La Malinche: mito, ideología y proceso histórico

Por Diego Armando León Cruz[1]

¿Qué sabemos de Historia? Pareciera que la única respuesta compete al conocimiento de hechos históricos relevantes, sin embargo, plantearía otra pregunta ¿Qué sabemos sobre la Historia? En mi infancia escuchaba que era para conocer nuestro pasado. Posteriormente escuché que la historia era (y es) de los vencedores. La segunda respuesta irrumpe para hacer notar que estuvo ahí, dejando a la primera en la periferia, no olvidándola y añadiendo el carácter ideológico del que parecía privada.

Con estas dos respuestas acudimos a un encuentro donde la Historia pasa de ser un aprendizaje de memoria a uno donde surge la dialéctica entre la resistencia y la ideología que impera en la narración de aquellos que relatan un suceso determinado a partir de los mal llamados ganadores, siempre comunicando aspectos matizados y esquematizados sobre lo ocurrido en un momento histórico. Ahora me formulo la siguiente pregunta ¿Qué nos cuentan sobre Historia si tenemos encuentros fragmentados y matizados?

La Historia carece de imparcialidad, y ahí nace la resistencia antes mencionada, que nos hace mirar huecos, luego nos lleva a mirar qué hay dentro de esos huecos y buscar qué había con anterioridad. Es dicha falta la que nos moviliza para restablecer el carácter crítico a la Historia.

Otro de los aspectos relevantes que tomamos de ella es que con frecuencia la utilizamos con otro propósito, de ser un sustantivo propio le damos el carácter de sustantivo común para establecer sinonimia con el tiempo pasado. La Historia no es tiempo, no obstante, se sirve de él para tejer el presente con el sustento de éste. Tiene un carácter intemporal que imprime diferentes perspectivas con el fin de construir lo que podría denominar como un “observatorio”, donde podamos dar cuenta de las miradas que conectan y cruzan del pasado al presente, y viceversa, para tejer dicho entramado.

Utilizando una palabra que permea la actualidad, la Historia, a través de ese observatorio, sería una red de sucesos que nos conecta con el acontecimiento. Walter Benjamin refería al respecto que la Historia debía ser como una caja de resonancias donde debería resonar el tiempo.

Mediante esta caja de resonancias podemos surcar la Historia; surcar en el sentido de navegar sobre las miradas que la tejen y dejar una marca, como si estuviéramos arando, que constituya esa mirada que sirva para orientar el saber y la crítica sobre un hecho histórico y precisar que, a través de un contexto amplio, no sesgado o verdadero, no todo está dicho, aunque parezca que todo está escrito.

Este preámbulo es para movernos a través de esa red y no sólo tener encuentros con personajes en momentos relevantes, sino con actos que llevaron a cabo, para establecer que después de todo fueron personas. El caso particular que evoca este ensayo es un personaje determinante para Tenochtitlan.

En agosto de este año cumplimos 500 años de la caída del mayor imperio de América. A lo largo de todo este tiempo se han analizado diversos factores para que esto sucediera. Uno de ellos es la figura de Doña Marina, o como muchos la conocemos, la Malinche.

Desempolvando mi memoria, recuerdo que durante mi aprendizaje en educación básica, la figura de la Malinche solo era mencionada como una mujer que se había pasado al lado de Hernán Cortés. Si bien estaba en los libros de Historia, no pensé que fuera un personaje relevante.

La figura de la Malinche, hace más o menos veinticinco años, pasó por este proceso ideológico del que me apropié, hasta cierto punto, de un modo sesgado. Para mi corta edad, tener otra perspectiva pudo darle otro significado a dicha figura, sin embargo, de ser relevante pasó a ser un adjetivo para denominar como malinchista a todo aquel que tuviera preferencia por lo extranjero.

El sesgo ha hecho que la carga histórica acumulara con el paso del tiempo la connotación de ser una traidora y oportunista que buscó su salvación a costa de los demás. Si bien hasta hace algunas décadas se utilizaba el adjetivo de malinchismo, parece que cayó en desuso. No obstante, hoy en día utilizamos un apelativo que se asemeja: Whitexican.

Volviendo al punto. ¿Quién es la Malinche? Virgilio Vargas narra que Malinalli Tenépal fue una noble de Painalá, hija de un cacique local que tras su muerte fue vendida por su madre para asegurar la sucesión al trono de su hijo varón que tuvo al casarse con otro cacique local.

