La ciudad, el espacio, lo urbano, el lugar y el territorio

Los miedos urbanos del Barrio San Lucas y la Colonia Centro

 

Por María de Jesús López Salazar

 

¿Hacia dónde vamos?, en ¿qué momento perdimos la convivencia en la ciudad? Se acabaron los recorrido nocturnos e incluso matutinos. Los días donde los lugares no tenían nombre y apellido ahora resulta que caminar ya no es bien visto, porque puedes encontrar personas que sientan que partes de la ciudad les pertenecen….

 

El presente artículo se propone, en primer lugar, realizar una reflexión teórica acerca de cinco conceptos que son esenciales para todo estudioso de la ciudad, a saber: el espacio, lo urbano, la ciudad, el territorio y el lugar, explicando cómo estos términos se conciben en el tema de investigación particular de quien aquí escribe, titulado: Los miedos urbanos del Barrio San Lucas y la Colonia Centro. En segundo lugar, el artículo también se propone abordar el concepto de espacio público para relacionarlo con el tema de investigación antes mencionado, recurriendo para esto principalmente a los aportes realizados por Emilio Duhau y Ángela Giglia (2016), en su capítulo “Los avatares del espacio público: del tipo ideal a los microórdenes contemporáneos”.

Comenzando por el concepto de espacio, de este término interesa específicamente la simbolización del espacio urbano, la cual consiste en un proceso remitente al establecimiento de límites, fronteras y umbrales; asunto sumamente vinculado a la identidad y a la diferenciación, a la relación del sí mismo y del nosotros con los otros (Augé, 1995). Con relación al miedo urbano se puede señalar que hay una topología que va, de manera general, desde la seguridad del espacio privado de la casa, hacia la inseguridad generalizada e ignota del espacio público. Para el caso de la ciudadanía de la Ciudad de México –de la cual las personas del Barrio San Lucas de la Delegación Iztapalapa y la Colonia Centro de la Delegación Cuauhtémoc forman parte–: “El Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) alertó al Senado que los niveles de inseguridad, que los mexicanos perciben igual que antes, llevaron a la sociedad a incrementar su aislamiento, porque se siente vulnerable de ser víctima de algún delito y prefiere mantenerse en su casa, hablar lo menos posible con las personas, porque no le tiene confianza” (Robles Rosa, 2016: s/ p.).[1]

Más allá de las diferencias de edad, género y clase social, la casa aparece como el espacio de seguridad urbana, repitiendo su posición estratégica en cualquier topofilia (Bachelard, 2000). “En resumen, en la más interminable de las dialécticas, el ser amparado sensibiliza los límites de su albergue. Vive la casa en su realidad y en su virtualidad, con el pensamiento y los sueños” (Bachelard, 2000:28). Las sociedades occidentales se han conformado con base en la delimitación entre el espacio privado y el público. Frontera que, como tal, distancia y a la par articula, siendo precisamente la puerta el dispositivo que impide o permite traspasar dicha frontera, “dentro del espacio que los dos términos delimitan, desde el momento en que este espacio es ocupado totalmente (no existe una tercera posibilidad), a su vez ellos se delimitan mutuamente, en el sentido de que el espacio público llega hasta donde comienza el privado y viceversa” (Bobbio, 1992:12 cit. por Treviño Carrillo y De la Rosa Rodríguez, 2009:28).[2]

Empero, a toda frontera hay que contextualizarla y analizar su comportamiento a través del tiempo, más si se considera que “el espacio es una construcción social” (Lindón, 2012:509). De esta forma, los testimonios indican la reciedumbre de una frontera preexistente, la existente entre lo privado y lo público, entre la casa y la calle, proceso que se observa en la obturación a través de rejas y alarmas de las estructuras destinadas a la comunicación entre ambos espacios. “En la ciudad de México, por lo menos 805 calles de diferentes colonias están cerradas por plumas, macetas, rejas o casetas, lo que impide el libre tránsito peatonal y vehicular, o bien son de acceso restringido, precisa un informe [de 2011] de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSP-DF) entregado a la Asamblea Legislativa (ALDF)” (Llanos, 2011:36).[3]

