LA DESCOMPOSICIÓN DEL CUERPO SOCIAL

(Un grito de terror desde las entrañas de México)

Imagen tomada de vanguardia.com.mx

Por Isaac Gasca Mata[1]

  1. EL PROBLEMA

Aunque nos duela admitirlo los problemas de la sociedad mexicana son predecibles, consecuencia lógica de la conducta que la mayoría de los habitantes de este país tiene con sus semejantes. Por una parte está el caldo de cultivo de una sociedad desigual: pobreza económica, marginación, falta de oportunidades educativas y laborales, salarios insultantes, explotación laboral con jornadas de más de doce horas a cambio de ínfimos ingresos que apenas alcanzan para pagar los intereses de la deuda (pero no la deuda) que gran porcentaje de mexicanos tiene con cadenas comerciales, sin mencionar la contaminación de las urbes, el tráfico masivo y otras tantas características que como gotas de ácido corroen el equilibrio emocional de las personas. Por otra parte, la convivencia con una sociedad irresponsable, poco educada, nulamente competitiva. Basta ver los resultados que obtiene nuestro país en pruebas estandarizadas como PLANEA para sentir vergüenza[2].

A México le falta educación y por eso le falta todo, incluyendo la paz.

¿Quiénes son los responsables de los asesinatos en México? Es el gobierno, claro, por su ineptitud sistemática. Pero también es la sociedad. Los asesinos infames muestran con su vileza el lado más oscuro de nuestras conductas. “Ellos” salieron de “nosotros”. Algo estamos haciendo mal. Esos canallas fueron educados en nuestra colectividad. Una colectividad que también genera doctores, ingenieras, psicólogas… pero que por muchas razones falló en la educación de algunos de sus miembros. Numerosos sociólogos y antropólogos coinciden en la idea de concebir a la sociedad como un molde de comportamientos que se aprehenden y heredan. En la obra titulada La construcción social de la realidad, Peter Berger denomina “socialización” a la adaptación sistemática que todo individuo debe asumir para ser parte de su comunidad. Para ser reconocido dentro de ella, para conocer sus significados y al mismo tiempo elaborar nuevas interpretaciones, el individuo primero debe educarse según las exigencias del sistema prestablecido pues la cultura es quien lo define y no viceversa. Peter Berger sostiene que:

“Cada nueva generación es enseñada a vivir según las reglas y programas institucio-nales de la sociedad (…) La nueva generación es iniciada en los significados de la cultura, aprende a participar en las labores establecidas y a aceptar tanto los papeles como las identidades que configuren su estructura social (…) el individuo no solo aprende los significados objetivados, sino que además se identifica con ellos y es modelado por ellos. Los hace suyos, los convierte en sus significados. Se convierte no solo en alguien que posee esos significados sino en alguien que los representa y los expresa.” (Berger, 1998: 32)  

            Por lo tanto, parte de la responsabilidad de cada feminicidio, cada infanticidio, cada terror y pesadilla que ocurre en México es de la sociedad misma. Es culpa de los progenitores que no educan, de los maestros que no enseñan, de los hermanos, amigos y vecinos que no tienden la mano, que no se solidarizan. Es culpa del morboso que acosa en el metro, pero también de la persona que no le pone un freno, es culpa del ladrón que arrebata celulares, pero también de la persona que compra móviles robados, a sabiendas que su procedencia ilícita es la razón del precio bajo, es culpa de la infeliz que extorsiona por teléfono, pero también de la familia que se beneficia con ello. Sí, existe el hambre, existe la pobreza, la marginación y la desigualdad en México. Este país enfrenta múltiples problemas, pero ni todos juntos justifican el actuar de los inadaptados, auténticos terroristas, que en los últimos meses han puesto de rodillas a la república. La violencia que actualmente padece el país es resultado del desorden, frustración y recelo que pudre a la sociedad desde adentro. Todos somos parte del problema, por ello la solución solo puede venir de nosotros.

            Qué furia despertar cada mañana y leer en las noticias desapariciones de jovencitas, niños y niñas víctimas de abuso sexual, asesinatos en masa como si se estuviera cumpliendo una cuota de terror. México es una pesadilla y quienes deberían proteger a los ciudadanos no lo hacen por torpeza o desdén. Hace poco asesinaron a tres estudiantes universitarios en Puebla. Al día siguiente miles de jóvenes marcharon por el centro de la ciudad para exigir justicia, pero no fueron atendidos. Tal vez a los políticos se les olvida que son servidores públicos y que ellos voluntariamente quisieron ocupar el lugar de responsabilidad que ahora ostentan. Nadie los obligó. Ahora que tienen el poder envían policías para evitar dialogar con los jóvenes. Los “líderes” no son empáticos. Qué tristeza, enojo e indignación. Ejemplos como ese hay muchos a lo largo y ancho de la nación… Mientras tanto la sociedad tiene que realizar sus labores con miedo, mandando mensajes para preguntar si todo va bien, si la familiar llegó a su casa o necesita que vayan por ella. No es posible resignarse a esto, no es posible acostumbrarse al miedo, normalizar la muerte. ¿Grupos de choque? Tal vez. ¿Inadaptados que aprovechan el vacío de poder para consumar sus crímenes? Seguro. Sea una razón u otra la sociedad está sola. Y solo entre nosotros nos podemos proteger. Pero no es tan sencillo. Antes de lograrlo las y los mexicanos debemos superar las conductas y actitudes nefastas que nos trajeron hasta aquí.

