Los días sin sol

Por Diego Medina 

Hace dos meses que la nave atravesó el cinturón de asteroides, pero fue hace una semana que llegamos a Júpiter, gracias al avance de la tecnología este era el menos sorprendente de los logros de la humanidad hasta ahora, de hecho el entusiasmo renovado en el progreso no sólo era un milagro que dejaba atrás el pesimismo de la era post atómica, sino que había superado el cáncer, la hambruna, el calentamiento global y la pobreza, incluso el nueve de abril del 2034 sobrevivió a una lluvia de meteoritos gigantes, gracias a la coordinación entre las cuatro Estaciones Espaciales Internacionales y los ejércitos de la Tierra, fue así que como un hormiguero que sobrevive a una lluvia torrencial en el corazón del Amazonas, los terrícolas decidimos salir a explorar nuestro vecindario después de la tormenta.Al principio los gobiernos tomaron aquello como una advertencia celestial, por no decir divina, de que el hombre tenía que asegurarse su existencia, aunque no pudiera asegurar la de la Tierra, pero los más entusiastas vieron no una señal apocalíptica sino una invitación para conquistar nuevos mundos, de tal forma que todo lo hasta entonces vivido, el renacimiento, la revolución industrial, el nacimiento de las civilizaciones, todo, parecía ahora la más remota prehistoria.

Fue entonces que se creó la misión Nautillus XXI, la cual tenía como objetivo encontrar un planeta habitable fuera del sistema solar, ya que hasta ahora las bases en la Luna y Marte no habían podido dar el salto a la terraformación, fue así que un 9 de abril de 2044, en el décimo aniversario de la lluvia de meteoritos, me embarqué en el viaje más ambicioso de la humanidad junto a ingenieros, biólogos, químicos, nutriólogos, agrónomos, médicos, enfermeros, obreros, maestros, artistas y físicos. Yo era parte de estos dos últimos grupos, lo que le aseguró a mi familia una vida despreocupada en la Tierra y el privilegio de visitar las bases en la luna y en marte una vez que cumpliera diez años de servicio para la federación. Hasta hace una semana todo parecía ir viento en popa, pero cuando nos acercamos a Júpiter, la comunicación con la Tierra empezó a fallar.

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Casi todos suponían que el error se debía a algún efecto de la fuerza gravitatoria de Júpiter sobre la nave, la cual teníamos que aprovechar para salir impulsados del sistema solar, el problema era que las bases de la Luna y de Marte sí respondían y tenían el mismo problema con la de la Tierra, eso desconcertó a muchos, pero no generó temores, quizá algo andaba mal con las Estaciones Espaciales Internacionales, algo que no les permitía recibir y mandar señales, pero todo parecía normal; las ciudades iluminaban el lado oscuro de la Tierra, las auroras coronaban los polos de colores eléctricos y las nubes bailaban en círculos en el océano pacífico. Al menos esas eran las imágenes que la base en la Luna había conseguido, por eso la preocupación nos invadió cuando hace un par de días dejamos de recibir señales de la Luna.

Amadeus Scott, nuestro capitán, quería volver a la Tierra, pero los compañeros de la base marciana lo persuadieron; nuestro objetivo era más importante, llegar a donde nadie más había llegado y sobrevivir. Aunque nos rompía el corazón seguir adelante sin poderle decir adiós a nuestros seres queridos, ellos eran la razón por la que teníamos que marchar sin mirar atrás, de nosotros dependía el futuro. Sin embargo, antes de entrar de lleno en el punto crítico de la órbita de Júpiter nos llegó un mensaje aterrador de la base marciana: S.O.S.

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Antes de que el Capitán Scott pudiera tomar una decisión la nave se quedó sin energía, las luces se apagaron, se sintió un frío estremecedor, que sólo fue contrarrestado por los generadores de emergencia, la Tierra estaba muy lejos y el día se quedó sin sol, pero la verdadera oscuridad la sentimos después, cuando vimos lo inimaginable, lo inmenso, el terror de las estrellas dirigiéndose hacia la Tierra: una nave nodriza del tamaño de una luna pequeña pasó al lado nuestro, acompañado de miles de meteoritos, que después dedujimos, eran su flota, que después dedujimos, eran hermanas de las naves que la Tierra destruyó en el 2034.

La nave nodriza no se percató de nuestra presencia gracias a las interferencias de Júpiter y a que no teníamos prendido ningún equipo mayor, por lo que pasó de largo mientras nosotros éramos arrojados del sistema solar por nuestro hermano mayor, ¿qué podíamos hacer por la Tierra sino llorar?, sólo espero que alguien haya podido escapar. Sin duda aquel día dejamos atrás la etapa más oscura de nuestra historia. Ahora, diez años después, hemos aprendido a sobrellevar nuestra derrota, hemos sobrevivido y nos esforzamos por recordarnos humanos, aunque muchos no saben ya cómo se siente la arena y las olas, a qué huele la primavera o lo que es el invierno, todo aquello que a los niños nacidos en la nave les parece un cuento de ciencia ficción, un pasaje bíblico sobre un paraíso perdido, pura mitología.

La verdad es que ahora no sabemos si queremos encontrar vida en otros planetas o, por el contrario, escondernos de ella; lo cierto es que cuando pasamos junto a la sonda Pioneer II prometimos que algún día volveríamos. Por el momento nuestros ingenieros amplían la nave, ahora tiene la mitad del tamaño que tendría la nodriza que invadió la Tierra, el siguiente paso es instalar una colonia en alguna luna, después el tiempo lo dirá.

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Ayer, el día 3,749 sin sol, el capitán Scott decidió mandar una misión a nuestro antiguo sistema solar para investigar lo que había pasado, el mismo dirigiría la empresa, pues era un viaje sin retorno, y en caso de que algo saliera mal mandarían una sonda con la información, la cual llegaría hasta Júpiter y, una vez fuera del sistema solar, enviaría la información correspondiente, siguiendo las coordenadas de nuestro viaje, para después autodestruirse.

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La señal dice: Regresen. Pero yo, como el nuevo capitán, he dado la orden de seguir adelante, sólo que en otra dirección, pues en caso de que la nave haya sido interceptada por nuestros enemigos no podrán localizarnos una vez que cambiemos el curso, si por el contrario, la señal es auténtica, no hay motivos para abandonar nuestra misión.

En un par de generaciones no habrá recuerdos de la Tierra a bordo de la nave y todas estas paradojas dejarán de implicar una contradicción como la que ahora me hace dudar. No dejo de pensar en lo diminuto que me parecen las hormigas y en lo parecidos que somos cuando veo por la escotilla esta playa de polvo de estrellas a lo que algunos llaman universo.

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