Ahora bien, este espacio que desde antes ha sido adjetivado como urbano no se puede comprender si previamente no se explica tal adjetivo. Para quien aquí escribe lo urbano se presenta como una institución que remite a un estilo de vida propio de la ciudad, el cual está marcado por la reproducción de “urdimbres relacionales deslocalizadas y precarias” (Delgado, 1999:23). Esta concepción de ciudad, donde se destaca tal tipo de reproducción, remite a considerarla como producto social e histórico que tiene “límites físicos y virtuales, así sean porosos, que demarcan fronteras entre lo urbano y lo rural; y tienen bordes que separan distintas entidades político administrativas. Se trata de límites que no sólo separan el campo de la ciudad y a distintos niveles de gobierno con atribuciones sobre el territorio” (Delgadillo Polanco, 2016:146).

Aunque, para el tiempo actual, más que hablar de ciudad, algunos investigadores convienen que el término pertinente es el de metrópoli (Blumenfield, 1982). Entre estos investigadores se encuentran Emilio Duhau y Ángela Giglia (2008), quienes en Las reglas del desorden: habitar la metrópoli manifiestan su convicción de que:

(…) es casi imposible pensar la metrópoli sin partir de los espacios públicos. En primer lugar, porque ellos son la ciudad. Hasta tal punto lo son, que los cambios que observamos en ella son el resultado, primero y fundamentalmente, de los cambios experimentados por los espacios públicos. Su condición y características nos hablan de diversas cosas al mismo tiempo: la idea dominante de lo que es la ciudad; las reglas efectivamente vigentes para usarla y convivir en ella; la relación entre lo propio y lo que es de todos. En suma, los espacios públicos, su condición y sus usos, aluden a un orden, es decir a un conjunto de normas y reglas, no siempre explícitas, que es necesario desentrañar si queremos entender qué pasa con la ciudad (Duhau y Giglia, 2008:13).[4]

Tal convicción se reitera al final de la obra:

Si destacamos la importancia del posible “regreso del orden” no es por un afán conservador o autoritario, sino porque hemos visto que todos esos recintos en los que los habitantes intentan imponer órdenes sui generis, son otros tantos intentos más o menos frustrados por generar, desde abajo, unas condiciones de certidumbre que el actual (des)orden metropolitano no proporciona. Desde el punto de vista que hemos sostenido a lo largo de este libro, la llamada “feudalización” de la metrópoli contemporánea es una alternativa sin futuro: el orden metropolitano será público o simplemente no será tal (Duhau y Giglia, 2008:335).[5]

En este sentido, un eje rector de la obra de Duhau y Giglia (2008) remite a la propuesta de que, tras el supuesto desorden de la metrópoli, cuya principal expresión es la constante violación de los ordenamientos jurídicos sobre los espacios públicos, hay un conjunto de lógicas sociales o reglas que regulan la relación entre las personas y el territorio, y que organizan los comportamientos de los individuos en el espacio público urbano.

(…) sostenemos aquí la idea de que existen distintos órdenes y distintos tipos de espacios urbanos. Entender el (des)orden de la metrópoli implica penetrar en los modos de funcionamiento de estos diversos órdenes, que permiten pensar en la metrópoli como en una realidad compleja resultado de la coexistencia (y de la mezcla) de diferentes ciudades. A pesar del aparentes “caos” metropolitano, no creemos que la Ciudad de México sea una realidad “desordenada”, es decir inaprensible y carente de sentido. Nuestra experiencia diaria en cuanto habitantes de esta metrópoli y las reflexiones que juntos hemos ido construyendo al respecto, nos han convencido, por el contrario, que por absurdas y extravagante que parezcan, muchas de las cosas de las cuales somos testigos o protagonistas cotidianamente, responden a lógicas sociales y muestran regularidades que pueden ser desentrañadas con las herramientas de las ciencias sociales (Duhau y Giglia, 2008:15).[6]

Cabe agregar que la relación entre personas y territorio es un aspecto a resaltar de la obra de Duhau y Giglia (2008), pero también de otra estudiosa de la ciudad: la socióloga neerlandesa Saskia Sassen (2010), quien señala que todavía hoy se continua vinculando el concepto de territorio al proyecto moderno del Estado-nación, aunque la misma autora precisa que existen evidencias contundentes de que dicha asociación comienza a perder sentido y que, por consiguiente, tiene que examinarse y criticarse, pues se debe tener presente el surgimiento y consolidación de instituciones supra o transnacionales, como la Organización Mundial del Comercio (OMC), que llegan en algunas ocasiones a tener mayor autoridad sobre el territorio que los propios Estados-nación.

Regresando a la reflexión sobre la metrópoli, un segundo eje rector de la obra de Duhau y Giglia (2008) consiste en el planteamiento de que las reglas que regulan el uso y apropiación del espacio metropolitano, varían conforme al tipo de espacio urbano habitable. De esta manera, los autores buscan las diferentes lógicas que vinculan las distintas formas del hábitat con la organización social de las primeras y con las prácticas de uso y apropiación del espacio habitable y, por consiguiente, del espacio público urbano. A partir de ello se realza el significado de los distintos hábitats, o formas de producción del espacio habitable, a un papel protagónico referente a la experiencia y posicionamiento del individuo en la metrópoli, e igualmente en la determinación de las reglas que aplican en cada uno de éstos.

¿Existe acaso una relación entre la coexistencia de estos diferentes órdenes y el aparente desorden de la metrópoli? Este libro se dedica precisamente a responder esta pregunta. Pero desde ahora cabe decir que, en primer término, esa coexistencia no necesariamente es pacífica, pues implica la confrontación de diferentes expectativas sobre los usos del espacio público (Duhau y Giglia, 2008:15).

En los tres primeros capítulos –que en conjunto integran la sección Experiencia urbana, espacio público y metrópoli– de Las reglas del desorden: habitar la metrópoli los autores debaten la importancia de diferentes corrientes y disciplinas para el propósito de su investigación, “se discuten las problemáticas relativas a la experiencia urbana en relación con los conceptos de orden socio-espacial y espacio público y la evolución de las metrópolis en el contexto de la llamada globalización” (Duhau y Giglia, 2008:16).

Una segunda sección de la obra de Duhau y Giglia (2008), titulada Orden metropolitano y división social del espacio y conformada por tres capítulos, trata concretamente sobre la Ciudad de México mostrando características particulares de su desarrollo en cuanto a cuestiones económicas y socio-demográficas. Se resaltan los puntos importantes para comprender –o dar orden a– las transformaciones en las diferentes formas de producción, uso y apropiación del espacio de la metrópoli, v. gr. distribución del ingreso y movilidades, entre otros, que son los referentes básicos para el posterior análisis que los autores emprenden. Estos aspectos son necesarios para regular la aprehensión del habitar metropolitano, aunque el sexto capítulo de la obra, que pone énfasis en la división social del espacio metropolitano, constituye el punto de partida para el análisis empírico de las distintas ciudades o hábitats identificados posteriormente. Incluso, en el capítulo referido se comienza a clasificar el territorio metropolitano, posibilitando la identificación de las diferencias que se desarrollan en lo que resta de Las reglas del desorden: habitar la metrópoli de Emilio Duhau y Ángela Giglia (2008).

Ahora, es por su papel central en la argumentación que se vuelve relevante prestar atención a la metodología utilizada para clasificar el territorio, es decir, cómo Duhau y Giglia (2008) identifican las diferentes ciudades al interior de la metrópoli y cómo los mismos autores justifican la selección de los estudios de caso como representativos de estas ciudades, hábitats o formas de producción del espacio habitable.

