Por María de Jesús López Salazar[1] y Maribel Nataly López Salazar[2]
Este sentimiento de seguridad era la posesión más apreciada para millones de personas, el ideal común de la vida.
Stefan Zweig. El mundo del ayer
El presente artículo tiene por objetivo reflexionar sobre determinadas problemáticas que históricamente se han venido generando debido a las articulaciones[3] entre miedo urbano[4], ciudadanía y espacio urbano. Se trata de tres conceptos que se hallan sumamente relacionados a partir de una concepción de poder que en la ciencia política refiere a la capacidad para llevar a cabo actos que promueven fuerzas en el espacio vital de una persona (Delahanty Matuk, 1996); o, de manera precisa, como constitución del dato “a través del enunciado, de hacer ver y creer, de confirmar o transformar la visión del mundo y, mediante eso, la acción sobre el mundo” (Bourdieu, 2000:98).
Desde la Antigüedad se presenta el vínculo entre ciudad y ciudadanía, es decir, los ciudadanos como habitantes de las ciudades, con deberes y derechos asignados en tanto miembros de las propias ciudades, de tal forma que: “A lo largo de la historia de la humanidad, el asunto de las ciudades se ha referido a la existencia de factores que coadyuvan en la fundación y desarrollo de las mismas” (Espinosa Müller, 2014:76). Relación que si actualmente, debido a los cambios del espacio público, parece más problemática y compleja que en la Antigüedad, continúa teniendo una fuerte carga simbólica, pues acceder a la ciudad es considerado por diferentes stakeholders[5] como la interpretación territorial del acceso a la ciudadanía, al estipularse que, de acuerdo con el pensador alemán Jürgen Habermas (2013:95-96):
Los ciudadanos deben poder experimentar el valor de uso de sus derechos también en la forma de seguridad social y de reconocimiento recíproco de las diferentes formas de vida culturales. La ciudadanía democrática desplegará una fuerza integradora, es decir, creará solidaridad entre extraños, si se hace valer como un mecanismo con el que se realicen de facto los presupuestos para la existencia de las formas de vida deseadas.[6]
Desde otra perspectiva, el vínculo miedo urbano y ciudad –frente a la ya citada relación ciudad-ciudadanía–, aunque posible de identificar en otras coyunturas históricas, ha ido adquiriendo importancia en los últimos tiempos, con la difundida preocupación por el delito y la seguridad urbana[7]. “El tema de la violencia e inseguridad en las ciudades adquiere relevancia porque se constituye en un signo que marca el drama de los tiempos actuales en un mundo predominantemente urbano, que inscribe en las ciudades los ejes de mayor dinamismo y hegemonía del moderno sistema-mundo en un entramado de metrópolis jerarquizadas” (Pérez Corona, 2011:49), sistema-mundo que ha sido definido por el historiador Immanuel Wallerstein (1979) como una estructura con fronteras, grupos, normas que la legitiman y coherencia; es un mundo lleno de conflictos que está en estado de constante tensión y que experimenta cambios y demuestra sus fuerzas así como también sus debilidades.
Tal preocupación es traducida hoy día en diversos posicionamientos y discusiones, y se circunscribe en una problemática de mayor índole, es decir, los diagnósticos acerca de la crisis urbana y las propuestas alternas para combatirla, que incluyen desde el huir del espacio urbano hasta el rescate del mismo.
El espacio público es hoy el espacio para la materialización del conflicto en sociedades duales y fragmentadas; (…) de su adecuado tratamiento pueden emerger buenos ejemplos de integración y convivencia, o, por el contrario, si en él priman las lógicas del interés privado o la falta de planificación territorial, podremos vivir en nuestras ciudades el regreso del tribalismo y la indefensión de los grupos más vulnerables (Bernal y Mensa González, 2009:41).[8]
En última instancia, el nexo entre miedo urbano y ciudadanía es de larga data, pues se remonta teóricamente de menos al pensamiento hobessiano del siglo XVI y su propuesta de un estado de naturaleza, donde priman la ley del más fuerte y la ausencia de derechos e instituciones, caracterizado como una guerra de todos contra todos, en la cual el miedo es el punto de partida para la justificación del Estado, en tanto institución que proporciona protección y seguridad (Hobbes, 1980).
Cabe agregar que el Estado hobbesiano se corresponde en mayor grado –teórico– al primer tipo de Estado del cual habla Habermas (2013) cuando refiere a aquellos que integraron el sistema de Estados que resultó después de la paz de Westfalia, en 1648. Hay para Habermas (2013), dentro de las múltiples posibilidades, cuatro orígenes centrales de los Estados:
- Primero se conformó el Estado y luego la nación. Son –como ya se dijo– los Estados que concertaron el sistema de Estados resultante luego de la paz de Westfalia[9]. Los actores principales aquí fueron juristas, diplomáticos y militares.
- Primero se conformó la nación y luego el Estado. Son las naciones que algunos llaman “naciones tardías”, como Italia y Alemania. Los principales actores fueron aquí historiadores, eruditos e intelectuales.
- Los que fueron descolonizados (post Segunda Guerra Mundial). Principalmente África y Asia. Es característico de estas naciones el adquirir soberanía mucho antes de conseguir la institucionalidad propia del Estado.
- Los que se formaron después de la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en Europa oriental y sudoriental. Lo más recurrente aquí han sido los procesos violentos. La norma ha sido la conformación de movimientos etno- nacionalistas.
De tal forma que se apertura una extensa discusión sobre la relación entre libertad y seguridad, principalmente acerca de la visión dicotómica de esta relación. “El tema de cohonestar las categorías de libertad y seguridad es un tema clásico en el pensamiento occidental (…). Y es un tema, como se comprenderá, de la máxima relevancia práctica porque determina, en cierta medida, nuestro propio modo de vida y nuestra parcela en la que se desarrolla la existencia (…); la posición mayoritaria entiende que se trata de categorías que actúan dialécticamente y en contradicción” (Fernández Rodríguez, 2010:9-10)[10].
En el presente texto, por consiguiente, se persigue pensar la asociación entre miedo urbano y ciudadanía en el espacio urbano tomando como referencia a la hoy Ciudad de México[11], partiendo de una concepción de poder que ya se ha hecho explícita. ¿Cómo vive la ciudadanía la ciudad con miedo? ¿Qué papel juega el miedo urbano en la configuración de las maneras de pertenecer a un grupo concreto? En último lugar, ¿qué vínculo hay entre miedo urbano y ciudadanía a partir de una concepción de poder?
El miedo sin adjetivo
El miedo es uno de los sentimientos más antiguos de la condición humana. Emerge ante las nociones de riesgo, ausencia de seguridad o de control acerca de la realidad social o su entendimiento, en aquellos momentos en que la humanidad se halla en tensión ante el mundo y su crisol de expresiones. Aquí es importante señalar que emoción y sentimiento no son lo mismo; y el miedo, más que una emoción, es un sentimiento, pues como indica Antonio Damasio (cit. en Executive Excellence, 2011: s/p.):
Una emoción está siempre referida a una secuencia de acciones y los sentimientos se refieren a los resultados de esa secuencia de acciones. Es importante que nos demos cuenta de que frente a un peligro (que da miedo), lo que nos salva –y hace actuar– es una serie de acciones que se desencadenan, no el sentimiento de miedo. En cambio, si tienes sensación o sentimiento de miedo, es ese sentimiento lo que va a guiar tus acciones futuras.[12]
En tal sentido, el miedo es parte de una estrategia de supervivencia que prepara al ser humano para su defensa (Jaidár Matamoros, 2002:104). Por consiguiente, su existencia “no es un accidente, sino una manera de comprender y vivir el mundo y la condición humana de una forma enteramente brutal” (Ramírez Fierro, 2002:160), pues hay una diferencia específica entre miedo y terror: “El miedo anida lentamente y crece conforme lo procura el pensamiento. (…) Pero el terror es el salto momentáneo, el espanto frente a la visión, el balde de agua fría ante el reino de lo monstruoso” (Lazo, 2012:32)[13].
Sin embargo, entender qué quiere decir miedo en nuestro tiempo presente es complicado, teniendo en cuenta que se trata del campo de la definición de los sentimientos, más si se considera que: “En ciertos periodos se incrementa y en otros desciende. También cambia aquello a lo que tenemos miedo, y cómo respondemos” (Joanna Bourke cit. en Antón, 2006: s/p.). Con todo, su existencia es tangible y posible de rastrear. Por ser un sentimiento universal, toda cultura, en cada parte del mundo, ha empleado una palabra para nombrarlo.
Por ello, para comenzar, partiendo desde la lingüística es posible indagar sobre su origen y significación. En la Antigua Grecia había un vocablo con el cual se hacía alusión al miedo: phóbos.
Según un artículo del profesor Vicente Domínguez «El miedo en Aristóteles», el concepto de «phóbos» (miedo) debuta en la literatura occidental en la Ilíada de Homero. «Pero es preciso señalar que Phóbos todavía no significaba “miedo” cuando Homero lo menciona como la personificación divina de una acción que se presenta en el campo de batalla en compañía de Deîmos (Terror) y Eris (Discordia, disputa). Exactamente, “phóbos”, en Homero, es un nombre de acción derivado del verbo phébomai, que significa “huir”» (Miralles, 2013: s/p.).
El término phóbos, pues, se origina de phébomai o phobèomai que también significa huir (Domínguez, 2003:662), como señala el lingüista francés Pierre Chantraine en su Dictionnaire étymologique de la langue grecque. Historie des mots al referir que el significado de phébomai era empleado en el mundo antiguo especialmente cuando se hablaba de embargo por las tropas de pánico, huyendo a toda prisa y desorden (Domínguez, 2003:662)[14]. Por lo que Phóbos y Deîmos, huir y terror respectivamente, en un inicio se encontraban relacionados con una acción surgida de la confrontación en la guerra.
Posteriormente, Platón (427-347 a. C.), en su diálogo socrático conocido como Laques, definió al miedo en contraste con la valentía y lo vinculó con los valores formativos del carácter.
En la sociedad ateniense de los siglos V al IV a. C. nadie se habría atrevido a menospreciar la valentía, esencial para la defensa de la ciudad, a la vez que para medir la calidad de los ciudadanos. Sólo Sócrates, con su habitual sutileza, pudo convencer a sus interlocutores de que no había valor sin sabiduría porque sólo el conocimiento permite distinguir “lo temible de lo inofensivo, tanto en la guerra como en todas las otras circunstancias” (Gonzalbo Aizpuru, 2009:23).
Por su parte, el filósofo Aristóteles (384-322 a. C.) en Ética Nicomáquea (Aristóteles, 1985) reflexionó varios aspectos relacionados con el miedo; en primer lugar, identificó al miedo como una pasión, es decir, como “todo lo que va acompañado de placer o dolor” (Aristóteles, 1985:165); en segundo lugar, proporcionó una definición del miedo, pues siguiendo al mismo Aristóteles (1985:193): “Está claro que tememos las cosas temibles y que éstas son, absolutamente hablando, males; por eso, también se define el miedo como expectación de un mal. Tememos, pues, todas las cosas malas”; finalmente, señaló especies de miedo, comenzando con el pudor, dado que este último “se parece más a una pasión que a un modo de ser. En todo caso, se lo define como una especie de miedo al desprestigio y equivale a algo parecido al miedo al peligro: así, los que sienten vergüenza se ruborizan, y los que temen la muerte palidecen” (Aristóteles, 1985:234), de la misma forma: “El hombre que por naturaleza tiene miedo de todo, incluso del ruido de un ratón, es cobarde con una cobardía animal, pero el que tenía miedo de una comadreja actuaba por enfermedad” (Aristóteles, 1985:302)[15].
Aquí es preciso señalar que desde la Antigüedad se presenta el vínculo entre ciudad y ciudadanía, es decir, los ciudadanos como habitantes de las ciudades, con deberes y derechos asignados en tanto miembros de las propias ciudades, de tal forma que, siguiendo a Aristóteles, quien no cumpliera con sus deberes para con la ciudad podría considerarse un cobarde, es decir, un “hombre que por naturaleza tiene miedo” (Aristóteles, 1985:302).
Más adelante, el filósofo neoplatónico Amonio de Atenas (siglo I e. c.) fue de los primeros pensadores en diferenciar entre phóbos como un golpe actual y transitorio producido por algo aterrador, y déos como la sospecha de un mal venidero duradero (Domínguez, 2003:665).
En lo que atañe al mundo europeo occidental, los orígenes y significados del miedo son más difíciles de indagar. En el idioma español, miedo proviene del latín metus. La Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino escrita en el siglo XIII trata del metus o timor (temor) como términos equivalentes, los dos pertenecientes a las pasiones del alma, concretamente las de la ira, contrapuestos a la esperanza y a la audacia.
[El miedo] pertenece a las pasiones de la ira: en lo tocante a la imaginación del futuro, se opone a la esperanza; en lo tocante al comportamiento, se opone a la audacia. Sólo la ira propiamente dicha no tiene contrario: estalla en presencia de un mal que difícilmente se soporta. Resignarse ante un mal presente o, al contrario, no aceptarlo, transforman a la ira, o en una tristeza infinita –pasión de deseo– o en un arrebato de rebeldía –forma específica de la ira–. No deja ésta lugar para la huida. Efectivamente, stricto sensu, lo contrario del mal presente es el bien presente, el cual suscita alegría e inmovilidad. El contrario de la ira propiamente dicha pertenecería a las pasiones del deseo, según una oposición totalmente abstracta entre inmovilidad y movimiento. Toda esta taxonomía, tan asimilada por las ideas del tiempo que no necesita aclaraciones, está sacada de la Summa Theologica (Pralon-Julia, 1983:41).[16]
Es de llamar la atención que, para Santo Tomás de Aquino –a diferencia de Amonio de Atenas–, el miedo o temor por igual se refieran a una emoción incitada por algo que aún no ocurre, resultado de la ilusión. En tal sentido, el miedo involucra dudas, vacilaciones e incertidumbres frente al peligro de un mal próximo.
Posteriormente, el tema se recupera en el pensamiento hobessiano del siglo XVI con la propuesta de un estado de naturaleza, donde priman la ley del más fuerte y la ausencia de derechos e instituciones, caracterizado como una guerra de todos contra todos, en la cual el miedo es el punto de partida para la justificación del Estado, en tanto institución que proporciona protección y seguridad (Hobbes, 1980). De tal forma que se apertura una extensa discusión sobre la relación entre libertad y seguridad, principalmente acerca de la visión dicotómica de esta relación.
El tema de cohonestar las categorías de libertad y seguridad es un tema clásico en el pensamiento occidental (…). Y es un tema, como se comprenderá, de la máxima relevancia práctica porque determina, en cierta medida, nuestro propio modo de vida y nuestra parcela en la que se desarrolla la existencia (…); la posición mayoritaria entiende que se trata de categorías que actúan dialécticamente y en contradicción (Fernández Rodríguez, 2010:9-10).15
Por otro lado, en el primer diccionario monolingüe del castellano, el Tesoro de la lengua castellana o española (1611) de Sebastián de Covarrubias Orozco, la definición del miedo perdió parte de la reflexión conceptual que se encontraba en el pensamiento platónico-socrático, aristotélico, neoplatónico, de Santo Tomás de Aquino o de Thomas Hobbes, y adquirió una perspectiva distinta, dando por entendido lo que era el miedo en sí, en cuanto a emoción, y preocupándose por establecer de forma general quiénes eran los sujetos afectados por este mal, qué situaciones lo suscitaban y qué consecuencias producía.
Latine metus, timor, horror, formido et sicut Alpianus scribit de instante vel futuro penculo mentis trepidatio. Ay un miedo que suelen tener los hombres de poca constancia y covardes; ay otro miedo que puede caer en un varón constante, prudente y circunspecto. Esto declara bien la ley de la partida, ley 7, tit. 33, part. 7, que dize assi: “Otrosi decimos que metus en latin tanto quiere decir en romance como miedo de muerte e de tormento de cuerpo o departimento de miembro o de perder libertad, o las otras cosas porque se podría amparar o desonra para fincar infamado” e de tal miedo como éste, ese otro semejante, fablan las leyes de nuestro libro querido dizen que pleito o postura que home faze por miedo non debe valor. Ca por tal miedo non [tan] solamente se mueven a prometer o fazer algunas cosas los homes que son flacos, más aun los fuertes. Más aun en otro miedo que non fuese de tal natura al que dizen vano, non excusaría al que se obligasse por él (sic) (Covarrubias Orozco, 1943 [1611]: 794).[17]
En el texto de Covarrubias Orozco (1943 [1611]), miedo, temor y horror son lo mismo y emergen frente a las amenazas presentes o futuras, ya sea en los temerosos o en los temerarios. Destacable es, asimismo, su última observación acerca del miedo como medio para conseguir ciertos intereses deshonestos, inclusive entre aquellos que tienen poder. ¿Qué habrá pretendido advertir Covarrubias Orozco? Posiblemente se pueda comprender revisando el trabajo de un contemporáneo de Covarrubias Orozco, el jurisconsulto Antonio Cabreros Avendaño, quien llevó a cabo una disertación teórica acerca del miedo y las consecuencias de recurrir a él para establecer pleitos o denuncias en el Derecho, en su Methodica Delincatio de Metu: Omnibus tan Ivrie quam Theologiae Professoribus proescripta… de 1634, la cual “sólo se conoce por la breve reseña de E. Cotarelo y Mori en su Bibliografía de las controversias sobre la licitud del teatro de España” (Pralon-Julia, 1983:41). En este texto se advierte que el miedo podría convertirse en el resorte de la tiranía, lo que posiblemente también advertía Covarrubias Orozco (1943 [1611]), referente al actuar cobarde por sentirse amenazado o constreñido por una fuerza mayor.
Cabreros Avendaño también proporciona algunas etimologías y conceptualizaciones acerca del miedo retomadas de Aristóteles y de otros pensadores como el polígrafo romano Marco Terencio Varrón (116-27 a. n. e.), Tomás de Aquino (1224/1225-1274) y el humanista italiano Julio César Escalígero (1484-1558) (cfr. Pralon-Julia, 1983). En tal sentido, y para el propósito de este apartado, Cabreros Avendaño identifica diversos tipos de miedo (metus).
Timor se aplica al miedo ante un peligro cercano; al de un peligro más lejano, metus, que puede ir acompañado por la precaución (providentia) y el cuidado (cura). Tremor sólo designa la agitación física; pavor, un sobresalto repentino que expulsa al animus de su centro natural; consternatio tiene efectos duraderos… El miedo se llama terror cuando se infunde a los demás, metus cuando lo siente uno mismo (Pralon-Julia, 1983:39).
Como puede apreciarse, el miedo ha sido –y continúa siendo– objeto de varias reflexiones y exámenes filosóficos desde la Antigüedad, resultado de la experiencia humana al vivirlo en carne propia o de observar sus expresiones y efectos en otros, ya fuera la clase noble, los intelectuales o la gente del pueblo. Ya se atendió cómo varias de las primeras conceptualizaciones sobre el miedo continuaron en siglos posteriores, y aunque cada pensador en cada momento diferenció su significado, es posible decir que de forma general se mantuvo la idea de que miedo, temor y terror eran sinónimos de la emoción producida por un mal o riesgo perentorio o venidero, fuera éste real o supuesto (Gonzalbo Aizpuru, 2009). Acaso ahora se tenga una mejor idea de lo que las personas de otros tiempos tenían en mente cuando decían tener miedo, aunque justo por ello es importante preguntarse si esto dista o no de lo que hoy en día representa para las personas tener miedo.
Vale señalar que, no obstante que emerge en todos lados y en todos los tiempos, el miedo ha atravesado por variaciones culturales que le han hecho presentar diversas aristas y distintos matices psicológicos, así como respuestas fisiológicas, conforme los grupos sociales han desarrollado su estado mental y material. Esto fue atendido por el historiador Jean Delumeau (2002:11) al mencionar que “los temores cambian según el tiempo y los lugares en relación con las amenazas que abruman”. Por esto han existido diferentes tipos de miedo, ya sean expresiones individuales o construcciones culturales colectivas, desde las cuestiones conscientes y supuestamente objetivas, hasta las cuestiones inconscientes o reflexivas, acorde al lugar y la época. En tal tenor es que el siguiente apartado desarrolla la articulación entre ciudadanía, ciudad y miedo urbano.
Ciudadanía, ciudad y miedo urbano en la Ciudad de México
En la investigación los miedos urbanos son un enfoque –entre otros que puede haber– desde el cual observar y examinar las representaciones y las prácticas sociales del espacio urbano en la Ciudad de México, procurando dar respuesta a las siguientes interrogantes: ¿qué miedos urbanos como representaciones de la inseguridad urbana existen en la ciudad? ¿Dónde, cuándo y a quiénes se teme en la Ciudad de México? ¿Qué papel fungen los miedos urbanos en la sociabilidad en el espacio urbano?
Se derivan de tales interrogantes que los miedos urbanos no son únicamente una manera de hablar sobre el mundo sino también un modo de estar en éste, de vivir en la ciudad y de relacionarse con los demás ciudadanos, pues: “La ciudadanía es un concepto propio del derecho público, que (…) se ha extendido a otros campos y además de la ciudadanía civil y política se habla de ciudadanía social, administrativa, cultural, laboral, etc.” (Mazza, 2009:8).
En la ciudadanía urbana se entrelazan nociones fundamentales de libertad, justicia, equidad, legitimidad, representación política y Estado de Derecho democrático; asimismo, las personas en su vida diaria desarrollan interacciones sociales que proporcionan consistencia a estos términos; puesto que, “ante los cambios de las últimas décadas se ha ido dando una apropiación discursiva de la ciudadanía concebida como un conjunto de derechos individuales. Se puede observar que cualquiera que anda por la calle y no se siente respetado, dice: ‘no estás respetando mis derechos ciudadanos’” (Garretón, 2007:58)[18]. Se ve también aquí un poder que es relacional en tres sentidos: “a) poder ambiental, b) relaciones de poder, c) poder personal” (Delahanty Matuk, 1996:135).
Recuperando un concepto desarrollado por Kessler, es posible decir que lo que aquí se esgrime es una cultura local de seguridad, o, en otras palabras, el establecimiento de un acuerdo medianamente compartido por la ciudadanía de la Ciudad de México:
(…) que comprende un nivel de aceptación –y eventualmente naturalización– de ciertos niveles de inseguridad objetiva, concernientes a ciertos delitos (pero no a otros); que promueve ciertas acciones para controlar el sentimiento de inseguridad (desde restricciones de movimientos hasta la adopción de dispositivos como rejas y alarmas) y está conformada por narrativas locales descriptivas, atributivas a personas y explicativas del delito (de sus causas y soluciones) y, de este modo, se articula con determinadas demandas políticas (Kessler, 2006:14).[19]
El fin es definir un modo de representar y vivir la ciudad que inevitablemente conlleva la abstracción de determinados matices y diferencias que en efecto existen si se examinan con precisión la edad, el género, la clase social, el lugar de residencia y los posicionamientos ideológicos. Este modo de representar y vivir la ciudad parte de la constitución del dato “a través del enunciado, de hacer ver y creer, de confirmar o transformar la visión del mundo y, mediante eso, la acción sobre el mundo” (Bourdieu, 2000:98).
La simbolización del espacio urbano consiste en un proceso remitente al establecimiento de límites, fronteras y umbrales; asunto sumamente vinculado a la identidad y a la diferenciación, a la relación del sí mismo y del nosotros con los otros (Augé, 1995). Con relación al miedo urbano se puede señalar que hay una topología que va, de manera general, desde la seguridad del espacio privado de la casa hacia la inseguridad generalizada e ignota del espacio público. Para el caso de la ciudadanía de la Ciudad de México: “El Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) alertó al Senado que los niveles de inseguridad, que los mexicanos perciben igual que antes, llevaron a la sociedad a incrementar su aislamiento, porque se siente vulnerable de ser víctima de algún delito y prefiere mantenerse en su casa, hablar lo menos posible con las personas, porque no le (sic) tiene confianza” (Robles Rosa, 2016: s/p.).[20]
Más allá de las diferencias de edad, género y clase social, la casa aparece como el espacio de seguridad urbana, repitiendo su posición estratégica en cualquier topofilia (Bachelard, 2000). “En resumen, en la más interminable de las dialécticas, el ser amparado sensibiliza los límites de su albergue. Vive la casa en su realidad y en su virtualidad, con el pensamiento y los sueños” (Bachelard, 2000:28).
Las sociedades occidentales se han conformado con base en la delimitación entre el espacio privado y el público; frontera que, como tal, distancia y a la par articula, siendo precisamente la puerta el dispositivo que impide o permite traspasar dicha frontera, “dentro del espacio que los dos términos delimitan, desde el momento en que este espacio es ocupado totalmente (no existe una tercera posibilidad), a su vez ellos se delimitan mutuamente, en el sentido de que el espacio público llega hasta donde comienza el privado y viceversa” (Bobbio, 1992:12 cit. por Treviño Carrillo y De la Rosa Rodríguez, 2009:28). Es relevante recordar aquí que, siguiendo a Michel Foucault, el término dispositivo remite a:
(…) un conjunto resueltamente heterogéneo que compone los discursos, las instituciones, las habilitaciones arquitectónicas, las decisiones reglamentarias, las leyes, las medidas administrativas, los enunciados científicos, las proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas. En fin, entre lo dicho y lo no dicho, he aquí los elementos del dispositivo. El dispositivo mismo es la red que tendemos entre estos elementos. […] Por dispositivo entiendo una suerte, diríamos, de formación que, en un momento dado, ha tenido por función mayoritaria responder a una urgencia. De este modo, el dispositivo tiene una función estratégica dominante […]. He dicho que el dispositivo tendría una naturaleza esencialmente estratégica; esto supone que allí se efectúa una cierta manipulación de relaciones de fuerza, ya sea para desarrollarlas en tal o cual dirección, ya sea para bloquearlas, o para estabilizarlas, utilizarlas. Así, el dispositivo siempre está inscrito en un juego de poder, pero también ligado a un límite o a los límites del saber, que le dan nacimiento, pero, ante todo, lo condicionan. Esto es el dispositivo: estrategias de relaciones de fuerza sosteniendo tipos de saber, y [son] sostenidas por ello (Foucault cit. por Agambem, 2011:250).[21]
Empero, y aun considerando los dispositivos, a toda frontera hay que contextualizarla y analizar su comportamiento a través del tiempo. De esta forma, los testimonios indican la reciedumbre de una frontera preexistente, la existente entre lo privado y lo público, entre la casa y la calle, proceso que se observa en la obturación a través de rejas y alarmas de las estructuras destinadas a la comunicación entre ambos espacios.
En la ciudad de México, por lo menos 805 calles de diferentes colonias están cerradas por plumas, macetas, rejas o casetas, lo que impide el libre tránsito peatonal y vehicular, o bien son de acceso restringido, precisa un informe de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSP-DF) entregado a la Asamblea Legislativa (ALDF).
El reporte, fechado el 13 de abril [de 2011] y signado por el titular de esa corporación, Manuel Mondragón y Kalb, detalla que la delegación Cuauhtémoc es la que mayor número de calles tiene con esas condiciones, con 110, seguida por Tlalpan, con 92; Gustavo A. Madero, 85; Álvaro Obregón, 82; Coyoacán, 81; Venustiano Carranza, 75; Iztapalapa, 73; Iztacalco, 68, y Miguel Hidalgo, 44 (Llanos, 2011:36).[22]
Por otro lado, el barrio ha sido identificado como un ámbito que proporciona seguridad, “un dominio del entorno social puesto que es para el usuario una porción conocida del espacio urbano en la que, más o menos, se sabe reconocido” (Mayol, 1999:8). Varias reflexiones acerca de este tópico resaltan en el barrio las dimensiones del conocimiento del territorio y el reconocimiento de las personas, construidos con base en las prácticas cotidianas del espacio barrial como fuentes de seguridad, lo que no implica la ausencia de conflictos.
Así, para el arquitecto mexicano Carlos González Lobo (1991:2):
(…) es también el barrio el lugar de la infancia compartida y de las amistades y amores primeros (…), el niño crece y se desarrolla como ser social sobre la base de su expansión y orientación en “ese” su espacio urbano; (…) ya más adolescente, el control progresivo del barrio por las afinidades colectivas (…). Es en esos espacios “conquistados”, y modeladores del carácter y los modos culturales de conducta “atavismo de barrio” en que se abre el conocimiento del campo de los posibles empleos y las definiciones vocacionales, unidas íntimamente a la práctica informal del deporte, las fiestas y los escarceos amorosos tempranos y fuera del barrio, pecaminosos.
Sin embargo, concretamente para la Ciudad de México, y de acuerdo con los resultados de la Segunda Encuesta de Calidad de Vida en la Zona Metropolitana del Valle de México del Programa ¿Cómo vamos ciudad de México?, realizada en 2015 y respaldada por el periódico mexicano El Universal y la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), una “cifra que no se había registrado en mucho tiempo, desde febrero de 2014, es la de personas víctimas de algún delito. En la encuesta actual 43% de los entrevistados dijeron que ellos o algún integrante de la familia que vivía en su misma casa han sido víctimas de algún delito” (Ordóñez, 2015: s/p.). Esta información muestra la tendencia hacia un miedo generalizado a partir del cual la ciudad “es hoy uno de los escenarios donde la violencia muestra con mayor frecuencia su rostro de muerte” (Reguillo, 1996:28). De hecho, la encuesta antes referida señala que:
Los habitantes del Distrito Federal perciben que la inseguridad ha empeorado en la capital del país y desde el inicio de este año, los que así opinan son el porcentaje más alto desde 2004. (…) Actualmente 71% de los encuestados percibe que la inseguridad ha aumentado en el lugar en el que viven durante el último año frente a 25% que cree que ha disminuido. En septiembre de 2004 eran más las personas (45%) que percibían que la inseguridad había disminuido que aquéllos que afirmaban que había aumentado (42%) (Ordóñez, 2015: s/p.).[23]
Sin embargo, salvo particularidades, la ciudad no necesariamente es significada como peligrosa en su totalidad. Y, aún en el caso de que lo fuera, ello no supone la supresión de estigmas territoriales. La ciudad se segmenta y se indican las zonas peligrosas.
La Ciudad de México ocupa el segundo lugar de 35, de las ciudades en las que sus habitantes consideran más peligrosas para vivir, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) de marzo pasado, realizada por el Inegi. (…) De acuerdo con la encuesta las ciudades con mayor percepción de inseguridad son Villahermosa con 89.7%, la zona Norte de la Ciudad de México con 87.4% y Acapulco de Juárez con 85.8% (…) Además la zona Sur de la Ciudad de México destacó por ser la que tuvo más reportes de conflictos o enfrentamientos con 89.6% (…) Las ciudades con menos reportes por conflictos entre la población fueron Reynosa con 12.4%, Ciudad Juárez con 38.9% y la región Poniente de La Capital con 45.5% (López San Martín, 2016: s/p.).[24]
De igual modo, se despliegan manuales de sobrevivencia urbana, entendidos como “códigos no escritos que prescriben y proscriben las prácticas en la ciudad” (Reguillo, 2008:71). Así, muchos de los espacios a los que se les teme bien pueden ser ubicados en las afueras de la ciudad, pues como expresa Sánchez Carrillo (2011: s/p.):
La plancha de asfalto sigue avanzando, y los barrios bravos seguirán surgiendo, porque aún no existe un plan maestro de crecimiento y un desarrollo económico uniformizado que garantice lo contrario en la periferia. De Tepito, la Merced y la Candelaria de los Patos pasamos al Barrio Norte, La Joya, San Felipe de Jesús y Santa Martha Acatitla, para después conocer el Bordo de Xochiaca, la colonia de El Sol, La Blanca, Ciudad Cuauhtémoc y Chimalhuacán. (…) Visitando estos lugares hay que procurar comportarse con la mayor naturalidad posible. Cualquier persona con dotes de observación, al cabo de poco tiempo, entenderá los ritos y los códigos de la gente que los habita… aunque siempre nos serán ajenos.
Se le teme a lo desconocido, se le teme a lo estigmatizado, y estos dos miedos se conjugan en espacios represivos, es decir, espacios que han sido dotados de un sentido socialmente reconocido como excluyente (Carter, 2002); aunque, de hecho, muchas personas no tengan un conocimiento directo de tales lugares, puesto que no forman parte de sus recorridos cotidianos por la ciudad.
Ahora bien, así como se le sitúan territorios, al miedo urbano también se le designa un tiempo, de tal modo que la noche se presenta como el tiempo del miedo urbano.
Una encuesta elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), que recoge datos a marzo [de 2015], mostró que 68 de cada 100 mexicanos que viven en zonas urbanas sienten que su ciudad es insegura. (…) El estado de inseguridad que perciben los habitantes de zonas urbanas se ha expresado en cambios de rutinas. (…) 53 de cada 100 dejó de caminar por los alrededores de su vivienda después de las ocho de la noche (González Amador, 2015: s/p.).[25]
La noche se presenta como el tiempo en el cual el espacio urbano adquiere un nuevo significado, mayormente negativo, pues aparecen otros actores y otras prácticas y, para quienes transitan a tales horas, la ciudad presupone estar a la defensiva en los espacios urbanos durante la noche. Por ejemplo, ya en 2003 se indicaba que: “Las mujeres del Distrito Federal sienten temor de salir de noche, tratan de no hacerlo solas y otorgan a sus gobernantes bajas calificaciones por su desempeño en la lucha contra la delincuencia, según los resultados de una encuesta (…) realizada por la Facultad de Sicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)” (Martínez, 2003: s/p.).
Finalmente, de la misma forma que con los espacios y los tiempos, se construyen otros identificados como sospechosos de peligro, y esta identificación influye en las maneras de sociabilidad en el espacio urbano, cuando el miedo se establece como una constante de las relaciones sociales en la ciudad y se producen precauciones a partir del miedo a las zonas estigmatizadas, en las cuales “residentes y lugar de residencia cargan con la misma catalogación” (Pyszczek, 2012:45).
Al respecto se puede deliberar en dos figuras; por una parte, la policía, pues: “En la mayoría de las ciudades de América Latina (AL), la relación de los jóvenes con los cuerpos policiales es de desconfianza y hasta de miedo, declaró Arturo Alvarado Mendoza, investigador de El Colegio de México (Colmex)” (Onetti, 2014: s/p.).[26] De manera concreta para la Ciudad de México:
(…) el Instituto [de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México] entregó al Senado una parte más de su investigación Los Mexicanos Vistos por ellos Mismos, ahora en materia de percepción de seguridad, en la que llama la atención que 29.2% de los habitantes de la Ciudad de México y del Estado de México tienen temor de ser víctimas de agresiones físicas por parte de los cuerpos policiacos, porcentaje superior al sentir de mexicanos que viven en estados donde se ha documentado el abuso de los cuerpos policiacos (Robles Rosa, 2016: s/p.).[27]
En segunda instancia, la delincuencia bien puede ser la otra figura que genere temor. La figura del delincuente y la emergencia de los delitos se relacionan en cuestión de representación –no de hecho– con determinadas condiciones de vida: la pobreza, un período particular de la vida: juventud, y determinados consumos: alcohol y drogas. “Comúnmente se piensa que la pobreza, el desempleo y la desigualdad económica, son las causas principales de la delincuencia” (Ampudia Márquez, 2013: s/p.).
