pueden haber emociones profundas, críticas certeras, debates filosóficos, políticos, desarrollos psicológicos, traiciones, inquietudes universales, mitos ancestrales, tragedias cotidianas y comedias, amores épicos. La cultura no solo se encuentra en el ámbito de “lo culto” y Puig pudo demostrarlo. Porque sus historias también fueron su historia.

“-Yo no soy la mujer pantera.

-Es cierto, no sos la mujer pantera.

-Es muy triste ser mujer pantera, nadie la puede besar. Ni nada.

– Vos sos la mujer araña, que atrapa a los hombres en su tela” – Molina y Valentín (Capítulo 14, pp. 225-226)

 

 

Bibliografía.

Garrido Domínguez, A. (2000). Manuel Puig: Cine y literatura en El beso de la mujer araña. Anales De Literatura Hispanoamericana, 29, 75. Recuperado a partir de https://revistas.ucm.es/index.php/ALHI/article/view/ALHI0000110075A

Deleuze, G. y Guattari, F. (1975). Kafka, pour une littérature mineure.

Por Marisol Plaini.

Profesora en Lengua y Literatura de Santa Fe, Argentina.

 

Publicado en Literatura y etiquetado .

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *