Por Rogelio Dueñas
No hay canto sin llanto.
Es el misterio de la llaga el que estructura la metáfora.
Ramón Martínez Ocaranza
Nota introductoria
Me provocan náuseas todos esos individuos que con falsa ingenuidad sostienen que el glamour del reconocimiento y la bonanza económica son inherentes al ejercicio poético. Como si no supieran que para que eso suceda el poeta debe ajustarse, en mayor o menor medida, a los designios de las élites políticas y culturales. Como si en verdad ignoraran que cuando el poeta decide reflejar en su obra una realidad que contraviene los valores e intereses de la clase dominante, muchas de las veces debe asumir la miseria y el ninguneo como consecuencias; sin importar cuan renovadoras o propositivas sean sus creaciones.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos que la cultura hegemónica lleva a cabo para sepultar las voces de los poetas que gozan de una rábida y descarnada autenticidad, sus obras brillan. Tarde o temprano se abren paso y se propagan. De agua nueva, su condición a cuestas llevan, ahogando la calumnia vertebral de la poesía a sueldo.
Por ello me he dispuesto realizar una pequeña aportación a la difusión de la obra de un poeta que logró escindirse de la normatividad reguladora de la existencia y que, si bien no siempre ha sido ignorado, hoy en día permanece casi en el olvido; aún para el lector de poesía más entendido. Hablo de Jacobo Fijman. Asimismo, abordaré algunos episodios de su atribulada existencia que me parecen relevantes dada la importancia en la construcción de su obra lírica.
*
Jacobo Fijman nace un 25 de enero de 1898 en Orhei, actual República de Moldavia. Para 1902, Fijman y su familia deciden emigrar a Argentina, al igual que cientos de judíos de Europa Oriental a principios del siglo XX. En 1917, Fijman inicia su profesorado en Lenguas Vivas, aunado a sus estudios de violín.
Corre el año de 1919 y Argentina aún guarda el aroma a sangre derramada durante la Semana Trágica por el gobierno de Hipólito Yrigoyen, quien fuera elegido presidente mediante el voto “libre”, secreto y exclusivo para hombres; ya saben, la colonialidad del poder y el patriarcado en su máximo esplendor. Es en ese crudo contexto donde Fijman nutre de solidez y consistencia su obra lírica a la par que se desempeña como docente en el Liceo de Señoritas “Gral. Manuel Belgrano”. Sin embargo, Jacobo abandona su empleo para comenzar a recorrer buena parte de Argentina mientras se gana unas monedas como violinista callejero, esto a la vez que es conducido por lo que parece ser una crisis espiritual. Un año más tarde, luego de recorrer buena parte del territorio argentino, Fijman es víctima de la brutalidad policiaca y posteriormente de la tortura psiquiátrica. El propio Fijman da cuenta de ello en una entrevista realizada en 1969 en el Hospicio de las Mercedes por el principal difusor de su obra, el poeta Vicente Zito Lema:
“Una tarde estaba como extasiado, y un Apolonio, entrerriano, me llamó y me dijo: vamos a caminar. Nos pusimos a caminar, y cuando llegamos a una esquina de la Comisaría 4°, no recuerdo cuál era, o cuál es ahora, mi amigo me empujó contra el vigilante. Vaya a saberse si era por una broma o qué sería… Y entonces el vigilante me dio un golpe con esa vara que llevan. En la sien izquierda; y otro en la sien derecha. Luego me llevaron al interior de la Comisaría, me estiraron en el suelo, y me golpearon con las varas. Me golpearon en las rodillas, en las manos, en la cabeza. Es completamente milagroso el estado mío, de que aún esté vivo. Después me desnudaron, me pusieron en un calabozo. Por la mañana, ellos deben haber avisado a mis padres, que todavía vivían. Y me sacaron de la Comisaría. Eso fue todo.”
Eso no había sido todo, pues la historiografía cultural argentina muestra que luego de haber sido detenido y llevado a la cárcel de Villa Devoto, al oeste de Buenos Aires, Fijman es trasladado al Hospicio de las Mercedes por primera vez, permaneciendo ahí durante seis meses bajo terapia de electroshocks. Los psiquiatras al servicio del Estado argentino conocían los alcances de “la locura” como herramienta de lucha contra un sistema criminal y determinaron que nuestro poeta ponía en riesgo la estabilidad de la democracia en ciernes de una sociedad con ciudadanos mentalmente sanos. Pero, ¿quiénes son estas personas sanas? ¿Cómo se definen? Las definiciones de la salud mental propuestas por los expertos por lo general arriban a la noción de conformismo, a un conjunto de normas sociales más o menos establecidas o, en caso contrario, tan convenientemente generales ―por ejemplo, “la capacidad para tolerar el conflicto y desarrollarse a través de él”― que carecen de significación operativa[1]. Sería eso, o quizá las autoridades argentinas pensaban, al igual que Platón, que los poetas deben ejercer una función adecuada dentro del Estado-ciudad o de lo contrario deben ser desterrados.
