Antropología criolla

Por Stephania Rodríguez[1]

Antes del exilio hubo en esta tierra campo fértil, frutos y bondad para compartir, hubo milpa, agricultura sostenible, hubo sabiduría y amor incondicional por la tierra que nos cuida; en esta tierra madre, hubo sueños y oro consagrado a la manigua. Mas, sucede, sin embargo, que se ha apoderado un sinsabor postcolonial, impregnado en cada acción y decisión.

 

Nos han extraviado las guías pues resulta contradictorio querer “educar” a esta américa salvaje a punta de santos y rezos, modelos educativos desprolijos y anticuados, los cuales en su práctica no fortalecen al campesino, ni dan continuidad a nuestra ancestralidad, modelos de enseñanza ajenos, programados para desraizar más al pueblo de sus verdades espirituales y agrícolas. Es solo observar, parar y mirarnos para dar cuenta de aquello que no se nombra, perdidos en una sociedad hecha a imagen y semejanza de quienes con desgracia bañaron estas tierras vírgenes e hicieron surcos de dolores, por quienes el bien tarda más en germinar y hoy decimos no más.

 

Es prudente aceptar que entre más alejemos el camino de lo que somos más sufrimos el extravío, esa sensación de nunca hallarse, ese ir y venir no es y nunca ha sido parte de las costumbres colombianas. Es la realidad hasta ahora, más no la única por vivir, problemática a la cual debemos hacer frente hoy desde espacios como la literatura e infinidad de otros espacios de manifestación y acción.

 

Recordar siempre que la verdad del camino está en uno y cuantos más seamos los que comprendemos el poder que circunda la historia y el presente del saber indígena aún latente en nosotros, más cerca estaremos de la verdad. Verdad que es justicia y equidad fundadas en el derecho a la vida digna, y así soberanos  en este paraíso volver a los cuatro caminos que en realidad son uno (QHAPAQ ÑAN) el Cóndor, el Puma, la Serpiente y el Colibrí, guardianes desde la eternidad, cuya esencia nos llama para hacer uso de los dones atribuidos a estos seres misteriosos y mágicos que también habitan el paisaje colombiano y a quien confían y respetan desde la práctica de la determinación y la defensa de estos saberes y costumbres, que son más que potencial de exportación o comercio ilegitimo.

 

Como gentes del campo, como a quienes criaron a punta de tinto mañanero, dulces de abuela y medicinas precisas que nos curan no solo cuerpo sino mente y espíritu, el mensaje es solo uno, volver implacablemente, volver a la esencia de nuestra  colombianidad, en donde se atesora cada memoria, riqueza de nuestra idiosincrasia, porque esto es solo cuestión de dignidad y pueblo

 

 

 

 

[1] Stephania Rodríguez (Tuluá-Valle del Cauca). Cocinera, egresada del Sena CAB y del fogón de su abuela materna, gestora social y escritora en proceso. Principalmente se desenvuelve en géneros como el ensayo, el artículo y la poesía. Ha participado con sus textos en: lectura en altavoz, club de lectura juvenil y en la Revista digital Letra A letra edición día de la mujer. En la actualidad desarrolla el Proyecto socio-cultural < @Raíces y colores > en donde se abordan temas Sociales, políticos de las distintas violencias y conflictos en Colombia. Le llaman la atención temas como la cultura y el arte comunitario, la agricultura como forma de construir Paz. Es amante del buen café y las charlas cotidianas, desde temprana Edad ha mostrado interés por participar en distintas competencias deportivas, obteniendo reconocimiento en patinaje y desempeñándose como entrenadora en Categoría junior, novatos y juvenil, así como porrismo y voleibol.

 

 

 

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