A propósito de Venezuela

Por Stephanie Tania Fernández Ojeda

Filóloga y estudiante de Derecho.

stfo10@gmail.com 

 

En la serie de Netflix Salvados, el reportero Jordi Évole realiza dos entrevistas al expresidente de Uruguay, José Mujica, en una de ellas —y sólo para parafrasearlo— menciona que cada vez que la comunidad internacional pretende “salvar” o “ayudar” a un país que tiene una forma de gobierno dictatorial o lo que ellos creen que es dictatorial o abusivo, las cosas empeoran.

Al momento de escucharlo podría pensarse que Pepe exagera, que de alguna forma no ha visto bien las cosas; pero hay que voltear a ver la historia o, sin ir tan lejos, eventos que sucedieron tan sólo unas décadas o unos lustros atrás.

Por ejemplo, la guerra de Irak fue una pugna que comenzó Estados Unidos de América, en 2003, con el pretexto de que en este país se resguardaban y fabricaban armas de destrucción masiva, sin embargo, aunque el conflicto —al que después se unirían diferentes países—  empezó de esa manera, jamás pudo comprobar que lo que afirmaba era cierto; Estados Unidos mantuvo este discurso hasta el final de la guerra en el año 2011, y agregó otros, como que Irak había tenido una participación ligera, pero al fin y al cabo participación, en los eventos del 11 de septiembre de 2001.

La guerra civil en Siria comenzó como eso, es decir, como un choque entre el pueblo sirio y su gobierno, encabezado por el presidente Bashar al Asad. Su inicio fue en marzo de 2011 luego de que en Túnez, Egipto y Libia se diera lo que se conoce como la Primavera árabe, en donde el pueblo logró derrocar a los dictadores de sus respectivos países. Cuando Siria pretendió iniciar su primavera, el régimen de Bashar al Asad arrestó y torturó a unos adolescentes que se habían atrevido a pintar en una de las paredes de su escuela “es tu turno, Doctor” —recuérdese que el presidente Asad es oftalmólogo—. No se puede saber qué hubiera pasado si este conflicto lo hubiese resuelto el pueblo, como sucedió en Egipto, quizá hubieran derrotado a su “tirano”, pero la intervención de Estados Unidos de América, Jordania, Bahréin, Catar, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia ha hecho que la guerra ya no sea civil, sino entre los diferentes países metidos en Siria que apoyan o no al régimen de Bashar al Asad. Dicho enfrentamiento sigue hasta la fecha, y es tan grave que el exalto comisionado de la ONU, António Guterres, dijo, antes de terminar su mandato el 31 de diciembre de 2015, que si el conflicto no termina pronto, éste podría ser el fin de Siria tal como la conocemos.[1]

Y bueno, si se habla del continente americano, más específicamente de América del sur, recuérdese que entre los años 70 y 80 se dieron una serie de dictaduras militares, pero fue hasta esta segunda década que se supo de la Operación Cóndor, la cual se distinguió por reprimir, torturar y matar a la contrainsurgencia, aquellos que tenían perfiles de “izquierda”, “comunistas” o “no apoyaban la dictadura”. Lo que detonó estos regímenes dictatoriales sudamericanos fue la Guerra Fría que había vivido Estados Unidos de América, quien, bajo el pretexto de “seguridad nacional”, buscó aliados en el Cono Sur para poder ampliar su seguridad, las fuerzas castrenses de los diversos países latinoamericanos lo apoyaron e instalaron las dictaduras militares, las cuales estaban dirigidas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) desde Estados Unidos. El golpe de estado que más se destaca fue el que orquestó el país del norte junto con Augusto Pinochet en contra del presidente socialista de Chile, Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973 — ¿les suenan el día y el mes?―.

Ahora, bajo el pretexto de que Nicolás Maduro es ilegítimo y que su gobierno es “espurio”, Estados Unidos —sí, el que siempre pretende “salvar al mundo”— junto con los aliados latinoamericanos de la derecha o ultraderecha desconocen a dicho presidente. Este desconocimiento lo encabezan Donald Trump (cuyas credenciales son que las mujeres, los negros y el resto del mundo, salvo algunos estadounidenses, son inferiores y cosas desechables) y Jair Bolsonaro (cuyo deseo es reinstalar la dictadura militar que vivió Brasil y alabar a quien creó métodos de tortura “sofisticados”, Carlos Alberto Brilhante Ustra, una de cuyas víctimas fue la expresidenta de Brasil, Dilma Roussef).

Sí, la gente del mundo parece olvidar rápidamente qué pasa cuando los países “salvadores” del orden mundial interfieren en los asuntos de los demás Estados. Y no, no se trata de apoyar o no a Nicolás Maduro, se trata de dar soluciones, de promover el diálogo, de dar ayuda no armamentística ni monetaria, sino humanitaria. Pero ojo, no “humanitaria” como pretenden hacer creer Estados Unidos y Juan Guaidó[2], en el que uno manda dinero y hombres del ejército para ordenar qué hacer, y el otro obedece, hace y —para rematar— diga que Maduro debe dejar entrar la “ayuda humanitaria” que ningún gobierno venezolano ha podido lograr salvo el que ahora encabeza, supuestamente, Guaidó. Y es que no se necesita leer tan lejos la historia para entender que los bloqueos económicos que impone Estados Unidos de América, y los que después secundan sus aliados, hacen que países como Cuba y Venezuela —que los padecen— se desestabilicen y les sea difícil poder salir del atasco.