Emilio Duhau y Ángela Giglia (2008) exponen diversos métodos para clasificar el territorio de la metrópoli, algunos ya existentes, otros nuevos y que fueron diseñados concretamente durante el proceso de investigación que sustenta Las reglas del desorden: habitar la metrópoli. En cuanto a las clasificaciones existentes, por un lado, los autores emplean el análisis de conglomerados o análisis clúster para estratificar las zonas residenciales por el nivel socio-económico de sus residentes a partir de información censal. Por otra parte, y reconociendo que la división socio-espacial es más compleja que los resultados obtenidos a través de la estadística probabilística a variables censales, los autores hacen uso de la clasificación del territorio de la metrópoli por los tipos de poblamiento que maneja el Sistema de Información Geográfica. Los tipos de poblamiento remiten a las formas genéricas de producción del espacio urbano, v. gr. los fraccionamientos formales, las colonias populares, los pueblos conurbados, los conjuntos habitacionales de interés social, entre otros. Los dos sistemas de clasificación, el de la estratificación socio-económica y los tipos de poblamiento, se manejan a escala de áreas censales; o, en otras palabras, clasifican las áreas en dos dimensiones siguiendo una lógica de mapas temáticos y al final del sexto capítulo se muestran los mapas respectivos.

Empero, Duhau y Giglia (2008) también reconocen que tales ejercicios geo-demográficos, pese a ser necesarios, son insuficientes para sus propósitos de investigación. Por un lado, el área central no proporciona una escala adecuada de análisis, como bien puede ser el barrio, la colonia o zonificaciones más extensas. Por otra parte, la clasificación por estrato socio-económico pasa de largo importantes diferencias entre integrantes de estratos socio-económicos similares que residen en hábitats o ciudades diferentes. Aunque tampoco los autores concuerdan totalmente con las categorías y criterios de clasificación de los tipos de poblamiento, por lo menos en lo que concierne a los propósitos de su investigación. Por consiguiente, Duhau y Giglia (2008) optan identificar áreas testigo o ciudades. “Estas áreas testigo representan para nosotros los diversos tipos de espacio habitado existentes en la metrópoli, a los que hemos llamado ciudades. Cada una constituye un orden urbano diferente donde son posibles algunas experiencias específicas de la metrópoli” (Duhau y Giglia, 2008:16-17), como pueden ser, para el caso del tema de investigación particular de quien aquí escribe, los miedos urbanos, definidos como la incertidumbre resultante de cómo los sujetos experimentan e interpretan el espacio urbano, significando este espacio mediante la calibración de los factores protectores y, sobre todo, de los de riesgo (Bauman, 2008; Filardo y Aguiar, 2010).

Cabe agregar que las áreas testigo identificadas por Duhau y Giglia (2008) no necesariamente corresponden con un determinado nivel socioeconómico. Estas áreas testigo son seis:

  • El espacio disputado, que remite a zonas residenciales de la ciudad central con otros usos del suelo.

El espacio metropolitano en cuanto hábitat urbano, los espacios centrales o “ciudad del espacio disputado” no son el producto de una sola modalidad de producción del espacio urbano, sino de varias. Esto porque lo que los caracteriza es básicamente el hecho de que su localización relativa y la multiplicidad de actividades y por consiguiente de “usos del suelo” que en ellos tiene lugar, los han convertido en áreas urbanas que al mismo tiempo que conservan el uso habitacional operan como áreas urbanas centrales, aunque no necesariamente a escala metropolitana, al menos a escala de una zona o área de la metrópoli (Duhau y Giglia, 2008:192 y 196).[7]

  • El espacio homogéneo, que remite a fraccionamientos residenciales medios y altos, “correspondientes al modelo típico de expansión regulada” (Duhau y Giglia, 2008:201).
  • El espacio colectivizado o la “forma de producción del espacio habitado correspondiente al tipo de poblamiento ‘conjunto habitacional’” (Duhau y Giglia, 2008:206).
  • El espacio negociado o el “grupo de las colonias populares” (Duhau y Giglia, 2008:210).
  • El espacio ancestral o los “pueblos conurbados” (Duhau y Giglia, 2008:216).
  • El espacio insular, remitente a nuevos conjuntos urbanos y fraccionamientos cerrados exclusivos; éstos abarcan “un espectro tipológico y temporal que, si bien no agota todas las variantes de espacios insulares existentes en la metrópoli, constituye una buena ilustración de la redefinición de la relación entre espacio público y espacio privado que resulta del modelo urbanístico de cuya aplicación son resultado” (Duhau y Giglia, 2008:220).

Para el caso particular del presente texto de quien aquí escribe, el Barrio San Lucas se identifica como un espacio ancestral, mientras que la Colonia Centro se identifica como un espacio disputado.

En otro orden de ideas, el abordaje del concepto de espacio público relacionado al tema Los miedos urbanos del Barrio San Lucas y la Colonia Centro se desarrolla –como al inicio de este texto se dijo– recurriendo a los aportes realizados nuevamente por Emilio Duhau y Ángela Giglia (2016), aunque ahora en su capítulo “Los avatares del espacio público: del tipo ideal a los microórdenes contemporáneos” del libro Metrópoli, espacio público y consumo. En este texto los autores señalan que es posible identificar la construcción de una idealización que guía a un conjunto de atributos inherentes a los espacios públicos modernos, es decir, espacios físicos asignados al uso de todos; los cuales son de libre acceso, ya sea de manera irrestricta o sujetos a cumplir determinadas condiciones, como pagar una entrada al cine; en los cuales se admite y además se presenta como característica predominante la copresencia de desconocidos, por lo que cada uno de éstos adquiere un anonimato legítimo, es decir, la posibilidad de ser uno más entre un sistema abierto[8] de personas que se mantienen juntas en un lugar o transitan a la par por éste por razones circunstanciales, siendo que el lugar se entiende como una “configuración instantánea de posiciones” (Michel de Certeau cit. por Augé, 2000:59).

Para Duhau y Giglia (2016) el surgimiento del espacio público con las características arriba señaladas está sujeto a condiciones y circunstancias que únicamente se hacen visibles a partir de la Modernidad. Entre tales condiciones se encuentra la igualdad de derechos civiles, protegidos por el Estado que detenta el “monopolio de la violencia legítima” (Weber, 2014); la supresión de derechos atribuidos exclusivamente a ciertos grupos sociales; la constitución de bienes y espacios urbanos asignados jurídicamente al uso de todos, por ejemplo, las calles; así como la expansión de establecimientos destinados a servir a un público anónimo. De esta forma:

(…) un conjunto de condiciones propias del capitalismo industrial se reflejó en espacios públicos urbanos inclusivos en un grado inédito hasta entonces. La propia democratización de las sociedades modernas, en tanto sociedades capitalistas, al posibilitar la afiliación laboral e institucional de virtualmente toda la población, mejorar la condición económico-social de la clase obrera y generar una tendencia a que la gran mayoría de la población contará con ingresos situados en el centro del espectro socioeconómico y a que las posibilidades y hábitos de consumo fueran semejantes para la gran mayoría de la población, democratizó asimismo los espacios públicos (Duhau y Giglia, 2016:135).[9]

Los procesos que posibilitaron que la idealización del espacio público se concretara fueron la relativa homogenización social, la incorporación laboral e institucional generalizada de la población –pleno empleo, escolarización y seguridad social– y que la pertinencia a la clase obrera no fuera sinónimo de pobreza. Esto, no obstante, contando con la copresencia del otro, la aceptación de lo diverso y lo diferente, y que la situación de mutuo anonimato supusieran una diversidad y diferencias constreñidas a los sumamente semejantes entre sí (Duhau y Giglia, 2016:135).

Por otra parte, Duhau y Giglia destacan el estatus jurídico del espacio público, refiriéndose a la constitución progresiva de una esfera pública urbana en cuanto conjunto de espacios jurídicamente públicos o, en otras palabras, del libre acceso bajo la jurisdicción del Estado y destinados al uso de todos, ligando a esto la conformación de un orden reglamentario urbano, consistente en un “conjunto de reglamentos formales para dicho dominio, que supuso codificar y reglamentar los usos legítimos de los espacios públicos, lo que implicó establecer horarios, separar funciones y, en muchos casos, simplemente prohibir ciertos usos o actividades en determinados lugares, ya sea confinándolos a otros espacios o simplemente eliminándolos” (Duhau y Giglia, 2016:137).