Un dato terrorífico es que 2019 fue el año más violento del que se tenga registro en la historia moderna de nuestra nación. Si seguimos comportándonos igual 2020 tiende a ser mucho peor.

 

  1. LA CAUSA

En México no es común que los jóvenes estimulen sus mentes practicando la música, la pintura, algún deporte… Ya no se diga la lectura. Sabemos que no lo hacen, ni lo harán. Porque les falta el ejemplo, porque muy pocos mexicanos les indican a sus hijos el camino correcto, el de la ética, el de la convivencia bajo un marco legal. Muchos padres y madres irresponsables dejan que sus hijos se eduquen como puedan, con lo que tengan. Y lo que tienen son mensajes sanguinarios reproducidos una y otra vez en las redes sociales, normalizando lo que debería provocarnos pavor. Sí, los adultos trabajan todo el día y llegan cansados a casa, muchas veces con poco dinero y mucha desilusión, pero si no educan a sus retoños, si no hacen el esfuerzo por brindarles un poco de tiempo, palabras amorosas, un abrazo y la corrección cuando aún hay tiempo, afuera, en la calle, encontrarán grupos pérfidos que detrás de una supuesta empatía les brindarán lo que no tienen en el hogar. Aunque eso signifique iniciarlos en el camino de la muerte.

México es el país con el promedio de lectura de 3.8 libros al año, es el país reprobado en la prueba PISA, tanto en lectura como en matemáticas y ciencias, es el país sometido a su propia ignorancia. En tales condiciones no debería sorprendernos la brutalidad con la que algunos idiotas consuman sus crímenes. Porque son eso: cabezas huecas, estultos, miserables por la pequeña cantidad de sabiduría que retienen en el cerebro. Como sociedad les dimos malos ejemplos, no los educamos y fuimos permisivos a tal grado que no es uno o dos los asesinos, son cientos, quizá miles, quienes con sus armas desmiembran el cuerpo social… Parece que en México como en ningún otro país la frase de Thomas Hobbes, “Homo homini lupus”, está más vigente que nunca.

Lamentablemente en este país los delincuentes no se tientan el corazón para disparar su arma contra la cabeza de un inocente, no se ponen a pensar en el daño que hacen cuando secuestran, cuando asesinan. Mucho menos les importan las profundas heridas colectivas con las que marcan a la comunidad: el miedo de perder a un ser querido, la angustia de salir a la calle y tal vez no regresar, la impotencia de ver morir a un vecino. Qué vergüenza ser ciudadano de un país que tolera y forma brutos así, un país históricamente autodestructivo.