De esta manera, se delimita al otro en la figura del pobre y, concretamente, del joven marginal vinculado casi como sinónimo a los vicios y a los delitos. La identificación en el espacio urbano de personas que coincidan con este estereotipo guía la puesta en marcha de prácticas de distanciamiento y evitación; no se frecuentan los lugares en donde se los pueda encontrar, y así surge el vínculo del miedo a las zonas estigmatizadas. “Las personas recurren al aislamiento para encontrar seguridad, pues crean una ‘armadura’ para evadir la vulnerabilidad que sienten ante la inseguridad que se vive en su comunidad, estado o país. Sin embargo, esta ‘forma de protección’ puede traer consigo otras consecuencias que llegan a erosionar condiciones básicas que permiten una mejor convivencia” (Robles Rosa, 2016: s/p.).
Así lo urbano conduce al problema de la accesibilidad y la diversidad. Como afirmó Hannerz (1987:117): “la gente reacciona no sólo al hecho de estar cerca, sino a estar cerca de tipos particulares de personas”. Estas relaciones en el espacio urbano, que son relaciones de poder, sobrepasan la relación entre extraños, entre anónimos. Superan la experiencia de la pluralidad, poniéndose en juego mecanismos de alteridad e identidad. Atributos que sirven como indicios de la edad, el género, la etnicidad, la clase y la ocupación –entre otras– promoviendo, según los casos, el acercamiento, la indiferencia, el rechazo, la evitación; y reafirmando, por cierto, la idea de Donzelot (2012), en cuanto a que el espacio urbano es el sitio desde el cual se organizan las divisiones, oposiciones y los conflictos sociales más significativos, tanto como la cristalización de las principales desigualdades.
Al examinar el miedo nos hallamos ante la disyuntiva de la alteridad y la desigualdad, disyuntiva que es una cuestión clave para la ciudadanía, pues si todos los ciudadanos son iguales, ¿por qué se les tiene miedo a algunos y a otros no?
Como afirma Kessler (2006:17), más allá de que la alteridad no sea dicotómica, “siempre se teme a otro, que en algún punto se considera no-igual, por razones morales, étnicas, etarias, de origen o más bien algunas de estas combinadas”. Y en tal dirección pareciesen observarse en la cultura local de seguridad de la Ciudad de México campos de sentido específicos que vinculan entre sí diferentes relaciones de poder: calle, noche, pobreza, juventud, adicciones.
Reflexiones finales
Si se interroga a cualquier transeúnte actual de la Ciudad de México a qué le tiene miedo, posiblemente diga que le teme más a un carro que al infierno o más a un asalto –las investigaciones estadísticas mencionadas en el presente texto apoyan esto último– que al fin del mundo. Esto lo podemos comprender, de acuerdo a Adolfo Maya, sociólogo y profesor de la Universidad EAFIT, porque “los miedos como representación social son hijos legítimos del tiempo social y cultural que la sociedad vive” (Maya cit. por Suárez C., 2009: s/p.).
Sin tomar una postura concluyente, habrá que tipificar que los miedos urbanos exceden a los delitos que se cometen en la ciudad. El miedo urbano refiere a un proceso más complejo. Ésa es la premisa del presente ensayo. El miedo urbano expresa una incertidumbre más profunda, mixtura de inseguridad urbana, desprotección y angustia. Frente al caos y la desestabilización de antiguas certezas de la Ciudad de México emerge la necesidad de poner en orden al mundo y el miedo urbano es un artilugio que responde de modo insuficiente y problemático a esta necesidad.
Se ha intentado mostrar cómo determinadas representaciones modelan un tipo de vínculo con los demás y orientan las prácticas en el espacio urbano de la Ciudad de México a partir de un poder entendido como la capacidad para llevar a cabo actos que promueven fuerzas en el espacio vital de una persona (Delahanty Matuk, 1996); o, de manera precisa, como constitución del dato “a través del enunciado, de hacer ver y creer, de confirmar o transformar la visión del mundo y, mediante eso, la acción sobre el mundo” (Bourdieu, 2000:98).
Por ello es pertinente recuperar la pregunta que desde hace tiempo viene realizando la investigadora Rossana Reguillo (2008) respecto a quién o qué domina nuestros miedos urbanos. Definitivamente no es un proceso cerrado y es factible construir otras realidades sociales.
El miedo urbano, producto de la ciudad, está en el centro del debate, es un objeto de investigación en disputa, y quien aquí expone considera que cabe la posibilidad de que existan –o se creen– otras maneras, modos y formas de nombrarlo y de combatirlo en pro de la ciudadanía, sobre todo de la Ciudad de México, donde se observan dos componentes; en primer lugar, la violencia se incrementa más que el delito, lo que perjudica las relaciones sociales de los habitantes de la Ciudad de México; en segunda instancia, es que la mayor parte de actos de esta índole se presentan en las concentraciones urbanas donde se contrastan la pobreza y la riqueza.
De manera general, los habitantes de la Ciudad de México viven una inseguridad urbana, están perdiendo el derecho a la ciudad, porque ya no pueden disfrutar plenamente de los espacios que les ofrece la ciudad, por el miedo no salen de noche; las universidades han incrementado su vigilancia por medio de rejas de seguridad, policías y eliminando, algunas, los cursos nocturnos; y en el sector empresarial, una parte de los capitalinos prefiere no laborar horas extras para preservar su seguridad; desde el ámbito personal los habitantes viven en complejos habitacionales con una máxima seguridad para proteger sus vidas.
Ahora la inseguridad urbana y el miedo urbano están consolidando nuevas exclusiones, coartando cada día el disfrute de la ciudad y el ejercicio de una ciudadanía plena, pues no puede haber inclusión sin seguridad. La experiencia capitalina muestra que la inseguridad urbana y el miedo urbano, cuando arrebatan la seguridad plena de habitar, despojan de la libertad. Por ello es momento de pensar, ¿qué se está haciendo para recuperar la plena ciudadanía y el poder en la ciudad?
Fuentes consultadas
Agambem, Giorgio (2011, mayo-agosto). “¿Qué es un dispositivo?”. En Sociológica, Año 26, Núm. 73, pp. 249-264.
Amendola, Giandomenico (2000). La ciudad postmoderna. Madrid: Celeste Ediciones.
Ampudia Márquez, Nora C. (2013). “Delincuencia y pobreza: las cosas no son lo que parecen”. Milenio, setiembre, 9. Disponible en: http://www.milenio.com/firmas/dra-_nora_c-_ampudia_marquez/Delincuencia-pobreza- cosas-parecen_18_150764954.html
Antón, Jacinto (2006). “‘Hoy tenemos tanto miedo como en la Edad Media y más que en el XIX’. Entrevista: JOANNA BOURKE | Historiadora”. El País, noviembre, 22. Disponible en: http://elpais.com/diario/2006/11/22/cultura/1164150006_850215.html
Aristóteles (1985). Ética nicomáquea / Ética eudemia. Madrid: Gredos (Col. Biblioteca Clásica Gredos, 89).
Augé, Marc (1995). Hacia una antropología de los mundos contemporáneos. España: Gedisa.
Bachelard, Gastón (2000). La poética del espacio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Bernal, Marcelo y Andrea Mensa González (2009, julio-diciembre). “Algunas reflexiones sobre ciudad, espacio público y ciudadanía”. En Provincia, Núm. 22, pp. 41-65.