De este modo, es primordial indicar que en la génesis del espacio público urbano se encuentra una cuestión que continúa siendo cardinal: la cuestión del orden, que corresponde a las formas de reglamentar los usos de los espacios de la ciudad. Esto indica que el espacio público se encuentra marcado no únicamente por la convivencia de sujetos heterogéneos, sino por las instituciones formales e informales, así como por la común aceptación de las normas por parte de los sujetos que pueden no compartir nada en común, excepto el interés por acceder a los espacios públicos (Duhau y Giglia, 2016:137).

Luego de la reflexión sobre el espacio urbano y como concebirlo, Duhau y Giglia advierten una preocupación contemporánea que resulta de suma importancia para quien aquí escribe, es decir, “la privatización, segregación, deterioro e incluso desaparición de los espacios públicos” (Duhau y Giglia, 2016:137);[10] sobre todo, la privatización de los espacios públicos como “cierre, clausura, vigilancia y control privados de espacios jurídicamente públicos” (Duhau y Giglia, 2016:142). Este tipo de privatización tiene como argumento el aumento de inseguridad y –quien aquí escribe agrega– el miedo urbano, pues:

En muchas ciudades latinoamericanas, incluidas desde luego la Ciudad de México, se ha vuelto un hecho bastante común que las organizaciones vecinales cierren y controlen el acceso de las calles en áreas en las que domina el uso habitacional, y en las que, por lo tanto, el tránsito vehicular de paso es derivado hacia alguna vialidad principal. En estos casos el argumento comúnmente esgrimido es la «seguridad» (Duhau y Giglia, 2016:142).[11]

A esto se suman otras experiencias de intervención no convencionales sobre el espacio público. Por ejemplo, las mantas de protección contra la delincuencia que los vecinos del Barrio San Lucas –uno de los lugares de estudio del tema de investigación de quien aquí escribe– han comenzado a colocar en varios puntos de su barrio. Esta situación se da a raíz de una escalada en los asaltos, que las autoridades de la Ciudad de México no han podido contener en los últimos años, y que es percibida por la ciudadanía como un asunto sumamente grave. “La Ciudad de México ocupa el segundo lugar de 35, de las ciudades en las que sus habitantes consideran más peligrosas para vivir, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) de marzo pasado, realizada por el Inegi” (López San Martín, 2016: s/p.).

Cabe agregar que, por sus rasgos de origen, de población, de traza, económicas, entre otros, el Barrio San Lucas se ha visto implicado dentro de un ordenamiento territorial[12] poco planeado que ha dificultado la integración armónica de sus elementos patrimoniales con la dinámica sociocultural y económica que hoy día se da en este espacio ancestral (Duhau y Giglia, 2008). Este barrio está compuesto por 36 manzanas (Coordinación de Planeación del Desarrollo Territorial, 2000), en una superficie total de 63.11 hectáreas, con una población de más de 11800 habitantes (Programa Delegacional de Desarrollo Urbano de Iztapalapa, 1997). La inseguridad que se vive en el Barrio San Lucas ha propiciado que sus habitantes coloquen mantas en señal de advertencia para los delincuentes en diversas partes del mismo barrio, v. gr. se hallan desde mantas que únicamente informan “Calle cerrada. Vecinos unidos contra la delincuencia” (v. Anexo 1), como la ubicada entre Calzada Ermita Iztapalapa y calle Julio de la Fuente, hasta aquellas que amenazan directamente: “Pinche ratero. Si te agarramos robando, no te vamos a remitir a las autoridades. Te vamos a. ¡¡Partir tu madre!! VECINOS UNIDOS CONTRA LA DELINCUENCIA” (v. Anexo 2), como la ubicada entre Calzada Ermita Iztapalapa y calle Francisco Pascual García. Tales mantas de protección contra la inseguridad pueden apreciarse como intervenciones en el Barrio San Lucas por parte de sus mismos habitantes porque en la demanda de seguridad es “el propio grupo el que promueve su autorregulación, su autoformación y su autodisciplina” (Guattari y Rolnik, 2013:139).

