Secuelas

Por Leticia Maldonado Gómez[1]

Nuestra mutación hacia la sociedad de rendimiento se da de forma vertiginosa e imperceptible. Con 2,885,937 contagios confirmados y 237,207 decesos en el país, a causa del virus SARS-CoV-2 (cifras oficiales), resulta increíble que la población que aún conserva salud y empleo se encuentre adaptándose sin más al trabajo a distancia, sin el mínimo compromiso real entre patrón (empresa)-trabajador.

Aunque en la letra entró en vigor un decreto en materia de teletrabajo, en la práctica, hombres y mujeres empleados absorben el pago de la energía eléctrica e internet (los reclutadores solicitan que los postulantes cuenten con banda ancha de cierta velocidad), se encargan de la actualización o compra de dispositivos y laboran en horarios desdibujados, dando por contada la intromisión del espacio laboral en el hogar. Lo que sea con tal de cumplir el mandato actual: “yes, you can”.

¿Te ha pasado por la cabeza decir “no quiero” o tal vez “no puedo”? Impensable, ¿cierto? En la actualidad, la negatividad es intolerable. La sola idea de no poder lleva consigo culpa, insatisfacción, vergüenza.

¿Conoces a alguien orgulloso de realizar, por sí mismo, una labor que antes hacían tres personas, satisfecho por su capacidad para trabajar jornadas extenuantes, jactancioso de sus habilidades multitasking? Los más alineados y positivos lo están, incluso pregonan sobre su habilidad multitareas, tal vez sin recordar que es una práctica de supervivencia entre los animales no domesticados y propia de los primeros hombres, cuya atención dividida entre varios estímulos les permitía conservar la vida. Ahora, el estar multitasking impide la concentración del ser en procesos mentales de mayor complejidad como la reflexión, el análisis, la creación.

Quizás también conozcas a personas —podrían ser los multitask en quiénes pensaste antes— que, de manera habitual, ingieren vitaminas, suplementos alimenticios o mínimo aspirinas. Hay quien, de manera permanente, lleva consigo un pastillero con una amplia variedad de medicamentos para lo que se ofrezca. Podría ser algún amigo, un vecino, un familiar, incluso tú mismo. Somos espectadores y conejillos de indias en la carrera de las farmacéuticas. Take your pills muestra cómo el consumo de medicamentos para elevar la concentración, ampliar las horas de vigilia y favorecer los procesos de aprendizaje son una práctica común entre universitarios estadounidenses y europeos, quiénes al ser entrevistados manifiestan no considerar que sea deshonesta la ingesta de píldoras para el logro de sus objetivos, ya que todos lo hacen.

En lo personal, he desarrollado cierto miedo a lo procesado —aunque bien valdría cuestionarse qué no lo es, considerando los pesticidas, fertilizantes, colorantes y demás procesos químicos a los que se exponen, incluso alimentos de antaño conocidos como de origen natural—. El miedo se convierte en rechazo a sustancias claramente expuestas a cambios en laboratorio, sobre todo a aquellos cuya presentación final sea en polvo, pastilla o píldora. ¿Acaso me estoy marginando del verdadero potencial de un ser humano o yo misma me coloco ante mi negativa a ingerirlas en una situación de desventaja? Quizá sea que la humanidad quebranta sus limitaciones físicas y mentales con la ayuda de estos suplementos y se encamina hacia otro nivel de potencia, ¿eso dónde deja a las personas que, como yo, no queremos o no podemos hacer uso de estas ayudas? ¿Nos estamos convirtiendo en una especie de subhumanidad?

Hasta cierto punto, es comprensible que hombres y mujeres hagan uso de cualquier cosa que pueda ayudarles a cumplir con las expectativas creadas sobre sí mismos. Dar respuesta a la concepción del sujeto de rendimiento implica alta motivación, capacidad de generar proyectos, creatividad ilimitada e iniciativa, de ese modo podrá desenvolverse en una sociedad caracterizada por la superproducción, la supercomunicación, el superrendimiento. No es —como no lo era— una sociedad libre; produce nuevas obligaciones, su propio campo de trabajos forzados y lleva al agotamiento, la fatiga y la asfixia ante la sobreabundancia.