Bourdieu, Pierre (2001). “Sobre el poder simbólico”. En Poder, Derecho y clases sociales, 2ª ed. Bilbao: Desclée de Brouwer, pp. 87-99.
Carter, Paul (2002). Repressed spaces: the poetics of agoraphobia. Londres: Reaktion Books.
Covarrubias Orozco, Sebastián de (1943 [1611]). Tesoro de la lengua castellana o española. Barcelona: Horta I. E.
Decreto por el que se declaran reformadas y derogadas diversas disposiciones de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en materia de la reforma política de la Ciudad de México, D.O.F., 26-I-2016.
Delahanty Matuk, Guillermo (1996). “Psicología del poder”. En 3 Foro departamental de educación y comunicación 1995: Psicología. México: Universidad Autónoma Metropolitana, pp. 134-136.
Delumeau, Jean (1989). El miedo en Occidente. España: Taurus.
——– (2002). “Miedos de ayer y de hoy”. En El miedo. Reflexiones sobre su dimensión social y cultural. Medellín: Corporación Región, pp. 9-23.
Domínguez, Vicente (2003). “El miedo en Aristóteles”. En Psicothema, Vol. 15, Núm. 4, pp. 662-666.
Donzelot, Jacques (2012). ¿Hacia una ciudadanía urbana? La ciudad y la igualdad de oportunidades. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión SAIC (Col. Claves).
Espinosa Müller, Francisco Acatzin (2014). “La inclusión social en los procesos globales de urbanización”. En Estoa, Núm. 5, pp. 75-87.
Executive Excellence (2011, octubre). “Antonio Damasio: el origen de los sentimientos”. En Executive Excellence. La revista del liderazgo, el talento y la gestión multidisciplinar. Disponible en: http://www.eexcellence.es/index.php?option=com_content&view=article&id=857:exec utive-excellence-&catid=38:mano-a-mano&Itemid=55
Fernández Rodríguez, José Julio (2010). “Seguridad y libertad: ¿equilibrio imposible? Un análisis ante la realidad de Internet”. En Internet: un nuevo horizonte para la seguridad y la defensa. Seminario de Estudios de Seguridad y Defensa de la USC-CESEDEN, pp. 9-26, José Julio Fernández Rodríguez y Daniel Sansó-Rubert Pascual, editores. España: Universidad de Santiago de Compostela.
Friedman, John (1999, abril-junio). “El reto de la planeación en un mundo sin fronteras”. En Ciudades, Núm. 42, pp. 3-6.
Garretón, Manuel Antonio (2007). “Democracia, identidades y reforma del Estado en América Latina”. Identidades, globalización e inequidad. Ponencias magistrales de la Cátedra Alain Touraine, pp. 51-65, María Eugenia Díaz de Rivera Sánchez, coordinadora. México: Universidad Iberoamericana / Universidad Jesuita de Guadalajara (Col. Separata).
Gonzalbo Aizpuru, Pilar (2009). “Reflexiones sobre el miedo en la historia”. En Una historia de los usos del miedo, pp. 21-34, Pilar Gonzalbo Aizpuru, Anne Staples y Valentina Torres Septién, editoras. México: Centro de Estudios Históricos – El Colegio de México / Universidad Iberoamericana.
González Lobo, Carlos (1991). “Del barrio nostálgico a la ciudad de masas y una alternativa barrial”. Ponencia presentada en Seminario La Ciudad y sus Barrios, realizado del 23 a abril al 17 de mayo, Casa de la Cultura Jesús Reyes Heroles / Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimilco / Universidad Autónoma Metropolitana – Azcapotzalco, México.
Habermas, Jürgen (2013). “El Estado nacional europeo. Sobre el pasado y el futuro de la soberanía y de la ciudadanía”. En La inclusión del otro. Estudios de teoría política. Barcelona: Paidós, pp. 81-106.
Hall, Stuart (1998). “Significado, representación, ideología: Althusser y los debates postestructuralistas”. En Estudios culturales y comunicación. Análisis, producción y consumo cultural de las políticas de identidad y el posmodernismo, pp. 27-61, James Curran, David Morley y Valerie Walkerdine, compiladores. Barcelona: Paidós (Col. Paidós Comunicación, 90).
Hobbes, Thomas (1980). Leviatán, o, la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil, 2ª ed. México: Fondo de Cultura Económica.
Jáidar Matamoros, Isabel (2002). “De espanto y otros sustos”. En Los dominios del miedo, pp. 103-123, Isabel Jáidar Matamoros, compiladora. México: Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimilco.
Kessler, Gabriel (2006). “Miedo al crimen: representaciones colectivas, comportamientos individuales y acciones pública”. Ponencia presentada en Coloquio Violencias, Culturas Institucionales y Sociabilidad, Noviembre 10, Buenos Aires, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
Lazo, Norma (2012). El mecanismo del miedo. España: Montena.
López San Martín, Manuel (dir.) (2016). “Viven capitalinos con miedo”. La Capital, abril, 6. Disponible en: http://www.lacapitalmx.com/subterraneo/viven-capitalinos-con-miedo
Llanos, Raúl (2011, 4 de mayo). “Enrejadas, al menos 805 calles en la ciudad: informe de la SSP-DF”. La Jornada, p. 36.
Martínez, Martha (2003). “Encerradas en sus casas por miedo a la delincuencia”. CIMAC Noticias. Periodismo con perspectiva de género, abril, 21. Disponible en www.cimacnoticias.com.mx/node/28610
Mayol, Pierre (1999). “El barrio”. En La invención de lo cotidiano 2. Habitar, cocinar, pp. 5-12, Michel De Certeau, Luce Giard y Pierre Mayol. México: Universidad Iberoamericana / Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente.
Mazza, Angelino (2009, enero-febrero). “Ciudad y espacio público. Las formas de la inseguridad urbana”. En Cuaderno de Investigación Urbanística, Núm. 62.
Miralles, Francesc (2013). La dieta espiritual. ¡Un programa revolucionario para eliminar todo lo que sobrecarga tu vida! España: Grijalbo.
Onetti, Juan Carlos (2014, 11 de abril). “Los jóvenes temen y desconfían de los policías”. Álef. Libera el conocimiento (página Web). Disponible en: http://alef.mx/los-jovenes-temen-y-desconfian-de-los-policias/
Ordóñez, Carlos (2015, 14 de diciembre). “Aumenta percepción de inseguridad en capitalinos”. El Universal. Disponible en: http://www.eluniversal.com.mx/articulo/metropoli/df/2015/12/14/aumenta-percepcion- de-inseguridad-en-capitalinos
Pérez Corona, Javier (2011). “Violencia y urbanismo defensivo en la Ciudad de México”. En Territorialidades y corporalidades. Ensayos de ciencias sociales, pp. 49-68, Jorge Gasca Salas y Sergio López Ramos, coordinadores. México: Instituto Politécnico Nacional.
Pralon-Julia, Dolores (1983). “Una teoría del miedo en el siglo XVII: el «De Metu…» de Cabreros de Avendaño”. Criticón, Núm. 23, pp. 35-48.