Lo anterior tiene una parte de su origen en “las condiciones ostensibles de deterioro, descuido y uso abusivo, no en particular de los espacios públicos emblemáticos, cosa que también ocurre, sino de la generalidad de los espacios públicos ordinarios o banales, (…) de los cuales dependen las condiciones prácticas en las que se usa y transita cotidianamente la ciudad [de México]” (Duhau y Giglia, 2016:149).[13] Y es lo que hace que quien aquí escribe tenga como objetivo de su tema de investigación particular explorar los miedos urbanos presentes que los habitantes del Barrio San Lucas de la Delegación Iztapalapa (espacio ancestral) y la Colonia Centro de la Delegación Cuauhtémoc (espacio disputado) de la Ciudad de México desarrollan respecto de esta metrópoli a nivel topográfico, sincrónico y de las personas.

En definitiva, al haber llevado a cabo la reflexión teórica acerca de los conceptos espacio, lo urbano, ciudad, territorio y lugar, explicando cómo estos términos se conciben en el tema de investigación particular de quien aquí escribe; así como haber abordado el concepto de espacio público para relacionarlo con el tema de investigación citado, es posible señalar que las categorías de espacio público y, sobre todo, de área testigo desarrollados por Emilio Duhau y Ángela Giglia (2008, 2016) resultarán de utilidad para la investigación Los miedos urbanos del Barrio San Lucas y la Colonia Centro, todavía en proceso de elaboración.

 

 

 

Fuentes consultadas

Arnold Cathalifaud, Marcelo y Osorio, Francisco (1998). “Introducción a los Conceptos Básicos de la Teoría General de Sistemas” en Cinta de Moebio, Núm. 3, Universidad de Chile, Santiago de Chile. Disponible en http://www.redalyc.org/pdf/101/10100306.pdf

Augé, Marc (1995). Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, Gedisa, España.

——– (2000). Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Gedisa, Barcelona.

Bachelard, Gastón (2000). La poética del espacio, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.

Bauman, Zygmunt (2008). Miedo líquido: la sociedad contemporánea y sus temores, Paidós, Buenos Aires.

Blumenfield, Hans (1982). “La metrópoli moderna” en La ciudad. Scientific American, 4ª ed., Alianza Editorial, Madrid (Col. El Libro de Bolsillo), pp. 55-76.

Coordinación de Planeación del Desarrollo Territorial (2000). “Barrio San Lucas” en Programa Integrado Territorial para el Desarrollo Social 2001-2003, Coordinación de Planeación del Desarrollo Territorial – Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, México. Disponible en http://www.sideso.cdmx.gob.mx/index.php?id=35

Coulomb, René (2016). “Introducción” en Coulomb, René; Esquivel Hernández, María Teresa y Ponce Sernicharo, Gabriela (coords.). Habitar la centralidad urbana (II). Prácticas y representaciones sociales frente a las transformaciones de la Ciudad Central, Instituto Belisario Domínguez – Senado de la República, México, pp. 9-27.

Delgadillo Polanco, Víctor (2016). “La Merced. Nuevas fronteras del rescate del Centro Histórico en un barrio dividido” en Coulomb, René; Esquivel Hernández, María Teresa y Ponce Sernicharo, Gabriela (coords.). Habitar la centralidad urbana (II). Prácticas y representaciones sociales frente a las transformaciones de la Ciudad Central, Instituto Belisario Domínguez – Senado de la República, México, pp. 143-182.

Delgado, Manuel (1999). El animal público. Hacia una antropología de los espacios urbanos, 4ª ed., Anagrama, Barcelona (Col. Argumentos).

Duhau, Emilio y Giglia, Ángela (2016). “IV. Los avatares del espacio público: del tipo ideal a los microórdenes contemporáneos” en Metrópoli, espacio público y consumo, Fondo de Cultura Económica, México, pp. 132-156.