En el primer mes de 2020 los números de violencia en el país se dispararon a niveles escalofriantes[3]. Febrero fue peor. Lo increíble ahora no solo es la cantidad de muertes violentas que ocurren diariamente en la nación. Ahora duele el sadismo, la saña al matar. México, el país feminicida, homicida, fratricida, se ahoga en su propia sangre. Y todo porque desde hace décadas venimos arrastrando una educación deficiente tanto en las aulas como en el hogar. Muchos progenitores no fomentan actitudes positivas en sus hijos, de la misma forma que muchos docentes no se esfuerzan por contribuir a la ética del individuo. Somos la sociedad de las apariencias. En las boletas de calificación los estudiantes sacan diez, pero en las pruebas estandarizadas reprueban. Todos se gradúan, aunque estén rezagados. En el papel nuestro país va viento en popa, pero en la realidad convivimos en un contexto que se acostumbró al fuego. Quizá se debe a que gran porcentaje de padres y maestros no tienen idea de cómo formar moralmente a sus pupilos. Y cómo van a tener objetivos claros si ellos mismos no saben hacia dónde se dirigen. Seamos sinceros. ¿Cuál es el porcentaje de padres y docentes que predican con el ejemplo? Para muestra la lectura. ¿Cuántos maestros y padres de familia leen al menos un libro a la quincena? Muy pocos, en realidad. No es por falta de tiempo[4]; es desinterés, impericia. Para nadie es un secreto las horas que el mexicano promedio desperdicia revisando sus redes sociales. Para dar likes sí tienen minutos, incluso horas, pero para cultivar su inteligencia mediante la contemplación del arte o el ejercicio de la lectura, nada, ni un momento. Mucho menos para invitar a sus hijos e hijas a hojear un libro. Ya lo escribí antes: México es víctima de su propia ignorancia. La barbarie es otra faceta del rezago educativo. Un libro cambia al individuo, lo obliga a pensar, a reflexionar, le brinda empatía, humanidad. El pantano de sangre en el que se convirtió México se podría soslayar si el nivel cultural de la población subiera unos cuantos puntos. Es necesario que cada mexicano se instruya pues los problemas de violencia, corrupción y desigualdad económica son originados por la pobre e ineficaz labor educativa que, más que formar ciudadanos éticos, reflexivos y solidarios, forma sujetos endebles y proclives a la continuación de las fallas. Hace algunas décadas Jaime Torres Bodet apuntó: “Si queremos educar a los niños de México para la libertad y democracia, debemos enseñarles, antes que nada, a ser verdaderamente libres y adquirir el arte de gobernarse a sí mismos”. En un momento como el que actualmente atraviesa México, sumido en una de las peores crisis sociales de su historia, resulta de vital importancia revalorizar esta frase como una opción de cambio. Sin embargo, en el país el consumo de bienes y servicios culturales es muy limitado. Existen sectores sociales, pertenecientes a los deciles económicos más bajos, que tienen acceso restringido, o nulo, a la alta cultura porque la precariedad monetaria obliga a los sectores marginados a restarle importancia a la educación como un bien de primera necesidad, provocando un círculo de violencia en el que el nivel intelectual de las personas, sumado a las carencias económicas, genera, en algunos casos, criminales que no se tientan el corazón para matar a un conciudadano con tal de llevar comida a sus hogares, comprarse una troka nueva o embrutecerse con alcohol… Y también tenemos a los criminales más grandes, los de los deciles más altos. A ellos también les falta educación. Aunque su condición no fue motivada por la carencia sino por la ínfima ética que emularon desde pequeños. A México le falta educación para todos y un ingreso digno para las familias que requieran escapar de este ciclo vicioso.

Es cierto que últimamente México ha sufrido incontables derrotas a manos del crimen y la impunidad. Pero precisamente por eso hoy más que nunca la sociedad no debe resignarse. ¿Cuánta maldad?, ¿Cuánta incivilidad tenemos que vencer? Mucha. Actualmente parece que nuestra sociedad se acostumbró al estado natural del que hablaba Hobbes. Un estado de guerra y desconfianza permanente. Un estado desarticulado, violento, sin autoridad. No se arreglará por sí solo. No hay más camino que enfrentarlo y corregirlo. Todos, todo el tiempo, en todas partes. Tenemos frente a nosotros un reto colosal: una nación despedazada que se ahoga en su propia sangre, que se corta con sus vidrios rotos. Solo unidos saldremos adelante. ¿Cómo? Educando con ética y cultura a la juventud.

 

  1. LA SOLUCIÓN

Dirijo este apartado a los jóvenes de México que desde sus específicos contextos se esfuerzan por revertir la infamia que ahora mismo se ensaña con las mujeres. Mi respeto para todos ustedes en Puebla, en Monterrey, en Los Cabos, y en todas las ciudades donde hacen oír su voz con reclamos de justicia, un grito de paz en medio de la cotidiana violencia. La razón está de su parte y con ella la esperanza de nuestro agobiado país.

Jóvenes, ustedes tienen la solución para esta sociedad podrida.

Desde ya les pido perdón por robarles, a ustedes sí, sus sueños, su infancia. Y por no brindarles las condiciones necesarias para su óptimo desarrollo. Ustedes deberían estar acostumbrados a salir a pasear con amigos, con sus parejas, salir al cine sin miedo, jugar futbol sin temor de que anochezca. Ustedes, jóvenes mexicanos, deberían vivir su adolescencia y juventud sin el terror que ahora los estremece. Salir a pasear en bicicleta, surfear o ir de fiesta eran actividades muy diferentes diez años atrás. Las generaciones mayores les fallamos, ojalá nos perdonen. Recibimos un país mejor que el que ahora les entregamos. Nosotros lo heredamos pobre, pero se los dejamos escurriendo sangre. Mi generación no fue suficientemente inteligente, suficientemente hábil o empática, para erradicar los problemas que hace una década empezaron a aflorar y ahora cobran miles de vidas anualmente. Muchos millenials no saben ni cómo dejar la casa de sus padres. Quizá ustedes si puedan rescatar a este país sumido en la barbarie. Porque no serán los gobernantes quienes revertirán esta historia fratricida. Serán las y los jóvenes comprometidos con su sociedad, las y los jóvenes ocupados en erradicar las atrocidades que diariamente empañan de rojo a nuestra nación. ¿Cómo? Educándose en la ética, en eso los podemos ayudar. Ustedes son quienes construirán pensamiento crítico a partir de una educación holística y tecnológica que los empodere y los haga partícipes y protagonistas de su tiempo. Y no se olviden de cultivar el arte, la historia, la filosofía y las letras a la par de la ciencia. Nuestro país despreció las humanidades… ahora paga el precio de su mayúsculo error.