Al tejer la historia de la Malinche acudimos a un suceso Histórico otro, que habla sobre una figura diferente de la que hemos escuchado y que nos ubica en una serie de decisiones que da cuenta cómo es que ella llegó al punto donde la historia nos ubica la mayoría de las veces.

Cuando Cortés llega a Potonchán, Tabasco, ella ya se encontraba como esclava del gobernante local. Malinalli fue entregada al futuro “Conquistador” para que lo acompañara. Un dato relevante es que en ese momento las mujeres eran puestas a disposición de los guerreros que iban a luchar para acompañarlos y brindarles comida. Posteriormente, fue bautizada por Fray Bartolomé de Olmedo con el nombre de Marina.

Más allá de ser una doncella de compañía y apoyo para los guerreros, la Malinche demostró su valor. Si bien Juan de Grijalva ya era el traductor del grupo de Cortés, Doña Marina fue de suma importancia, dado que en otra cultura ostentaba el estatus de noble y contaba con conocimientos de los diferentes idiomas de la región.

Malinalli, luego Doña Marina, no sólo es el nombre que los españoles le darían, también es una identidad que establece un lugar dentro de su sociedad. Es un sutil mandoble que arropa un valor (de cualquier tipo) para designar la pertenencia y posterior función frente a un grupo que reconoce o acepta cierto tipo de habilidades. En este caso, Doña Marina tiene muchas habilidades para concretar lo que posteriormente se llama la conquista.

Si pensamos el mestizaje desde este personaje, no solo se concebiría desde un aspecto biológico, como mezcla de etnia, o en un sentido político, sino desde una construcción existencial o psíquica. Con Doña Marina estamos ante una construcción de identificaciones donde lo denominado como suceso histórico es el acto que culmina su sentido de pertenencia.

En uno de sus ensayos, Alicia Briseño analiza que si bien la identidad se mantiene como algo nuclear a través del tiempo, llega a cambiar su mundo interno de acuerdo al Interjuego con los avatares culturales.

El mestizaje implicaría, entonces, un juego entre lo interno y lo diferente. Dicho de otro modo, sería aceptar una irrupción de lo externo para que lo interno integre significantes que amplíen su mundo. Si es de ese modo ¿Dónde cabría la ideología dentro del mestizaje? Se omite al habitante de los pueblos originarios, se omite al mestizo y se integra el malinchismo para responder al llamado identitario con carácter ideológico, para ubicarlo dentro de la sociedad establecida. Malinalli logro oscilar entre los avatares españoles e indígenas para crearse y crear una oportunidad de utilizar sus recursos, como traductora y líder.

En un análisis de la obra de Luis Barjau, Beatriz Cano expone que la función de la Malinche no solo fue como traductora, sino que adquirió importancia como la primera persona del continente que se condujo entre dos lenguas al entrelazar dos bloques culturales. También se convertiría en una mediadora cultural y estratega política.

Así pues, el lenguaje es de suma importancia porque es una puerta al mundo del otro. Para los españoles fue una puerta para entrar y posteriormente conquistar. En ese sentido pareciera que los españoles obtuvieron su primera conquista al conocer el náhuatl.

Si bien el nombre de Malinche parece develado, algunos historiadores mencionan que no solo fue referencia para Doña Marina, sino que derivó de Cortés, ya que supuestamente era la palabra para decir capitán. De este modo es como también llega a conocerse a Doña Marina dada la importancia para los españoles. Otros Historiadores refieren que los pueblos conquistados no tenían una pronunciación adecuada del nombre Doña Marina, así que paso a ser Malintzin, luego Malinche.

Ante esta serie de sucesos históricos ¿Por qué el nombre de la Malinche es antonomasia de traición? Alicia Briseño señala que la Malinche se ha establecido como un mito arraigado y se transformó en un símbolo qué bordea la identidad nacional. No es para menos señalar que este aspecto define identificaciones y establece la ilusión sobre quiénes somos desde hace quinientos años. Octavio Paz y Roger Bartra expusieron dicho argumento, y aunque trataron de construir una identidad omitiendo el peso del malinchismo es algo inherente en nosotros como una postura defensiva ante lo que atenta contra nuestra identidad.