En la más cruda miseria, un año más tarde se le ve vagando por las calles de Argentina y Uruguay. Con todo y la oscuridad que recubre su vida, consigue que su obra aparezca en diversas publicaciones. Destiéndese el paisaje/ martirizado de luz. Ya en 1923, una vez instalado nuevamente en Buenos Aires, genera afinidades con los martinfierristas, donde se hallaban poetas como Oliverio Girondo y Leopoldo Marechal, situación que lo ha llevado a ser erróneamente catalogado como miembro de alguna vanguardia literaria.
Tres años después aparece Molino Rojo, primer poemario de Fijman donde cabalgan versos con una vitalidad naciente de entre los escombros que deja el saberse a manos de un sistema sicario, y que institucionaliza la tortura psiquiátrica como instrumento para devolver al “individuo inconexo” al seno de “la normalidad”. El loco no es un enfermo mental, sino alguien que se resiste a ser engullido por una sociedad enajenada[2]. Es con Canto de cisne que se apertura el libro:
“Demencia:/ el camino más alto y más desierto./ Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas./ Roncan los extravíos;/ tosen las muecas/ y descargan sus golpes/ afónicas lamentaciones./ Semblantes inflamados;/ dilatación vidriosa de los ojos/ en el camino más alto y más desierto./ Se erizan los cabellos del espanto./ La mucha luz alaba su inocencia./ El patio del hospicio es como un banco/ a lo largo del muro/ Cuerdas de los silencios más eternos./ Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío./ ¿A quién llamar?/ ¿A quién llamar desde el camino/ tan alto y tan desierto?/ Se acerca Dios en pilchas de loquero,/ y ahorca mi gañote/ con sus enormes manos sarmentosas;/ y mi canto se enrosca en el desierto./ ¡Piedad!”
Es evidente cómo las desgarraduras que colman la realidad de Fijman lo dotaron de una capacidad renovadora al momento de hacer poesía. Sin embargo, no halla en el dolor de la penitencia un sufrimiento estéril, pues desde ahí logra encontrar iluminación y conocimiento:
“Mi cuerpo, muy temprano, se acostumbró a alimentarse del dolor. Por eso, vivir en el hospicio no puede cambiar ni limitar mis sentimientos sobre la poesía ni dañar mi espíritu más de lo que por destino le fue reservado. Pequeño sería el artista que se dejara ganar por el sufrimiento. Por el contrario, a partir de allí comienza el trabajo[3].”
El lenguaje poético que se avizora en Molino Rojo no encuadraba con los movimientos o vanguardias que pululaban en aquel entonces en el espectro literario argentino o latinoamericano. La mística de Fijman es, así, un lenguaje original, pero con raíces antiguas, todo lo que lo sitúa —todavía quizá— en los bordes del canon literario argentino[4]. Y así, entre el misticismo y su poética del margen (como ha atinado en llamarle Enzo Cárcano), Jacobo Fijman bate sus alas y del duelo enquistado a su sino nos lega su Ciudad santa, incluido también en Molino Rojo:
“Tres gritos me clavaron sus puñales./ Paisaje de tres gritos/ largos de asombro./ ¡Bromearon los sudarios del misterio!/ Fuga de embotamientos;/ suspiros/ en la niebla inmovilizada./ Cipreses./ Bronce de los terrores/ informes, fragmentados./ Mueren caminos/ y se levantan puentes./ Un árbol se transforma/ cerrando sus pupilas./ Caen medrosamente las palomas/ angélicas del sueño/ en las uñas heladas del espanto./ Un infinito horror/ manaba en mis entrañas/ en un himno de muerte.”
Con su sedicioso modus loquendi a cuestas, en 1927 logra viajar a Europa, encontrándose en Francia con Breton y Artaud. De regreso a Argentina, su situación económica empeora y es orillado a vivir en la indigencia. Dos años más tarde y luego de haber sido convertido al catolicismo, publica su segundo libro titulado Hecho de estampas, poemario que da cuenta de sus recientes reivindicaciones y posturas teológicas sin dejar a un lado el genuino y desarrollado brillo que se halla a lo largo de su obra:
“Yo estaba muerto bajo los grandes soles, bajo los grandes soles fríos./ A través de mi llanto/ oigo el agrio sudor de la precocidad./ Yo vuelvo sobre un musgo/ y las ciudades crecen a la aventura hasta la noche del estupor./ Miseria./ Dios pesa./ Me llaman vientos de mar./ Van y vienen en grandes cambios; se alargan en saltos irritados/ que apagan mi temblor, que exasperan los sueños./ Jamás podré seguir./ Yo me veo colgado como un cristo amarillo sobre los vidrios pálidos del mundo.”