Previo a la pandemia, ya tomaba forma el sujeto de rendimiento, el hombre emprendedor de sí mismo, más rápido, más eficiente y productivo que el sujeto de obediencia, sin perder la disciplina de su antecesor. La sociedad disciplinaria sentó las bases para la constitución del individuo en animal laborans, se le entrenó para pasar largos periodos realizando una actividad rutinaria en instalaciones caracterizadas por su cuadratura y delimitación física.

Se trabajó sobre la sensación de libertad. El sujeto de obediencia se percibía a sí mismo libre, elegía su atuendo, las películas que veía o la música que escuchaba, la ropa y la programación, determinadas por la oferta y la demanda, e, incluso, el criterio o la censura de algún gran elector anónimo. Probablemente tú hayas experimentado esa sensación. ¿Alguna vez elegiste la película a ver entre las veinte expuestas en una cartelera?, ¿la música que escuchaste la seleccionabas a partir de la oferta de cinco grandes compañías de comunicación radiofónica en el país? O quizás ahora, cuando podrías escuchar música de cualquier parte del mundo (preseleccionada) optas por música y películas de plataformas que te ofrecen cien títulos. Llega a suceder que uno mismo elige su sitio de encierro preferido: el gimnasio, la sala de cine, la biblioteca, el restaurante, la cafetería.

Una vez introyectadas las bases de la sociedad disciplinaria, ya no necesitamos la regulación de alguien más, nos hemos convertido en sujetos de autoexplotación. El hombre y la mujer habitantes de la sociedad de rendimiento deben ser flexibles, adaptarse a nuevas situaciones, cumplir a cabalidad con las demandas y condiciones emergentes, adecuarse a nuevos horarios con posibilidad de cambiar su lugar de residencia, cumplir funciones adicionales a aquellas para las que fue contratado y disposición para realizar actividades propias de otras áreas.

El sujeto de autoexplotación espera ser mejor que ayer, alcanzar la mejor versión de sí mismo, identificar áreas de oportunidad y trabajar en ellas. Es imposible alcanzar la gratificación, ya que siempre hay un área en desarrollo. Se realizan autoevaluaciones para que la propia persona, de manera libre y voluntaria, se mantenga en una permanente tarea de mejora de sí misma.

El interminable autoemprendimiento deja al individuo cansado, agotado, exhausto, lo aliena del mundo, lo incomunica y lo incapacita para apreciar lo que se encuentra fuera de sí. Dispuesto a cumplir hasta las últimas consecuencias con el mandato “yo puedo”, se adoctrina en el vaciado de la mente, el manejo de las emociones, el control del estrés, en centrarse en el aquí y en el ahora, y acepta cualquier solicitud y propuesta para demostrar su rentabilidad hasta consumirse.

*El presente texto fue secuela del covid, a partir de las lecturas de Byung-Chul Han, Fromm, Foucault y seguro otros, que ya no recuerdo.

  1. Leticia Maldonado Gómez estudió Psicología Educativa en la Universidad Pedagógica Nacional. Es maestra especialista de la Unidad de Educación Especial y Educación Inclusiva, perteneciente a la Dirección de Educación Especial de la Secretaría de Educación Pública (traducción: labora en una escuela pública en la Ciudad de México). Escritora aficionada, ha tomado un par de talleres en la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), con Kyra Galván y Gerardo de la Torre; en el Centro Cultural Elena Garro, con Marisabel Macías; y en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, con César Gándara. Actualmente, forma parte de la Escuela Feminista Comunitaria de Creación Literaria, coordinada por Ingrávida. Hacerle al cuento es una de sus grandes pasiones.

 

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