La Historia que relatan los ganadores nos lleva a las fauces de la ideología, y pareciera que esta omisión nos encierra dentro de una paradoja identitaria. No es un limbo entre dos mundos sino un tránsito entre ellos para ser y hacer Historia. Atravesar el Malinchismo es asumir que somos seres de dos mundo, cambios y connotaciones dispuestos a crear. Algo de eso habita en la concepción del mexicano.

También es relevante destacar tres aspectos que recaen en la figura de la Malinche, como historia, como madre y como traductora.

Como figura histórica, señalado anteriormente en su carácter de mediadora cultural y estratega política, hizo que el avance de Cortés fuera más fácil. La triple alianza no fue parte del azar o la providencia, sino escucha al descontento que los pueblos aledaños a Tenochtitlan tenían sobre éste, además del liderazgo que ella ejerció con sus aliados.

Hablar sobre ella en el sentido de ser madre tiene una relevancia simbólica puesto que lo antes mencionado establece de cierta manera lo que posteriormente y de varios modos pasaría en la conquista. También, no es que olvidemos que más allá de ser madre de nuestra transición fue madre encarnada ya que concebirá a Martin, hijo que tuvo con Cortés y que ambos dieron en obsequio a Portocarrero. La historia se repite, pero ella en diferente lugar y bajo otro contexto.

Establecer la resistencia ante la ideología no es un lugar que habitar, sino un proceso constante de liberación donde cada acto implica asumirse, desde ser heredera al trono, esclava de comerciantes o la mujer de Cortés o el mismo Portocarrero. El empoderamiento que Alicia Briseño menciona en su ensayo es precisamente sobre lo que en aquel momento ocurrió, aprovechando sus propias virtudes para tener un lugar no solo en la Historia, sino establecer sus identificaciones. A pesar de este paso de quinientos años, la lucha continua para (re)signar no solo el nacionalismo.

Como antes mencioné, la transmisión de los acontecimientos se ha dado a través de la conquista del lenguaje, que posteriormente se derivó a varios relatos y escritos, como el códice Florentino escrito por Fray Bernardino de Sahagún, pero quien en su momento abrió la puerta fue Mallinali, Doña Marina, Malintzin o la Malinche.

En ese sentido, el lenguaje no es solo pensar la traducción como una forma de entendimiento, sino como un aspecto para introyectar, percibir y apropiarse del mundo y la realidad. A través de ello es como Malinalli llega a ser la Malinche, por la construcción que forja a través del lenguaje, pues no solo es la cuestión de las palabras, sino de deseos y en el saber donde ella habita, es donde tiene encuentros con otros pueblos, donde se traduce y se concibe.

Así pues, en un mundo globalizado, lo más pertinente es mantener un ápice de identificaciones para seguir construyendo la realidad, pero frente a esta figura también encontramos en este observatorio que el ser no es un establecimiento, aunque sea histórico, sino que es móvil y que el cambio es la única constancia para conducirnos dentro del espectro social.

Bibliografía

-Arias Ramírez, Virgilio Adrián, Malinche, Abuela Zoque, Diáspora Chiapaneca, 2016.

-Barjau, Luis, La conquista de la Malinche, La verdad acerca de la mujer que fundo el mestizaje en México, INAH/Conaculta/ Martínez Roca Ediciones, 2009, reseña por Cano, Beatriz Lucia, Dirección de estudios Históricos, INAH, Dimensión Antropológica, Año 18, vol 52, MAYO/AGOSTO, 2011.

-Briseño Mendoza, Alicia, ensayo ¿Malintzin, traidora o mujer empoderada?

– Seminario “Tenochtitlan y Tlatelolco. Reflexiones a 500 años de su caída”. Mesa 2. INAH TV

https://www.youtube.com/watch?v=JSNs1yEjInk

  1. Diego Armando León Cruz, originario de la Ciudad de México, tiene 34 años de edad. Egresó de la licenciatura en psicología por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco y cuenta con una maestría en psicoanálisis por Dimensión Psicoanalítica A.C. A lo largo de su carrera fue adquiriendo gusto por la escritura y comenzó a escribir relatos breves y posteriormente, cuentos, uno de ellos llamado “Mundo Pulga” fue publicado en el Fanzine “Minutero”. En ENPOLI, publicó el relato “Encierros”. Es autor de la novela: “El código del destino: La máscara perdida”, que se encuentra en proceso de publicación, en la agencia editorial Kolaval. Siempre mantiene el deseo y el gusto por construir historias con profundidad para pensar la realidad y que motiven a buscar en cada acto transformarla.

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