Para el año siguiente, realiza un segundo viaje a Europa con la intención de ordenarse como sacerdote y dedicar su vida a la penitencia: fracasa. Corre el año de 1931 y Argentina se convulsiona con la dictadura militar de José Félix Uriburu, entonces, Jacobo Fijman arroja Estrella de la mañana; su tercer y último poemario con una marcada alusión hacia el libro de las Revelaciones de San Juan Apóstol. Es aquí donde la esencia mística y su discurso visionario se acrecientan, aunado a una versificación que nos remonta a las liturgias eclesiásticas. Dada su naturaleza, una fuerte tesitura apocalíptica acompaña su Et dabo illi stellam matutinam, apenas propicia para acompañar la realidad vivida bajo el alfanje del fascismo argentino. Aquí el poema II de dicha obra:
“¡Levantaron las albas sus sentidos en el día de mi pavor con su noche de muerte!/ Pavor de días y secretos de días./ Recogemos aromas de los días en el misterio de los misterios./ Caen los muros./ Veo la tierra sabrosa de vida y muerte./ Y sobre mí lloraron las criaturas y cantaron los niños cantores/ Los ejércitos de la gracia desnudaron espadas ante el alba.”
Cuando Fijman es entrevistado en 1969 por Zito Lema, éste le pregunta cómo ubica su obra Estrella de la mañana en relación al momento social en que fue escrita, a lo que Jacobo responde:
“Estrella de la Mañana corresponde a la época más oscura que yo he conocido en este país. La gente era perseguida de la manera que ha sido establecida en el Apocalipsis.”
Hundido en una profunda miseria económica, Fijman apenas sobrevive con lo que gana tocando el violín en las tabernas y burdeles. Pernocta donde puede. Consagra sus días desde entonces y hasta 1942 a la lectura. En ese mismo año se le prohíbe la entrada a la Biblioteca Nacional. Meses más tarde es detenido por la Policía Nacional y encarcelado ―otra vez― en la cárcel de Villa Devoto, para posteriormente ser ingresado en el Hospicio de las Mercedes; hospital psiquiátrico en donde permanecería hasta su muerte, en 1970. A pesar de las condiciones a las que fue sometido, Jacobo Fijman jamás doblegó su espíritu renovador y creador. Para entonces, su nombre aparece escuetamente en enciclopedias literarias, pero el olvido en el que nuestro poeta se sume es insondable.
Sus últimos años de vida transcurren en compañía de su amigo Vicente Zito Lema, quien le dedica a su obra un número de Talismán, revista que dirigía en aquel entonces. Zito Lema inicia una encarnizada lucha por difundir la obra de Fijman, logrando así que sus apariciones en público sean más frecuentes, situación que lleva a Fijman a ser invitado al programa de televisión “La Ciudad Creadora”, donde declara: “todos los domingos, en misa, los sacerdotes comen mierda”. A los pocos meses, Jacobo Fijman muere a los 72 años de un edema pulmonar agudo, llagado por la incomprensión, el olvido y la pobreza.
Jacobo Fijman engrosa la lista de cientos de poetas olvidados y heridos por el punzón de la ignorancia no sólo de un sistema cultural mediocre y esnobista, sino también de sus coetáneos que no vieron en Fijman más allá de sus supuestas afecciones mentales.
*Enlace para descargar la obra poética de Jacobo Fijman: https://archive.org/details/fijman-obra-poetica/mode/2up
[1] Cooper, David. (1974) Violencia y psiquiatría en Psiquiatría y antipsiquiatría. Editorial Paidós, Buenos Aires
[2] Dosil Mancilla, Francisco Javier. (2019) La locura como acción política. El movimiento antipsiquiátrico en Revista Electrónica de Psicología Iztacala. Recuperado desde http://www.revistas.unam.mx/index.php/repi/article/view/69164
[3] Zito Lema, Vicente. Conversación con Jacobo Fijman o el viaje hacia la realidad profunda. Buenos Aires, 1969.
[4] Cárcano, Enzo. (2018) La poesía mística y marginal de Jacobo Fijman: una aproximación literaria en Revista del Centro de Letras Hispanoamericanas. Recuperado desde https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/celehis/article/view/2789