“La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica” (1936) de Walter Benjamin

Por Alfredo Fredericksen

Debemos tener en cuenta las coordenadas de pensamiento de este ensayo de Benjamin, pues en él, la influencia del marxismo es capital. En principio, se intenta pensar o situar el problema de la obra de arte y su producción bajo los grandes parámetros políticos y económicos de comienzos del siglo XX. El problema político-económico es el contexto en que se sitúa la obra artística. La hipótesis de trabajo del texto atiende a la pregunta ¿de qué manera estas circunstancias de producción y de configuración de la sociedad (bajo una lectura marxista en que la industrialización introduce un quiebre entre proletariado y burguesía), así como los mecanismos de la técnica (influyentes en la evolución de la fotografía y del cine) influyen en la obra de arte?; o mejor dicho ¿de qué manera los condicionamientos sociales, políticos, económicos y técnicos determinan la producción artística?

En una nota en la página 35, Benjamin cita a Valery quien sostenía que “Ni la materia, ni el espacio ni el tiempo son desde hace veinte años lo que habían sido siempre”. En concreto, hace alusión probablemente a los descubrimientos científicos de Einstein. Y es que, en los últimos tiempos, hemos sido testigos de transformaciones asombrosas en el orden de la técnica que sin duda influirán sobre la antigua “industria de lo bello”. Más adelante, otra cita de Valery afirma que, así como el agua, el gas, la corriente eléctrica nos llega desde lejos con un movimiento de la mano, así llegaremos a disponer de imágenes y sucesiones sonoras que se presentarán respondiendo a un movimiento nuestro, casi a una señal, y que desaparecerán de la misma manera.

Así pues, en el Prólogo, Benjamin comienza señalando que el análisis de Marx sobre los cambios que introduce la producción capitalista fue un buen pronóstico.  En ese sentido, una segunda clave de lectura del texto, que es coordenada política (atendiendo también a su afiliación marxista) es que los cambios en los medios de producción alteran de tal manera la obra de arte que la genialidad, valor imperecedero, el misterio, etc. (varios conceptos de origen romántico) desaparecen, sin embargo, pueden ser utilizados con otros fines por parte del fascismo y otros regímenes totalitarios. Es lo que Benjamin llama la “estetización de la política”. Frente a esos conceptos románticos se utilizan para generar una gran épica artística, Benjamin propone lo contrario: no la estetización de la política, sino la politización del arte.

Debemos distinguir, entonces, entre la percepción aurática (y junto con ella, la función de culto, es decir, que tiene un sentido religioso o quasi-religios), y un arte post-aurático (en el que, frente a la función de culto, prima la función de exhibición). Benjamin quiere explicar cómo se pasa gradualmente de lo primero a lo segundo; pues considera que el arte que se daba en su momento era un arte de transición. El arte de transición podrían ser quizá las vanguardias, que darían lugar a un nuevo arte que Benjamin nunca explicitó, pero que sería un arte de lo cotidiano, presente en todas partes. Este tercer arte no implicaría volver atrás. Al respecto, hay una cita de Brecht en este texto que apunta que debemos abandonar el concepto de obra de arte cuando se transforma en una mercancía, pero existe una posibilidad de volver en el futuro a la obra de arte.

La concepción aurática llevaba adjunta una función ajena al arte: mágica, religiosa, etc. En cambio, el arte que esperamos sería puro en un sentido: arte por el arte. Si bien Benjamin tiene una gran nostalgia por el arte aurático, parece decir que el arte aurático tendrá que quedar atrás, reconociendo la fase de transición que dará a luz un nuevo arte que tendrá una función puramente estética sin sentido del culto. Curiosamente, Brecht criticaba a Benjamin diciendo que era un místico que se expresaba desde un discurso antimístico.

 En el Capítulo II, desarrolla las distintas técnicas que a lo largo de la historia han permitido la reproducción técnica de la obra de arte. La xilografía (grabados de madera), imprenta, litografía, fotografía, cine: son todas maneras de reproducir la obra de arte. Por lo que la irrupción del negativo y la fotografía significó un cambio en la manera de reproducir imágenes. En la sociedad industrial, la fotografía se masifica, esto quiere decir que las imágenes llegan a las masas.

En Capítulo III, se aborda la noción de autenticidad y, junto con ella, la de aura. La autenticidad tiene que ver con la existencia singular de la obra de arte en el aquí y ahora. Frente a la obra auténtica, hacemos como espectadores una experiencia de la obra como poseyendo un pasado al cual somos remitidos. Es la experiencia de un pasado invisible, pero visible en esas piedras, en esa obra. La obra es un presente que remite a un pasado, lo cual parece perderse en las reproducciones. Sobre la autenticidad descansa la idea de una tradición que habría conducido a ese objeto como idéntico desde el pasado al presente. La obra es un presente que abre un pasado, vinculado a una tradición. Ese arte aurático supone la noción de lo auténtico. La autenticidad escapa a la reproductibilidad técnica.  En el arte aurático, somos nosotros los que peregrinamos a la obra de arte: el sujeto se acerca a la obra. Con la técnica, en cambio, la obra de arte se acerca al sujeto. Es así como desaparece la función de culto en el arte post-aurático. La tesis de Benjamin es que este desplazamiento posibilita que la obra, más allá de su aspecto de culto, se presente como puro arte. Él piensa que eso es una posibilidad positiva, buena. Pero, al mismo tiempo, da cuentas de una nostalgia de la autenticidad del original.

En el capítulo IV, plantea cómo al ver algo, lo vemos en un contexto histórico que le brinda cierta profundidad. Es el marco histórico el que da esa cierta profundidad, por lo que la percepción es distinta.

En el capítulo VI se habla del valor de culto y el valor de exhibición: dos polaridades dentro de la obra de arte.  Así pues, la producción artística comienza al servicio de la magia, lo importante es que la imagen exista, no que sea vista. Es así, que la obra se mantiene en lo oculto.

Finalmente, tendríamos que preguntarnos: ¿por qué se ha pasado del arte aurático a un arte post-aurático? De este modo es que se alcanza a comprender que, al parecer, la técnica mecánica de reproducción juega un papel importante en ese paso. Así pues, queda claro que el arte aurático guarda una función de culto (ritual), y está muy vinculado a la autenticidad y a la tradición.  El arte post-aurático, en cambio, tiene una función de exhibición (arte de masas à función política) o una función artística. Es así que la dimensión del arte, la de la técnica y la política están mutuamente relacionadas en Benjamin. El arte, liberándose de la función de culto, se vuelve arte por primera vez. Es decir, aparece la función artística. 

Benjamin vincula el aquí y ahora de la obra con su tradición. La unicidad (el aura) se vincula con la tradición. El modo originario de inserción de la obra de arte en el sistema de la tradición encontró su expresión en el culto. El valor único de la obra de arte, su autenticidad, tiene su fundamento en el ritual. De esta forma, hay un paso de una función mágico-ritual a una función religiosa, y de una función religiosa a una función exhibitiva. Allí donde hay alguna forma de ritualidad, hay una entrada a una dimensión temporal que tiene cierta profundidad, un eco de la tradición. Ahora, la reproductibilidad técnica de la obra de arte la libera de su existencia parasitaria dentro del ritual.

 

 

 

Bibliografía.

 

Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, trad. Andrés E. Weikert, Ítaca, México, 2003.

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