Si la ayuda “humanitaria” que Guaidó pide a Maduro que deje entrar no lo ha hecho es porque hay un bloqueo económico por parte de Estados Unidos hacia Venezuela, lo que hace que nada ni nadie pueda entrar ni salir y, por ende, dicha ayuda tampoco, al menos no hasta que Estados Unidos obtenga lo que busca con su nuevo aliado: petróleo —¿o qué otra cosa?―.

La instalación de la democracia y de la protección a los derechos humanos son sólo una falacia que tanto Guaidó como Estados Unidos le quieren hacer creer al mundo, porque —sólo por citar dos ejemplos— el autoproclamado presidente de Venezuela está violando el artículo 233 de la Constitución de la República Bolivariana que dice que:

Serán faltas absolutas del Presidente o Presidenta de la República: su muerte, su renuncia, o su destitución decretada por sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, su incapacidad física o mental permanente certificada por una junta médica designada por el Tribunal Supremo de Justicia y con aprobación de la Asamblea Nacional, el abandono del cargo, declarado como tal por la Asamblea Nacional, así como la revocación popular de su mandato.

Cuando se produzca la falta absoluta del Presidente electo o Presidenta electa antes de tomar posesión, se procederá a una nueva elección universal, directa y secreta dentro de los treinta días consecutivos siguientes. Mientras se elige y toma posesión el nuevo Presidente o la nueva Presidenta, se encargará de la Presidencia de la República el Presidente o Presidenta de la Asamblea Nacional.[3]

Y si no la viola, por lo menos la está reinterpretando a conveniencia, porque dicha Constitución sólo prevé que el presidente de la Asamblea Nacional asuma el cargo de presidente interino de la República cuando exista una falta absoluta de la figura presidencial. Si el primer párrafo citado explica cuándo se tiene por falta absoluta, es claro que esta situación, en este caso, no se da. ¿Y el respeto a la supremacía constitucional? ¿Y el respeto a la democracia?

Ahora, los países que apoyan a Juan Guaidó seguramente desconocen la Constitución venezolana y, si la conocen, no les importa, lo que importa son sus intereses que, a razones casi obvias, no son el cuidado de los derechos humanos, el otro motivo que alegan para intervenir; de ser así, Estados Unidos de América no apoyaría el gobierno de Jair Bolsonaro, el cual dejó sin empleo a los que no simpatizaban con él o apoyaban a los gobiernos de izquierda. Si se tratara de proteger los derechos humanos, Estados Unidos tampoco apoyaría a rajatabla al gobierno de Arabia Saudita, que de manera completamente visible y sin que le interese las distintas opiniones y recomendaciones que las organizaciones de protección a los derechos humanos le han hecho, se la pasa en violación absoluta de los derechos de las mujeres, en donde todavía es legal matarlas sin que medie un juicio imparcial, basta con el dicho de un hombre para que sean privadas de la vida.

Por eso no, la supuesta ayuda humanitaria y la dizque defensa de los derechos humanos no son la verdadera razón de la intervención de Estados Unidos de América ni de los países que se apresuraron a desconocer a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela, las razones son macabras, y seguramente económicas. La ayuda que ahora ofrecen a Guaidó va condicionada —y la ayuda condicionada no es ayuda, es usura—, el cual, si da un golpe que lo lleve a la presidencia, va a pagar muy, muy, muy, caro.

La ayuda incondicional sería que quitaran el bloqueo económico que ahora tiene Venezuela; la asistencia humanitaria real, que enviaran médicos y maestros que ahora no tiene en suficiencia el país porque se dedican a otra cosa para poder pagar sus gastos; la verdadera ayuda humanitaria radicaría en enviar comida y sí, dinero para que el gobierno venezolano pueda pagar lo que le debe a su pueblo —y no sólo en deuda monetaria, sino también es especie.

Según parece, entonces, la solución no es apoyar a uno u otro régimen y proveerlo de armas y dinero para que compren más armamento y se maten unos a otros, porque de hacerlo, parafraseando al exalto comisionado, podría ser el fin de Venezuela tal como la conocemos.

[1] Guterres advierte de que sin un acuerdo de paz “es el fin de Siria tal como la conocemos”, 22 de diciembre de 2015, La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), 25 de enero de 2019. Recuperado de: https://www.acnur.org/noticias/noticia/2015/12/5af94aea23/guterres-advierte-de-que-sin-un-acuerdo-de-paz-es-el-fin-de-siria-tal-como-la-conocemos.html

[2] Presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela que recientemente se autoproclamó presidente de ese país.

[3] Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, 30 de diciembre de 1999, Gaceta Oficial Extraordinaria n° 36,860, 28 de enero de 2019, https://www.oas.org/dil/esp/constitucion_venezuela.pdf

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