Pyszczek, Oscar Luis (2012, enero-junio). “Los espacios subjetivos del miedo: construcción de la estigmatización espacial en relación con la inseguridad delictiva urbana”. En Cuadernos de Geografía. Revista Colombiana de Geografía, Vol. 21, Núm. 1, pp. 41-54.
Ramírez Fierro, María del Rayo (2002). “Miedo y esperanza: un acercamiento filosófico”. En Los dominios del miedo, pp. 145-163, Isabel Jáidar Matamoros, compilador. México: Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimilco.
Reguillo, Rossana (1996). “Ensayo(s) sobre la(s) violencia(s): breve agenda para la discusión”. Signo y Pensamiento, Vol. 25, Núm. 29, pp. 23-30.
——– (2008). “Sociabilidad, inseguridad y miedos. Una trilogía para pensar la ciudad contemporánea”. Alteridades, Vol. 18, Núm. 36, pp. 63-74.
Robles Rosa, Leticia (2016, 7 de abril). “La inseguridad aísla a la gente alerta la UNAM”. Excélsior. Disponible en: http://www.excelsior.com.mx/nacional/2016/04/07/1085091#view-1
Sánchez, Víctor M. (2010). “Paz de Westfalia (1648)”. En Derecho Internacional Público, 2ª ed., pp. 44-47, Víctor M. Sánchez, director. Barcelona: Huygens (Col. Lex).
Sánchez Castillo, Abraham (2011, 6 de diciembre). “Barrios bravos de la Ciudad de México: la vida violenta más allá de Tepito”. En Distintas Latitudes. Información para entender y sobrevivir América Latina, Jordy A. Meléndez Yúdico, director. Disponible en: http://www.distintaslatitudes.net/barrios- bravos-de-la-ciudad-de-mexico-la-vida-violenta-mas-alla-de-tepito
Suárez C., Jessica (2009, 19 de agosto). “Ciudadanos viven enjaulados en sus propios miedos”. En Bitácora. Pregrado de Comunicación Social. Colombia: Escuela de Administración, Finanzas y Tecnología. Disponible en: http://bitacoraeafit.blogspot.mx/2009/08/que-le-teme-usted-que-le-teme-usted.html
Treviño Carrillo, Ana Helena y José Javier De la Rosa Rodríguez (2009). “Reflexiones sobre movimientos sociales, participación ciudadana y espacio público”. En Ciudadanía, espacio público y ciudad, pp. 19-34, Ana Helena Treviño Carrillo y José Javier De la Rosa Rodríguez, coordinadores. México: Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
United Nations Human Settlement Programme, UN-HABITAT (2007). Strategic Plan for Safer Cities 2008-2013. Nairobi: Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-HABITAT).
Wallersteim, Immanuel (1979). El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía – mundo europea en el siglo XVI, 2ª ed. México: Siglo XXI.
[1] Egresada del Posgrado en Estudios de la Ciudad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Licenciada en Ciencia Política y Administración Urbana por la UACM y Maestra en Estudios de la Ciudad de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM)
[2] Egresada de la Preparatoria Universidad de la República Mexicana (UNIREM).
[3] Entiendo por articulación el concepto propuesto por Stuart Hall (1998:30), quien la define como “una conexión o vínculo, que no se da necesariamente en todos los casos, como una ley o un hecho de vida, pero que requiere condiciones concretas de existencia para aparecer de alguna manera”.
[4] De acuerdo con Giandomenico Amendola (2000:317): “Hay por lo menos tres factores dominantes en la alimentación de círculo vicioso del miedo urbano: la persecución continua de las crecientes promesas y expectativas de seguridad por una parte y la realidad insegura por otra; la decadencia de los criterios tradicionales reguladores de la distribución espacio-temporal de la violencia y la afirmación en su lugar del principio de ubicuidad y causalidad absoluta por los cuales la violencia asume en la ciudad contemporánea una naturaleza tendencialmente estocástica; la mezcla de la violencia verdadera y de la representada y/o reconstruida en el mundo de los media y del imaginario, donde violencia e imágenes de violencia se suman en un empaste indiscernible”.
[5]De acuerdo con Friedman (1999:6): “Dentro del Análisis de Políticas, Planeación, y Evaluación, se considera stakeholder a los agentes sociales que tienen algún tipo de interés en cierto sector o programa (…), incluyen a legisladores, agencias gubernamentales, planificadores, fuentes de financiamiento, funcionarios en puestos de elección popular, instituciones privadas involucradas o afectadas (p. ej. por la regulación), organizaciones de consumidores, etc.” [Las cursivas y los paréntesis son del original].
[6] Las cursivas son del original.
[7] La seguridad urbana –que va más allá de la seguridad pública– refiere a las intervenciones que tienen por objeto garantizar la libertad y evitar agresiones entre las personas y contra sus bienes públicos y privados, así como el uso en contra de la ciudad, su equipo y los espacios públicos por sus residentes o visitantes a la ciudad (United Nations Human Settlement Programme, UN-HABITAT; 2007:3).
[8] Los paréntesis son míos.
[9] La paz de Westfalia (1648) “puso punto final a la Guerra de los 30 años y ha sido considerada el acta fundacional del Derecho Internacional moderno, entendido como conjunto normativo que emana de la voluntad de Estados soberanos e independientes. Los representantes de Francia, España, el Sacro Imperio Romano Germánico, los príncipes germánicos, Suecia y Dinamarca firmaron [en 1648] en las ciudades de Münster y Osnabrüch dos tratados de paz que consagraban las nuevas reglas que regirían el espacio político europeo, a la vez que rediseñaban sus fronteras políticas” (Sánchez, 2010:44) [Los corchetes son míos].
[10] Los paréntesis son míos.
[11] Es importante señalar que, derivado del Decreto por el que se declaran reformadas y derogadas diversas disposiciones de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en materia de la reforma política de la Ciudad de México, el otrora Distrito Federal ha cambiado su nombre a Ciudad de México, manteniéndose como la capital de la República Mexicana. También, la Ciudad de México deberá tener su primera Constitución Política a más tardar el 31 de enero de 2017. Aunado a esto, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) desaparecerá para convertirse en un Congreso local, por lo que adquirirá la facultad para aprobar o rechazar reformas constitucionales.
[12] Los guiones y los paréntesis son del original.
[13] Los paréntesis son míos.
[14] El texto original de Pierre Chantraine citado por Vicente Domínguez (2003:662) dice: «spécialement en parlant d’une troupe saisie par la panique, «fuir dans la précipitation et le désordre»»”.
[15] De acuerdo con Julio Pallí Bonet (cit. en Aristóteles, 1985:302): “Entre los griegos y latinos, «tener miedo de una comadreja» era una frase común que indicaba un miedo excesivo”.
[16] Los corchetes son míos.
[17] El sic es mío.
[18] Las comillas son del original.
[19] Los guiones y los paréntesis son del original.
[20] Las negritas, los paréntesis y el sic son míos.
[21] Los corchetes son del original. Las negritas son mías.
[22]Los paréntesis son del original.
[23] Los paréntesis de los porcentajes son del original. Las negritas son mías.
[24] Las negritas son mías.
[25] Los corchetes y las negritas son míos.
[26] Las negritas son mías.
[27] Los corchetes son míos.
Excelente trabajo, ambas autoras explica de forma correcta los conceptos.