En México la cultura de la irresponsabilidad es un lastre de proporciones gigantescas que influye negativamente en sus ciudadanos. Ese es el principal desafío que deben corregir si pretenden salir de la cloaca de sangre en la que convertimos al país. Pero no es fácil. Muchísimos mexicanos crecieron con la cultura de la irresponsabilidad y ahora es parte de su identidad al grado que frases como “el que no tranza no avanza” o la tristemente célebre Ley de Herodes forman parte de su idiosincrasia. Es común escuchar en plazas públicas, escuelas, teatros, incluso leer en las redes sociales palabras, discursos, imágenes que evidencian la falta de compromiso de gran parte de la población mexicana con su realidad. Las bajas expectativas de varios sectores de una sociedad empeñada en el autodesprecio, en creerse menos, en limitar sus potencialidades porque “así son las cosas”, porque “no es mi problema”, porque “¿qué gano con eso?”, motiva el desarrollo de un ambiente peligroso por indiferente. La cultura de “que lo haga otro”, “¿yo por qué?”, “¿cuánto me vas a pagar”, la cultura de tirar basura en las calles porque “para eso hay barrenderos”, la cultura de escupir en el metro porque “ya pagué mi pasaje”, la cultura de pasarte un semáforo “porque se me hace tarde”, la cultura del insulto “pinche chilango”, de meterse en la fila “nomas tantito”, la cultura de la mordida “le doy quinientos pesos si me deja ir”, la cultura del engaño “se lo juro por ésta” (besa sus dedos en cruz) son pequeños detonantes de lo que después se convierte en la cultura del balazo “si no me das tu celular te mato”, la cultura del crimen “métete a esa casa, la policía por aquí no vigila”, la cultura del secuestro “Ahora sí ya te llevó la…” cultura sangrienta que actualmente destroza a México.

Ante ustedes, jóvenes de México, hay un reto titánico: revertir la cultura de la irresponsabilidad, reemplazarla por una en la que todos los estudiantes se conciban como agentes de cambio y sepan que sus actos tienen consecuencias tanto para ustedes como para los vecinos que caminan a su lado; es practicar en las aulas ambientes positivos para que después los repliquen en sus casas; es fomentar una cultura de respeto, de confianza, de hacerse cargo y sanar las heridas que el crimen ocasionó con sus armas, con su fuego. Reflexionar y corregir las causas del problema antes de luchar contra las consecuencias. Las palabras, los actos, tienen enorme valía, pues estoy seguro de que si en las escuelas se practica una educación con bandera blanca, una educación de cimientos éticos, que se oponga a la violencia por nimia que ésta sea, el cambio paulatino hacia la paz será finalmente recorrido.

 

REFERENCIAS

BERGER, Peter; LUCKMANN, Thomas (1998). La construcción social de la realidad. Argentina, Ed. Amorrortu

[1] https://www.eluniversal.com.mx/techbit/cuanto-tiempo-pasan-los-mexicanos-en-whatsapp-al-dia

 

https://www.gob.mx/sesnsp/acciones-y-programas/victimas-nueva-metodologia?state=published

https://www.inegi.org.mx/sistemas/olap/proyectos/bd/continuas/mortalidad/defuncioneshom.asp?s=est

https://www.inegi.org.mx/sistemas/olap/consulta/general_ver4/MDXQueryDatos.asp?proy=

[1] (Los Cabos, Baja California Sur). Narrador, ensayista y profesor. Egresado de la licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Escribe ensayos, poemas y cuentos que ha presentado en diversos foros a nivel nacional e internacional. Es autor de los libros Ignacio Padilla; el discurso de los espejos (BUAP, 2016) y Tristes ratas solas en una ciudad amarga (UANL, 2019). Beneficiario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) en la disciplina de poesía, generación 2019.

[2] http://planea.sep.gob.mx/ms/

[3] https://www.gob.mx/sesnsp/acciones-y-programas/victimas-nueva-metodologia?state=published

[4] https://www.eluniversal.com.mx/techbit/cuanto-tiempo-pasan-los-mexicanos-en-whatsapp-al-dia

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