15 Letras de tango escritas por mujeres

1. Decime, Dios, dónde estás

Tita Merello (Buenos Aires, 1904 – Buenos Aires 2002)

Por Miguel García

Laura Ana Merello, Tita, llevaba todo el tango en las venas. Su carrera artística es diversa y prolífica como actriz de cine y teatro. De personalidad fuerte, pícara, canchera, supo ganarse el favor popular gracias a sus actuaciones en las que solía representar personajes del pueblo, con un espectro expresivo que transitaba de golpe y sin problema de lo cómico a lo trágico. El gran debut que la llevó a la celebridad se dio con la primera película sonora que se filmó en Argentina, Tango, de 1933, al lado de Libertad Lamarque y Alberto Gómez. Desde entonces, el reconocimiento que recibió fue aumentando hasta convertirse en una de las grandes luminarias del escenario argentino.

Cantó también muchísimo; antes que actriz, fue una de las cancionistas que forjaron el modo femenino de enfrentar las letras de tango. Su voz es de aquellas que uno desea seguir escuchando no por su perfecta entonación (que no la hay), sino por su profundidad, por su honestidad, porque hay sustancia efectiva y no solamente forma o belleza.

Su origen es difuso. Aprendió a leer ya adulta, pues tuvo que trabajar desde niña; su padre murió —según declaró en alguna entrevista— cuando ella tenía cuatro meses de edad. Al más puro estilo gardeliano, las noticias de su nacimiento e infancia son misteriosas. La misma Tita abonaba a esta incertidumbre otorgando datos, revelando, pero también velando. ¿Qué logró con todo ello? Esta mujer surgida del barrio, capaz de desmitificar el hambre, la pobreza y el arte, se convirtió en su propio mito.

Se dice que en sus funciones del teatro Maipo, la presentaban como la «vedette rea». José Gobello en su Diccionario lunfardo define el adjetivo «reo» como «humilde, pobre» y «propio de la gente de baja condición social»; en su calidad de sustantivo: «Vagabundo, individuo sin ocupación, amigo de juergas y renuente al trabajo», y hace una distinción de género: «el femenino “rea” circula también como sinónimo de atorranta, mujer que se entrega con facilidad». Aunque esto último no dejaría bien parada a nuestra artista, es claro que dicho adjetivo aplicado a ella se refiere a una actitud de resignación estoica, desafiante, rebelde y lúdica ante una vida de penurias.

Es conocido el romance que tuvo con el actor Luis Sandrini en una época en la que prefirió apoyarlo en su carrera y quedar un poco a su sombra, dado el amor profundo que le profesaba; sin embargo, al no estar unidos por un nexo matrimonial, éste hizo una vida de soltero y, en su estancia laboral en España, conoció a una joven, se enamoró y se casó con ella. Tita quedó profundamente lastimada. Este pasaje de su vida hizo que la actriz desbordara su sensibilidad en una letra que musicalizó Héctor Stamponi, «Llamarada pasional» [1]: «La voz de un hombre me persigue en el recuerdo, / en el recuerdo tormentoso del ayer. / Era una voz que suplicaba a mi conciencia / que fuera buena, que lo quisiera bien. / Son mis sentidos que te gritan que regreses, / es mi tormenta la que aflora con tu voz. / Es llamarada el quererte y no tenerte, / saber que late para ti mi corazón».

 

*     *     *

 

Le di la cara a la vida

y me la dejó marcada.

En cada arruga que tengo

llevo una pena guardada.

Yo me jugué a cara o cruz,

iba todo en la parada;

llegó el tiempo, barajó

y me dejó arrinconada.

Si sos audaz, te va mal;

si te parás, se te viene el mundo encima.

Decime, Dios, donde estás,

que te quiero conversar.

Si para unos fui buena,

otros me quieren colgar.

Mientras me estoy desangrando,

vivo sentada esperando

el día del juicio final.

Decime, Dios, donde estás,

que me quiero arrodillar.

 

Aunque no tuvo propiamente una obra como letrista, se interesó por verter en versos su experiencia vital. Cuando alcanzó los sesenta años, se puso a reflexionar acerca de la vida y el resultado fue la letra de este tango, con música de Manuel Sucher. Comienza con una mirada a su condición presente tras la senda recorrida, a la manera de los poetas españoles del siglo de oro, como un Garcilaso que dice: «Cuando me paro a contemplar mi estado / y a ver los pasos por do me ha traído, / hallo, según por do anduve perdido, / que a mayor mal pudiera haber llegado». La Merello, con una declaración de valentía encarecida, nos dice: «Le di la cara a la vida / y me la dejó marcada, / con cada arruga que tengo / llevo una pena guardada». Mediante un vocabulario propio de los juegos de apuestas, explica: «yo me jugué a cara o cruz, / iba todo en la parada; / llegó el tiempo, barajó / y me dejó arrinconada». El tiempo, quien baraja los naipes que nos tocarán en la vida, le hizo perder.

En el estribillo, cuestiona la manera de comportarse de la sociedad, que lo juzga todo; irremediablemente seremos recriminados: «Si sos audaz, te va mal; / si te parás, se te viene el mundo encima . . . Si para unos fui buena, / otros me quieren colgar», y esto es desolador, no encuentra a quién recurrir que la comprenda. Uno se siente tan solo, y la fe es ya tan lejana en estos tiempos de progreso y modernidad, que clamamos por la presencia de una deidad que se niega a manifestarse, porque lo espiritual hace mucho que fue reemplazado por lo material. No sabemos a quién acudir, Dios no aparece y es como estar fuera de lugar, en orsái, como decía Homero Manzi; queda anulada la voluntad porque no hay un receptor de nuestra súplica: «Decime, Dios, dónde estás, / que te quiero conversar . . . Mientras me estoy desangrando / vivo sentada esperando / el día de juicio final».

«Decime, Dios, dónde estás» es una denuncia que no tiene cabida en este mundo, el entorno la somete en cada acción que emprende, ¿y de qué sirve denunciar conductas humanas ante los mismos humanos? Juicio perdido en el que el juez es también parte; por eso necesita hablarle a Dios, que está al margen, igual que ella: «decime, Dios, dónde estás, que me quiero arrodillar».

Este tango tuvo abundantes registros discográficos: Osvaldo Pugliese con la voz de Jorge Maciel, Alfredo De Angelis con Carlos Aguirre, José Basso con Alfredo Belusi, Aníbal Troilo con Tito Reyes. Compartimos la versión que la misma Tita Merello dejó registrada con el acompañamiento de Carlos Figari en la película Los hipócritas de 1965.

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