Rubén Décrit | Poemas

Rubén Décrit (Jaén, España, 1993) cursó sus estudios en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de Jaén. En estrecho contacto con la música y la literatura desde temprana edad, encuentra en ellas un refugio y halla en la poesía una cierta comodidad para expresarse, conformando su propio estilo poético en un camino que procura y reivindica una regresión a los clásicos.

 

 

 

Los álamos

Cuando el mundo no hallaba ya

mis dolidas manos, mi débil huella,

mi pobre latido

y era siempre la noche

desde la aurora a la aurora

y el mar se adentraba ya hacia el hombre

por las venas y el juicio,

surgió del silencio,

de la humilde Tierra,

como un brotar

de espuma blanca en la penumbra,

como alzan los pájaros

su primer vuelo,

súbitamente una primavera,

y una flor pobló los trigales

y las largas avenidas de roca y herrumbre.

 

Llegó apenas palpitando

y vino con su nombre a darme nombre

y con su voz a nombrar mi sombra

y con sus verdes hojas

a arengar mi mano endeble;

con sus pétalos de ocaso a concederme

el deseo humano de los ojos…

 

Y ya el mundo

adormecido iba

hallándome

desde la aurora

a la aurora.

Sin mar.

Sin silencio.

 

 

 

Ecos

Cuéntame cómo mueres,
cómo renuncias —sabio—,
cómo —frívolo— brillas de puro fugitivo,
cómo acabas en nada
y me enseñas, es claro, a quedarme tranquilo.
—Gabriel Celaya.

 

Mi nombre ha regresado
a su tierna infancia.

Estoy de pie y escucho
—como una dulce canción—
un eco que me llama
en mitad del invierno.

El aliento llena las ventanas
de índices con sueños,
de ayeres y nuncas
y ahoras y mañanas.

Henchida florece la rosa de la tierra,
se abre, incalculable como un rostro,
como unos labios que hablan
y una voz
—como la mía—
débilmente me reclama.

 

 

 

OODAAQ

Nunca somos más hombres
que cuando el borde quema nuestras plantas desnudas.
Nunca estamos más solos.
Nunca somos más huérfanos.
—Piedad Bonnett.

Llegó el norte

con su morada espina de siglos

como el águila silenciosa y hambrienta.

 

Los nombres perdieron

su tibia patria de viejas voces.

¡El Norte!

 

En la vileza de los mapas

y su camino angosto

se cernió como un azul quebrado en los labios.

 

¿Qué nos queda sino el jamás de las islas aquellas?
El recuerdo que tañe

como un alado amuleto

que la memoria solloza.

 

¡El Norte!

Me pregunta: ¿es la hora?

Proclama: es la hora.

Pero nunca es la cierta hora,

porque el Norte es un invierno bajo la tierra,

inesperado, repentino como alguna vez

el afilado diente de octubre emerge,

y en las cordilleras se oculta del silencio

otro frío que va llegando

y nunca llega.

 

 

 

Dones del silencio

De pronto, en las alturas callaron,
allá desde arriba,
algunas cosas.
Mi voz de espina sedienta iba
perdiendo
su idioma antiguo,
su verbo de duro mármol,
su garganta impura y triste.

¡Cuánto ha morado el estrépito
mi epicentro azotado
por su oscura tierra!

Pesado, inmóvil,
solamente
como un ancla vieja,
por mí transcurrían el duro viento
de lo inhumano,
un frío de grandes casas olvidadas,
la soledad con sus llanuras
poblaba el espacio
de las restantes voces
con su palabra sorda y única.

Ahora
tras las calladas mitades de mi pulso,
tras el silencio raído por el fondo,
con la infancia brotando entre los dedos,
pienso:
a nadie te pareces que haya
andado antes esta sombra.

Porque una ola
con su cresta, enorme,
inmensa
como el largo beso de los azules,
ha detenido por siempre
el rumor cansado de aquella altura
y de mí han dimitido
mi pobre origen,
mi patria antigua,
mi voz con su acerbo:
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀la palabra oscura.

 

 

 

El colmillo de los pájaros

Mira tanta ceniza
como una herencia gris entre las manos.
—Javier Egea.

 

Atónito imploro
a la tierra inerte de la memoria,
al negro siglo que socava la calma
del juvenil cuero de los sueños.

En el desdichado anhelo
del olvido o la existencia he mendigado verte
al fin en las raíces de tu nombre,
donde naciste
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀allá con la ternura de quien nace
hasta el segundo latido
que el hombre te impuso.

            He bogado las llanuras hallando solo
            cuanto soñaban el silencio y mis labios:
            campos yermos que hollar sin huella ni barro,
            sin manos, sin letales sacudidas,
            sin el naciente o desteñido
            golpe del mundo.
            Porque nada cabalgo ahora, nada palpable
            agarraba entonces
            mi endurecida mano de insomnio;
            mi pobre olfato era un niño de ojos sencillos
            y deseos infinitos.

            Y yo era el pequeño hijo de ahora,
            porque me aferro
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀            al puro nombre de las cosas.

Despojado de certezas,
pobre en caminos transito
ahora
las largas longitudes del silencio,
la indivisible derrota
de las calles
sobre la callada tinta del alba
que apuradamente oculta los términos
del fin sin fondo.

¡Tierra inerte de la memoria!
¡Negro siglo!
¡Hombre! ¡Niño! ¡Vástago!

Dejadme hallar tras la crudeza de los muros
la raíz rota del olvido
brotando al fin
⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀a una oración estimada.

 

 

 

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