Filardo, Verónica y Aguiar, Sebastián (2010). “Miedos en la ciudad” en El Uruguay desde la Sociología VIII. 8ª Reunión Anual de Investigadores del Departamento de Sociología. El trabajo y sus transformaciones. Desigualdad y políticas sociales. El orden social y los conflictos. Sociedad, desarrollo e integración regional, Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de la República, Uruguay, pp. 257-270.

Guattari, Félix y Rolnik, Suely (2013). Micropolítica. Cartografías del deseo, Tinta Limón, Buenos Aires.

Lindón, Alicia (2012). “La concurrencia de lo espacial con lo social” en Leyva, Gustavo y De la Garza Toledo, Enrique (eds.). Tratado de metodología de las ciencias sociales: perspectivas actuales, Fondo de Cultura Económica / Universidad Autónoma Metropolitana, México, pp. 586-622.

Llanos, Raúl (2011, 4 de mayo). “Enrejadas, al menos 805 calles en la ciudad: informe de la SSP-DF” en La Jornada (periódico), Desarrollo de Medios, México, p. 36.

López San Martín, Manuel (dir.). “Viven capitalinos con miedo” en La Capital, Ediciones Capital, México, 6 de abril de 2016. Disponible en http://www.lacapitalmx.com/subterraneo/viven-capitalinos-con-miedo

Programa Delegacional de Desarrollo Urbano de Iztapalapa, D.O.F., 19-V-1997.

Robles Rosa, Leticia (2016, 7 de abril). “La inseguridad aísla a la gente alerta la UNAM” en Excélsior (periódico), Grupo Imagen Multimedia, México. Disponible en http://www.excelsior.com.mx/nacional/2016/04/07/1085091#view-1

Sassen, Saskia (2010). Territorio, autoridad y derechos, Katz Editores, Buenos Aires.

Treviño Carrillo, Ana Helena y De la Rosa Rodríguez, José Javier (2009). “Reflexiones sobre movimientos sociales, participación ciudadana y espacio público” en Treviño Carrillo, Ana Helena y De la Rosa Rodríguez, José Javier (coords.). Ciudadanía, espacio público y ciudad, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México, pp. 19-34.

Weber, Max (2014). Economía y Sociedad, edición corregida, Fondo de Cultura Económica, México.

Anexo 1

 

 

Manta de protección contra la inseguridad ubicada entre Calzada Ermita Iztapalapa y calle Julio de la Fuente del Barrio San Lucas de la Delegación Iztapalapa (foto de la autora)

 

Anexo 2

Manta de protección contra la inseguridad ubicada entre Calzada Ermita Iztapalapa y calle Francisco Pascual García del Barrio San Lucas de la Delegación Iztapalapa (foto de la autora)

 

[1] Las negritas y los paréntesis son míos.

[2] Los paréntesis son del original.

[3] Los paréntesis son del original.

[4] Las cursivas son del original. Las negritas son mías.

[5] Las comillas y las cursivas son del original. Las negritas son mías.

[6] Las comillas, las cursivas y los paréntesis son del original.

[7] Las comillas son del original.

[8] Los sistemas abiertos son “sistemas que importan y procesan elementos (energía, materia, información) de sus ambientes y esta es una característica propia de todos los sistemas vivos. Que un sistema sea abierto significa que establece intercambios permanentes con su ambiente, intercambios que determinan su equilibrio, capacidad reproductiva o continuidad, es decir, su viabilidad (entropía negativa, teleología, morfogénesis, equifinalidad)” (Arnold Cathalifaud y Osorio, 1998:10).

[9] Las cursivas son del original.

[10] Las cursivas son del original.

[11] Las comillas son del original.

[12] Se recuperan aquí las palabras de René Coulomb, quien señala que: “La planeación territorial por su parte se esfuerza por dejar de asimilar desarrollo urbano con urbanización periférica. Es así como el concepto de ‘ordenamiento’ del territorio tiende a sustituir al de desarrollo urbano, proponiendo una visión más holística que se aleje de las dicotomías urbano / no urbano o centro / periferia” (Coulomb, 2016:10).

[13] Las cursivas son del original.

 

 

 

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